El gran titular de esta semana fue, sin duda, el retiro de Estados Unidos de los acuerdos de París sobre Cambio Climático.
También merecería un gran titular el asesinato a balazos, frente a su casa, del magistrado de la Corte de Apelaciones de Venezuela, Nelson Moncada, mientras intentaba sortear una barricada de los supuestamente pacíficos elementos movilizados contra el gobierno. Pero no. La gran prensa consideró de mal gusto hablar de eso.
Tampoco se ha informado lo suficiente sobre el peligro inminente de que tropas de la OTAN entren directamente en combate contra tropas rusas en la triple frontera de Siria con Irak y el reino de Jordania. O sea, de que comience ahí mismo, en cualquier momento, la Tercera Guerra Mundial.
Y lo más notable de todos estos titulares estruendosos, unidos a silencios igualmente estruendosos, siguen siendo sólo el decorado de una farsa que hasta podría ser ridícula, podría provocar risa… pero que finalmente es tan fea que sólo podría hacer reír… ¡a las hienas!
Comencemos analizando eso de los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático.
Cuando se supo que Donald Trump había resuelto no ratificar los acuerdos de París, la impresión generalizada fue que esa decisión constituía una traición a la gran comunidad de las naciones, al planeta mismo y a las futuras generaciones de la humanidad.
Los grandes medios y sus publi-noticiarios salieron a cosechar denuestos y condenas de los líderes mundiales en contra de Donald Trump, y la entrevistadora Megyn Kelly, de la Fox, consiguió entrevistar al presidente ruso Vladimir Putin. La señorita Kelly comenzó afirmando que ya todos los líderes de Europa habían condenado al presidente de Estados Unidos por abandonar los Acuerdos de París.
Putin tomó el asunto con humor. De partida le contestó que al parecer la prensa occidental no considera que Rusia esté en Europa y que él sea un líder europeo. Y luego declaró que Trump se negó a ratificar un acuerdo que consideró contrario a los intereses de su patria, pero que había sido ya suscrito por su antecesor, Barack Obama.
Negándose a sumarse a las condenas, Putin señaló puntos concretos. Primero, que los Acuerdos de París no entrarán en vigencia hasta el 2021. Barack Obama se apresuró a ratificarlos, sin atender a las críticas de otros sectores, y ahora Trump quiere tomarse su tiempo para negociar un acuerdo en términos que juzgue aceptables.
De hecho Putin mencionó que Rusia, y varias otras naciones, todavía no ratifican aquellos acuerdos, mientras no se aclaren asuntos decisivos que hasta ahora siguen sin definirse debidamente.
Por ejemplo, no se ha establecido quiénes se harán cargo de administrar y distribuir esos cien mil millones de dólares que los países ricos aportarán a los países pobres, ni tampoco se ha establecido cuáles serán los proyectos que recibirán financiamiento, y qué criterio técnico se aplicará para evaluar proyectos y financiamiento.
Putin admitió que sin la cooperación de los grandes polucionadores, comenzando por Estados Unidos, no será posible formular un proyecto sólido y de consenso, y que Donald Trump tiene tiempo para formular alguna contrapropuesta, ya que hay todavía plazo hasta 2020 para ratificar en concreto aquellos acuerdos de París que por ahora son poco más que buenos deseos.
Como sea, la posición de Vladimir Putin se limitó a hacer un llamamiento a asumir posiciones realistas que permitan poner en ejecución medidas concretas para enfrentar el desastre del cambio climático.
Pero, más allá de fijar aportes financieros, procedimientos y proyectos, el cambio climático es sólo un síntoma de algo muchísimo más grave. El desastre de la ecología, del medio ambiente en su totalidad y del agotamiento de los recursos esenciales para la supervivencia de nuestra civilización.
De partida, la comunidad científica mundial coincide en denunciar la falacia de que el progreso de las naciones se exprese en crecimiento económico. Se sabe que el crecimiento económico se traduce en dos fenómenos: por un lado, una enorme concentración de la riqueza financiera en pocas manos operadas por funcionarios administrativos extremadamente poderosos y fantásticamente bien pagados.
De hecho, según algunas fuentes bien calificadas, en estos momentos la concentración financiera es tan enorme que ya hay un estimado de varios billones de dólares, millones de millones de dólares, que están embolsados pues no hay en qué ni cómo invertirlos provechosamente.
Y, por el otro lado, el derrame de dinero hacia la población general, aunque sea sólo una pequeña o modesta parte, se traduce inevitablemente en aumento de la capacidad de compra de la gente común. Se traduce en consumo de bienes cuya producción es dramáticamente polucionadora.
Según cifras oficiales de los gobiernos, de las Naciones Unidas y de la propia organización de la Cumbre de París, los grandes polucionadores son los grandes consumidores.
De acuerdo a cifras de la Organización Meteorológica Mundial, máxima autoridad sobre Cambio Climático, en los meses entre los acuerdos de París y el 16 de octubre pasado, la saturación de CO2 en la atmósfera superó la barrera de 400 partículas por millón, considerada la línea roja, de peligro inminente. De hecho, llegó a 440 partículas. Y, ojo, durante los 10 mil años de civilización previos a la revolución industrial, la saturación había sido de sólo 280 partículas.
¿Quiénes son los grandes polucionadores?... Está perfectamente claro. El máximo de polución, en anhídrido carbónico, metano y óxido nitroso, es Estados Unidos, donde estadísticamente cada habitante emite anualmente 16.390 kilos sólo de anhídrido carbónico. En segundo lugar, vienen Canadá y la Unión Europea, con un volumen de 13.530 kilos. En tercer lugar, Rusia, con 12.370 kilos y en cuarto lugar China, con 7.550 kilos de CO2 al año, por persona.
De esa masa enorme de gases con efecto invernadero, un 25% corresponde a las emisiones de los tubos de escape. Y eso, a pesar de que se afirma que las nuevas tecnologías han logrado disminuir en un 34% las emisiones de los tubos de escape de los vehículos.
En sus esfuerzos por salir de la crisis económica iniciada en 2008, Europa se sumó a las emisiones inorgánicas de dinero, para aumentar artificialmente la actividad económica a través de mayor consumo de la gente.
Esa política de estímulo al consumo llevó al aumento de emisiones de gases polucionantes en un 13% por encima de las emisiones del año 2015, según la Organización Meteorológica Mundial.
Y, también en cifras oficiales, las emisiones de gases con efecto invernadero se dispararon en el período entre 1990 y 2015, con un aumento del 37% mundial, que corresponde exactamente al período considerado de mayor prosperidad para la economía mundial.
Como hemos mencionado antes, ya en el año 2.000 los expertos en finanzas y mercados señalaban que en China un 10% de la población ya tenía un poder adquisitivo similar al de Estados Unidos y Europa. Y advertían que, si un 50% de la población china llegaba a ese poder adquisitivo, la China pasaría a consumir un volumen tan grande de productos que agotaría los recursos disponibles en el resto del mundo.
La advertencia aparentemente fue muy alarmista, pero en la actualidad, con una población estimada de 1.350 millones de habitantes, un 30% de ellos ya alcanzó el poder adquisitivo de Estados Unidos y Europa. En China hay ya, entonces, 450 millones de habitantes con la capacidad de consumo de los estadounidenses, que son sólo 308 millones. De ahí que China, con sólo 7.550 kilos de emisiones de CO2 al año por persona, ya supera lejos a los 16.390 kilos por persona que emite Estados Unidos anualmente.
¿Significa eso que es pernicioso que la gente disponga de mayor capacidad de compra?... ¿Que es preciso mantenerse en la pobreza para salvar el medio ambiente en que vivimos?... Obviamente no es así. La pobreza no es una alternativa buena. Y es ahí donde comienza a cobrar sentido la posición cautelosa del presidente Putin respecto de los Acuerdos de París contra el Cambio Climático.
A juicio de varios líderes tanto demócratas como republicanos, uno de los más peligrosos desatinos del presidente Donald Trump es el haber quitado el financiamiento estatal a los programas de planificación familiar.
Cada vez más se acepta que la prosperidad de las familias humanas depende de su equilibrio entre la capacidad de generar ingresos y el número de personas que utilizarán esos ingresos. Una familia con dos hijos escolares en que el padre gana 500 mil pesos mensuales y su esposa gana otro tanto, tendrá un ingreso per cápita de 250 mil pesos. Pero, si tuvieran 4 hijos, el ingreso familiar disminuiría a sólo 167 mil pesos per cápita. Es decir, calidad de vida, educación y equipamiento de los hijos, se verían dramáticamente disminuidos.
De ahí que se estime que el progreso real de una familia dependa del número de sus miembros tanto como del volumen de ingresos familiares. Y el mismo fenómeno se aplica también en términos macro.
Existen diversas opiniones sobre la dinámica de progreso social y económico, pero hay consenso absoluto en que el crecimiento, en toda la naturaleza, debe auto imponerse un límite una vez que alcanza su tamaño óptimo.
Mientras sigan sumándose, por un lado, la economía de mercado y consumo, y, por el otro, la explosión demográfica, toda esperanza de bienestar económico de la gente se pagará con un precio ruinoso de destrucción del medio ambiente.
Si las entidades bancarias y financieras decidieran distribuir a la gente esos millones de millones de dólares que supuestamente tienen embolsados, todo aquel dinero se traduciría en un delirante festín de compras. Un festín de veras venenoso.
Hablando claro, todo el vocinglero pacto universal en defensa del medio ambiente no es más que un aparato publicitario, mientras se siga eludiendo el tema central que es el equilibrio demográfico como forma esencial de ecología.
El otro gran tema de la semana fue el asesinato del magistrado Nelson Moncada, ministro de la Corte de Apelaciones de Venezuela, quien tuvo a su cargo el fallo confirmando la condena a 13 años de cárcel del líder opositor Leopoldo López.
El juez regresaba a su casa, en el barrio oeste de Caracas, cuando se encontró con una barricada bloqueando la calle, con una veintena de manifestantes encapuchados y provistos de armas de fuego. El juez intentó esquivar la barricada por un costado, y los encapuchados lo acribillaron a balazos.
No hay pruebas de que se hubiese tratado de un asesinato por encargo, pero sí quedó más allá de cualquier duda que los asesinos eran encapuchados de la oposición que, según reconoció el propio periódico conservador Bloomberg, de Estados Unidos, disponen de armamento y equipamiento militar contrabandeado desde Miami.
Este asesinato ha provocado fuerte impacto incluso en los sectores más derechistas de la Unión Europea, pues se suma al horroroso video del linchamiento por una patota de encapuchados opositores a un muchacho de 17 años que defendía al gobierno. Los agresores, tras golpearlo bestialmente, lo rociaron de bencina y le prendieron fuego, gritando “hay que matarlo”. El muchacho, con el 80% de su cuerpo quemado, se debate ahora entre la vida y la muerte.
En la última reunión de ministros de relaciones exteriores de Europa, la Unión Europea se abstuvo claramente de condenar al gobierno de Nicolás Maduro, y se limitó a instar tanto al gobierno como a la oposición, a abstenerse de recurrir a la violencia. De hecho, se dio importancia a que las fuerzas policiales encargadas de despejar las barricadas no portan armas de fuego y sólo disponen de elementos disuasivos.
Ninguno de los gobiernos de Europa ha aceptado calificar al gobierno venezolano como “dictadura”, y el canciller de Alemania, Sigmar Gabriel, dejó en claro que ningún país europeo podría aceptar establecer relaciones diplomáticas con la oposición venezolana.
Según declaró el sociólogo Thomas Fischer, de la Universidad Católica Ingolstadt, los venezolanos tendrán rescatarse a sí mismos, civilizadamente, si esperan ser apoyados por la comunidad internacional.
Al mismo tiempo, incluso la muy anti-bolivariana BBC de Londres, admitió que el dramático desabastecimiento de alimentos y otros productos básicos que está sufriendo la gente en Venezuela, se debe principalmente al bloqueo de la oposición apoyada por políticos de Estados Unidos, para impedir el acceso del gobierno a financiamiento internacional para adquirir y abastecer a la población.
Indica la BBC que el gobierno está distribuyendo paquetes de alimentos suficientes para una familia de 4 personas durante 15 días, a un precio de sólo unos 10.500 bolívares, que equivalen a 14 dólares al precio oficial. Esos mismos productos, en el mercado negro, se venden a un precio del orden de los 100 mil bolívares.
La semana pasada, pese a las amenazas de la oposición, la financiera estadounidense Goldman Sachs adquirió bonos de la estatal Petróleos de Venezuela, por 1.300 millones de dólares, que el gobierno destinará al abastecimiento, desplazando a los comerciantes acaparadores que desvían sus existencias hacia el mercado negro.
En tanto, la integración de la Asamblea Constituyente convocada por el gobierno para modificar la Constitución Bolivariana de 2002, ya ha comenzado a recibir la incorporación de sectores de la oposición que están optando por el diálogo. Entre ellos se cuentan dos de las más importantes federaciones de estudiantes.
Y según Luis Vicente León, uno de los principales asesores de la derecha venezolana, la actual campaña apuntada al derrocamiento del gobierno está destinada al fracaso por la ausencia de apoyo de la gente de la clase trabajadora.
¿Qué tiene que ver esta realidad realista con la gran farándula publi-periodística con que nos dibujan una caricatura de narrativa histórica?
Hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario. Es interesante a pesar del peligro.