Ayer, en Estados Unidos, los capos máximos del Partido Demócrata, mientras se lamían las heridas de sus derrotas, eligieron su nueva directiva nacional. Y lo hicieron de tal manera que llegó a sonar como si fuera una confesión.
Tengamos claro que los demócratas no sólo perdieron la elección presidencial. En las últimas elecciones, perdieron también más de mil cargos decisivos tanto federales como en los gobiernos estaduales. Y de los 50 estados de la nación, sólo se quedaron con 16 gobernadores frente a 34 ganados por los Republicanos.
O sea, la elección de nueva directiva central del Partido Demócrata fue en esencia designar a los salvavidas que se encarguen de resucitarlo para las elecciones de 2020.
La elección de ayer tuvo también máxima importancia, porque en ella se canalizó toda la intensa y furibunda movilización en contra del presidente Donald Trump, la que (supuestamente) le produciría a los demócratas una rica cosecha de enojados, en su mayoría jóvenes, que ahora (también supuestamente) estarían echando de menos a Barack Obama y lamentando no haber votado por Hillary Clinton.
Sin embargo, en los dos meses de campaña, ocurrieron hechos subterráneos que han alterado los alegres planes. Algo sucedió que hizo que la dirigencia demócrata de nuevo terminara jugándose por mantener en el poder a los viejos próceres ligados al gobierno de Obama y a la desafortunada candidatura de Hillary Clinton.
En una elección con segunda vuelta, la presidencia del partido quedó en manos del ex ministro del Trabajo del gobierno de Obama, Tom Pérez, quien derrotó por 35 votos al candidato Keith Ellison, al que apoyaban las bases jóvenes y las principales figuras progresistas del Partido, incluyendo a Bernie Sanders y a muchos de los parlamentarios considerados “progresistas” o “izquierdistas”.
El ex jefe de campaña presidencial de Bernie Sanders, Jeff Weber, había advertido en entrevistas por TV, que darle la espalda de nuevo a los progresistas, representados por Ellison y los jóvenes, sería una señal muy horrible para los millones de militantes demócratas que ahora quieren tener voz y poder de decisión en el Partido.
¿Cómo fue que el Partido Demócrata, por segunda vez en pocos meses, optó por ponerse en contra de sus bases más dinámicas, para favorecer en cambio a los “apernados”?
Al parecer, en los laberintos del poder político la desenfrenada campaña de odio contra el presidente Trump comenzó a ser considerada más peligrosa para la oposición que para el propio Gobierno.
Hasta hace un par de semanas, estaba desarrollándose una estrategia orientada a provocar un golpe, quizás blando o quizás duro, para destituir al Presidente y llamar a nuevas elecciones. Incluso el columnista político Ed Rogers, del periódico Washington Post, admitió que hay una conspiración en contra del Gobierno.
Y, oiga, el Washington Post junto con el New York Times, encabezan los ataques contra Trump. Eso es precisamente lo que subraya la importancia de aquella denuncia. De hecho, Ed Rogers señala directamente la existencia de un Estado Profundo que intenta asumir el poder.
Por su parte, el viernes la revista digital Infowars publicó una entrevista del ex agente de la CIA, Bryan Dean Wrigth, quien revela la existencia de información filtrada que confirma la existencia de un grupo ilegal que manipula información altamente sensitiva de los servicios de inteligencia, como parte de una operación clandestina que intenta derrocar al Presidente de los Estados Unidos.
Por supuesto, aquella facción clandestina no parece representar a las instituciones mismas de los servicios de inteligencia. Fuera de ello, el Presidente parece estar bien enterado y dispone de medios suficientes, medios constitucionales para desbaratar una conspiración de esa clase.
El periodista Patrick Lawrence, del diario digital The Nation, siendo de tendencia izquierdista y muy hostil al gobierno de Donald Trump, también denuncia y alerta sobre operaciones ocultas en el seno de los servicios de inteligencia, que aparecen terriblemente como una operación de golpe de estado contra el actual presidente.
Estos hechos se suman a otros que en los últimos días han producido una atmósfera de extrema tensión en que la gente de todos los niveles ha comenzado a preguntarse qué ocurriría si realmente fuera derrocado el Presidente.
Y, sobre todo, cuáles serían los estallidos sociales y el caos político que surgiría en forma huracanada.
La senadora demócrata por California, Diana Feinstein, conocida por sus posiciones liberales y progresistas, en los últimos días ha sido agredida por una multitud de jóvenes enfurecidos que la acusaban de traidora por haber participado en conversaciones con senadores republicanos y haber apoyado algunas designaciones del gabinete de gobierno de Trump.
La Feinstein intentó explicarles que es preciso mantener en funcionamiento el aparato del Estado, y que un sistema bipartidista como el de Estados Unidos exige como indispensable buscar acuerdos, tratando de que sean lo mejor posible.
Sin embargo, fue asediada una y otra vez por grupos agresivos de hasta 200 manifestantes furiosos que gritaban que dialogar es traicionar, y que hay que obstruir en todo y en cada cosa al gobierno y llamando además a derrocar al que calificaban como “el Traidor Trump”.
En realidad, como señala la revista política Vox, que es de tendencia demócrata, en estos momentos se está volviendo imperiosa la necesidad de re-educar a las nuevas generaciones de jóvenes que están interesándose e integrándose a la acción política con muchísimo vigor.
Los dirigentes, tanto demócratas como republicanos, recién están dándose cuenta de que esa nueva y enérgica oleada parece tener fuerzas suficientes para cambiar el paisaje político de Estados Unidos en una perspectiva marcadamente izquierdista, impregnada por el socialismo de Bernie Sanders, y al parecer deseosa de ir muchísimo más a la izquierda de lo que el mismo Bernie Sanders se atrevía a plantear.
Por su parte, uno de los principales consultores políticos de los republicanos, Tim Mooney, señala que en las primarias demócratas Bernie Sanders obtuvo una votación de los menores de 30 años, superior a lo que jamás antes había logrado ningún otro candidato en toda la historia política de Estados Unidos.
Y, además, que la furiosa oposición a Donald Trump, en el sector de menos de 30 años, llega al 67%, frente a sólo un 25% de apoyo. Y, fuera de eso, por primera vez en la historia de Estados Unidos, una gran mayoría la gente joven se declara partidaria del socialismo y no del sistema capitalista imperante.
El experto comenta, con amargo sentido del humor, que ya no corre la sabiduría popular que afirmaba que los jóvenes simpatizan con la izquierda hasta que contraen su primera hipoteca. Ahora la tendencia en favor de la izquierda se mantiene y lleva casi dos años de crecimiento permanente.
De hecho, en el seno del Partido Republicano ya se está proponiendo iniciar una intensa campaña que llaman “de recuperación ideológica de los jóvenes”, para la que pretenden aprovechar la influencia de sacerdotes y pastores evangélicos, movilizar a las mamás y a las figuras prestigiosas del cine y de la televisión, para hacer que los jóvenes se arrepientan y tomen conciencia de lo “pavoroso e inmoral” que según ellos es el socialismo.
Incluso han propuesto la realización de excursiones de turismo educativo a países como Cuba, Venezuela y Corea del Norte para que vean cuán mal y desdichada vive la gente en esos lugares. Oiga, y ésa es una proposición en serio. ¡Lo piensan hacer totalmente en serio!
Por su parte, el Partido Demócrata, tras la elección de la nueva directiva, también dio a conocer que hay numerosos proyectos de campañas en todo el país, para captar a los jóvenes que están actuando indisciplinada y caóticamente, y, fíjese Ud., para que los jóvenes entiendan que el enemigo verdadero de los demócratas no es el presidente Trump sino es el Partido Republicano.
¿Se fija Ud?... Tal como habíamos previsto en crónicas anteriores, la oleada frenética centrada en contra de Donald Trump y su familia, ya comenzó a hacerse insostenible, comenzó a desarticularse y comenzó a desgastar lo que le queda de energía.
Por lo pronto, está quedando claro que las cúpulas políticas, y quizás las oscuras facciones del Estado Profundo, ya están desechando o ya desecharon definitivamente la opción golpista.
En tanto, también en México ha surgido una alarmada movilización de las bases políticas y sociales, tanto de la izquierda como de la derecha tradicional, en relación con la aprobación por el congreso de una ley de Defensa de la Democracia, presuntamente justificada por la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico.
Según esa ley, el Ejército pasa a tener atribuciones propias del Poder Judicial, y tendrá carta abierta para efectuar detenciones, allanamientos e incluso efectuar ataques masivos con armamento de guerra, a la vez que podrá, libremente, hacer uso de cualquier método para obtener información.
Pero el ejército mexicano está manchado de incidentes y episodios brutales, sanguinarios, inútiles y de asombrosa estupidez. De hecho, la matanza de campesinos indígenas de Tlatlaya en 2014, y los indicios inocultables de implicación militar en el secuestro y masacre de 43 estudiantes de pedagogía en Ayotzinapa, ese mismo año.
José Guevara, de la Comisión Mexicana de Defensa de los Derechos Humanos, señala que entre 2006 y 2014 las Fuerzas Armadas perpetraron 64 mil detenciones ilegales, que incluyen 390 desapariciones de prisioneros en manos del Ejército, y hay más de 1.270 denuncias ante la justicia, contra las Fuerzas Armadas, por torturas, violaciones, graves descargas eléctricas y casos de asfixia de prisioneros mediante bolsas de plástico.
De hecho, uno de los más poderosos y sanguinarios carteles de narcotráfico, el de los Zetas, se formó a partir de tropas de elite del Ejército mexicano.
En cuanto al presidente de México, Enrique Peña Nieto, ya en julio de 2012 la publicación Breitbart, de Estados Unidos, denunciaba que éste y en general el Partido Revolucionario Institucional, tendría vínculos comprobados por la DEA, con numerosos de los más importantes carteles del narcotráfico.
Por su parte, el sociólogo Barry Carr, de la Universidad Latrobe, de Australia, señaló que las encuestas de opinión pública realizadas durante la campaña presidencial mexicana, indicaban que un porcentaje mayoritario de los encuestados tenían, fíjese Ud., la esperanza de que Peña Nieto pudiera pactar con sus amigos narcotraficantes algún acuerdo que al menos pusiera término a los asesinatos.
En estos momentos en México, por primera vez en 30 años, el candidato de la izquierda, Manuel López Obrador, aparece con el apoyo de una amplia mayoría, que hasta ahora lo está señalando como vencedor en las elecciones presidenciales de México en 2018.
López Obrador, así como los altos mandos de las fuerzas armadas de México, han anunciado su propósito de derogar la Ley de Defensa de la Democracia y de liberar al sector castrense de responsabilidades indebidas, corruptoras, que los militares no pidieron, mas les fueron impuestas por el Congreso.
En tanto, en Filipinas, una fuerte movilización social y política ha comenzado a provocar brotes de violencia, en contra de la política de exterminio policial de las mafias de narcotraficantes, bajo el gobierno del presidente Rodrigo Duterte. Ayer sábado, el ex presidente filipino, Benigno Aquino, reunió a algo más de mil manifestantes en la capital, Manila, protestando por la matanza de narcotraficantes y por la detención de la senadora Leila de Lima, acusada de complicidad en operaciones de narcotráfico.
Al mismo tiempo, movilizaciones bastante mayores se están produciendo en apoyo del presidente quien fue elegido con una amplia mayoría, precisamente por su programa, en que prometía guerra a muerte contra las drogas.
De hecho, Filipinas e Indonesia se habían convertido ya en los principales centros de distribución de drogas, principalmente cocaína, heroína, éxtasis, y drogas sintéticas. Sólo en Filipinas, se estima que el tráfico de drogas fuertes supera los 35 mil millones de dólares anuales, a partir de la creciente disponibilidad de dinero de la nueva clase media del Sudeste Asiático.
Ciertamente, es indefendible una guerra a muerte en que los narcotraficantes son ejecutados sumariamente por la policía, sin ser sometidos a proceso judicial y sin posibilidad alguna de defensa.
Pero, según informes realizados por universidades de Australia y Alemania, el narcotráfico ha producido un incremento pavoroso de la criminalidad, incluyendo decenas de miles de asesinatos y el flujo de dinero ilegal, que tiene un efecto demoledor de corrupción en todos los ámbitos de la sociedad, a través de sobornos e incluso mediante financiamiento de partidos políticos enteros.
De ahí que el presidente Duterte siga contando con sólido apoyo popular, consolidado además por el prestigio de haber conseguido que China acepte el compromiso de no ocupar militarmente los islotes del Mar de la China que quedan en condición de soberanía compartida con Filipinas.
Así, pues, de las tres más graves amenazas de golpes de estado parecen haber quedado neutralizadas al menos por ahora.
En Estados Unidos quedó en evidencia que el oscuro aparato de poderes fácticos llamado el Estado Profundo, dista mucho de ser monolítico. Existen bloques de poder que pueden ser antagónicos entre sí, por sus intereses y también por las personas que lo integran, que muchas veces no son más que empleados empoderados indebidamente y que codician mayores beneficios y permanencia en sus puestos.
En fin, hay que mantener las luces altas en esta noche histórica para ver a tiempo qué es lo que nos espera allá adelante. Hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario. ¡Hay peligro!