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Por Ruperto Concha / resumen.cl
Desde ayer, el tono noticioso casi absoluto ha sido de eufórica embriaguez de optimismo, y, entre signos exclamativos, se anuncia que en la Cumbre de París COP21, al cabo de dos semanas de deliberaciones febriles, las 195 naciones que participaron alcanzaron el histórico Primer Acuerdo Universal para la lucha contra el cambio climático.
Y en seguida, se agrega que ese acuerdo será “vinculante”, es decir, tendrá validez jurídica que compromete e impone obligaciones a los países que suscribieron dicho acuerdo. Y, como si fuera poco, se indica que con este acuerdo se marca el comienzo del fin para el empleo de energía a partir de combustibles fósiles, es decir, carbón o coque, petróleo y gas natural.
Y, claro, sin perder el momento estelar del espectáculo, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, subió a Internet un twitter, un mensaje triunfal afirmando que el acuerdo de París tiene una dimensión inmensa y que casi la totalidad de las naciones del planeta lo han suscrito, fíjese Ud., según él, “gracias al liderazgo de Estados Unidos”.
En fin, cuando recién comenzaba la cumbre COP21, el diario británico The Guardian publicó un titular que decía: “Llegó el Circo a París”. Y, aunque suena burlón, el título en realidad era un elogio porque lo que más se destacó en esta Cumbre fue el entusiasmo colorido y desafiante de miles y miles de personas que acudieron a exhibir sus esperanzas y a clavarle las espuelas a los políticos flojos.
Pareciera ser que, detrás de la fanfarronería de un acuerdo que en realidad no cambia casi nada, lo más sustancial ha sido el hecho de que la gente europea, sobreponiéndose al miedo y al odio por los atentados terroristas y la inmigración ilegal, al fin ha comenzado a movilizarse como si de veras tuvieran todavía algunas esperanzas.
Se sabía de antemano que esta Cumbre estaba absolutamente “condenada” a tener éxito, un éxito resonante. Después de la Cumbre de la Tierra, en Tokio, 1997, que trató de emitir una reglamentación vinculante, obligatoria para limitar al menos un 5% las emisiones de gases en relación a lo que se emitía en 1990, después de ésa, vinieron otras 19 Cumbres que resultaron igualmente fallidas.
Las últimas, la Cumbre de 2009 en Copenhague, Dinamarca, y la de 2014, en Lima, en términos finales, concluyeron convocando a las naciones de todo el planeta, las desarrolladas, las que están en desarrollo, las subdesarrolladas y las que son casi indigentes, para que cada cual por su cuenta analizara su propia realidad y su situación dentro del contexto mundial, a fin de hacer unas propuestas concretas en la Cumbre de París, la COP21, de este año.
Ya el presidente Obama estaba bien avanzado en su período de “pato cojo”, que es como llaman en Estados Unidos al presidente que ya no va a ser reelegido y que está en el final de su mandato.
O sea, esos meses en que su principal preocupación es dejar alguna realización que deje bien parado a su gobierno y que, a la vez, respalde más o menos bien las expectativas de los candidatos de su partido, en este caso el demócrata, para las elecciones presidenciales, parlamentarias y estaduales de 2016.
En este 2015, Obama se centró intensamente en dos proyectos muy ambiciosos. Uno, conseguir la aprobación de dos grandes tratados de asociación de libre comercio, que son también en el fondo, tratados de procedimientos y de normas jurídicas y estratégicas. Son tratados esencialmente políticos. El primero, con la Unión Europea, y el otro el tristemente célebre Tratado Trans Pacífico, que la propia prensa estadounidense ha calificado como un tratado estratégico mucho más que un tratado comercial.
El Tratado Transatlántico, con Europa, está empantanado, porque muchos de los países miembros de la Unión Europea se niegan a aceptar las imposiciones de leyes estadounidenses por encima de las leyes europeas.
Y el Tratado Transpacífico, el TTP, corre muy grave peligro de no ser ratificado por el propio Congreso de Estados Unidos.
El otro gran proyecto intensificado este año ha sido el inicio de una movilización internacional bajo la bandería de la lucha ecológica y la defensa contra el cambio climático. De hecho, causó gran impacto en su país al rechazar definitivamente la construcción del gran oleoducto de Keystone, que proponía transportar 800 mil barriles diarios de petróleo desde Canadá.
Con ello respaldaba una intensa etapa de su gobierno en defensa del medio ambiente, con medidas de protección ecológica que incidían dentro de EEUU en la producción industrial.
En ese contexto, por cierto, la Cumbre de París, la COP21, necesariamente debía resultar en un éxito estruendoso a como diera lugar, y así lo evidenció el presidente Barack Obama con ese twitter en que atribuye el acuerdo de la Cumbre de París al liderato de Washington.
Pero, sin embargo, ese mismo viernes 11, mientras en París el secretario de Estado John Kerry corría de reunión en reunión tratando de conseguir algún borrador de acuerdo general, en Washington la Cámara de Diputados aprobaba con masiva mayoría, una ley que prohíbe que en los tratados internacionales de comercio puedan insertarse asuntos relacionados con temas de medio ambiente o cambio climático.
Lo más notable es que el proyecto de ley fue aprobado con un potente refuerzo de 28 diputados del propio partido Demócrata, de Barack Obama.
El mismo proyecto prohíbe al Ejecutivo insertar en sus tratados internacionales cambios que faciliten el ingreso de inmigrantes y el otorgamiento rápido de visas, así como el ingreso a Estados Unidos de, fíjese Ud., productos elaborados en el extranjero con marcas estadounidenses, y tales productos pasarán a ser considerados como falsificaciones.
Ahora ese proyecto de ley pasó a trámite en el Senado, donde los republicanos también tienen mayoría.
De allí que la redacción final del Acuerdo COP21 haya sido una especie de obra maestra de redacción en lenguaje jurídico, buscando dar ambigüedad al texto que parece establecer que el acuerdo aprobado ayer tendría carácter “vinculante”, con disposiciones obligatorias para los países firmantes.
La verdad es que aquel acuerdo no es realmente vinculante, es incluso más débil que cualquier tratado internacional.
En todo caso, ¿cuáles podrían haber sido esas obligaciones en defensa contra el cambio climático?...
También en eso el acuerdo está redactado en términos ambiguos que pueden ser muy engañosos. De antemano, los países económicamente desarrollados dejaron en claro que no aceptarían más que la reducción de emanaciones de carbón ya aceptada en Copenhague en 2009, de sólo un 2%.
La inmensa mayoría de los países, encabezadas por la llamada Coalición de Alta Ambición, en la que participa Chile, estaba pidiendo denodadamente que la reducción dejara en sólo un 1 y medio% el aumento permitido de emisiones.
El acuerdo, entonces, hizo un nuevo brillante malabarismo verbal, que quedó en que el aumento del 2% será permitido, pero que, claro, los firmantes se comprometen a tratar de que la reducción sea más que eso, y traten de llegar a la meta del 1 y medio %.
En cuanto a los aportes económicos que hará el mundo desarrollado para financiar el cambio tecnológico de la producción industrial del mundo en vías de desarrollo, se confirmó la cifra de 100 mil millones de dólares, que comenzarían a ser efectivos a partir el 2020.
Según los cálculos de los propios países en vías de desarrollo, en realidad esos 100 mil millones de dólares no alcanzan para nada. Una estimación más realista, confrontada con los costos de creación de nueva infraestructura y nuevas maquinarias para la nueva tecnología, tienen un costo del orden de los 3 y medio millones de millones de dólares. O sea, 35 veces más de lo que se estaba ofreciendo.
Y no sólo existe la más completa incertidumbre acerca de de dónde podrán salir esos millones de millones. Desde luego, hay varios políticos que afirman en que habrá una gran marea de inversionistas privados dispuestos a poner su dinero, sobre todo en países que son fieles y obedientes.
Pero los hechos apuntan ciertamente en otra dirección. Mientras resuena el entusiasmo por la Cumbre de París, se ha confirmado que en el mundo están en marcha nada menos que 2.240 nuevas centrales termoeléctricas a carbón, debido a que el carbón es más barato y tiene abastecimiento asegurado.
Igualmente, provoca una sonrisa de escepticismo enterarnos de que el gobierno de Chile se cuenta en la cúpula de los más aguerridos defensores del medio ambiente. Sabemos que en su gobierno anterior la presidente Bachelet aprovechó los últimos días de su mandato para distorsionar y anular un fallo de la Corte Suprema de Justicia que había prohibido la instalación de la central termo eléctrica de Campiche, que utiliza combustible de coque extremadamente polucionador.
Para anular el fallo judicial la señora Bachelet ordenó cambiar la calificación del emplazamiento de la central, que tenía carácter de área verde de absorción de emanaciones polucionantes, y convertirlo en terreno industrial.
En estos momentos, en contradicción abierta con los argumentos de la Cumbre de París, el gobierno de Bachelet nuevamente está apoyando la puesta en marcha de una nueva y enorme central termoeléctrica, esta vez en la costa central de Chile, que utilizará gas natural licuado importado desde Estados Unidos.
Estos hechos concretos aparecen como un amargo desmentido a las entusiastas afirmaciones de que el Acuerdo de París esté marcando el comienzo del fin del uso de los combustibles fósiles para la generación de energía.
En realidad, la caída catastrófica del precio del petróleo y el gas natural ha tenido por efecto llevar a la ruina a casi todos los grandes proyectos de generación de la llamada “energía verde”, a partir de la luz solar y de molinos de viento. En momentos en que todas las economías se debaten sin lograr salir de la crisis económica y manteniéndose a duras penas al borde de la recesión o de hecho en recesión como es el caso del Japón, resulta más que claro que las empresas prefieren, y van a seguir prefiriendo, continuar con el uso del gas y el petróleo.
De hecho, Alemania está encabezando la alianza de países de Europa central y occidental, para duplicar el gasoducto ruso bajo el mar Báltico, que abastecerá casi el 50% de toda la necesidad energética europea, y ello sin cruzar por Ucrania, la que va a perder el ingreso de 2 mil millones de dólares anuales que cobraba por el tránsito del gas desde Rusia hasta Europa central.
Según la mayoría de los analistas, el reemplazo masivo de los combustibles fósiles por energía solar o eólica, sólo podrá ser una realidad significativa recién a finales del siglo 21.
Así, pues, resulta patéticamente claro que la Cumbre de París sobre el Cambio Climático, estaba condenada, predestinada a tener un final con bombos y platillos, como si hubiese sido un éxito histórico e indiscutible.
Y mientras tanto, aquí en América Latina, una ola de derrotas políticas afecta a las más importantes naciones que desafiaron la tutela de Estados Unidos e iniciaron la construcción de una potente unión regional verdaderamente independiente.
En Argentina, más de la mitad de los peronistas que apoyaban a Massa en la primera vuelta, en segunda vuelta votaron por el derechista Mauricio Macri, dándole la victoria en contra del peronista Daniel Scioli.
En Venezuela, un gran porcentaje del electorado socialistoide, con mayoría de clase trabajadora modesta, sumó sus votos a la oposición, dándole mayoría de 2/3 en el parlamento.
Y en la votación dentro de las Fuerzas Armadas Venezolanas, sólo un 45% de los votantes apoyó al gobierno bolivariano, mientras el resto se abstenía. Pero, ojo, no hubo ninguna votación de las Fuerzas Armadas en favor de los candidatos de la oposición. O sea, los uniformados venezolanos expresaron su crítica y rechazo al gobierno de Maduro, pero de ningún modo apoyaron a las candidaturas de derecha y centroderecha.
Según los analistas británicos y los moderados estadounidenses, el sólo hecho de que Nicolás Maduro haya alcanzado un 46% de apoyo, deja en evidencia que la mayoría opositora no ganó con votos propios, sino con votos prestados por una izquierda decepcionada y enfurecida sobre todo por los signos de corrupción política.
En Argentina, los peronistas se preparan ahora para hacer una oposición demoledora a la derecha ganadora. De hecho, sumados los peronistas de Scioli con los de Massa, hacen una mayoría abrumadora. La pelea entre ellos está en dirimir cuál de los dos grupos peronistas encabezará la oposición.
Y en tanto, en Brasil, las fuerzas políticas de derecha y centroderecha están haciendo sus esfuerzos máximos para lograr una destitución de la presidente Dilma Rousseff, dándole un golpe de estado parlamentario al estilo paraguayo.
Pero todos juntos no alcanzan una mayoría suficiente para someter a la primera mandataria a juicio político de destitución. Pareciera ser que en Brasil se truncaría la ola de derrotas de la llamada izquierda latinoamericana.
Pero, ¿por qué los gobiernos de Argentina y Venezuela, fueron castigados a pesar de que ciertamente realizaron grandes, importantísimos logros en favor de la gente común?
¿Qué fuerzas sociales subterráneas parecen forzar cambios políticos malamente justificados? ¿Qué condena misteriosa ha estado cayendo sobre la izquierda latinoamericana?
El tercer elemento misterioso, la tercera condena misteriosa que estamos presenciando, es la que cada vez resulta más inminente el estallido de la Tercera Guerra Mundial, pese a que una mayoría casi unánime de la humanidad anhela la paz y rechaza con horror la guerra...
La publicación digital El Robot Pescador presentó un resumen con las previsiones de los más distinguidos empresarios y financistas del mundo occidental, incluyendo a varios ex personeros de gobiernos republicanos y demócratas de Estados Unidos.
Y todos ellos coinciden en que el estallido de la Tercera Guerra Mundial parece inevitable, en un plazo que va desde unos pocos meses más hasta un máximo de 10 años más.
También los analistas de temas estratégicos, geopolíticos y netamente militares, están denunciando que, intencionadamente o por errores, Estados Unidos está empujando la situación mundial hacia una guerra que nadie quiere pero que se está volviendo inevitable.
Más aún, analistas de los grandes periódicos Huffington Post, Christian Science Monitor, y las multimedia Fox y Value Walk, de Estados Unidos, prevén que el estallido de una guerra en que China y Rusia estarán aliadas hasta la victoria o la muerte, hacen prever que si llega a estallar esa guerra, absolutamente no va a haber ningún vencedor. Sólo habrá vencidos.
¿Quién quiere que pase todo esto que está pasando? Y, sobre todo, ¿quién quiere que nuestro planeta se vuelva inhabitable para la especie humana?
Fíjese Ud. que la última encuesta de opinión realizada en Estados Unidos, Europa y otros países desarrollados económicamente, demuestran que sólo una minoría de las personas consideran que sean de máxima importancia los temas de cambio climático y el deterioro ecológico del medio ambiente.
Sólo un 24% de la gente incluyó los temas ambientales entre sus preocupaciones más importantes. Y aún en ese 24%, los temas ambientales están por debajo de la urgencia de otros temas de carácter económico y del miedo a los acontecimientos imprevistos.
¿Por qué esa gente no logra percibir la realidad científica e innegable del rumbo fatal que lleva nuestra civilización?
Es como si los procesos que nos afectan se produjeran por una fatalidad similar a una condena. Un rumbo trágico que no logramos corregir, porque de algún modo no tenemos la libertad de hacerlo.
Una libertad que más que energía química, más que dinero, exige una energía espiritual, una capacidad de atrevernos a recibir la información, incluso la más terrorífica, y entender esa información y al fin percibir la realidad de cuáles son nuestras opciones.
Si no hacemos eso, no podemos ser libres. La única libertad esencial es la libertad de ser uno mismo. Y, como decía San Agustín, más allá de la libertad de ser, nadie es libre. Ni siquiera Dios, ya que Dios no es libre de dejar de ser Dios. Dios no puede dejar de ser Dios. En fin, hay que atreverse a ser uno mismo, para ser libre y tener el derecho de vivir.
¡Hasta la próxima, amigos! Cuídense, es necesario. Hay peligro, hay mucho peligro.
Foto: BBC