Cuando corrían los últimos meses de 1984, Lota, al igual que otras localidades, se debatía entre una crisis económica sin precedentes, que mataba de hambre a la histórica ciudad minera. La desesperación de los pobladores hacía que los jóvenes aspiraran neoprén para aliviar la falta de alimentos, mientras los habitantes recogían los rastrojos del mar, en forma de algas o carboncillo, el cuadro se completaba con los gatos, que intentaban recuperar algo de pescado y con miles de actividades de subsistencia, vendiendo ropa usada, botellas o cartón, recolectando las frutas y verduras podridas de las ferias.
En este panorama, las iglesias fueron un puntal en que los pobres de nuestra región buscaban algo de paz y un plato caliente de comida en los comedores y ollas comunes, instancias que los párrocos y sus feligreses propiciaron. En ese ambiente agobiante los cristianos con real conciencia tendieron una mano. La parroquia de Lota Alto, a cargo del sacerdote francés Bernardo Durier, era uno de esos puntos en que se expresó la solidaridad de las comunidades que decidieron enfrentar la injusticia de la dictadura.
En aquella comunidad trabajó y se cobijó como una más Marcia Miranda, una joven lotina que participaba del movimiento opositor a la dictadura militar que asolaba Chile, tras ser arrestada ilegalmente el 5 de septiembre, por borrar un rayado contra el párroco “comunista”, Marcia fue amenazada por Carabineros, cinco días más tarde fue nuevamente detenida y duramente golpeada en la Playa de Colcura, fue llevada al hospital tras su liberación. Éste fue el comienzo de una historia horrible contra una mujer, como tantas de Lota, de la región, del país.
Lo peor ocurrió cuando Marcia menos lo esperaba, a fines del mes de octubre, cuando fue víctima de una nueva detención:
“Pero el suplicio no había terminado. A fines de mes, el 30 de octubre, -veinte días antes había cumplido 24 años- cuando sólo eran las cinco y media de la tarde, Marcia nuevamente fue secuestrada en la vía pública. Al parecer se trataba del mismo grupo que la había atacado la vez anterior. En un vehículo que ella creyó reconocer como el mismo que usaron durante su anterior secuestro, fue llevado hasta el sector de Playa Negra. En el trayecto empezaron a amenazarla” (Vega, 1999:458-459).
Esta vez la tortura fue siniestra, como cuenta María Eliana Vega en su libro “No hay dolor inútil”, las vejaciones y castigo físico fueron propios del terrorismo de Estado que la dictadura impuso a los chilenos. Marcia estaba destrozada no sólo físicamente, su situación psicológica derivó muy negativamente, los cobardes agentes minaron la fortaleza de Marcia, llenando de miedo y espanto su ánimo.
La represión hacía de la vida en las comunidades un permanente infierno, en Lota, además, se agregaba la particular saña por su rica historia de rebeldía y organización popular, de mano de los obreros del carbón y los movimientos sociales que los acompañaron desde fines del siglo XIX.
Marcia decidió, un poco más recuperada, el 23 de noviembre de ese año, inmolarse frente a la Parroquia San Matías de Lota Alto, con el 90 % de su cuerpo quemado, falleció pasadas las 19:00 horas, sin esperar nada de la justicia cómplice, le gritó al mundo su hastío y dolor. Sólo dejó tres cartas explicando el suplicio al que había sido sometida, una de ellas al padre Durier.
“Días después, se presentó en la Pastoral de Derechos Humanos del Arzobispado de Concepción para dar a conocer su situación y solicitar ayuda. Se presentó un recurso de amparo preventivo en su favor, en el que se expresaba su temor de ser nuevamente detenida y agredida físicamente. El 23 de noviembre, se presentó frente a la Iglesia de Lota bañada en parafina y se prendió fuego. Trasladada al recinto asistencial, falleció horas más tarde debido a las graves quemaduras sufridas.
Considerando los antecedentes reunidos y la investigación realizada, el Consejo Superior llegó a la convicción de que Marcia Elena Miranda Díaz tomó la determinación de quitarse la vida impelida por el temor a sufrir nuevamente las torturas, vejámenes y golpes a que fue sometida por agentes del Estado. Por tal razón, la declaró víctima de violación de derechos humanos” (www.memoriaviva.cl).
Efectivamente, la Comisión de Verdad y Reconciliación reconoció el caso de Marcia como parte de las violaciones a los derechos humanos, como en otras muchas oportunidades, esto no trajo justicia ni en el grado más mínimo, los torturadores de Marcia están libres por las calles, gozando de la impunidad y destrozando sus conciencias.
Chile vivía una crisis política sin precedentes, como ya hemos dicho en artículos anteriores, las protestas nacionales habían puesto al régimen de facto entre la espada y la pared, en respuesta, la barbarie dictatorial cerró los medios de comunicación opositores, la inmolación de Marcia no se comunicó en ningún diario, ni en las radios, menos en la televisión, nadie supo de sus torturas, casi como en un símbolo de ese Chile, el silencio como nunca antes se impuso sobre Marcia y sus cobardes captores, impunidad absoluta.
La investigación de Vega, tal vez el único texto que recoge el hecho, nos habla del desparpajo culpable de las autoridades de la época, Eduardo Ibáñez Tillería, el Intendente militar de ese momento, definió el suceso como un suicidio en una nota fría y distante. El Prefecto de la policía uniformada, Luis Salgado Arancibia, la culpó de realizar rayados llamando a la protesta del 5 de septiembre, en una desproporcionalidad que limita con la estupidez.
Este caso de extrema gravedad, una inmolación, fue casi ignorado; no es la única vez que un torturado acabó con su vida, pero en Marcia se reúnen elementos que significaron el horror dictatorial, así como también el ensañamiento patriarcal contra las mujeres que desafiaron al poder, al poder hecho milico, empresario neoliberal y político de pasillo palaciego, todos quienes se piden perdón mutualmente y prometen no cometer más errores. Se les olvida que Marcia no fue un error, ella fue la dignidad. Hoy su recuerdo es una de las rosas del parque por la paz Villa Grimaldi, Lota y la región le deben un homenaje.
**Nota:
La investigadora Paulina Pérez De Pablo nos indica que este doloroso hecho ocurrió en las cercanías de la Ex escuela 4 de Lota bajo y no como se menciona en el artículo en la Iglesia San Matías de Lota
Agradecemos la aclaración.