AUDIO | Crónica de Ruperto Concha: ¿A qué se parece Dios?

Por Ruperto Concha / resumen.cl El 1 de julio, un pequeño submarino nuclear ruso, súper secreto, al parecer destinado a ser un dron capaz de operar a gran profundidad, sufrió un grave accidente durante operaciones experimentales bajo el Océano Ártico. Un incendio. A bordo del submarino se encontraban 14 marinos técnicos de la marina de guerra rusa. 5 de ellos eran oficiales de grado superior. Todos perecieron por inhalar gases tóxicos. Prácticamente nada se sabe sobre el acontecimiento. Sólo, durante el homenaje solemne en el funeral de esos marinos, el presidente Wladímir Putin señaló que ellos habían rehusado ponerse a salvo. Habían permanecido realizando tareas decisivas hasta el último instante. Con ello, sacrificaron sus vidas para evitar que se produjera, en palabras de Putin, “una catástrofe planetaria”. Esas palabras, pronunciadas por un gobernante conocido por ser claro, conciso y sereno, provocaron extrema inquietud en todos los círculos de tecnología estratégica avanzada. ¿Qué arma estaba ensayándose en ese submarino, capaz de provocar accidentalmente una catástrofe global sobre nuestro planeta? Ya en 2017 Rusia había notificado a las demás potencias militares cómo la estrategia militar de la Federación Rusa, siendo esencialmente defensiva, había limitado sus fuerzas armadas a un volumen básico, con un presupuesto anual que es sólo un 10% del presupuesto militar de Estados Unidos. Pero, en cambio, al mismo tiempo, dio a conocer que Rusia ya cuenta con un armamento disuasivo de poder devastador, incluyendo cabezas nucleares con potencia superior a los 50 megatones, y con misiles hipersónicos capaces de llegar a una velocidad Mach-20. O sea, más de 20 mil kilómetros por hora. Disparar uno de esos misiles desde un submarino bajo el Océano Ártico, tardaría no más de 20 minutos en alcanzar Nueva York. Y una bomba de 50 megatones equivale, fíjese Ud., a 2 mil quinientas bombas atómicas como la que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima, en Japón.   Al revisar las acciones estratégicas desarrolladas por Estados Unidos y sus dóciles aliados de la OTAN, tras la desintegración de la Unión Soviética, podemos ver, fecha tras fecha y lugar tras lugar en la geografía planetaria, cómo para Washington el tema principal de su política internacional fue presionar las fronteras de Rusia, con bases militares y alianzas hostiles, atribuyéndole a Moscú unas supuestas intenciones malignas de invadir Europa y tratar de reconstruir una nueva Unión Soviética. Esa estrategia de hostilidad sostenida, obviamente, llevó a que Rusia tuviera que buscar un equilibrio mediante otras alianzas. De hecho, pese a que Rusia, absolutamente europea por geografía, cultura, tradiciones y raza, finalmente selló la poderosa y desafiante alianza con la China Siglo 21. A partir de esa alianza económica, tecnológica y militar, Rusia y China se complementaron en un extraordinario desarrollo de las ciencias aplicadas y de la investigación científica. Al mismo tiempo, otros países, desconfiados por la agresividad de Washington, procuraron adquirir tecnologías de fuentes no estadounidenses ni tampoco europeas. Rusia, de hecho, pasó en pocos años a ser el segundo proveedor mundial de plantas nucleares generadoras de electricidad. Y en sus ventas de armamento a países como Irán, Egipto, Turquía y, especialmente, la India, traspasó también los conocimientos técnicos relacionados con esas exportaciones. Gran parte del armamento proporcionado por Rusia, en aviones de combate, radares, sistemas misilísticos y barcos, implicó la instalación de usinas industriales en los países  clientes, como fue el caso de la India. En estos momentos, según los analistas de seguridad y estrategia de Estados Unidos y de la OTAN, la India ya cuenta con tecnología de origen ruso para producir un armamento  nuclear ultra sofisticado. Que incluiría la capacidad de producir la más devastadora bomba atómica jamás concebida. La llamada “Bomba Salada”, o “Bomba Mata Planetas”. Una bomba de hidrógeno y cobalto que podría matar de un solo impacto los 197 millones de habitantes de Paquistán.   A grandes rasgos, se trata de una bomba de hidrógeno, posiblemente de 50 megatones, encerrada en una gruesa coraza de varias toneladas de cobalto. Al detonarse la bomba de hidrógeno, la tremenda energía de la explosión provoca una fusión nuclear del cobalto, convirtiéndolo en  un isótopo radiactivo, el Cobalto 60. Este se evapora en una nube gigantesca, luego se condensa y finalmente cae a tierra como un polvo impalpable que mata todas las formas de vida en un área que puede extenderse por miles de kilómetros en torno del punto de la explosión. Según la publicación Veterans Today, de los ex combatientes de Estados Unidos, una sola bomba de cobalto que impactara en Washington DC, abarcaría en sus efectos letales hasta Canadá y México, envenenando el territorio durante al menos 50 años. Y un detalle adicional. Según el general Ahmad Pashá, ex jefe de los servicios de Inteligencia de Paquistán, en estos momentos tanto Israel como la India disponen de misiles intercontinentales capaces de alcanzar al territorio de Estados Unidos. Por supuesto, estas informaciones se suman a las del nuevo armamento ruso que incluiría submarinos drones, o sea sin tripulación humana, capaces de navegar a miles de metros de profundidad creando por delante un embudo de vacío en el agua, que le permite alcanzar velocidades de unos 300 kilómetros por hora. Estos submarinos robot serían los portadores de la llamada “Bomba del Juicio Final”.   Se entiende así por qué los militares de Estados Unidos no se sienten nada de entusiasmados por las estridencias amenazantes del gobierno de Donald Trump, contra Irán, contra Rusia y contra cualquiera otro país que se muestre poco dócil ante los intereses de Washington. De hecho, esta semana se dio a conocer una nueva encuesta de la EPW, sobre las opiniones del público general y de los veteranos ex combatientes, sobre las últimas guerras de Estados Unidos. Sobre la guerra de Irak, un 64% de los militares y un 62% del público general, declararon que fue una guerra inútil. Frente a eso, sólo un 33% de los militares y un 32% del público general consideraron que fue una guerra necesaria. Respecto de Afganistán, el 58% de militares y el 59% de civiles condenaron esa guerra, mientras que sólo un 38% de los militares y un 36% de los civiles, la aprobaron. Y respecto de Siria, el 55% de militares y 58% de los civiles condenaron esa guerra, mientras que sólo un 42% de los militares y un 36% de los civiles, la aprobaron. Es decir, tanto entre civiles como entre militares veteranos hay una mayoría absoluta de estadounidenses que desaprueban las guerras.   Confirmando esa visión mayoritaria de la nación estadounidense, el recién designado Comandante Jefe del Estado Mayor Conjunto, general Mark Milley, el viernes declaró enfáticamente ante el Congreso que, fíjese Ud., textualmente: “No aceptaré matonajes que traten de imponerme decisiones estúpidas”. Y luego el general Milley agregó que él y los demás altos mandos del Pentágono, incluyendo al comandante en jefe de los Marines, General Joseph Dunford, ya han presenciado muchas batallas y conocen bien los costos de la guerra. Y remató su declaración diciendo: “Hemos enterrado a tantos de nuestros soldados. El cementerio de Arlington está lleno de nuestros camaradas.” En otras palabras, los altos mandos del Pentágono enfatizaron que no aceptarán en silencio las decisiones antojadizas y que, por el contrario, dejarán muy en claro sus sinceras opiniones, advertencias y recomendaciones. Asimismo, el jueves pasado, la Cámara de Representantes aprobó una disposición que prohíbe al Presidente Trump atacar militarmente a Irán, y mantener su participación en la guerra contra Yemen. Ya antes, una decisión similar fue rechazada por la mayoría republicana en el Senado. Si nuevamente ahora el Senado se negara a aprobar la decisión de la Cámara, el proceso legislativo quedaría paralizado por completo hasta que ambas cámaras parlamentarias lleguen a un acuerdo.   La paralización del Congreso equivaldría de hecho a paralizar el gobierno. Por ello, demócratas y republicanos tendrán, forzosamente, que llegar a un acuerdo que, en cualquier caso, implicará reducir considerablemente las atribuciones del Presidente Trump para decidir acciones militares y otras importantes medidas de política exterior. De hecho, en estas semanas se definirá, en gran medida, la correlación de fuerzas para las elecciones del año próximo. Las encuestas siguen mostrando una ventaja clara de los candidatos demócratas frente a la candidatura de Donald Trump. Sin embargo, las divisiones internas de los demócratas están haciendo peligrar que esa mayoría pueda mantenerse. El principal candidato demócrata, Joseph Biden, ha perdido gran parte del apoyo inicial que tenía de las comunidades hispánicas y afroamericanas, mientras salen a luz sus contradicciones cuando fue vicepresidente de Barack Obama y participó en la expulsión de 3 millones de inmigrantes ilegales. Asimismo, la presidente de la Cámara, Nancy Pelosi, aparece metida en una pendencia extremadamente agria con las jóvenes representantes recién elegidas que encabeza la ya célebre Alexandria Ocasio-Cortez. Si esa odiosidad interna del Partido Demócrata no se resuelve recuperando la unidad, se daría una repetición de la situación de 2016, que hizo posible la victoria del Partido Republicano con Donald Trump. Se entiende así que súbitamente Trump se haya vuelto tan simpático y bonachón con Nancy Pelosi, y que ella a su vez haya bloqueado cualquiera iniciativa que apuntara a incoar un juicio político para destituir al Presidente. Así, pues, Donald Trump tiene sus razones para asegurar que, pese a las encuestas, él será reelegido para continuar con su estilo de gobierno.   Como fuere, Donald Trump puede contar con la misma carta ganadora que le dio el triunfo a Jair Bolsonaro, en Brasil. Una movilización enérgica de las organizaciones religiosas evangélicas más apegadas a la Biblia y convencidas de que es Dios mismo el que les diseña su estrategia política. De hecho, en la Casa Blanca, todos los miércoles por la mañana se reúnen diez o más miembros del gabinete de gobierno, incluso a veces con la presencia del mismo Donald Trump, para rezar junto al pastor y basquetbolista Ralph Drollinger, quien además les indica qué es lo que dice la Biblia respecto de los problemas políticos y estratégicos del momento. Oiga, participan de esas sesiones de doctrina política bíblica, entre otros, el Vicepresidente, Mike Pence, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, la Ministra de Educación, Betsy de Vos, el Ministro de Energía, Rick Perry y el Fiscal General, Jeff Sessions. El pastor Drollinger, convertido así en el guía espiritual del gobierno de Estados Unidos, aplica los preceptos que encuentra en la Biblia, y afirma que, de hecho, a las mujeres les está prohibido por las Santas Escrituras, tener liderazgo en las fuerzas armadas, en el matrimonio y en la religión.   Así, pues, debemos entender que la ferocidad guerrerista de Mike Pompeo y su anhelo de lanzar la guerra contra Irán, de mantener las masacres en la guerra del Yemen, y resucitar la guerra en Siria, corresponde a los mandatos de las Sagradas Escrituras, según los elige el pastor Drollinger. Bueno si Drollinger dice seguir directamente la opinión política de Dios, resulta legítimo preguntarnos... ¿A qué se parece ese Dios que manda matar niños y sostener una guerra interminable para favorecer a la industria armamentista? ¿Creerá el pastor Drollinger que Dios se parece a Donald Trump, o a Mike Pompeo?   Hasta la próxima, gente amiga. Como dicen en el campo, hay peligros a  lo divino, y peligros a lo humano. Como decía el filósofo Jenófanes, “si los caballos tuvieran manos, pintarían a sus dioses con cara de caballo”.
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