El pasado viernes 20 de enero, al asumir su cargo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se presentó ante la humanidad el primer acto de lo que promete ser un drama decisivo cuyo desenlace puede ser hermoso y feliz, pero también puede ser desastroso.
Con la orquestación, el financiamiento y el transporte proporcionados por los patrocinadores de la derrotada Hillary Clinton, el mismo viernes estallaron disturbios furibundos en Washington, con destrucción de vehículos y vitrinas, y más de 200 encapuchados detenidos, aunque el número de los manifestantes fue muchísimo menor de lo que se había previsto.
Pero ayer sábado, sí fue muy grande la movilización anti Trump, presentada en términos de defensa de los derechos de las mujeres. Al menos en Estados Unidos, se estima que la movilización de las mujeres, bautizada la Sisters March, o Marcha de las Hermanas, en Washington superó las 200 mil personas. En Los Ángeles la policía se abstuvo de entregar sus propias cifras, pero según los organizadores, se habrían reunido 750 mil personas, en su mayoría mujeres, pero se abstuvieron de realizar un desfile por la ciudad.
También en Chicago se abstuvieron de realizar un desfile. Según la policía, la movilización llegó a 125 mil personas, y en Nueva York se reunieron algo más de 20 mil personas.
También la gran prensa internacional había publicitado los llamamientos para movilizaciones similares en otros países, y de hecho se realizaron movilizaciones en Australia, Berlín, Londres, Suecia, París, Ciudad de México, Nairobi y Ciudad del Cabo, en Sudáfrica.
Sin embargo, sólo la movilización en Londres fue significativa. Se estima que se reunió a alrededor de 100 mil personas. En Suecia, fueron alrededor de 10 mil. En Australia, participaron alrededor de 5 mil personas, según los propios organizadores.
En las demás ciudades, según información hasta anoche, de la Deustche Welle, alemana, sólo se congregaron unos cientos de personas.
O sea, la protesta mundial en defensa de las mujeres, se definió, en términos reales, sólo como parte de una gigantesca campaña anti Donald Trump.
Siendo indudablemente grandes las manifestaciones dentro de Estados Unidos, el total de los participantes no llegó a ser realmente significativo, en términos de proporción entre los habitantes de las ciudades y el número de gente movilizada. Nueva York, con 9 millones de habitantes urbanos, no llegó a reunir 100 mil manifestantes. Chicago, con 9 millones 500 mil habitantes urbanos, reunió 125 mil. Y Los Ángeles, con 10 millones de habitantes, fue la más importante. Encabezada por estrellas del cine y de la farándula, reunió, según sus organizadores, 750 mil personas.
Repito: se trata de movilizaciones importantes, muy grandes, aunque ni siquiera la de Los Ángeles llegó a igualar la gran marcha de protesta del 11 de septiembre de 2009, contra Barack Obama, que congregó en Washington a más de un millón de manifestantes.
Más allá del impacto publicitario amplificado por los grandes medios publi-noticiosos, encabezados por la CNN, el New York Times y el Washington Post, las cifras de participación revelan, a pesar suyo, que una proporción igual o mayor de gente se negó a participar en ellas. Algunos porque apoyan al presidente Trump, y otros porque prefieren esperar a ver lo que Trump hace, antes de condenarlo o defenderlo.
Los medios anti Trump afirman que diversas encuestas, vistas por ellos, muestran que el apoyo al presidente no supera el 50%. Pero debemos recordar que esos mismos medios de prensa, basándose en las mismas encuestadoras, hasta la víspera de las elecciones insistían en que Hillary Clinton llevaba una ventaja del orden de los 70 votos electorales por sobre Donald Trump, y el New York Times afirmaba que Trump no tenía más que un 15% de posibilidades de ganar la elección.
Está claro que está oscuro, turbio o al menos brumoso lo que realmente está ocurriendo en Estados Unidos, y qué procesos nuevos están fermentando en aquel atribulado gran país.
Uno de los testimonios más significativos lo dio la activista social y feminista Kathleen Murphy, en la publicación OpEdNews de ayer, en que califica la Marcha de las Mujeres, fíjese Ud., como “una farsa planificada por hipócritas para engatusar a mujeres ignorantes”.
Kathleen Murphy fue una de las dirigentes jóvenes que apoyaban a Bernie Sanders y llegaron a suplicar a los jefazos del Partido Demócrata que no traicionaran a sus bases para imponer la candidatura de Hillary Clinton.
Según ella, existía en las bases que apoyaban a Sanders la clara consciencia de que la Clinton, por su programa y por su historial, llevaría al mundo a una guerra nuclear con Rusia. Dice Kathleen Murphy que ella, como tantos otros activistas de base, hicieron todo lo posible por evitar un triunfo de Hillary Clinton o un triunfo de Donald Trump.
Ella señala especialmente la repugnancia que sienten los jóvenes progresistas de Estados Unidos al escuchar a los demócratas de Obama y de Hillary Clinton, manoseando los conceptos de Derechos de la Mujer, mientras lanzan ataques criminales contra miles y cientos de miles, de mujeres y niños inocentes en Libia, Sudán, Yemen y Siria.
Por su parte, el ya célebre escritor y poeta estadounidense-vietnamita Linh Dinh, denuncia también el cinismo de Barack Obama e Hillary Clinton, posando de pacifistas mientras su gobierno iba sumando guerras, destrucción y centenares de miles de muertos. Según él, es posible que Donald Trump no logre alcanzar la paz, pero al menos evitará el estallido de la guerra.
Y Linh Dinh concluye señalando cómo es poéticamente significativo que trabajadores de la salud, vendedores de tiendas, mozos de restaurantes y obreros de fábricas, hayan optado por buscar a un gobernante amigo, precisamente en un súper millonario rodeado de otros millonarios.
Otro testimonio relevante es el del analista Matt Bai, Premio Pulitzer por excelencia periodística, quien destacó, también ayer, que la nación estadounidense, la gente de Estados Unidos, está reconciliándose ahora con la idea de no ser ya los amos del mundo, sino sólo una potencia entre muchas otras.
Pero, ¿qué es lo que dice, directamente, el propio Presidente Donald Trump?... En realidad, el breve discurso que pronunció al asumir su cargo, fue nada menos que una declaración de guerra revolucionaria. Una declaración por la cual él compromete su vida en el cumplimiento de su programa.
Como lo observó el economista y analista político Paul Craig Roberts, ¿qué interés profundo pudo llevar a que un hombre de 70 años, riquísimo, con una bella esposa y una familia excelente, pusiera en juego todo, incluyendo la ostensible posibilidad de ser asesinado?
Cuando estamos inmersos en una cultura desnaturalizada por la avidez de dinero, resulta difícil creer que realmente ese tal Donald Trump esté dispuesto a jugárselo todo y a enfrentar a los enemigos más poderosos y despiadados… simplemente porque le parece que eso es lo que debe hacer para rematar su vida.
En su discurso, Trump dijo: “Hoy no sólo estamos transfiriendo el poder de un candidato a otro, o de un partido a otro. No. Hoy estamos transfiriendo el poder de Washington DC, para entregarlo a Uds., al pueblo. Por demasiado tiempo un reducido grupo instalado en Washington ha sacado provecho de los beneficios del gobierno, mientras que la gente ha tenido que absorber todos los costos. Los políticos prosperan, pero cunde la cesantía y las fábricas cierran. La élite del poder político y financiero establecido se protege a sí misma, pero no protege a la gente…
Todo eso cambiará ahora, a partir de este momento. Y este momento es el momento del pueblo de los Estados Unidos.” ¿Qué tal?
Ese juramento lo formuló Donald Trump, en una transmisión multimedia que fue recibida prácticamente por la totalidad de los 240 millones de estadounidenses en edad de entender algo. Ningún presidente anterior se atrevió jamás a asumir un compromiso juramentado tan dramático. Un juramento que casi imposible de no cumplir.
¿Quiénes odian a Trump y se esfuerzan por instilar ese odio en la opinión pública?
Está muy claro quiénes son. Paul Craig Roberts lo señala con mucha precisión: Son los dueños y ejecutivos de las grandes sociedades anónimas globalizadas que se han enriquecido desmesuradamente llevándose sus inversiones a otros países donde los trabajadores están desprotegidos y ganan sueldos ínfimos, y donde los gobiernos hacen vista gorda y permiten evasiones masivas de los impuestos.
Ellos saben que Donald Trump de veras los hará retornar al país sus capitales y sus puestos de trabajo.
Otros son los grandes negociantes de la industria bélica, que han logrado captar un gasto del gobierno del orden de un millón de millones de dólares anuales, justificados con el fantasmón de una supuesta “amenaza de Rusia”. Donald Trump se propone poner fin a la paranoia alimentada por la propaganda anti rusa, y establecer relaciones normales de diplomacia e intercambio económico con Rusia, negociando las seguridades que correspondan.
Ese solo punto implica la posibilidad muy real de que Donald Trump sea asesinado. De hecho, muchos de los actuales gobernantes europeos basan su prestigio, su poder y su lucro en las actividades bélicas de la OTAN y sus fintas belicosas en la frontera rusa.
El monstruoso y laberíntico aparato transnacional de las finanzas, el comercio de dinero, el endeudamiento, las emisiones de dinero fantasma, también está crispado ante los anuncios de Donald Trump de intervenir e investigar las operaciones de la Reserva Federal, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, aplicándoles las mismas exigencias de transparencia y auditoría que a los demás bancos comunes y corrientes.
Oiga, ¿le parece a Ud. que esos enemigos son poco peligrosos? Pero hay más…
Tal como estamos viendo en nuestra Latinoamérica y en el resto del mundo, las sigilosas, disimuladas y misteriosas gestiones de los grandes capitales, no sólo corrompen la sanidad de la gestión económica. Además, corrompen a la clase política, llegando a generar una oligarquía de gestores políticos y funcionarios públicos que en la práctica se convierten en empleados a sueldo de las sociedades anónimas.
Ahora, el gobierno de Trump contempla establecer judicialmente la responsabilidad de los políticos y servidores públicos y la vigilancia sobre el lobby de los capitalistas en el Parlamento y los Ministerios.
¿Se fija Ud.?... Sin duda alguna, el presidente Trump inició el viernes su mandato con una tremenda declaración de guerra.
El mismo periodista y premio Pulitzer, Matt Bai, refiere que el viernes, paseando en medio de los incidentes callejeros, se encontró con un hombre que cruzaba cautelosamente en compañía de su hijo, un chico de alrededor de 14 años.
¿Qué le parece lo que está pasando?, preguntó el periodista, y aquel papá común y corriente, le contestó: “Esos tontos no se dan cuenta de que Trump les está dando justamente lo que ellos reclaman. Les está regalando el comienzo de una revolución.”
En realidad, no sabemos qué va a suceder en el gobierno de Donald Trump. Cuando Barack Obama ganó la presidencia, una fabulosa embriaguez de optimismo lo rodeó desde el primer día, al extremo de que le dieron el Premio Nobel de la Paz cuando apenas estaba iniciando su gobierno, cuando no había hecho nada todavía… un gobierno en que Estados Unidos ha estado en guerra ininterrumpidamente hasta el viernes pasado.
El caso de Donald Trump es exactamente lo contrario, lo opuesto. Desde antes de iniciar cualquier acto de gobierno, se le está condenando en forma maligna, distorsionada y a menudo calumniosa, y hay un enjambre de adivinos y profetas que anuncian que va a haber un desastre.
Obama llegó al final de su mandato manchado con la destrucción y las matanzas en África y el Oriente Medio, y sin haber logrado sanear la crisis financiera de Estados Unidos en términos reales. Como señaló la revista The Economist, Obama simplemente alivió la situación endeudando al país a extremos inconcebibles. O sea, hizo la parte fácil, pidió plata prestada para tapar las fallas.
Ahora vine la parte difícil. Se acerca el momento en que hay que comenzar a pagar las deudas y los intereses. Por supuesto no será Barack Obama ni el Partido Demócrata el que tendrá que hacerse cargo de ello. No, no, no. Ellos estarán apotingados en sus sillones, dispuestos a criticar y desprestigiar cada acción que inicie el nuevo gobierno.
¿No le parece a Ud. que será una saga, una epopeya legendaria la que parece a punto de iniciarse en Estados Unidos?...
Todavía la gente está desorientada, todavía siguen tragándose las chanfainas predigeridas que entrega la gran prensa internacional, financiada por las corporaciones transnacionales.
Pero cada vez más se perfilan los medios de prensa que son a la vez independientes y confiables.
Es preciso estar atentos. Detectar y comprobar quiénes están diciendo la verdad y por qué lo hacen, jamás mintiendo pero en cambio exponiendo con sinceridad y franqueza aquello que sin ser noticias constituye puntos de vista, análisis y opinión.
Es preciso estar alerta, dejarse engañar es peligrosísimo.