A partir del histórico referéndum griego, del domingo pasado, los hechos han venido desarrollándose tal como habíamos previsto en nuestras crónicas anteriores. En lo económico, ya el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional estuvieron conformes con la contrapropuesta griega que minimiza las medidas de austeridad contra la gente, aunque cede en cuanto a privatizaciones y aumento de impuestos, sobre todo a los más ricos.
El Congreso griego respaldó sin oposición la oferta del gobierno, que aparece como clave para dos puntos decisivos. Uno, la permanencia de Grecia en la Unión Europea, y, dos, la mantención de Grecia en la Eurozona. O sea, conservando el Euro como unidad monetaria.
Por cierto, los duros más duros en contra de Grecia, encabezados por los alemanes, siguen haciendo declaraciones amenazantes y sugiriendo nuevas exigencias antes de conceder el nuevo empréstito de 59 mil millones de euros que está pidiendo el gobierno ateniense, pero ya está claro que lo peor concluyó, aunque, para el gusto mayoritario del pueblo griego, habría sido mejor arriesgarse a pasar penurias en el corto plazo, a cambio de un progreso real en un plazo no tan largo.
Quizás el gran perdedor del lado griego haya sido el paladín Alexis Tsipras, al que muchos están considerando como un acobardado. Del lado europeo, los principales perdedores son los alemanes, que están teniendo que aceptar a regañadientes que se recorte o se condone una buena parte de la deuda griega.
Fuera de eso, también salieron a luz los escándalos sobre el falseamiento fraudulento de los datos económicos de Grecia, que fue en gran parte la causa de que se le concedieran préstamos enormes que no se necesitaban y que no se tradujeron en inversiones rentables para el país.
En relación a esos escándalos, no sólo aparece implicada la gigante financiera Goldman Sachs de Estados Unidos. Además se está perfilando la iniciación de demandas y querellas contra varios bancos, incluyendo nada menos que el Deutsche Bank, el Banco de Alemania, que aparecen como cómplices.
Justo en los momentos en que la atención de la prensa comenzaba a engolosinarse con el caso griego, allá al otro lado del mundo, en Shanghai, comenzó una debacle financiera que traía todos los ingredientes para cocinar una catástrofe económica mundial que podría llegar a ser incluso más grave que la crisis de 2008 en Estados Unidos.
Cuando se conocieron los primeros detalles, la llamada “prensa seria”, en menos que canta un gallo, perdió toda su seriedad. Alaridos de horror destacaban que en apenas dos semanas había reventado la burbuja de la gran economía china. Que las pérdidas por el derrumbe de la bolsa de comercio de Shanghai llegaban o quizás sobrepasaban los tres millones de millones de dólares. Esa cantidad que en castellano se dice tres BILLONES, y en inglés se le llama tres TRILLONES. Yo, para que se entienda bien, aunque sea más largo prefiero decir TRES MILLONES DE MILLONES de dólares.
O sea, en sólo dos semanas de derrumbe, los inversionistas habían perdido el equivalente a las ¾ partes de todo el producto interno bruto de Alemania. O sea, de todo lo que el país más rico y poderoso de Europa, Alemania, produce en un año entero.
De inmediato surgió un coro de economistas sesudos que auguraban el fin de la floreciente economía china, que de hecho ya había superado el producto interno bruto de Estados Unidos. Y por supuesto ya muchos imaginaron que la China se desplomaría como potencia mundial.
Más aún, cuando se supo que el gobierno chino había comenzado a tomar medidas de planificación para detener el desbarajuste, el coro de plañideros auguró que tales medidas iban a ser inútiles y que incluso podrían empeorar la situación.
Sin embargo, en menos de 48 horas las medidas políticas del gobierno chino no sólo detuvieron la caída de la bolsa. De hecho, al cierre del segundo día ya la caída se había revertido y hubo un alza del 5,7 % en la bolsa de Shanghai, un 3,7 % en la Shentzen, industrial, y un 4,5% en la bolsa de Hong Kong. Y las acciones de más de 400 de las grandes empresas que se transan en China continental, habían aumentado en un 10% de su valor, lo que es el máximo de incremento diario autorizado por el gobierno chino.
Lo que ni los economistas agoreros, ni sus amigos periodistas habían tomado en cuenta, era que todo aquel terremoto se producía sólo en el mundo de la especulación financiera, que tiene poquísimo que ver con el mundo de la riqueza concreta, aquello que llaman la economía real.
Comparar el breve terremoto especulativo en las bolsas de valores de China con la crisis económica de Estados Unidos, era un absurdo sin fundamento alguno. A lo largo de los últimos 25 años, China ha alcanzado invariablemente superávit en su comercio internacional, mientras que Estados Unidos ya estaba en déficit desde los años del gobierno de Ronald Reagan.
El año pasado, 2014, la balanza comercial de China dejó un superávit de 385 mil millones de dólares. En ese mismo período, Estados Unidos resultó con un déficit de 415 mil millones de dólares. Es decir, en el ejercicio de comercio internacional de 2014, China superó a Estados Unidos en 800 mil millones de dólares. Junto a eso, en ningún momento, a lo largo de los últimos 25 años, China ha necesitado recurrir a créditos para financiar el 100% de sus presupuestos anuales de gobierno. En cambio Estados Unidos, desde el año 2000, ha tenido que financiar su gobierno, invariablemente, mediante un endeudamiento año tras año que ya este año superó los 16 millones de millones de dólares.
El crecimiento económico de China, efectivamente ha disminuido su velocidad, sobre todo por efecto de la pérdida de capacidad de compra en los mercados mundiales. Todos los países, sin excepción, se han empobrecido en mayor o menor grado y eso se traduce en que pueden comprar menos productos. Es así que el año pasado el crecimiento de China fue sólo del 7%.
Pero frente a eso, y a pesar del enorme endeudamiento de Estados Unidos tratando de activar su economía con emisiones de dinero, el crecimiento que alcanzó fue un anémico 2%. Y este año, en abril, China alcanzó un superávit de 34.400 millones de dólares, que se incrementó aún más en el mes de mayo. En cambio en Estados Unidos hubo un déficit de algo más de 40 mil millones de dólares en abril, y de 41 mil millones de dólares más en mayo.
Y, oiga, estas son cifras oficiales, reconocidas por los gobiernos y por la banca internacional. El hecho concreto es que la gigantesca economía china puede agitarse con las tormentas de especulación financiera, pero en realidad esa agitación sólo es como la del oleaje para un transatlántico.
¿Por qué se produjo esa caída de la bolsa en China?... En realidad, se debió sobre todo a la codicia de los inversionistas que llegado el caso, fueron bastante incautos y no supieron calcular el índice de riesgo que ellos mismos estaban provocando.
La prosperidad de la economía china se había traducido en una gran afluencia de inversionistas que pujaban por comprar acciones de aquellas empresas chinas asombrosamente exitosas. Esa avidez de comprar naturalmente fue subiendo el precio de las acciones, y en el curso de un año, los precios de esos papeles transados se elevó, fíjese Ud., en un 150%.
Por supuesto la avidez de los inversionistas compradores estaba generando una burbuja gigantesca. Un inversionista que hubiera puesto un millón de dólares en febrero del año pasado, pasaba a tener en enero de este año, 2 millones y medio de dólares sólo por el alza de precio de las acciones que hubiese comprado.
Viendo esa prodigiosa generación de dinero por la simple posesión de las acciones, no sólo llegaron miles y miles de inversionistas de todo el mundo. Además, hubo una masa de alrededor de 400 mil ahorrantes chinos, que, sin tener ni la menor experiencia en especulaciones bursátiles, invirtieron sus ahorros en comprar acciones que, claro, seguían en alza, sin darse cuenta de que ya estaban muy peligrosamente sobrevaloradas. Incluso hubo muchas personas que contrajeron grandes deudas, hipotecando sus propiedades, a fin de reunir más dinero para invertir en la bolsa.
Pero, como en la vieja canción de La Copucha, la burbuja creció y creció hasta sobrepasar el límite, y reventó. Se había alcanzado el límite en que las acciones ya no pueden seguir aumentando su precio, que ya llega a superar en exceso el valor real de las empresas y de su capacidad de venta de productos en los mercados mundiales. Y cuando ya no pudieron subir más de precio, los inversionistas dejaron de obtener utilidades bursátiles. Así, para recuperar su dinero, comenzaron a vender las acciones compradas, y por la majadera ley de la oferta y la demanda, los precios de esas acciones comenzaron a bajar. Pronto tuvieron que venderlas a menos dinero del que habían pagado para comprarlas. Y mientras más bajaban, más se asustaba la gente y más trataban de vender cuanto antes sus acciones.
En una estampida de incautos y codiciosos inversionistas, el huracán de ventas provocó aquella caída en que el conjunto de aquella gente llegó a perder un total cercano a los 4 millones de millones de dólares, en sólo 17 días.
El desastre se detuvo cuando el gobierno ordenó a los bancos suavizar y reprogramar el pago de préstamos a los inversionistas. Además emitió estímulos tributarios, rebajando impuestos a las empresas que compraran sus propias acciones, y realizó también un veloz seguimiento policial a los especuladores llamados “bajistas”, ésos que adquieren a consignación acciones y luego las lanzan a una venta rápida que las hacen perder valor. Entonces vuelven a comprarlas a sólo una fracción del precio inicial. Devuelven entonces las acciones recompradas a bajísimo precio, y se embolsan la diferencia que pueden ser millones y millones de dólares. Y, oiga, cuando en la China lo pillan a uno perpetrando crímenes financieros y especulativos… los castigos pueden ser aterradores.
Por supuesto, la experiencia aterradora que tuvieron los inversionistas incautos, tuvo un potente efecto educativo sobre la masa de ahorrantes chinos. Esos millones de personas de clase media, que confían en la protección básica del estado sobre sus ahorros, pero también desean aumentar sus ganancias. Se estima que en estos momentos los ahorrantes chinos, en conjunto, disponen de un capital desmesuradamente enorme. Nada menos que 21 millones de millones de dólares.
El gobierno, cautelosamente, ha impuesto límites estrictos a la canalización de ese dinero de los ahorrantes, hacia las bolsas de comercio de China, precisamente para evitar la aparición de esas burbujas desastrosas, como la de los últimos días. Entonces, se perfila que, bajo la mirada vigilante del gobierno, ese capital inmenso comenzará a ser invertido fuera del territorio de la China. Los pequeños inversionistas de la enriquecida clase media china irán adquiriendo más y más participación en las economías de todo el resto del mundo. No sólo en los países ricos y supuestamente seguros, como los europeos, sino también en los países emergentes que necesitan inversión internacional.
De hecho, por ejemplo, la inversión de 50 mil millones de dólares en Nicaragua, para la construcción del Canal Interoceánico, que en el hecho cambiará por completo la hasta ahora diminuta economía de aquel país centroamericano considerado el más pobre de toda la región. Y, por supuesto, ello, para Estados Unidos, se proyecta como una amenaza que se agiganta. La semana pasada, el precandidato presidencial republicano Jeb Bush escandalizó al gobierno declarando que Estados Unidos necesita urgentemente que los norteamericanos trabajen más, para elevar la producción y acceder competitivamente a los mercados mundiales.
La demócrata Hillary Clinton se enfureció, pues entendió que con ello Jeb Bush estaba acusando de flojos a los trabajadores estadounidenses. Pero Jeb Bush le respondió con una cortesía bastante cruel, explicándole, en términos más bien paternales, que no se trata de flojera, sino de que un porcentaje enorme de los trabajadores se están desempeñando en trabajitos part time, porque se ha fracasado en las promesas de crear nuevos puestos de trabajo a horario completo y con un buen nivel de ingresos. Es decir, los trabajadores estadounidenses trabajan poco no por flojera sino porque no se les ofrece más trabajo.
En realidad, para la mayoría de los analistas económicos y políticos, dentro de Estados Unidos, la crisis de 2008 no sólo sigue sin ser superada. Además se espera con temor que haya una recaída aún peor, muchísimo peor. Las cifras que llegan a los medios noticiosos, incluso los más fieles al gobierno, no aportan nada de optimismo. De hecho, por ejemplo, provocó horror y rabia la decisión del alto mando de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, de suspender por completo las inversiones programadas para el súper avión de combate F-35, que optaba a ser imbatible, y que le ha costado al país ya más de 400 mil millones de dólares, y sigue fracasando en las pruebas de eficiencia mecánica y capacidad de combate.
O sea, esos cientos de miles de millones de dólares, al menos por ahora, simplemente se están dando por perdidos. Y por perdido se da también el prestigio de la tecnología aérea estadounidense, frente a países como Australia, Japón e Israel, que habían resuelto comprar varios cientos de esos aviones.
En tanto, el supuesto aislamiento de Rusia a través de las sanciones impuestas por Estados Unidos y sus aliados, parecen finalmente haber fortalecido mucho más a Rusia y al bloque de BRICS. Pese al impacto de las sanciones, Rusia dispone en estos momentos de reservas internacionales en dólares, en efectivo, por 360 mil millones de dólares y el propio presidente Vladimir Putin señaló que obviamente Rusia está en condiciones de ayudar a los países amigos que lo necesiten y lo soliciten.
Y como un detalle adicional del cambio de circunstancias, el gobierno de Arabia Saudita confirmó que está invirtiendo 10 mil millones de dólares en dos proyectos industriales en Rusia. Es decir, para Arabia Saudita las sanciones anti rusas no tienen más efecto que los ladridos de un perro amenazante.
Así, las versiones informativas que están entregando los medios de prensa de las transnacionales y los funcionarios de los gobiernos del llamado “bloque occidental”, aparecen chocando frontalmente con otra realidad de la que no se habla, pero que es imposible de negar.
Se trata, quizás de una “paradoja”, o sea, una realidad que contiene versiones aparentemente contradictorias, que desafían a la lógica simple y por ello exigen el descubrimiento de otros factores que eliminan la aparente contradicción. Por ejemplo, el caso de una acción militar cuya oportunidad puede permitir evitar que haya una guerra mucho mayor.
Pero, ¿realmente estamos frente a próceres tan inteligentes como para permitirse encarar una realidad paradojal?... El historiador Arnold Toynbee comentaba que, viendo el curso de la política, las guerras y los sufrimientos de Europa a lo largo de los últimos dos siglos, uno se queda con la impresión de que los europeos son tan estúpidos que no dejan error sin cometer una vez y otra vez.
Bueno, también el célebre primer ministro de Francia, Georges Clemenceau, afirmó que la guerra es un asunto tan serio y tan complejo, que no se la puede dejar en manos de los militares.
¿Son paradojas o son simples contradicciones necias las que estamos presenciando?
Está claro que los fenómenos de nuestra harapienta y venenosa civilización, están evolucionando por su cuenta, más allá del entendimiento de las cúpulas políticas, y más allá también de la comprensión de una base social que parece aturdida por el estruendo consumista. Pero, en este carnaval generalizado, ¿cómo podemos entender, por ejemplo, el surgimiento inesperado de un líder espiritual como es el papa católico Francisco? No es fácil prever qué aporte está haciendo ya ese papa argentino, de formación jesuita, y valiente como nadie se lo esperaba.
¡Hasta la próxima, amigos! Cuídense, es necesario. Hay peligro….
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