Por Ruperto Concha / resumen.cl
Hasta las últimas horas de anoche, la súper híper mega noticia fue la boda del príncipe inglés Harry de Mountbatten-Windsor con la señorita estadounidense Meghan Markle, de 36 años, divorciada y mulata de madre afro-americana.
Bueno, todos conocen los detalles de la ya duquesa de Sussex, y comprenden la importancia de que la señora Meghan esté vinculada, profundamente, con dos de los más críticos temas de la política, la legalidad y la moralidad de nuestros días: se trata de la Nueva Ola del feminismo, y la defensa de los derechos plenos para las minorías sexuales, el matrimonio igualitario de parejas de un mismo sexo, y el reconocimiento total de la nueva identidad de las personas transexuales.
En realidad, el esplendor de su protagonismo del momento, más allá de los fantaseos faraFenduleros, aparece relumbrando en momentos en que una nueva ola feminista, muy resuelta y combativa, se está haciendo sentir en todo el mundo, incluyendo a nuestro Chile tan pudoroso.
Y a la vez, desde la Putinesca Rusia y la XiLinpingaica China hasta el Trúmpico Estados Unidos, y como aspecto clave de la nueva lucha de las mujeres, el feminismo se unió a la defensa de las minorías sexuales en momentos en que los gobiernos conservadores buscan anular los avances logrados en las últimas décadas.
Oiga, ¿tanto lío, tanta lucha, tanto odio y tanto amor, moviendo multitudes sobre ese asunto del sexo, o del género, como prefieran llamarlo?... ¿Cómo es que nos preocupa tanto y nos pone rabiosos la manera en que los demás realizan su actividad sexual?... Conviene pensar en eso, y quizás sea bueno comenzar por el principio.
La más decisiva personalidad de la Antropología del Siglo 19 es el jurista e historiador suizo Johann Bachhofen, el primero en demostrar que, en el origen de las grandes culturas del mundo, fueron las mujeres las madres de la civilización.
En una perspectiva de evolución de los grupos humanos, describió cómo las mujeres fueron creadoras y organizadoras de las relaciones sociales, culturales y políticas, durante los primeros 5 mil años de civilización, con un régimen matriarcal que, por razones aún desconocidas, fue abruptamente derrocado por una suerte de “Revolución Machista”, que se produjo alrededor del siglo 15 antes de Cristo.
Las opiniones de Bachhofen por cierto han provocado otros trabajos, algunos con críticas y otros con admiración y mucho respeto. Pero sus exposiciones netas jamás han sido descalificadas. Por el contrario, innumerables descubrimientos arqueológicos confirman sus observaciones hasta el día de hoy.
Pues bien, lo que Bachhofen mostró es cómo la sexualidad hizo posible y caracterizó el nacimiento de la cultura y el desarrollo social en Creta, Grecia, Egipto, la India, África y el Asia Central.
Por sus características sexuales, desde antes del Neolítico las mujeres fueron las primeras en comprender los misterios de la reproducción de las plantas y los animalitos. Las mujeres fueron las grandes proveedoras de alimento de las comunidades en la Edad de Piedra, y hay evidencias de que con ello iniciaron las tremendas revoluciones que fueron la agricultura y la crianza de aves y animales domésticos.
De ahí que, en las religiones originales, las divinidades supremas fueron femeninas, diosas como Deméter y Perséfone, simbolizadas con la Luna. Estas diosas aportaban al pueblo su sabiduría, las leyes necesarias, y los beneficios evidentes de hacer las cosas bien y con amor.
Existen indicios claros de que en esa etapa inicial los ritos religiosos estaban intensamente marcados con sexo, ese atributo que proporciona placer y felicidad, y que también expresa y expresaba entonces la fecundidad de la tierra y los animales domésticos.
Las imágenes rupestres y las tradiciones míticas sugieren que los hombres no sabían la relación entre el sexo humano y el nacimiento de los hijos. Más bien percibían el sexo como un regalo de goce que ofrecían las mujeres… ¡y en tanto las mujeres eludían enseñarles la verdad!
Más aún, en muchas de las culturas más antiguas se practicaban fiestas sagradas de carácter orgiástico, en que las mujeres quedaban embarazadas. Con ello, los recién nacidos eran hijos de su madre, pero su padre era un misterio.
Y por supuesto, con ello surgían las versiones poéticas, las tradiciones y los mitos por los cuales esos niños podían ser hijos de un dios, o del viento norte, o de un río. ¡Toda una mitología vinculada a la fecundidad, al sexo, al goce intenso y la alegría de la fiesta mágica!
Es como si a esa sexualidad mística y carnal se refiriera el poeta Schiller, en su Oda a la Alegría, en la Novena Sinfonía de Beethoven, cuando dice, “Alegría, Hija del Cielo, ¡todos los hombres son hermanos donde posas tu dulce ala!”
Pero algo ocurrió alrededor del 1.000 o 1.500 antes de Cristo. Posiblemente se relacione con el que los pastores ganaderos de raza aria del Asia Central, observando a los caballos y los grandes bovinos, hayan descubierto el misterio de la preñez como efecto de la cópula del macho, que entonces pasó a erigirse como el verdadero y fálico labrador y sembrador, y la hembra pasó a ser la parte fecunda y sumisa como la tierra fértil ante el arado.
La llegada de los arios dóricos como conquistadores a Grecia y la costa jónica de Asia coincidió con la invasión de los arios sobre la India, que destruyeron la civilización del río Indo. Esos ganaderos arios impusieron no sólo su dominio sobre la mujer sino también el dominio de nuevos dioses machos sobre las antiguas diosas hembras lunares.
Surgieron los dioses solares, Zeus que pasaría a ser el Deus o Dios en latín, junto a Osiris y Horus de Egipto, y la Santísima Trinidad de la India, Brahma, el Creador, Vishnu, el pastor y Shiva, el que mata para que haya resurrección. Tres terribles dioses que se impusieron como maridos autoritarios sobre las antiguas diosas Lakshmi, Parvati y la oscura Kali.
Incluso en la antigua Sumeria, en la ciudad de Ur, un jefe semita llamado Abraham habría apegado a la revolución machista y abandonó la ciudad llevando como divinidad a la antigua diosa Ya-hú, que fue virilizada tomando el nombre de Ya-hué, que habría derivado en el Jehovah de la Biblia.
Bachhofen creyó que el cambio religioso fue el que provocó el cambio político y social. Pero según la dialéctica de la Historia, el cambio revolucionario surgíó de innumerables pequeños fenómenos y enfrentamientos que, sumados unos con otros, se convirtieron en lo inevitable.
A los 5 mil años de matriarcado siguieron 3 mil años de dioses machos concebidos a imagen y semejanza de los humanos machos. Y, por cierto, ese es un planteamiento histórico, no tiene nada que ver con la teología o la fe religiosa de los creyentes de la Torah, la Biblia, el Corán, los textos hinduistas, los budistas o los yogas tántricos. Por supuesto, ciencia y religión son universos distintos.
Para los hombres cultos pre-cristianos, el tema de la sexualidad era un asunto sin muchos alcances morales o religiosos, más allá de un decente respeto por los juramentos matrimoniales y por el deseo o rechazo de la mujer. No existía ninguna noción de “pecado” en relación al sexo, aunque sí se daba importancia a la preñez de la mujer casada.
Una muy célebre sentencia de un senador romano de la familia Claudia resume la preocupación sobre la sexualidad de la mujer casada, diciendo: “los hijos de mis hijas mis nietos son. Los hijos de mis hijos quizás lo son”.
Y la duda no tenía ninguna connotación moral más allá de los derechos de herencia. Tampoco las relaciones homosexuales merecían una condena religiosa. De hecho, en la mitología egipcia se aceptaba como el simple caso de un vencedor abusivo el que el dios perverso Set haya violado a su sobrino, el niño Horus, hijo del dios Osiris.
Fue la imposición de las leyes mosaicas del Antiguo Testamento, adoptadas por el cristianismo, la que cargó de culpa y pecado ciertas formas de sexualidad. Sin embargo, en la Torah, o biblia judía, se consideraba admisible la prostitución, aunque implicara sexo fuera del matrimonio y sin intención reproductiva.
También hubo importantes rabinos judíos que en la Edad Media consideraron que el sexo con jovencitos imberbes no caía en la condena de abominación de la ley mosaica, ya que esos jovencitos todavía no eran propiamente hombres.
En realidad, la ferocidad de la condena al sexo en sí fue impuesta por el cristianismo, como lo especificó San Pablo al afirmar que el sexo es únicamente permisible si se da dentro del matrimonio y no por placer sino únicamente para engendrar hijos.
Ahora bien, una investigación de la Universidad de Cambridge, encabezada por el doctor David Siegelhalter, reveló que las parejas estables de jóvenes, observadas en 1990, tenían relaciones sexuales un promedio de cinco veces al mes.
Sin embargo, una observación de 5 años después reveló que los encuentros sexuales habían disminuido en un 20%, a sólo 4 por mes. Y una tercera medición, realizada en 2010, mostró que las parejas están teniendo sólo 3 sesiones de sexo al mes.
En realidad la moral sexual prevaleciente por el cristianismo ha tenido gravísimos efectos culturales y sociales, y ha cargado la vida normal de las personas con una pesada mortaja de culpa y de hipocresía que, en estos momentos está perfilando una renovada crisis moral, cultural y política que están protagonizando directamente las organizaciones de defensa de los derechos de las minorías sexuales, y la llamada Tercera Ola del Feminismo mundial. Esa Tercera Ola en que participa la nueva duquesa de Sussex, doña Meghan Markle de Mountbatten-Windsor.
Como una extraña coincidencia, esta nueva y combativa Tercera Ola del feminismo se está produciendo necesariamente como reacción de enérgica rebeldía ante la llamada “marea derechista” mundial, cuyo epítome por excelencia es el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Dentro de Estados Unidos, y en gran parte de América Latina, el movimiento de unos cristianos autodenominados “evangélicos” han pasado a constituir una base muy agresiva de supremacistas blancos o mestizos, con muy escasa participación de negros, que se autodefinen como supuestos defensores de Jesús, y que apoyan resueltamente a Donald Trump, incluso admitiendo sus contradicciones y sus rasgos menos aprobables.
La fórmula evangélica define a Trump, fíjese Ud., como un “hombre con muchos defectos humanos pero que ha sido elegido por Dios para imponer su ley en todo el mundo”.
Frente a ellos, el Movimiento Feminista mundial está planteando asuntos muy graves.
El Movimiento Feminista demostró su resistencia, su fuerza y el asombroso coraje de sus líderes en la Primera Ola, iniciada en 1792 por la inglesa Lydia Becker, para reivindicar el derecho de la mujer a expresarse políticamente a través del voto.
Durante más de un siglo desafiaron palizas de la policía y a veces de sus propios maridos, humillaciones, sarcasmos y ridiculización. Y en esas circunstancias surgieron figuras admirables de inteligencia, generosidad e integridad moral, que no cejaron en su lucha hasta lograr, recién en 1920, que los gobiernos de Europa, Nueva Zelandia y Estados Unidos, les reconocieran su condición de seres humanos y ciudadanas plenas.
La Segunda Ola feminista se inició en 1963, al principio como un movimiento intelectual representado especialmente por la escritora y filósofa francesa Simone de Beauvoir, con su novela de tesis “El Segundo Sexo”, y la estadounidense Betty Fridan, con su libro “The Feminine Mystique”, la Mística Femenina, que en poco más de un mes vendió 3 millones de ejemplares en Estados Unidos.
Esa Segunda Ola feminista fue una reacción de rabia contra la llamada “cosificación de la mujer” por parte de la cultura machista, expresada en los grandes concursos de belleza, la sumisa obediencia a las modas, el uso de las mujeres como objeto comercial de belleza al gusto publicitario, en fin...
Junto con eso, las feministas de Segunda Ola levantaron planteamientos profundos, en lo político y también en la necesidad de modificar incluso la educación para que las ciencias no exigieran que la mujer tenga que masculinizarse para avanzar. Es decir, plantearon una educación que eliminara los referentes machistas implícitos en el método científico.
Pero esa arremetida encontró mucha resistencia sobre todo entre las mujeres jóvenes del medio universitario, que, claro, defendían su derecho a usar su sex appeal, su atractivo erótico, para obtener ventajas tanto comerciales como profesionales. Ganar dinero sirviendo de modelos de publicidad, o de modas o de fotografías para revistas eróticas, a estas jóvenes les parecía algo legítimo y conveniente.
En cambio, el feminismo de Segunda Ola comenzó a ser mostrado por la prensa como un movimiento de mujeres feas y desdichadas, y que muy pocas muchachas felices y lindas seguían siendo feministas.
La Tercera Ola comenzó en 1991, con una formidable reacción de las mujeres en apoyo a las víctimas de acoso sexual, y a una institucionalidad que tendía a silenciar el acoso y el abuso, aún a costa de corromper la legitimidad de los tribunales de justicia. Tocando casos concretos de abuso machista y tolerancia hipócrita de las instituciones, se produjo una verdadera avalancha de mujeres resueltas, de todas las edades, y a una velocidad prodigiosa obtuvieron transformaciones muy importantes, muchas de las cuales ya se habían iniciado durante la Segunda Ola, por ejemplo, la ley de igualdad de salarios para hombres y mujeres, el derecho de las mujeres para decidir su función reproductiva, incluyendo las píldoras anticonceptivas para jovencitas.
También obtuvieron el derecho a pleno uso de sus recursos financieros, incluyendo el de hipotecar su casa y usar tarjetas de crédito a su propio nombre y no el de sus maridos, como era antes.
A través de la Segunda y la Tercera Ola, las mujeres lograron crear, en el mundo desarrollado, una red equivalente a un inmenso partido político, que, entre otras cosas, ha determinado que tanto en el Congreso de Estados Unidos como en el Parlamento Británico y el Parlamento Europeo, participen ahora decenas de mujeres, decenas de feministas, lo mismo que en los más altos cargos administrativos y políticos.
Pero, sobre todo ahora, las posiciones feministas están enfocándose a redefinir los roles y la manera de percibir la realidad. Eso, dejando atrás la percepción machista de un supuesto rol dominador del ser humano sobre el mundo, sobre la naturaleza y, cuando se puede, también dominio sobre otros seres humanos.
Ante eso, hay una ostensible reacción machista que aparece como bastante torpe e intelectualmente en la indigencia. También hay un sector feminista que aparece cargado de ira y hostilidad contra los hombres.
Pero esos casos, tanto de machistas como feministas, son las excepciones propias de un proceso enorme, que incluye a millones y millones de personas que en su mayoría muestran alto grado de inteligencia, compromiso político y nivel cultural.
Ya las nuevas demandas feministas aparecen cargadas de contenido político, social y cultural formando una avanzada de propuestas que, además del rechazo a la violencia y el crimen contra mujeres, incluye rechazo al abuso policial, a la corrupción política y lo que las feministas consideran una bajísima calidad de trabajo de los parlamentarios y los ministros para entender y resolver los problemas sociales de hoy.
Así, la señora Meghan aparece compartiendo posiciones con las muy modestas dirigentes poblacionales de los conventillos de Buenos Aires, que desafían a la policía y desprecian al gobierno con sus planes de supuesto saneamiento económico a costa de mutilar el gasto social.
Y comparte la angustia de los gays y lesbianas de Rusia, de China y del Mundo Islámico, junto a los de Estados Unidos, Ucrania, Polonia y Bulgaria, ante la arremetida represiva que supuestamente estaría defendiendo la pureza moral del pueblo.
Esta Tercera Ola, ¿es el preámbulo de una Cuarta Ola? Las mujeres nos están mostrando a los hombres que ellas son de veras recias, valientes, habilosas y sobre todo aguantadoras firmes ante la adversidad.
En estos momentos no hay ni un partido, ni una coalición política ni en la derecha ni en la izquierda, que muestre tanta coherencia y honrada lealtad a sus principios como este Feminismo de Tercera Ola.
Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse. Hay peligro. Pero también hay esperanza… todavía.