“Encontraron al Jhoniiieeeeee”, “Acá está el Johnnie”. Los gritos resuenan en la isla Mocha sur. El pequeño Brayan Guzmán, de 10 años, corre hasta la playa; ¡han encontrado por fin a su papá, tan buscado!... ¡Podrá abrazarlo! En su mente infantil cree que han acabado los motivos del llanto que desde hace días aflige a su familia. y quisiera darle la noticia a todos. Pero sólo corre, corre hasta la playa. ¡Ahora que ha regresado su papá, podrán de nuevo salir jugueteando a sacar mariscos!
Aparta contento a la gente que está haciendo un círculo y de pronto se encuentra con ¿su padre? Es un cuerpo sin ojos, con un cangrejo viviendo en una cuenca, sin nariz, con los labios comidos por las jaibas o los peces; le faltan las piernas, tiene solo medio tronco desgarrado y hueco, y -de manera horrenda- parece amenazar con sus dientes de perlas.
La impresión es tan grande que en adelante –cada noche- soñará con su padre. Creerá verlo en medio de las clases de la pequeña escuela, llorará llamándolo y será objeto de la burla de sus compañeros, que no entienden cómo ese niño sale a la pizarra y le pide a su padre muerto que le ayude a sumar. El pequeño pescador ha sufrido un trauma pero eso no lo alejará de la pesca: mientras cursa su escuela debe producir, pues ¿quién alimentará a su familia si no está su padre? La solidaridad de los pescadores es mucha, y el deber familiar también es mucho.
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La familia no cabe en sí de alegría penosa: ¡¡Encontraron el cadáver de Mariano!! ¡Tres meses después de su desaparecimiento! Ya algunos van a las funerarias a comprar el ataúd; ya parten otros al cementerio a adquirir espacio para la tumba; ya los últimos van a coordinar los detalles del velorio.
La viuda Grisel Soto es llevada al Servicio Médico Legal a reconocer el cadáver. Le dicen –contentos, dándole el pésame- que sólo debe firmar el retiro de los restos pues su cuñada ya los ha reconocido y, por otro lado ¿querría ella tener como última imagen de su marido esos horrendos despojos que deja el mar? Por supuesto que no, contesta la viuda, siempre querrá recordar a su Mariano fuerte y entero como un tronco. Va, pues, a retirar el cuerpo. Por una extraordinaria coincidencia, en el servicio trabaja una amiga de su hijo, a quien, por mera curiosidad y en un aparte, le preguntan el estado del cuerpo. Ella –un poco turbada- describe las características físicas y las condiciones en que está. La viuda se indigna ¡es claro que aquel no puede ser su marido! En las condiciones que le han descrito, un cuerpo no lleva cuatro días en el mar, ¡cómo van a decirle que lleva noventa y tres! En un arrebato de furia pide hablar con el médico forense, quien la hace a un lado diciéndole que ella no sabe, que cómo puede ir en contra de la ciencia. Pero la viuda se niega a firmar el retiro del cadáver. Luego todo es un arrebato de llanto indignado, y ni siquiera se da cuenta de cómo su hijo, que demuestra ser hombre de recursos, la lleva a Investigaciones, donde le muestran las fotos del cuerpo y los resultados de las pruebas realizadas. A nadie puede caberle duda: ese muerto es más joven, más bajo, y no lleva ni tres días en el mar. En el Servicio Médico le advierten que debe llevarse el cadáver o atenerse a las consecuencias. Mientras, la familia ya ha adquirido un sitio en el cementerio, están consiguiendo horario para la misa de exequias y se afanan en organizar los detalles del velorio. ¡Es que esto no pasa nunca, que el mar devuelva los restos tres meses después es un gran regalo! “Firma, firma de una vez”. “De inmediato le damos el certificado de defunción, señora, ¿o no lo quiere?”.
La viuda, ya en trance de locura- consigue mediante su hijo enviar a la justicia una petición de pruebas. En Criminalística de la PDI hacen estudios dentales y dactilares. Cuando salen los resultados, a los cuatro días, se evidencia lo que ella nunca dudó: aquel no es su marido.
Entonces Grisel se devuelve a su casa, en Partal. No se interesa por el resto de la historia; vagamente escucha rumores de que el cuerpo correspondía a un muchacho de Hualpén, desaparecido hace muy poco… A ella solo le interesa el recuerdo veraz de su Mariano, al cual va a visitar con flores al cementerio simbólico.
Entre las tumbas contiguas, comentando con orgullo la actitud de esa viuda, el nieto de otro desaparecido -un ya viejo dirigente sindical- medita con tristeza: en varios periodos de la historia de Chile algunas autoridades han “instado” a pescadores a sepultar “aparecidos”.
Un año más que se va/ un año más ¿cuánto has vivido?/ un año más/ que más da/ Cuántos se han ido ya! “¿Te acordai cuando `staba pegao con esa? ¡Cuántas veces son que lo habremos escuchao? “Son quince, son veinte, son treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta”. En la pequeña casa todos ríen sin ganas en torno a la mesa de Año Nuevo. Han comido, pero no están celebrando sino reponiéndose de la búsqueda. ¿Deben dar a Nancho por desaparecido? Alguien toma la guitarra del difunto y todos van cantando esas canciones favoritas: “No importan los años que tienes / es el tiempo que no se detie-e-ne”. Como queriendo olvidar la .pena que las aflige, la viuda se esmera en atender: va y viene con platos, con bebidas. No ha querido hacer funeral simbólico, porque él va a regresar. La madre del difunto manda, según la tradición, pero esta madre duda: si pide que hagan el velorio es señal de que ya no van a buscarlo más. Se va afuera, a mirar una foto de su hijo. De algún modo se siente culpable de seguir viva. Unos jóvenes que han llegado a la caleta beben vino, escuchan una radio a todo volumen y descuentan segundos para el año nuevo: “cuaaatro, treeees, doooos, uno” ¡Las doce! Lejos explotan fuegos artificiales… Hay revuelo de gaviotas asustadas con el ruido, gritos de “¡Feliz Año Nuevoooo!” y la radio chilla “que se le cumplan todos sus deseos a todos y cada uno de nuestros gentiles auditores”. Entre mil sonidos a la madre le parece escuchar una respiración en su espalda. Se da vuelta. ¡Y entonces lo ve!: muy flaco, emocionado y llorando de alegría. ¡Ha regresado! ¡Ha llegado justo en este momento! Ahí está él, mojado ¿por el mar o por la lluvia? Entre lágrimas contentas lo toma en sus brazos, y se ríe. “Viniste a darme el feliz año nuevo”. Ríe ella, y él asiente con la cabeza y le canta como antaño a todo pulmón: “si has gozado también has sufrido”. Todos, todos adentro escuchan, y callan asustados mientras se siente fuerte su voz: “si has llorado también has reído”. Entonces sale de la casa, con ojos desencajados, Gloria, la viuda. Quiere explicar algo a su suegra, pero no hace falta: las miradas lo dicen ¡ha venido! Y ambas mujeres, abrazadas, contentas y tristes, saben que han vivido un suceso que correrá de boca en boca hasta transformarse en leyenda. Tanto se repetirá que se olvidarán los nombres y el lugar, pero no la historia: todos se sentirán identificados, pues esa visita calza con las esperanzas de cada deudo. Ambas mujeres deberán hacer el funeral tranquilas, llorar a su difunto serenas y esperar. Vendrán otros desaparecidos en la familia, sí, se habrán ido, sí, pero no para siempre, y ante la eternidad “un año más, qué más da/ cuantos se han ido yaaa”.
Crónica extraída del Libro "Cementerios Simbólicos". Se puede adquirir en:
Librería Estudio. O'Higgins 465 Locales 38 y 40 Galería Italia
Librería Paz. Galería Alessandri s/n Loc. A Concepción
Librería Lar, 2° piso, artistas del acero. O'Higgins 1255. Concepción
[FOTOS] Cementerios Simbólicos de Pescadores: "Dónde hay vida, hay muerte"