“Sólo la mancha veo del amor que nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o no con aguarrás o soda cáustica, escobíllenla con puntas de acero, líjenla con uñas y balas, despíntela, desmiéntala”. Gonzalo Rojas
Hoy martes 11 de noviembre se cumplen veinticinco años de la muerte de Sebastián Acevedo Becerra, un modesto trabajador de la construcción de la ciudad de Coronel que, desesperado ante la detención ilegal y tortura de sus hijos María Candelaria y Galo Fernando, por parte de los aparatos represivos de Pinochet, y en señal de protesta ante la negativa de la Dictadura a informar sobre el paradero de ambos jóvenes, se quemó a lo bonzo frente a la Catedral de Concepción, clamando a viva voz para que la maldita CNI (Central Nacional de Informaciones) los devolviera intactos o a lo menos vivos.
El martirio de este sencillo hijo de un minero del carbón no sólo salvó la vida de María Candelaria y Galo Fernando, sino que sembró una semilla que pocos meses más tarde con la creación del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, encabezado por el sacerdote jesuita José Aldunate, que realizó audaces y llamativas protestas, denuncias en las puertas mismas de los centros de tortura.