PARTE 1
PARTE 2
Con la fervorosa emoción con que se celebra un gol de la Selección, el miércoles pasado los medios festejaron en coro que Chile había sido calificado como el país menos corrupto de América Latina... Bueno, un primer lugar compartido con Uruguay.
Pero cuando hacemos una lectura más detenida sobre esas estupendas buenas notas que nos pusieron los de Trasparencia Internacional, nos surgen muchas dudas. Por un lado, nos resultan dudosos los fundamentos de tales calificaciones. Por otro, nos resulta muy sospechosa la distribución de buenas y malas notas a los 174 países enrolados en esa lista.
En tercer lugar, nos damos cuenta de que no tendríamos por qué darle tanta importancia a una entidad privada vinculada claramente a un paradigma económico y político, cuyo estilo publicitario se expresa de partida cuando dice “transparencia” en vez de decir “corrupción”. Es como cuando los periodistas sensibleros usan la palabra “error” cuando debieran decir “crimen”.
Y en cuarto lugar, lo más importante: ¿De qué corrupción se está hablando?...
Es interesante comparar las notas del año pasado con las de ahora. El año pasado, Bolivia empataba con Argentina en el puesto 106. Ahora, Bolivia subió al puesto 103 y Argentina bajó al puesto 107, quizás por su fea actitud de rechazar los fondos buitre. Y, al otro lado, Estados Unidos empataba con Uruguay en el puesto 19, pero ahora a Estados Unidos lo muestran más purificado y transparente, por lo que lo ascendieron al puesto 17 del ranking, mientras que Uruguay, reincidente en su fea inclinación izquierdista, lo rebajaron dos peldaños, al lugar 21, empatando con Chile.
Ya lo decían los romanos. ¿no?: La mujer del César no sólo debe ser honesta. Además, tiene que parecer honesta. Y, a la luz de los pareceres, el ranking de Transparencia Internacional no “parece” muy honesto. En realidad resulta bastante claro que las malas notas se concentran en aquellas naciones que le estorban en su camino geopolítico a esa suerte de “sociedad en comandita por acciones” que encabeza Estados Unidos.
De hecho, incluso en Estados Unidos los comentarios en twitters y en las redes sociales se muestran asombrados de que se pretenda que aquel país, ya célebre por su espionaje, su secretismo feroz y el accionar brutal de su policía, merezca este año mejor calificación que el año pasado.
Y hasta parece una maligna coincidencia que justo en estos momentos la presidencia de Estados Unidos esté desesperadamente tratando de impedir que el Congreso dé a conocer públicamente el informe sobre las cárceles clandestinas y las torturas perpetradas por Washington directamente o a través de gobiernos sumisos entre los cuáles se contaron Polonia, Gran Bretaña y también la Libia de Khadaffi.
En realidad, ese ranking de Transparencia Internacional no tiene valor alguno cuando se trata de conocer y apreciar los procesos que están viviendo las naciones en este momento al filo de cambios trascendentales.
Por su propia definición, Transparencia Internacional es un Organismo no Gubernamental, una ONG privada, cuyo propósito explícito es, fíjese bien, “promover medidas en contra de los crímenes corporativos y la corrupción política, en el ámbito internacional”.
Según describe el blog Deustche Welle, del gobierno alemán, el producto de esa ONG es el Índice de Percepción de la Corrupción, que emite anualmente. Es este listado que muchísimos gobiernos acogen como si fuese un informe científico sustancial o una bendición pontifical.
¿Cómo se genera ese ranking, esa calificación de mayor o menor corrupción que es el Índice de Percepción de la Corrupción?... Según la misma Deustche Welle, Transparencia Internacional compone su listado combinando lo que llama “encuestas y evaluaciones” sobre corrupción, efectuadas por lo que llama “diversas instituciones de prestigio”.
No se explica en qué consiste ese “prestigio” de aquellas instituciones que tienen el privilegio de hacer la evaluación. No me parece que entre ellas se cuente, por ejemplo, el Colegio de Profesores de Chile, o el Colegio Médico, o las principales organizaciones sindicales. Y en lo referente a encuestas… ¿lo ha contactado a Ud. alguna vez un encuestador de Transparencia Internacional?
En fin, la misma fuente admite que la corrupción comprende actividades ilícitas que obviamente se ocultan en forma deliberada, y únicamente se conocen en concreto a través de los llamados “escándalos”, las investigaciones y los fallos judiciales, si es que los hay.
Se admite que no existe un modo genuino de evaluar los niveles absolutos de corrupción de países sobre una base de datos puramente empíricos.
Es una manera elegante de confesar que la calificación se hace a partir de apreciaciones al ojímetro que hacen aquellos que esa O NG considera “instituciones de prestigio”.
Sea como fuere, la misma Deustche Welle observa que, según ese ranking, ningún país alcanza un logro cabal de transparencia administrativa y ausencia de corrupción. Dinamarca, que está en primerísimo lugar, le falta un 8%.
Pero eso no es ninguna invitación a una postura de estar más o menos empatados. Creer que todos somos corrompidos en mayor o menos grado, y que por lo tanto… bueno… la corrupción está en la condición humana. Como en el tango Cambalache, decir que “vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos”.
Recientemente, diversas disciplinas científicas han intentado profundizar en busca de las causas y las formas de ese “merengue manoseado” y pegajoso que llamamos corrupción.
El Diccionario de la Real Academia dice que corrupción es el acto y el efecto de corromper. Y Corromper es alterar, trastrocar la forma de una cosa. Echar a perder, depravar, dañar, podrir. Sobornar o cohechar a un juez u otra autoridad, estragar, viciar, pervertir.
Es una palabra muy fuerte, ¿verdad? Muchísimo más fuerte que decir sinvergüenza o bribón. Porque viga podrida, cimiento corroído o espíritu corrupto implican destrucción y derrumbe de las formas que componen la arquitectura de la condición humana. Persona, casa, comarca. Al perder ese diseño psíquico o espiritual, pasamos a ser menos que un ser humano.
El economista y sociólogo español Santiago Niño Becerra piensa que eso de la transparencia se trata de una moda, de vestiduras o disfraces. Y considera que el aparatoso escándalo de sanciones, por ejemplo, contra los bancos que pillaron manipulado fraudulentamente el mercado de monedas, no va más allá que poner caritas de santos y aplicar un castiguito que no llega ni al 1 por mil de lo que esos bancos garnacharon ilícitamente.
El economista señala que es inimaginable que nadie, ningún gobierno, ninguna institución fiscalizadora, haya logrado percatarse de los manejos de esos bancos mafiosos no en un momento dado, sino en forma permanente, durante cinco años seguidos, desde junio de 2008, o antes, hasta octubre de 2013.
Y entre esos bancos delincuentes se cuenta nada menos que el Royal Bank of Scotia, que es propiedad directamente del gobierno británico, en un 80%. Es decir, para Niño Becerra, si no se descubrió el fraude ni siquiera contando con toda la tecnología disponible, fue simplemente porque nadie quería descubrirlo. Es decir, porque todos eran de alguna manera cómplices en esa corrupción de decenas de miles de millones de euros.
Y completando el cuadro de corrupta hipocresía de la cúpula de la Unión Europea, está el caso ya bien conocido de Jean Claude Juncker, mientras era jefe del gobierno de Luxemburgo, quien fue artífice de un contubernio político-judicial que puso al servicio de las transnacionales de todo el mundo, a fin evadir impuestos, en perjuicio directo de los propios países de la Unión Europea.
El entramado leguleyo-administrativo restó sumas gigantescas, presumiblemente decenas de miles de millones de dólares, a los gobiernos de Europa y otras naciones, y, claro está, el propio Juncker obtuvo ganancias personales incalculables y desconocidas.
Pues bien, el señor Juncker, militante del partido socialcristiano o “partido popular”, fue elegido presidente de la Comisión Europea, o sea, jefe del ejecutivo de Europa, apoyado furiosamente por la alemana Angela Merkel quien, por supuesto, conocía las manipulaciones efectuadas en Luxemburgo, que a Alemania directamente pueden haberle hecho perder más de 50 mil millones de euros.
A pesar de haber obtenido sólo una débil mayoría relativa, se forzó la aprobación de Juncker en el Parlamento Europeo. Finalmente todo el sucio escándalo quedó al descubierto y el propio Juncker tuvo que reconocer su participación.
Pero no por ello perdió el respaldo de los demócrata y socialcristianos, que bloquearon por completo cualquiera posibilidad de que ese individuo fuese sometido a juicio político, y destituido del mando supremo de la Unión Europea. O sea, inmunidad total para el señor Juncker.
¿Se fija Ud.? Lejos más importante que las inmensas fortunas en euros rapiñadas con triquiñuelas, lejos más dañino que eso, ha sido la corrupción implícita de la cúpula en pleno de la Unión Europea, y convertir en palabrería hueca el discurso político de Occidente.
Inmediatamente se hizo sentir la primera reacción dura de la ciudadanía alemana, y en las elecciones regionales de Turingia, la semana pasada, por primera vez, un candidato procedente del Partido Comunista ganó por amplia mayoría, desbancando a los socialcristianos por primera vez desde la caída del muro del Berlín. Se trata del líder de la izquierda alemana, Bodo Ramelow, quien obtuvo mayoría absoluta.
Pero, en fin, todo eso es básicamente corrupción económica y política. Fíjese que, como haciendo un eco festivo de país menos corrupto en América Latina, el viernes pasado el empleado público Andrés Rebolledo, encargado de las relaciones económicas internacionales de Chile, anunció en tono felizcote que ya está todo casi casi listo para que se ponga en marcha el famoso TPP, la Asociación Trans Pacífica, elaborada por Estados Unidos, en términos secretos para la gente común, como Ud. y yo.
Según el empleado Rebolledo, el Tratado quedaría aprobado por los 12 países integrantes en unos tres meses más, ya que Estados Unidos está presionando con mucha fuerza para que se ponga en marcha. Oiga, pero no era que Chile es el país más transparente de América Latina?
Los otros latinoamericanos del Tratado del Tras Pacífico aparecen manchados de corrupción. Perú está por allá abajo, en el puesto 85. Colombia está más abajo todavía, en el puesto 92, y México en el 103. No es raro que gobiernos con tan malas notas acepten comprometer a su patria en tratados cuyo contenido se hizo a escondidas. Pero aquí, en Chile, ¿cómo puede ser eso?... ¿Qué podrían explicarnos al menos esos diputados jóvenes, del puñadito que encabeza Camila Vallejos?
¿O será que en realidad somos menos transparentes y más corrompidos, y hasta conseguimos hacer lesos a esos caballeros de Transparencia Internacional?
Como sea, en Estados Unidos ya hay varios miles de indignados que están anunciando que para mañana lunes van a darle una bienvenida muy, muy entusiasta a los delegados de Chile y sus socios peruanos, colombianos y mexicanos. Se proponen sentarse frente al edificio gubernamental de la reunión, bloqueándoles el paso y gritándoles “¡Acaben con el secretismo, atrévanse a dar la cara, díganle a la gente qué es lo que ese tratado se trae escondido!
Van a llegar, por supuesto, los gentiles policías, romperán varias cabezas, se llevarán a muchos detenidos, y los delegados chilenos podrán finalmente pasar elegantemente con sus socios a conversar con el negociador de Washington, amigablemente y, claro, en un cómodo secreto.
Aquí en Chile no nos enteramos mucho de los muchos episodios que demuestran hasta qué extremo se está llegando en la corrupción, la desintegración del fundamento ético, y de las costumbres. Cómo, por ejemplo, un vicealmirante de la marina de Estados Unidos, uno de los máximos responsables de los arsenales nucleares de su país, ha sido destituido y sometido a juicio por ladrón, estafador, y mórbidamente adicto al juego.
Se trata del vicealmirante Timothy Giardina, quien, entre otras cosas, llegó a mandarse a hacer fichas falsas de 500 dólares, para apostarlas en casinos de juego. Oiga, ese hombre era la segunda máxima autoridad del arsenal atómico de Estados Unidos.
En Hungría, el parlamento está elaborando un proyecto de ley para aplicar en forma obligatoria y aleatoria tests que detecten consumo de alcohol y de drogas, a todos los estudiantes entre 12 y 18 años. Y oiga, el mismo test de drogas y alcohol se va a aplicar también a todas las autoridades elegidas por votación, y a todos los periodistas. ¿Qué tal?
Según el portavoz del legislativo, se trata de hacer pruebas inesperadas, en forma aleatoria, a fin de proteger, primero, a los más vulnerables, jóvenes y niños estudiantes, pero también a fin de controlar a aquellos que tienen la misión de tomar decisiones, las autoridades elegidas, y a los que manejan o conducen la opinión pública, o sea, los periodistas.
En otras palabras, en ese país se está asumiendo la realidad de que el alcoholismo y la drogadicción están extendiéndose y profundizándose cada ve más en todos los estratos de la sociedad.
Y en Estados Unidos, según informa el Canal Fox, un grupo de estudiantes secundarios, en Denver, que iban en una camioneta, embistió y arrolló a varios policías, dejando a uno de ellos gravemente herido. Pero lo más impactante fue que esos muchachos actuaban a vista y presencia de numerosos profesores, y que un gran número de otros colegiales vitoreaban a los de la camioneta y les decían: ¡Eso! ¡Atropéllenlos de nuevo!
Mientras tanto, impactaban también las noticias de que las Fuerzas Armadas de Estados Unidos se niegan a indemnizar a las familias de civiles muertos por los bombardeos en Irak y Siria, aunque reconocen que se sabe que cada bombardeo ha matado y matará a un número indeterminado de inocentes. Por ello es que se mantiene en secreto la información sobre qué aviones de qué nacionalidad realizan los bombardeos en cada lugar y en cada fecha.
Y, al mismo tiempo, desde la Cumbre por el Cambio Climático, en Lima, Perú, la delegación de Australia, fíjese usted, declaró enfáticamente que su país no hará ningún aporte económico para reducir las emisiones con efecto invernadero.
Y, además, Australia enfatizó que va a aumentar fuertemente su producción y consumo de carbón, porque su prioridad es el desarrollo económico del país. Ah, y a propósito, según Transparencia Internacional, Australia es lejos más transparente y menos corrupta que Chile. Y por eso está diez lugares más arriba que nosotros en el ranking.
Así, pues, en estos momentos se está volviendo inocultable no sólo la crisis económica que hunde a occidente, sino mucho más la crisis de las instituciones sociales y de los referentes psicológicos de las bases sociales de occidente.
Suena ridículo que según ese ranking de Transparencia Internacional, Rusia aparezca en el lugar 136 de ese listado. Oiga, se trata de una Rusia donde las encuestas, reconocidas en el mundo occidental, señalan que el apoyo al gobierno supera el 70%, y el apoyo a la gestión del presidente Vladimir Putin, supera el 75%.
Y en cambio, Transparencia Internacional coloca a Estados Unidos 119 lugares más arriba, cuando el apoyo al gobierno está por debajo del 40%, el apoyo al Parlamento se reduce a un ridículo 19%, y el país está desgarrado por las protestas contra la brutalidad policial y la angustiosa cesantía juvenil.
Es verdad. Luchar contra la corrupción, contra la venalidad y la monetarización de los ideales humanos, es el verdadero frente de batalla.
Absolutamente todos los demás problemas se puede resolver o se disuelven según el ser humano vaya recobrando su mente, su capacidad de sentir deseos grandes, más allá de la mísera codicia de cositas que se compran con plata.
Hay que aprender a no mentir, a no esconder, a aceptar que lo verdadero y lo cierto es una realidad sabrosa, una vez que se nos pasa el susto.
Y, bueno, será hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario.¡Hay peligro!
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