"Nuevamente los convocamos para dar buenas noticias", expresó Estela, que hace apenas un par de semanas pudo abrazar a su nieto Guido. La titular de Abuelas detalló que la nieta 115 es hija de Héctor Carlos Baratti y Elena De la Cuadra, ambos secuestrados por la Policía Bonaerense en febrero de 1977 y detenidos en la Comisaría 5ª de La Plata.
Al momento de su secuestro Elena estaba con un embarazo de cinco meses y el 16 de junio de 1977 tuvo una nena a la que bautizó Ana Libertad. Su abuela, Alicia “Licha” Zubasnabar de De La Cuadra, recibió mensajes por abajo de la puerta de la casa y al teléfono con noticias de Elena y del nacimiento de la niña. "Fue en la casa de Licha donde se produjeron las primeras reuniones de lo que luego se conocería como el grupo de las Abuelas de Plaza de Mayo", recordó Carlotto.
Sobre el proceso de restitución de la nieta 115, contó que en 2010 Abuelas y la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) recibieron "una denuncia con información sobre una joven que podría ser hija de desaparecidos". En 2013 el caso fue remitido por la Conadi a la Unidad Especializada en Casos de Apropiación de Niños durante el Terrorismo de Estado, que luego llevó la denuncia a un juzgado federal y solicitó la extracción de sangre.
"Al enterarse de la existencia de una causa judicial, la joven llamó a Abuelas para realizarse voluntariamente el análisis genético", dijo Carlotto. Como vive en el exterior, la extracción se produjo en un Consulado del país en el que reside.
La muestra llegó el 8 de mayo a la Argentina y fue recibida por la Dirección de Derechos Humanos de la Cancillería, que la remitió al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) para realizar el estudio. Ayer el Banco dio los resultados e informó al juzgado que la joven es la hija de Héctor Baratti y Elena De la Cuadra.
"Se preservan los datos de la causa y del juzgado para evitar que trascienda información que podría dañar la privacidad", explicó Estela, quien destacó que es el primer caso investigado por la Unidad especializada en apropiación y remarcó la "coordinación de distintos organismos del Estado para la resolución de este delito de lesa humanidad".
ALICIA ZUBASNABAR DE DE LA CUADRA: LA ABUELA LICHA
La primera presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo murió en 2008 a los 92 años. No pudo abrazar a su nieta Ana Libertad, nacida en cautiverio en 1977.
En el sillón de pana verde que todavía está en el comedor de su casa comenzó a gestarse en 1977 la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo. Fue una mañana en que Chicha Mariani, otra señora de La Plata que estaba tratando de dar con Clara Anahí, secuestrada cuando tenía tres meses, le tocó el timbre. Alicia Zubasnabar de De la Cuadra –Licha para casi todo el mundo– le contó su historia y la de otras mujeres que se reunían en La Plata o en Buenos Aires, en la Plaza de Mayo. Al poco tiempo, las que buscaban a sus nietos secuestrados o que debían haber nacido en cautiverio sumaban doce, entre ellas estaba Estela Carlotto.
Licha fue la primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Nació en Sauce, un pueblo correntino. Y allí se casó con Roberto Luis De la Cuadra. La pareja decidió mudarse a La Plata para educar a sus cinco hijos: Estela, Soledad, Luis Eduardo, Roberto José y Elena. La década del `70 encontró a los jóvenes De la Cuadra comprometidos con la militancia política, social y sindical. Y como muchas familias platenses, los De la Cuadra fueron atravesados por el terror de la dictadura.
Licha sintió que el espanto se apoderaba de su cuerpo el 2 de septiembre de 1976 cuando un grupo de hombres, algunos con la cara tapada con medias, otros con ropa de fajina y armas, irrumpió en su departamento para buscar a Roberto José, que en ese entonces trabajaba como obrero en YPF. “Yo a ese muchacho no lo conozco”, dijo Licha en la puerta, cuando la patota estaba a punto de subirla a un auto y se encontró con Roberto José, que llegaba a la casa paterna. La frase de la madre no convenció a los represores, que empujaron a la mujer al ascensor a punta de pistola y se llevaron al hijo.
La desaparición de Roberto José movilizó a la familia De la Cuadra y las gestiones se incrementaron con el secuestro de Elena y su marido, Héctor Baratti, en febrero de 1977 y de Gustavo Freire, esposo de Estela, en diciembre de 1977.
Elena estaba embarazada de cinco meses cuando desapareció. En julio, Licha recibió una llamada telefónica que le anunció que su hija había tenido una niña y que le había puesto Ana Libertad. Sobrevivientes del centro clandestino que funcionó en la comisaría quinta de La Plata le fueron aportando detalles, como la discusión de Héctor con el cura Christian von Wernich, quien se negaba a entregar a la niña a sus abuelos porque “la iban a criar igual que a sus hijos”.
Sin imaginar que la Iglesia estaba aún dentro de los campos de concentración, Licha recurrió a distintas autoridades eclesiásticas hasta que terminó en el despacho de monseñor Emilio Graselli. “Usted no me dijo que Elenita estaba embarazada”, le dijo el cura en el segundo encuentro, demostrando que manejaba buena información. Graselli sabía que Elena estaba “en alguna comisaría” pero no quiso aportar detalles. “Si se lo digo va a ser para peor, porque usted va a empezar a rondar y le va a ir peor a ella”, fueron sus palabras.
La búsqueda constante de Ana Libertad no hizo que Licha dejara de hacer gestiones por sus hijos y yernos. Su nombre figura en el escrito con el que la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata pidió que se iniciaran las audiencias del Juicio de la Verdad en esa ciudad. Y durante años estuvo cada miércoles en la sala de audiencias, mirando con sus ojos claros a los testigos o acusados, entre ellos a Von Wernich. El año pasado cumplió noventa años y fue declarada ciudadana ilustre de Corrientes. Las Abuelas la homenajearon con el título de presidenta honoraria.
Durante muchos años, Licha pensó que sabía quién podía ser su nieta. Inició una causa judicial que sufrió innumerables trabas, hasta que, hace unos meses, logró que la joven en cuestión se hiciera un estudio de ADN. Todavía no tiene el resultado y ahora no está convencida de que esa chicasea Ana Libertad, pero sabe que, de cualquier forma, si no es su nieta, hay grandes posibilidades que sea la nieta de alguna de sus compañeras. Licha es una de las tantas mujeres que esperan. Pero no se quedó sentada en el sillón de pana verde. Pelea y, a pesar del tiempo, no se cansa de exigir respuestas: ¿dónde está su nieta?, ¿dónde están sus hijos, sus yernos? Cuando estas preguntas se contesten, Licha será noticia. Pero Licha –como todas las Abuelas– espera todos los días. Todos los días busca.