Por Ruperto Concha / resumen.cl
¿En qué están pensando los políticos de Estados Unidos, mientras vapulean, se mofan e incluso calumnian al Presidente Donald Trump? ¿Será que piensan en su destino paternal de guiar, educar y disciplinar a todas las demás naciones del mundo?
======UNPARSED [https://ia601502.us.archive.org/15/items/Cr052117DemocraciaDeArlequnB/Cr052117%20-%20Democracia%20de%20Arlequ%C3%ADn-b.mp3]=====Es posible que haya algunos que estén pensando en eso. Pero incluso ellos están pensando a la vez en tres asuntos bien concretos y más urgentes. Uno, hallar la manera de sacar a Trump de la Presidencia. Dos, la dura batalla de 2018, para controlar el Congreso. Y, tres, la decisiva batalla que se dará en las elecciones generales de 2020, para elegir gobernadores, senadores y diputados, además de Presidente de la República. Y esa lucha de intereses políticos, que actualmente se entreveran carnalmente con los intereses financieros, está provocando una especie de “Comedia de las Equivocaciones”. Y, claro está, al centro de la comedia se encuentra ese presidente con nombre de pato, que partió en busca del cariño que no encuentra en su país, y que ahora, ya en Arabia Saudita, primera etapa de su viaje, fructificó en un negocio de cien mil millones de dólares al contado y otros doscientos mil millones a un par de años plazo. Se trata de una formidable venta de armas, de esas mismas armas que están asesinando a la gente en Yemen y que equipan a los terroristas en Siria e Irak. Pero, en fin, los dólares no se impregnan con el olor de los cadáveres. Se dijo que Donald Trump ya le propuso al obeso rey absolutista de Arabia, don Salman bin Abdulaziz, la formación de una especie de OTAN que reúna los ejércitos de los reyes, junto con el de Israel y la demás gente distinguida del Oriente Medio, para que pueda poner orden y disciplina sobre esos pueblos tan malos: los sirios, los kurdos, los libaneses, los irakíes, los palestinos, los libios, los yemenitas, los sudaneses y los egipcios, además de los pakistaníes, los afganos y, por supuesto, los terroríficos iraníes. Y, claro está, en ese primer episodio de su viaje internacional, el Presidente Trump y su señora lo están pasando fantástico.
Pero, en Estados Unidos, el embrollo de los intereses cruzados y las ambiciones políticas está siendo todo un espectáculo. El jueves pasado, el ex vicepresidente John Biden, se lanzó en picada para cortarle el vuelo a la senadora Hillary Clinton, quien ya se veía como candidata presidencial de una revancha demócrata en las próximas elecciones. Biden dijo que la Clinton fue una mala candidata, y recalcó que él lo habría hecho muchísimo mejor. Fuera de eso, el ex vicepresidente de Barack Obama no descartó postularse en las primarias para el 2020. Pero Hillary Clinton tampoco se ha quedado quieta. Se declaró muy alarmada por la situación más bien caótica en el seno del Partido Demócrata y la creciente posibilidad de que un sector de ese partido pueda formar un bloque aparte centrado en las posiciones más izquierdistas que respaldaron a Bernie Sanders. Ella anunció que, con un selecto grupo de correligionarios demócratas, estaban considerando la posibilidad de crear también un movimiento autónomo dentro del Partido. Más aún, mencionó que ese grupo se llamaría “Onward Together”, o sea “Adelante juntos”, imitando el movimiento “En Marche”, en Marcha, de la candidatura de Emmanuel Macron en Francia, el que a su vez imitaba al movimiento “Kadima” que en hebreo significa “Adelante”, creado por el general Ariel Sharon en Israel, y al movimiento “Avanti” que lanzó al triunfo político al fascista Benito Mussolini en Italia. A falta de una propuesta o programa político, el grupo de la Clinton se define, fíjese Ud., como núcleo de la resistencia contra el gobierno de Donald Trump. Y eso tiene un contenido realmente amenazante, ya que va más allá de lo que es la “oposición” legítima en una democracia, y adquiere rasgos de insurgencia apuntada al derrocamiento o al menos la paralización de un gobierno legítimo. Desde el primer día del gobierno de Trump, se desató una concentración sin precedentes de ataques periodísticos, apuntados directamente contra la persona del Presidente y no contra sus propuestas programáticas. Más allá de los medios masivos de publi-periodismo, se evidenció también la existencia de una especie de organización subterránea de empleados públicos y gestores políticos del régimen de Barack Obama. Esta suerte de red semi secreta de funcionarios tuvo acceso expedito y amplio a los diarios y canales de TV, y cualquiera expresión, denuncia u opinión denigrante en contra Trump, tenía opciones abiertas para llegar a titulares de prensa o incluso a espacios en horario estelar en los principales canales de TV. En realidad, estaban preparando el ánimo para que la gente aceptase la posibilidad de que el Presidente Trump pudiera ser sometido a juicio político y destituido de su cargo.
Ya desde abril pasado, la tesis de un enjuiciamiento político para la destitución del Presidente pasó a ser considerada como una posibilidad real. No obstante, estaba claro que los demócratas no lograrían reunir en el Congreso los votos suficientes, dos tercios, para el “impeachment” o destitución. Concretamente necesitarían los votos de 37 congresistas republicanos para lograrlo. Sin embargo, dentro del mismo partido Republicano fue cobrando evidencia una corriente muy hostil en contra de Donald Trump, que inicialmente fue difícil de comprender. Para muchos se trataba de resabios de la hostilidad contra Trump que se generaron durante las primarias, cuando un poderoso sector de la ultraderecha de ese partido trataba encarnizadamente de impedir que Trump fuese el candidato. Sin embargo, ya a fines de abril comenzó a abrirse más el panorama de intereses políticos en el seno del Partido Republicano y en el Partido Demócrata. Entre los republicanos parecían perfilarse insidiosamente los que ambicionaban el fracaso y la destitución de Donald Trump, a fin de que el Vicepresidente, Michael Pence, pudiera asumir constitucionalmente el gobierno. Es decir, había comenzado ya a formarse un equipo de gobierno completamente ajeno, e incluso antagónico con el programa de gobierno o las opiniones expresadas por Donald Trump. Ese proceso de puñalada por la espalda, de traición o al menos de contradicción respecto del Presidente, se había hecho notar especialmente en la política internacional de Trump. Tanto respecto de Rusia como de Irán y de Siria. Hubo demoledoras acciones del propio equipo republicano en momentos en que Trump se estaba defendiendo de las acusaciones de connivencia con el presidente Vladimir Putin, y la supuesta pero jamás demostrada intervención de hackers rusos en las elecciones de Estados Unidos. De hecho, importantes miembros del gobierno aparecieron, fíjese Ud., respaldando y dándole credibilidad a las acusaciones de vínculos oscuros o dudosos entre Donald Trump y sus más cercanos colaboradores, con personeros de Moscú.
El propio Ministro de Defensa, James Mattis, declaró que Rusia había intervenido en la política de Estados Unidos, y que era una gravísima amenaza contra Estados Unidos. Lo mismo hizo el Secretario de Estado, Rex Tillerson, y también el jefe de la CIA, Michael Pompeo, y la embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas, Nikki Haley.
De hecho, la “histeria anti rusa” se hizo más estridente en el seno del propio Partido Republicano. Mucho más que entre los personeros demócratas.
Finalmente, fueron los propios demócratas los que comenzaron a comprender que su frenética y sostenida campaña en contra de Donald Trump estaba produciendo un doble efecto verdaderamente desastroso para los desafíos políticos venideros de los demócratas. El ensañamiento contra la persona de Donald Trump y su familia, que había llegado a extremos escandalosos, está agotando las baterías de una oposición que realmente opte a recuperar el poder en Washington. Si se llegase a contar con el apoyo de suficientes congresistas republicanos para destituir al Presidente, el resultado sería desastroso para los demócratas. Primero, porque la destitución de Trump sería equivalente a lo que fue la renuncia forzada del presidente Richard Nixon, que repercutió en un gobierno interino del vicepresidente Gerald Ford, el cual logró la recuperación de imagen y dignidad política del Partido Republicano, al extremo de que sólo por un 2% perdió Ford ante Jimmy Carter en las elecciones de 1976. La recuperación de los republicanos fue tan poderosa que hizo tambalear el gobierno de Carter y fortaleció, en cambio, la candidatura de Ronald Reagan, con que se iniciaron doce años de gobierno republicano. Los demócratas ahora están dándose cuenta de que al destituir a Trump producirían en la opinión pública un efecto de problema ya resuelto, ya no se podría seguir atacando con fuerza al gobierno, en manos del vicepresidente Michael Pence, por el riesgo de aparecer como antipatriotas y obstruccionistas. O sea, la destitución de Trump sería finalmente favorable en extremo para el Partido Republicano; haría muy difícil que los demócratas volvieran a alcanzar mayoría en el congreso en 2018, y, además, volvería dudosas las posibilidades de ganar la Presidencia en 2020. Así, los errores políticos de los demócratas en 2017 podrían redundar en que Michael Pence y los republicanos se hagan fuertes en el poder hasta el año 2024 y quizás hasta también el 2028. Es decir, ahora los republicanos saben que les convendría mucho arruinar a su propio gobierno encabezado por Donald Trump, y a la oposición demócrata le conviene, por consiguiente, defender a Trump. En ese contexto, el movimiento Onward Together, de doña Hillary Clinton parece una prueba más de que ella no tiene ni dedos para el piano ni cerebro para la estrategia.
Ahora, con o sin acuerdo del presidente Donald Trump, Estados Unidos aparece decidido a imponerse por la fuerza en todos los frentes en que antes ha fracasado militarmente. De partida, anunció el envío de nuevos contingentes de tropas a Afganistán, donde la resistencia de los talibanes sigue fortaleciéndose. En Siria, después del carnaval de inofensivos misiles Tomahawk sobre una base aérea del Gobierno, ahora los aviones estadounidenses dieron un paso más, bombardeando y produciendo una mortandad entre milicianos leales al gobierno que combatían contra efectivos de Al Nusra, conocidamente vinculados al terrorismo de Al Qaeda, que habían penetrado en el sur de Siria desde las bases en el reino de Jordania. Ciertamente la acción estadounidense en territorio sirio y contra el legítimo gobierno de Siria, es una acción de guerra que viola descaradamente el derecho internacional e implica una invasión armada sobre una república soberana. El secretario de Estado, Rex Tillerson, declaró que se había informado previamente a Rusia, para evitar un incidente, pero Rusia desmintió categóricamente haber sido informada. Ahora, los aviones rusos están dando protección al ejército y a las milicias leales al gobierno, y se avanza hacia las fronteras con Irak y con Jordania para impedir el ingreso de más tropas mercenarias equipadas en Jordania que intentan reanudar la guerra y hacer naufragar el pan de paz que ya está incorporando a decenas de miles de rebeldes y sus familias que se acogen a las negociaciones de paz.
Igualmente, Rusia confirmó los acuerdos con el gobierno de Siria para proporcionar mayor equipamiento militar moderno, incluyendo avanzados sistemas de defensa antiaérea, así como apoyo de inteligencia e información satelital.
Entrevistado por periodistas de medios europeos, el presidente Vladimir Putin señaló que Rusia invariablemente cumple sus compromisos internacionales y jamás nunca ha traicionado a sus aliados.
Y, añadió, Rusia no tiene ningún temor de hacer lo que tenga que hacer en su propia defensa y en defensa de sus aliados.
Paralelamente, en momentos en que Washington está presionando para encerrar y aislar internacionalmente a Corea del Norte, Rusia ha inaugurado nuevas comunicaciones terrestres y por ferry entre su territorio y Norcorea. En relación a la crisis con Corea del Norte, el gobierno ruso enfatizó que la normalización en la península coreana no se puede alcanzar mientras Estados Unidos siga tratando de amedrentar militarmente al gobierno de Pyonyang, y que, por el contrario, con esas amenazas lo único que se logra es que Corea del Norte sienta que tener su arsenal nuclear es indispensable para poder sobrevivir.
El flamante tono de ferocidad militar que está adoptando Estados Unidos, ciertamente ha pasado a ser una invitación a la formación de alianzas defensivas entre Rusia y varias naciones latinoamericanas. Esta semana, los presidentes Nicolás Maduro, de Venezuela, y Vladimir Putin, se comunicaron telefónicamente para analizar la evolución de la crisis política venezolana. Putin confirmó que la alianza entre Venezuela y Rusia está consolidada, y que Rusia estará disponible para acudir en ayuda de Venezuela en caso de que su gobierno lo pida.
Está claro que Estados Unidos ha procurado intensamente mantener y ahondar el confrontamiento entre el Congreso venezolano, con mayoría opositora, y los demás poderes del Estado. A juicio de los analistas independientes, el Departamento de Estado, junto con el Comando Sur del ejército de Estados Unidos, en realidad apuntan no al triunfo del conglomerado político de la oposición, sino a la desintegración del sistema bolivariano y su gobierno.
Con sus gigantescas reservas petroleras, que son superiores a las de Arabia Saudita, y el descubrimiento y explotación de los recursos minerales de la cuenca del Orinoco, Venezuela en estos momentos representa riquezas suficientes para compensar incluso el costo de una guerra grande, como la de Irak, y todavía quedar con ganancias.
El viernes, el presidente Nicolás Maduro, ante una multitud y en transmisión televisiva a todo el país, instó a Estados Unidos a parar su manipulación sobre Venezuela. “Saque de Venezuela sus sucias manos”, exclamó Maduro.
Y ciertamente el gobierno bolivariano tiene bien claro que la brutal arremetida de la oposición está desgastándose inexorablemente. De hecho, ya la cúpula de la MUD, atrincherada en el Congreso, ha perdido contacto con importantes sectores de la oposición que ahora están optando por el diálogo con el gobierno.
A juicio del analista y antropólogo José Vicente Rangel, la cúpula dictatorial que se enquistó en el Congreso ya está próxima a reventar y el sector violentista de la oposición se ha condenado a sí mismo al aislamiento.
Dentro de la enorme campaña mediática en contra de Venezuela, los principales medios internacionales de Europa y Estados Unidos habían anunciado durante la semana que, a petición de Estados Unidos, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas analizaría y emitiría una declaración respecto de la situación política de Venezuela y de las presuntas violaciones a los derechos humanos por parte del Gobierno.
Sin embargo, el viernes, el embajador de Uruguay ante las Naciones Unidas, que tiene la presidencia temporal del Consejo de Seguridad, categóricamente aquella especie, señalando que sí, que efectivamente Estados Unidos quería agitar la situación, pero que no está en la agenda de las Naciones Unidas ningún debate sobre Venezuela, y que para muchos de los países del Consejo de Seguridad la situación real de Venezuela no representa peligro para los derechos humanos.
Igualmente, en la cumbre del CELAC, Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, se ha perfilado que el retiro de Venezuela de la OEA fue una decisión sana y adecuada, a la vista de la inocultable sumisión de la OEA a la voluntad de Estados Unidos, donde, por lo demás, se encuentra su sede.
Al parecer, el CELAC se perfila como la alternativa natural que garantiza independencia y diálogo entre pares soberanos. De hecho, Venezuela definitivamente no se reintegrará a la OEA.
Y todavía es importante contrastar la vocinglería orquestada en contra del gobierno de Venezuela por su conflicto con el Congreso, y, en cambio, la dulzura con que la prensa de Europa y Estados Unidos se refirió al ataque lanzado por el gobierno de Boris Yeltsin en contra del Congreso de la Federación Rusa, el 4 de octubre de 1993. El presidente Yeltsin ordenó al ejército atacar el edificio del congreso, con artillería y ametralladoras, dejando, en pocas horas, un saldo oficial de 187 muertos y 437 heridos. Según los parlamentarios, los muertos habrían sido más de dos mil.
Esa crisis se produjo en términos totalmente similares a los de Venezuela. También en Moscú el Congreso había acusado constitucionalmente al presidente Yeltsin y lo había destituido bajo acusación de incapacidad y abandono de su cargo.
Según el diario New York Times, el presidente Boris Yeltsin tuvo que usar la fuerza, ante la agresividad de los diputados y una multitud de gente armada de palos, tubos de fierro y algunas carabinas.
Y a nadie se le ocurrió tratar ese asunto en las Naciones Unidas, ni afirmar que el presidente Boris Yeltsin pudiera haber sido un dictador despiadado.
Hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario. Hay peligro.