Por Ruperto Concha/resumen.cl
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La semana pasada mencioné una impactante investigación sobre modelos de guerra moderna, basados en un supuesto enfrentamiento entre la OTAN y la Federación Rusa. Aquella investigación empleó los más avanzados modelos de inteligencia artificial, cargados con la data más confiable aportada por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, los demás miembros de la OTAN y sus aliados del resto del mundo.
A cargo de esa investigación y sus experimentos en los llamados “juegos de guerra”, estuvo la poderosísima Organización RAND, institución con sedes en California y Washington, que es considerada como la principal formadora de estrategias militares de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
Pues bien, el resultado de esa investigación, siguiendo diversos modelos de situaciones de guerra, señaló, categóricamente, que en una guerra entre la OTAN y RUSIA, que se desarrollara en Europa, fíjese bien, Rusia obtendría una victoria fulgurante y velocísima, en no más de 36 horas.
Al cabo de ello, la Federación Rusa podría incluso tomar posesión de la totalidad de los países bálticos.
A partir de ese informe, los altos mandos de la OTAN presentaron a los gobiernos de Washington y Bruselas la necesidad imperiosa de reforzar al máximo las fuerzas militares destacadas en Europa, principalmente en los países bálticos, más Polonia, tratando con ello de alcanzar una capacidad de combate con armas convencionales, para al menos equiparar el poderío actual de las fuerzas militares rusas.
Ciertamente, los altos mandos de la OTAN piensan que esa abrumadora derrota europea no implicaría necesariamente perder la guerra. Para sus especializados cerebros militares, después de esa victoria le tocaría a Rusia pagarlo muy caro. Vendría un contraataque que se centraría en las posiciones territoriales de Rusia en Europa, como Kaliningrado, Transnistria y Crimea. Piensan que la OTAN de todos modos mantendría una abrumadora superioridad naval y también en sus bombardeos estratégicos y con misiles de largo alcance.
Según esas suposiciones, Rusia, aunque ganara en el frente de batalla, sufriría pérdidas desastrosas en otros frentes, lo suficiente para desalentar a Moscú de continuar la guerra.
Pero eso es lo que piensan los generales de la OTAN, no es precisamente lo que la organización RAND ha sacado por conclusión.
De hecho, los altos mandos de Estados Unidos admiten que la supuesta superioridad aérea y naval de Occidente, en gran parte se basa en puras suposiciones, y que, de hecho, el poderío actual de la aviación y la marina de Rusia sigue siendo en gran parte un secreto muy poco conocido para el espionaje occidental.
El propio Ministro de Defensa británico, Michael Fallon, admitió que la marina rusa ya se ha dotado de una nueva generación de submarinos furtivos, prácticamente indetectables, capaces de navegar a gran profundidad a una velocidad de casi 50 kilómetros por hora, y armados con decenas de misiles livianos, también furtivos, de velocidad supersónica, que pueden llevar cabezas nucleares en un rango desde 750 kilotones hasta un megatón y medio.
O sea, bombas atómicas 300 y 600 veces más potentes que las que lanzó Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki.
Sobre esa base el gobierno británico se ha propuesto modernizar su arsenal nuclear con la esperanza de que sus propias bombas atómicas puedan ser suficientes para desalentar un ataque que supuestamente pudiera lanzar Rusia.
Con ello, claramente, se evidencia que la OTAN sigue pegada a su estrategia de la Guerra Fría contra la Unión Soviética, que, en síntesis, consistía en exhibir suficiente poderío nuclear para desalentar a Rusia, mientras que, ante adversarios débiles, puede seguir empleando la fuerza militar convencional, como se está haciendo ahora en Siria, en Libia y en Yemen.
Sin embargo, ¿será posible articular una estrategia tan anticuada como esa, para resolver los desafíos militares de este momento, y los que parecen a punto de estallar?
En realidad, la estrategia supuestamente defensiva de la OTAN trata de justificarse con el mito de la agresividad de Rusia ante la Unión Europea. En realidad, Rusia ha mantenido una política extraordinariamente pasiva ante la muy concreta agresividad de la OTAN.
Ya durante el gobierno de Bill Clinton, Estados Unidos planteó ante el mundo la famosa doctrina del Siglo Americano, una doctrina basada en las tesis del Fin de la Historia y el Destino Imperial de Estados Unidos, que debía alzarse como la potencia rectora capaz de imponer orden y dictar normas sobre todas las demás naciones…
De hecho, fueron principalmente dos teóricos judíos, con nacionalidad israelí-estadounidense, quienes elaboraron las fórmulas con pretensiones filosóficas para aplicar el poder sobre el resto del mundo.
Primero fue el concepto del excepcionalismo de Estados Unidos, como una versión americanizada de la calidad de “pueblo elegido” por Dios, por encima de los demás pueblos.
Luego, el concepto de la Guerra Preventiva, siguiendo el mismo esquema de la Guerra de 1967, que Israel justificó porque los servicios de inteligencia habían detectado que los países árabes estaban preparándose para lanzar un ataque contra Israel.
Por supuesto eso implica considerar legítima una agresión contra otras naciones cada vez que el espionaje lo aconseje.
En tercer lugar, el propio Barack Obama hizo declaración de la llamada “doctrina consecuencialista”, según la cual sería legítimo, por ejemplo, pactar alianzas incluso con los tiranos más sanguinarios, si con ello, más adelante, se alcanzan los altos propósitos de libertad y neoliberalismo para todos.
Por cierto ese “consecuencialismo” no es más que la fórmula renacentista de Niccolo Macchiavelli, de que “el fin justifica los medios”. Incluso el propio y célebre primer ministro británico Winston Churchill había aplicado esa misma idea para justificar la alianza con la Unión Soviética para enfrentar al Eje durante la Segunda Guerra Mundial.
En esa ocasión, Churchill dijo: “Si tuviéramos que aliarnos con Satanás, tendríamos que resignarnos a no hablar mal del infierno”. ¿Qué tal consecuencialismo?
En realidad, son muchas las voces que, desde la propia cúpula militar de Estados Unidos, denuncian que Occidente, en manos de gobiernos de políticos ineptos, han fracasado en la necesidad de diseñar una estrategia real, eficiente y capaz de dosificar las fuerzas disponibles para maniobrar con éxito incluso cuando no es posible una victoria en el campo de batalla.
Por otra parte, son cada vez más los líderes políticos que cuestionan sobre qué fundamento Estados Unidos se siente obligado actuar como si fuera el sheriff o el capataz de las naciones del mundo. En estos momentos, el principal líder del Partido Republicano, Donald Trump, preguntó francamente en uno de los debates por televisión, fíjese Ud., dijo: “¿Qué gana Estados Unidos con esta política confrontacional contra Rusia?”
Y bueno, en estos momentos resulta claro que Estados Unidos aparece como atrapado en un laberinto de maniobras contradictorias tanto en su Guerra contra el Terrorismo, como en su intento de reordenamiento político en el Oriente Medio.
Cuando miramos los arranques militares del turco Tadyip Erdogán en contra de la nación kurda y con la obsesión de derrocar al presidente sirio Basher Assad, nos parece que Erdogán fuera finalmente un personaje como de opereta, un guerrero de pacotilla. Pero, oiga, ocurre que Turquía tiene el segundo ejército más grande de la OTAN, y que además dispone de un arsenal de cerca de 20 bombas atómicas que le proporcionó Estados Unidos.
En estos momentos, Turquía mantiene en pie de guerra una fuerza estimada en 250 mil hombres, dotados de batallones de tanques, artillería pesada y baterías de misiles, a menos de 20 kilómetros de la frontera con Siria.
Supuestamente, Arabia Saudita estaría dispuesta a sumar a esas fuerzas alrededor de otros 300 mil hombres más, con el propósito explícito, de invadir a Siria y derrocar al presidente Assad.
Es obvio que ni Turquía ni Arabia Saudita se atreverían a lanzar una invasión contra Siria, sin el consentimiento de Estados Unidos. Erdogán sabe muy bien que si sus aviones F-16 penetraran al espacio aéreo de Siria, serían pulverizados por la aviación rusa.
De allí que, en medio de grandes anuncios y desplazamiento de tropas y tanques, Turquía ha tenido que conformarse con hacer disparos de artillería, a través de la frontera, contra las aldeas liberadas por el ejército leal de Siria y los aguerridos militantes kurdos.
De hecho, incluso el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, entidad con sede en Gran Bretaña y furiosamente contraria a Assad, ahora, sin embargo, tuvo que reconocer que las ciudades en torno de Aleppo, en el Norte de Siria, recibieron jubilosamente al ejército y a los kurdos, que los habían librado de la ocupación por parte de los terroristas del Daesh Islámico y Al Nusra.
Después del atentado terrorista en Ankara, Turquía, contra un convoy militar, que dejó un saldo de 28 muertos, y que de inmediato el gobierno turco le atribuyó a los kurdos, Tadyip Erdogán requirió a Washington que suspendiera su apoyo a los combatientes kurdos contra el Daesh.
Pero Barack Obama reiteró que no existen pruebas fehacientes de que aquel atentado haya sido obra de los kurdos, y que sin duda los combatientes kurdos han sido la fuerza más eficaz y confiable en la lucha contra el Daesh.
Igualmente, Erdogán había anunciado que requiriría el apoyo de todas las fuerzas de la OTAN, en caso de entrar en guerra con Rusia. Sin embargo, se le respondió, bastante secamente, que el artículo 5° de la constitución de la OTAN obliga la participación de todos los países aliados en defensa de cualquier país miembro que sea atacado.
Pero, como lo destacó claramente el Ministro de Defensa de Austria, en el caso de Turquía, ese apoyo militar se daría únicamente si fuese Rusia la que invadiera a Turquía, y no si es Turquía el país invasor y agresor.
Así, pues, Estados Unidos se encuentra en situación de antagonismo con los que han sido aliados importantísimos, Turquía y Arabia Saudita, y esos aliados a su vez aparecen en favor de los terroristas de Al Qaeda, Al Nusra y el Daesh Islámico, que supuestamente son enemigos de Estados Unidos.
Pareciera que, al menos por ahora, las acciones apuntan en realidad a seguir anunciando y postergando negociaciones de paz para Siria, chuteando el desenlace hacia un futuro indefinido.
Y en tanto, Estados Unidos enfrenta tensiones crecientes en el Frente Oriental, donde China, imperturbable, ha seguido consolidado sus posiciones y bases en los islotes en disputa en el que justamente se llama el Mar de la China.
También allí, Estados Unidos se atrevió a acusar a China de estar militarizando aquella zona del Pacífico. Oiga… ¡es Estados Unidos el que durante décadas ha ido aumentando su presencia militar, con formidables bases en Okinawa, Guam y Filipinas, y con una flota que incluye portaviones y centenares de aviones de combate.
Como sea, ya el alto mando de la marina de Estados Unidos ha reconocido que las baterías de misiles instaladas por China en la isla Wood, a corta distancia de la isla de Yunán, principal base de submarinos de China, constituyen un armamento extremadamente peligroso, con misiles de cabeza múltiple que cubren el espacio aéreo hasta 12 mil metros de altura y con un alcance horizontal de 130 kilómetros.
Estados Unidos ha reconocido que el progreso tecnológico de las fuerzas armadas tanto de China como de Rusia, ya no es inferior a la tecnología avanzada norteamericana. Incluso ya se admitió que los radares de China y Rusia han sido rediseñados para detectar a los aviones furtivos supuestamente invisibles, como los F-22 que son el avión más poderoso que tiene Estados Unidos.
Es decir, si la OTAN está rumiando su capacidad de enfrentarse en una guerra convencional con Rusia, la perspectiva de una guerra convencional en la que Rusia y China aparecen unidas en una alianza adversaria… bueno, eso es desalentador para el triunfalismo occidental.
Esta semana, en la Cumbre de la ASEAN, que reúne a las naciones del Sudeste Asiático, el Presidente Barack Obama intentó generar una instancia de desafío y hostilidad generalizada contra China.
Y no le fue bien. Todos los países involucrados, incluyendo Filipinas, Vietnam, Malasia, Taiwán y Corea del Sur, mencionaron muy cortésmente su voluntad de negociar con China sobre esas materias. Pero ninguna se mostró dispuesta a formular amenazas o hacer acusaciones desdorosas en contra de China.
Sí, pues, la gente de allá en realidad no quiere guerra.
Así, nos encontramos con que ya existe una coalición real, opuesta a la hegemonía neoliberal que encabeza Estados Unidos con su doctrina imperial. Es una coalición encabezada por la Federación de Rusia y la China, que ya en términos reales se extiende a lo ancho de ese gigantesco territorio de Asia, y que incluye a Mongolia a las naciones asiáticas y caucásicas que fueron parte de la Unión Soviética, a la que ahora se suman Irán, Belarus, Transnistria y, muy discretamente, también Pakistán.
Esa es una alianza que Occidente ya no podría someter en una guerra convencional. Si prevalece un nivel aunque sea mínimo de sentido común, es previsible que el mundo retome, al menos por un tiempo, una polarización de Guerra Fría.
Esa no es una mala instancia, sobre todo ahora que la economía mundial está transformándose veloz y caóticamente, y que hasta los más enconados enemigos terminan por darse cuenta de que se necesitan mutuamente.
Pero, si no prevalece el sentido común, es inevitable que una guerra que comience en forma convencional, por ejemplo, de Turquía y Arabia Saudita contra Rusia e Irán, terminará derivando a una guerra con armas nucleares.
Fíjese que tanto Estados Unidos y la OTAN, como Rusia y China, tienen inconfesados arsenales en órbita. No sólo en satélites para observación y guía de naves y misiles. No, además existen indicios muy fuertes de que esas potencias disponen de bombas nucleares diseñadas para explotar a gran altura y producir devastadoras descargas electromagnéticas, pulsos electromagnéticos capaces de aniquilar las redes de electricidad y la totalidad de los aparatos electrónicos que no se encuentren blindados por una jaula de Faraday.
Es decir, ataques con pulsaciones electromagnéticas que en cuestión de segundos inutilizan prácticamente toda la tecnología en miles y miles de kilómetros de superficie terrestre. Una guerra de esas bombas nucleares de pulso electromagnético simplemente paralizaría al planeta entero.
La interrupción de la energía eléctrica paralizaría la electricidad de los motores a bencina y petróleo, las comunicaciones, el aparataje electrónico de los hospitales... La iluminación volvería a depender de lamparitas de aceite y velas de cebo o cera.
¿Se da cuenta Ud. de lo que ocurriría en la red de distribución de alimentos, sin vehículos de carga, ni frigoríficos ni comunicaciones?
¿Se imagina Ud. qué ocurriría en las ciudades donde cientos de miles de personas se encontrarían sin ninguna posibilidad de abastecimiento, y donde casi de inmediato saldrían turbas a las calles dispuestas a conseguir algo, cualquier cosa, a cualquier precio, y de cualquier manera?
Y eso, amigos, es sólo el aspecto más benigno de una guerra nuclear. Ahora, si comenzaran a caer misiles atómicos sobre la tierra, de partida la polución de las explosiones bloquearía el paso de la luz solar en nuestra atmósfera, caería una noche interminable y comenzaría un invierno nuclear que podría durar meses o años.
Las explosiones atómicas además destruirían la capa de ozono, y los rayos ultravioleta podrían exterminar a la mayor parte de los seres vivos de los océanos.
Oiga, y eso lo saben perfectamente bien aquellos gobernantes que, ávidos de poder, se sienten ingeniosos, astutos. Imbécilmente astutos.
Y en cuanto a nosotros, ¿vamos a seguir fingiendo que no hay nada que hacer?
¿Es que estamos sonámbulos?
¡Hasta la próxima, amigos! Cuídense, es necesario, Ud. lo ve, hay un peligro que cunde porque lo dejamos cundir.
Caricatura: Cartoonist kaniwar