Hace cuarenta años, en un septiembre como este, la decisión del pueblo se vio trancada por el golpismo encubierto de militares, empresarios y políticos derechistas, nuestra región había sido parte de un largo proceso de acumulación de poder para enfrentar a la oligarquía chilena que finalmente recurrió a la violencia más terrible, la que utilizó al estado para castigar el deseo de transformación de millones de chilenos y chilenas. En estas líneas queremos reflexionar acerca de los mecanismos que el pueblo está utilizando para recuperar su memoria y con ello, el camino de su liberación, pasando por encima del ninguneo neoliberal sobre nuestro espacio común, el espacio compartido que es la ciudad o el barrio.
“En ocasiones los procedimientos jurídicos burocráticos han llevado a considerar que el espacio público ideal es el que está prácticamente vacío, donde no se puede hacer nada. Y la excesiva protección impide el uso, por ejemplo cuando con las mejores intenciones se peatonalizan radicalmente núcleos centrados o se prohíbe todo tipo de actividades o servicios comerciales en plaza o parques” (Borja, 2010:123).
En ese contexto las marcas del territorio se constituyen en una diversidad de formas que buscan conmemorar los hechos relevantes de la historia de los pueblos. En el último tiempo y a diferencia de la historia oficial que honra a militares y políticos profesionales, ha sido el pueblo quien construye, raya, dibuja y erige en el espacio colectivo los acontecimientos relevados por su propia memoria.
Bonnemaison ha construido la idea de geosímbolo para explicar esos elementos, los hechos de esa memoria que referencian la relación entre historia y territorio y que las sociedades definen para construir, reforzar o alimentar su identidad.
“El geosímbolo es un marcador espacial, un signo en el espacio que refleja y forja una identidad [...]. Los geosímbolos marcan el territorio con símbolos que arraigan las iconologías en los espacios-lugares. Delimitan el territorio, lo animan, le confieren sentido y lo estructuran” (Bonnemaison en Raichenberg y Heau-Lambert, 2008:179).
Haciendo una traslación al relato de la historia, más bien, a los procesos de memoria histórica, esta idea nos ayuda a captar de mejor forma un fenómeno que hoy se está dando en nuestra región: la constitución de espacios referenciales o geosimbólicos de hechos que apelan a la historia reciente de nuestro país, en concreto los referidos a la dictadura. En diversos lugares se han levantado diversas formas de recordación material de sucesos ligados a la vulneración de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet (1973-1989).
Toca escudriñar en esos lugares el cómo y por qué se han erigido, indagar en la historia que quieren visibilizar y los significados sociales y culturales que están explicando las preocupaciones e intereses del pueblo. Los medios de comunicación, dada las características de control político que tienen en Chile, han dejado pasar este fenómeno y tampoco la academia está dando cuenta de su existencia ni como hecho social ni como proceso de develamiento de la memoria.
Además de todo lo anterior, hay un elemento que, indirectamente, está relevando este proceso, las comunidades tienden a tomar estos geosímbolos y ubicarlos en su identidad, llenando de contenido material e inmaterial su presencia en el lugar. Este proceso hace que se incorpore la historia al discurso de esos sectores y sus territorialidades, otorgándoles complejidad, en el sentido en que lo define Morin, son espacios que se modernizan en cuanto reconocen sus tensiones y conflictos, sus derrotas y triunfos frente al poder.
La batalla de la memoria, al decir de María Angélica Illanes, incluye la apropiación del significado del territorio que habitamos, no es casualidad que no haya una calle que se llame Miguel Enríquez o una plaza que honre al intendente Fernando Álvarez. Esta complejidad de la historia relatada, da cuenta de la necesidad por triunfar sobre el olvido, por desterrar las ideas del terror pinochetista, como recientemente se ha logrado en Providencia, eliminando el nombre “11 de septiembre” de una Avenida de esa comuna, esto no es menor, con ello se derrota, en una pequeña parte, al golpismo que todavía goza de salud tras cuarenta años.
“En el fondo de esta cuestión está el hecho de que nombrar es conocer, es crear. Lo que tiene nombre tiene significado o, si se prefiere, lo que significa algo tiene necesariamente un nombre. En el caso de los toponímicos, su riqueza demuestra el conocimiento que se tiene de esta geografía...” (Bonfil 1989: 37).
En nuestra región encontramos estos geosímbolos de la memoria en la recordación de las víctimas de la dictadura, en la Universidad de Concepción, en la Vega monumental y en la población Pedro Aguirre Cerda de Coronel, entre muchos otros lugares, son las marcas más reconocibles para todos quienes habitan la ciudad. Pero también los eventos comienzan a ser vislumbrados como elementos dignos de ser referenciados en el territorio, comienzan a aparecer las grandes protestas, las ollas comunes y las tomas de terreno como posibles acciones de la historia que pueden ser cartografiadas.
El régimen pinochetista fue consciente del rol que tiene el uso del espacio público por la acción política y es por ello que presenta -desde buen comienzo- una elaborada política para prohibir y reprimir cualquier intento de manifestación en torno a ello. En una primera definición existió una legislación destinada a garantizar esa prohibición del uso, espíritu legal que percibimos en aspectos como el estado de sitio, el toque de queda, pero también en la nomenclatura urbana y posteriormente, en los espacios simbólicos del poder y en los lugares físicos de su ejercicio.
La invitación es a que todos remiremos el territorio con los ojos de la memoria, situando en una esquina, en una plaza, en alguna calle, los momentos y acciones que se revelaron como dispositivos de rebeldía contra la dictadura, fijando racionalmente en el territorio de la ciudad los brotes de nuestras resistencias es que conquistaremos al cuerpo colectivo de lo social como propiedad de la memoria popular, llena de sentido y de identidad cargada de lucha y desafío al poder.
En la Foto: Protesta en la Universidad de Concepción, 1985. De espaldas están los estudiantes Sergio Camus y Pedro Cisternas. (Información proporcionada por Uca Torres)