AUDIO | Crónica de Ruperto Concha: A la porra

Ruperto Concha / resumen.cl El próximo martes, 4 de junio, se cumplen 30 años del estallido pro occidental orquestado por Estados Unidos en China, estableciendo el mismo esquema que se repetiría en décadas futuras cada vez que Washington intenta derrocar un gobierno para instalar otro que le convenga más. En el seno del gobierno chino, importantes figuras reformistas habían iniciado ya las aperturas políticas y económicas que llevarían a transformar a China en la formidable potencia que es hoy, con un amplísimo régimen de libertades y abriendo el acceso de cientos de millones de personas a un nuevo mundo de bienestar económico y cultural. Por supuesto, las primeras tentativas de reforma económica y social fueron extremadamente difíciles y hubo fracasos en la creación de nuevas empresas, así como una peligrosa inflación por la mayor emisión de dinero con la que se quería dinamizar el consumo de la gente. Los principales reformistas del Partido Comunista Chino de esa época fueron Hu Yaobang y Li Peng, quienes impulsaban estos cambios incluso percibiendo que existía el peligro de creación de movimientos desestabilizadores que podrían incluso llevar a que la facción más tradicionalista, más reaccionaria del comunismo chino intentaran parar las reformas y volver a lo que venía existiendo desde antes. Entre 1988 y 1989, ambos líderes reformistas enfrentaron de hecho el surgimiento de movimientos juveniles, estimulados y financiados por agentes estadounidenses, que fueron creciendo en intensidad. Li Peng ascendió al cargo de Primer Ministro de China, y confirmó, a través de la prensa, su voluntad de mantener y acentuar las reformas, pero exigió a los jóvenes impacientes evitar acciones caóticas y violentas que podrían dar más fuerza a los anti-reformistas. En 1989, a la muerte de Yaobang, se hizo correr una noticia falsa que implicaba que Li Peng se habría plegado a los comunistas reaccionarios de viejo cuño, y por ello se iniciaron protestas multitudinarias con acciones desafiantes y a menudo muy violentas. Esas acciones culminaron con la ocupación de la gran plaza Tiananmen, de Beijing, por una multitud estimada en cientos de miles de personas en su mayoría muy jóvenes.   Los ocupantes anunciaron su decisión de establecer un nuevo gobierno, de carácter occidental. Es decir, se declararon en abierta rebeldía desafiando al gobierno de la República Popular China. Ante ello, el propio Li Peng advirtió a los rebeldes que las reformas políticas y económicas no podían sostenerse a base de improvisaciones turbulentas, y los llamó a abandonar su atrincheramiento en la plaza. Finalmente, el 4 de junio de 1989, Li Peng mismo ordenó que efectivos militares desalojaran el lugar. El enfrentamiento fue muy duro. Dejó un saldo de más de 500 jóvenes muertos, según cifras oficiales, aunque, por cierto, la prensa occidental habló inmediatamente de más de mil  muertos. Y al pasar de los años, ya se llegó a hablar de millares de jóvenes asesinados por las tropas comunistas. Pero los hechos concretos y el desarrollo de las reformas iniciadas por Li Peng demostraron la sencilla verdad de sus afirmaciones. Y fue ese mismo tan vilipendiado Li Peng el que impulsó y defendió a los ya célebres líderes Deng Xiaoping y Jiang Zemín, los conductores definitivos de la Nueva China que irrumpió como la potencia mundial que es en nuestros días. Pero hubo un hecho en el dramático enfrentamiento en la Plaza Tiananmen, que pasó a ser un símbolo supremo de valor, abnegación y fe en los valores morales de los seres humanos, incluso en los enemigos. Es aquel personaje, ostensiblemente muy joven, que se paró frente a una columna de tanques que avanzaba, haciéndoles con la mano el gesto  que dice “paren, deténganse”. Oiga… y nadie parece asombrarse de que los tanques sí se detuvieron. Hoy se dice que ese muchacho era un estudiante de 19 años llamado Wang Weilin. Se sabe que fue detenido y no hay ninguna razón para creer que luego lo hayan ejecutado, no tendrían por qué. De hecho, tras el enfrentamiento de la Plaza Tiananmen sólo un puñado de líderes fue llevado a juicio, y unos pocos fueron condenados por traición. Bueno, pero no se trata de justificar aquella tragedia manipulada por los enemigos de China. Más bien es importante contrastar esa tragedia con otras protagonizadas por esos mismos occidentales que hoy se muestran tan horrorizados. Por ejemplo, sólo 6 meses después de Tiananmen, el 20 de diciembre de 1989, el gobierno de George H W Bush lanzó una invasión sobre Panamá, para derrocar al dictador y ex agente de la CIA, Antonio Noriega. En una acción de abrumadora brutalidad, la fuerza aérea de Estados Unidos bombardeó hasta aniquilar dos poblaciones de gente pobre que habían querido defender a Noriega. Se estima que en ese sólo bombardeo las tropas estadounidenses mataron a un estimado de entre 3 mil a 5 mil personas. Pero hay mucho más que eso. Según informó la BBC de Londres, el hoy enviado especial del gobierno de Donald Trump para derrocar al Presidente Maduro en Venezuela, el señor Elliot Abrams, fue cómplice y organizador de la masacre de El Mozote, en El Salvador, en 1981, donde fueron asesinados, a sangre fría, más de mil campesinos, incluyendo niños pequeños, sospechosos de ser simpatizantes de las guerrillas izquierdistas. Pero, en fin, nuestra tan dudosa “civilización” abunda en masacres de gente desarmada. Pero no abunda en valientes como ese Wang Weilin que detuvo a los tanques chinos en Tiananmen. En 2003, la joven estadounidense Rachel Corrie, pacifista y defensora de los derechos humanos, hizo lo mismo, parándose frente a las enormes  motoniveladoras del ejército israelí que avanzaban demoliendo viviendas de familias palestinas en la aldea de Rafah, en la  Franja de Gaza. Pero, a diferencia de los tanques chinos, las motoniveladoras israelíes no se detuvieron. Rachel Corrie murió despedazada por las orugas. El Presidente George W Bush aceptó que fueran los propios israelíes los que investigaran y juzgaran aquel hecho, y no hizo ningún comentario cuando el fallo final del tribunal israelí dijo que sólo había sido un lamentable accidente y que la culpable había sido la misma Rachel Corrie. Bueno, 10 años después, en 2013, cuando el general Abdul Sissi derrocó al presidente constitucional de Egipto Mohammed Morsi, cerca de un millón de civiles se juntaron en la Plaza Tahrir, de El Cairo, en apoyo a su presidente. Cuando el general golpista envió una columna de tanques para desalojar la plaza, hubo también allí un muchacho, según reportaron y filmaron los corresponsales de la prensa europea, que se paró ante los blindados, tratando de hacerlos detenerse. Pero esta vez los tanques no se detuvieron ni disminuyeron su velocidad. Cuando estaban a menos de 20 metros de distancia, abrieron fuego con sus ametralladoras y lo aniquilaron. Nunca llegó a saberse quién fue ese chiquillo. ¿No le parece grotesco que se considere a Tiananmen como el epítome mismo de la brutalidad contra los que protestan?   Bueno, el pasado 30 de mayo, el Ministro Interino de Defensa de Estados Unidos, Patrick Shannahan, durante la cumbre Shangri-La en Singapur, acusó a China de entrometerse con la soberanía de otros gobiernos, e imponer un clima de matonaje y temor. Aunque no se atrevió a pedir que los países del sudeste asiático se definieran como anti-chinos, dejó en claro que hoy la postura de Washington es, abiertamente, declarar que “quien no está conmigo está contra mí”. Paralelamente, el ministro de Exteriores de Trump, Mike Pompeo, recorría Europa presionando a que los países de la Unión Europea detengan la inauguración del gasoducto Corriente Norte 2, que abastecerá de combustible ruso a un precio 20% más bajo que el gas licuado que quiere vender Estados Unidos. Además, exigir que los países europeos adhieran al bloqueo del sistema telefónico 5G chino de la Huawei. Y, como fuere, sus amenazas lograron tener algún efecto, ya que la Unión Europea postergó hasta el próximo año la inauguración del gasoducto que estaba programada para noviembre. En tanto, el propio Donald Trump informó, por tweeter, que suprime desde ya los acuerdos comerciales con la India, que le permiten a esa nación exportar libre de impuestos productos por hasta 56 mil millones de dólares anuales. Y ya, durante su viaje al Japón, la semana pasada, Trump anunció que espera que los japoneses le pongan fin al superávit abusivo de sus exportaciones hacia Estados Unidos. Que aumenten sus importaciones comprando productos estadounidenses, y, además, que hagan inversiones en empresas en Estados Unidos. Y casi inmediatamente después anunció que aplicará sanciones económicas sobre las exportaciones de México, si en un plazo inmediato ese país latinoamericano no logra detener definitivamente el paso de inmigrantes ilegales hacia la frontera de Texas. Trump dijo que inicialmente aplicará un 5% de impuesto a las importaciones desde México, y lo aumentará en un 10% adicional si no se ven resultados satisfactorios.   Bueno, está claro que, en esta guerra de Washington con casi todo el mundo desarrollado, los peores efectos se están haciendo sentir. De partida, el mismo Fondo Monetario Internacional ya denunció que sólo por la guerra comercial con China, todos los habitantes de Estados Unidos están teniendo que pagar más de 900 dólares anuales por cabeza, por los aumentos de precios de los productos de consumo importados. Tanto el FMI como la Reserva Federal han señalado que aquellas tarifas con que supuestamente se sanciona a China, no las paga China sino la gente de Estados Unidos. Por su parte, China está en mejores condiciones para resistir la guerra comercial, ya que no tiene un endeudamiento fiscal importante, a diferencia de Estados Unidos, cuya deuda ya es mayor que el Producto Interno Bruto del país. Además, China dispone de más de un billón y medio de dólares en bonos del gobierno de Estados Unidos, los que puede lanzar a la venta. Con ello, China tendrá alguna pérdida por la desvalorización de los bonos, pero Estados Unidos perderá mucho más, ya que por esa venta de bonos ahora tendrá que pagar una tasa de interés mucho mayor, si quiere venderle nuevos bonos a alguien que se los quiera comprar. Fuera de eso, China puede dejar que su moneda, el Yuan o Renmimbi, se desvalorice en forma controlada, con lo que encarece la oferta de productos en dólares. La mayoría de los analistas económicos, incluyendo a varios Premios Nobel, como el neoliberal Paul Krugman, que había aplaudido el endeudamiento de Estados Unidos, considera que Estados Unidos ahora no tiene cómo ganar la guerra comercial que ya se ha vuelto generalizada. Más aún, muchos están temiendo que Estados Unidos pueda volver a caer en recesión. Es decir, se estaría dando como un hecho que la doctrina económica neoliberal se está yendo a la porra.   Sin embargo, en medio de esa caótica maraña de intervenciones militarizadas en una economía mundial politizada, la guerra tecnológica lanzada por Estados Unidos contra la gigante tecnológica Huawei, parece estar provocando efectos esperanzadores. Por lo pronto la Huawei anunció que en un plazo de no más de seis meses podrá lanzar al mercado un sistema operativo propio, reemplazando el Android, el cual será compatible con todas las aplicaciones de Android, para teléfonos, computadoras, tablets, TV, automóviles y otros aparatos portables. Fuera de eso, tanto Rusia como China están avanzando muy rápido en la instalación de una internet propia, con un sistema de satélites de comunicación de baja altura, compatible con la red de internet estadounidense, pero por completo independiente de ella. Paralelamente, ya Space X, la empresa de satélites de Elon Musk, ya lanzó, el 31 de mayo, un tren de 6 satélites en  una órbita a 500 kilómetros de  la tierra, como punto de partida de su propia nueva internet de alta velocidad. Es decir, se está haciendo claro que el dominio imperial de Estados Unidos sobre las comunicaciones y la tecnología digital y también sobre las finanzas, está en el borde de la desintegración. Y eso afecta también, obviamente, a Google, a la Apple y todo aquel resto.   ¿Qué efectos tendrá la fragmentación de lo que eran inmensos monopolios?... ¿Qué efectos políticos tendrá el reencuentro de naciones que preferirán hacer buenos negocios en vez de ejercer dominio, algo así como “Hacer el amor y no la guerra”?... Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro. Pero la cosa está  muy entretenida, al menos para los que todavía no somos víctimas.
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