Aislamiento, literatura y las posibilidades de la soledad

Gloria Sepúlveda Villa, desde Cosmito / resumen.cl «¿Cuáles son esos bienes que yo deseo haber dado y seguir dando de verdad, y cuyo valor es tan precioso que, aún defendiéndome de la fea pasión de la humildad indebida, me acongoja la idea de no haber sabido realmente dispensar?» La pregunta que abre esta columna fue formulada por Jorge Millas en su discurso por la entrega del premio Ricardo Lachtman en enero de 1974. Vuelvo al libro que reúne este y otros textos y que se tituló De la tarea intelectual, a propósito de cómo enfrentar el confinamiento (mientras otros en una situación de riesgo continúan trabajando) a raíz de la situación inédita derivada de la propagación del Covid -19 a comienzos de 2020. Cada uno hace y resuelve según las herramientas que tiene a mano. He visto con sorpresa, cómo el libro ha pasado a ser un objeto valioso que denota “profesionalismo” simulado en un fondo de pantalla, proyección virtual o estructura de cartón. En la invasión de reuniones virtuales, entrevistas y cientos de minutos de grabación se intenta ofrecer una respuesta o comunicar una estrategia a quienes, desesperados por mantener una convivencia amable, lo hacen dentro de sus posibilidades. Sabemos que los índices de violencia intrafamiliar en el país son aterradores y la angustia de pensar que hay personas viviendo un infierno mientras intento terminar una lectura o invito a otros a leer parece una contradicción y es abrumadora. Quien ha tenido la fortuna de cultivar una biblioteca, por pequeña sea, ahora tiene a su disposición y, según la urgencia de cada uno, acceso a un ejercicio que aportará riqueza a su mundo interior. En mi librero encuentro Estrella distante y leo: “Esta vez sólo escribió una palabra, más grande que las anteriores, en lo que calculé era el centro exacto de la ciudad: APRENDAN” (Bolaño, p. 39) y ahí vamos aprendiendo, vemos caer la estrella. Un libro es un refugio. En estas circunstancias un archivo pdf puede ser un refugio. Las políticas públicas deben apuntar a garantizar la entrega de libros a familias vulnerables, la biblioteca debe llegar al barrio. Un fanático dirá que los libros son objetos que pueden, eventualmente, transportar el virus. El único virus que transportan es una ventana al mundo. A raíz del confinamiento se despliegan los catálogos digitales, los libreros reparten a domicilio, las editoriales liberan sus libros en la red y como nunca parece que tenemos el tiempo a nuestro favor para navegar en esa Babel sin más orientación que la intuición. Algunos reconocemos que vivimos en un aislamiento simbólico mucho antes del covid, nos hemos entrenado en los misterios de la soledad para observar lo que sucede con menos temor. Un libro, el nombre de una escritora, poesía, son bienes que puedes compartir. Lo que medita Jorge Millas va en dirección de ofrecer un bien que mueva al otro, que le ayude a acceder a la comprensión de su realidad y de sus posibilidades como ser humano. Lo que encuentro en la literatura otra persona puede encontrarlo trabajando la tierra, cultivando un jardín o en el intercambio espontáneo de una conversación que se abre a un espacio de verdad. En un estado de incertidumbre económica, mental y sanitaria queda en evidencia la grieta que se abre y que viene abriéndose desde hace siglos en la sociedad humana. Experimentamos la fragilidad política en un país que basa su poder en leyes marchitas que se niegan a desaparecer. Reconocido el estado debemos educarnos en la idea de una ecuanimidad que nos ayude a llevar esta vida sin perder de vista los engaños mediáticos y políticos que buscan nublarnos y separarnos más. En este sentido, la literatura o cualquier manifestación artística, la arremetida de la recuperación de archivos, una cultura en torno al libro son un bien que debemos “seguir dando” y, en palabras de Jorge Millas, dudar siempre si lo hemos sabido dispensar.
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