[AUDIO] Crónica de Ruperto Concha: Navidad

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Por Ruperto Concha / resumen.cl

En esta Navidad, en Estados Unidos, le echaron la culpa al Viejito Pascual por la venta de 450 mil drones, esos famosos avioncitos y helicópteros a control remoto, en calidad de “juguetes navideños”. Son juguetitos cuyo precio oscila entre los 45 dólares y más de 3000 dólares.

Según los informes de diversas Cámaras de Comercio, estos aparatitos voladores fueron lejos el regalo más solicitado por niños y adolescentes. Y por cierto, los padres regaladores tuvieron que pensarlo mucho, pues los drones más baratos son de un tamaño minúsculo, caben en la palma de la mano, y pueden volar sólo por 5 minutos. O sea, regalarle al chiquillo uno de esos drones sería casi un insulto.

Lo que los chicos quieren es un dron de 3 mil dólares o más, con 4 hélices, capaz de volar durante 18 o 20 minutos, que se desplaza silenciosamente impulsado por una súper batería que vale 300 dólares más, y que bien puede llevar accesorios como una filmadora a control remoto, que servirá para espiar a las chicas que toman el sol piluchitas en el patio o en la terraza de su hogar.

También esos drones pueden llevar pequeñas cargas valiosas, por ejemplo paquetes de cocaína, éxtasis o anfetaminas, sin peligro de ser interceptado por la policía.

Por eso fue que la Dirección de Aeronáutica de Estados Unidos emitió recién un bando que obliga a que, antes de echar a volar uno de esos drones, su propietario debe inscribirlo dando sus datos personales.

Y bueno, los chicos afortunados que recibieron drones de la mejor clase, afirman que el Viejito Pascuero les trajo uno igualito, igualito, a los que usa el Gobierno de Estados Unidos para asesinar a supuestos sospechosos de terrorismo en el Oriente Medio, o en cualquier otro lugar de nuestro planeta.

A los chicos no se les pasa por la mente el que los drones hayan nacido para asesinar gente, y que, de las víctimas, alrededor de un 25%, o sea, uno de cada cuatro, son niños. Hace poco, un solo ataque de un dron en Afganistán mató a 6 niños pastorcitos que volvían a su aldea arreando sus rebaños. El gobierno de Estados Unidos indicó que había sido “un lamentable error”.

Pero, ¿cómo extrañarnos de que la mayoría de los chicos se borren de cualquier pensamiento cuando la Navidad se les viene encima?... ¿Qué le hemos hecho en el cerebro a esos chiquillos que ya sólo sienten la Navidad como una borrachera de consumismo, vanidad y banalidad de colores estridentes y zambullida en la barahúnda de avisos comerciales que se mezcla con supuestos cánticos sobre el Niño Jesús?

La opinión generalizada, de sacerdotes, pastores, psicólogos y sociólogos, es que la Navidad se ha desfigurado monstruosamente por el impacto de la sociedad de consumo. Que ya queda muy poco de su contenido tradicional, y que lo poco que le queda, de cristiano tiene muy poco pero de pagano tiene mucho.

Esa adulteración de la Navidad, ha provocado varias reacciones exasperadas. El Papa Francisco clamó este año por que los fieles dejen en sus corazones un espacio para sentir piedad por los miles y miles de niños que en esta Navidad están sufriendo un infierno de miseria y de terror. Y el obispo protestante Keith Sutton, de Lichfield, Inglaterra, emitió un llamamiento en su templo, y también lo subió a Internet, recordándole a los cristianos que la Navidad, si bien es una fiesta de alegría por el nacimiento del Redentor, es también y al mismo tiempo una fiesta de respetuoso recogimiento por el sufrimiento y la adversidad en que Jesús llegó al mundo.

El obispo Sutton se explayó en la visión de la Sagrada Familia como personas dramáticamente marginales en una sociedad judía fanáticamente religiosa, que rechazaba con dureza a María, la Madre de Jesús, a la que consideraban impura por ser madre soltera.

También el obispo mencionó la Matanza de los Inocentes, cuando el rey Herodes mandó asesinar a todos los niñitos menores de un año, pues se había profetizado que por aquella fecha iba a llegar al mundo un descendiente de la Casa de David, destinado a ser el Mesías que reinaría sobre Israel y el mundo.

Y según el mismo clérigo, los pastorcitos que fueron al Pesebre, en realidad eran una cáfila de antisociales que se reunían en aquel paradero de mala muerte en Belén, donde María enfrentaba los trabajos de parto.

Y los Reyes Magos, si bien llevaban regalos, según el mismo obispo, pueden haber sido en realidad espías enviados por Herodes, para evitar que se escaparan algunos niñitos de la temida estirpe del rey David. De acuerdo a la visión de este obispo protestante, el Niño Jesús no sólo nació pobre. Además nació en los momentos más duros, de mayor angustia y dolor en la vida de su madre y de su padre adoptivo.

El cristianismo, como el judaísmo del cual deriva, tienen la característica de entretejer sus raíces teológicas con supuestos acontecimientos históricos, que debieran ser precisos. De allí que para ambas religiones sea extremadamente necesario encontrar evidencias concretas y científicas que puedan demostrar que esos hechos históricos, de los que deriva la tradición y la doctrina, ocurrieron en realidad.

Pero la investigación científica es laica, es agnóstica, no puede aceptar explicaciones milagrosas, ni vaguedades, ni absurdos cronológicos ni contradicciones históricas. Y, por cierto, tampoco puede aceptar que el embarazo de María lo haya provocado el Espíritu Santo.

Sin embargo, pese a su acercamiento descreído y más bien irreverente, los investigadores han hecho aportes sustanciales que parecen indicar que Jesús existió realmente. Que la Matanza de los Inocentes fue un hecho histórico, y también que el nacimiento de Jesús en Belén corresponde a varias profecías que estaban vigentes al inicio del siglo 1º, cuando en Roma reinaba el emperador Tiberio César.

El célebre escritor e historiador de las religiones Robert Graves realizó una apasionante síntesis de los descubrimientos reunidos hasta la década de los años 80, y con ellos escribió su libro “El Rey Jesús”, que viene a ser una biografía no evangélica de cómo puede haber sido la vida de Jesús en la realidad social, cultural y política de su época.

En gran medida, el planteamiento del historiador coincide con el del obispo protestante. Sin embargo, Robert Graves agrega información tomada del contexto judío de la época, y también de otros textos cristianos primitivos que las iglesias han eliminado o declarado “apócrifos”. Y, oiga, “apócrifo” no quiere decir que sean falsos, sino simplemente que no se deben dar a conocer más que a ciertos privilegiados.

De acuerdo a esas fuentes, según Robert Graves, Jesús fue posiblemente engendrado, en forma oculta, nada menos que por el príncipe Aristóbulo, hijo y heredero del pavoroso rey Herodes. El joven Aristóbulo se habría casado en secreto con la doncella María. Y eso, porque la estirpe de María descendía directamente del rey David. Entonces, un hijo de Aristóbulo y María, tendría toda la legitimidad para ser el futuro rey de los judíos.

Al descubrir la intriga de su hijo, Herodes temió que éste quisiera destronarlo. Hizo que a su heredero lo encerraran en una prisión donde luego lo mataron a puñaladas, y posteriormente lanzó a sus esbirros a la misión de matar a todos los niños que pudieran ser descendientes de David.

José acogió a María y realizó, aunque incompleta, la ceremonia del matrimonio. Y adoptó de antemano al niño que nacería. Hombre profundamente religioso, José no quiso realizar la ceremonia por completo, porque habría sido blasfemia, y para evitarlo dejó sin pagar una pequeña suma de los derechos del templo.

Es decir, María quedó precariamente amparada de la acusación de ser madre soltera, pero esa misma situación hizo que a Jesús se le considerase siempre como hijo de dudosa legitimidad, y por ello le negaron el acceso a los sectores del templo que estaban reservados para los jóvenes judíos de estirpe sin tacha.

Robert Graves concuerda con el obispo Sutton en que la partida de José y María desde Nazareth hacia el sur, en la práctica fue una fuga, y que José, María y el niño recibieron amparo en Egipto. Se radicaron en la ciudad de Leontópolis, junto al Nilo, donde existía una próspera y culta colonia judía.

Allí Jesús pasó toda su niñez, recibiendo la educación propia de un joven judío de buena familia, hasta el regreso a Israel a la edad en que los niños judíos cumplen la ceremonia del Bar Mitzvah, hacia los doce años, o cuando ya le han salido sus primeros cinco pelitos en el pubis.

Durante el período entre su retorno a Israel y el comienzo de su vida pública, se supone que Jesús, impedido por su nacimiento de ingresar formalmente a la sinagoga, tuvo que seguir sus estudios en una secta disidente, la comunidad de los Esenios, en una ermita-monasterio junto al Mar Muerto. Y aparentemente, se encontró allí también con su primo Juan, algunos años mayor. Este Juan fue el Bautista, el que lo bautizó en el río Jordán.

No es del caso detallar más la visión que presenta el historiador Robert Graves de una biografía probable de Jesús. Pero sí es importante ver cómo la perspectiva laica del historiador resulta coherente con la perspectiva religiosa del obispo.

Y tanto el obispo como el historiador concuerdan en que la vida de Jesús transcurrió en una atmósfera de estudio y de recogimiento, pero también en condiciones de tranquilo bienestar económico, que Jesús interrumpió voluntariamente cuando sintió el llamado de dar comienzo a su prédica.

Es decir, en la vida de Jesús hubo en realidad dos momentos de máxima adversidad y sufrimiento, que marcaron en forma absoluta el comienzo y el final de su vida: Su nacimiento en el establo de Belén, y su muerte en la cruz sobre el cerro Gólgota.

En esa perspectiva, ciertamente la Navidad conmemora, como lo dijo el obispo Sutton, uno de los momentos más duros y dolorosos en la vida de Jesús. Su llegada a este mundo en la pobreza, el miedo y la necesidad de huir buscando asilo. Pero no es justo hablar de una “paganización” de la Navidad. También en una perspectiva histórica, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario. El cristianismo fue el que cristianizó las fiestas paganas de diciembre y el Solsticio de Invierno.

En realidad, casi todos los ritos y las tradiciones de la Navidad vienen directamente de las Fiestas Saturnalias de la antigua Roma, de la gran fiesta del Sol Invicto de la Roma imperial, de las fiestas de Beltane de los celtas y las de los germanos que hoy llamamos Yuletime.

Todas eran fiestas que celebraban el Nacimiento del sol radiante, en el corazón mismo de las tinieblas y el invierno. Era la fiesta del solsticio de invierno, cuando las noches ya dejan de alargarse, y el sol comienza a ganarle horas a las tinieblas, y prepara en sus hornos celestiales el milagro de una nueva primavera.

Durante miles de años, todos esos paganos de la antigua Europa y la cuenca del Mar Mediterráneo celebraban una Nochebuena en torno del Árbol de la Navidad, de la Natividad, que de preferencia era un pino, porque el pino se mantiene verde como la esperanza en pleno invierno, cuando los demás árboles están grises y desnudos.

Así, el Árbol de Pascua, el pino fiel, recibía un homenaje de luces y adornos multicolores en sus ramas, y también se colgaban de él regalos y ofrendas.

Es decir, estas navidades de luces, regocijos, regalos y celebración nocturna, son en verdad las más antiguas. Eran paganas, pero las buenas gentes de antaño aceptaron que sobre el paganismo original se les impusiera la doctrina cristiana.

De hecho, cuando vino la Reforma protestante, muchas de las nuevas sectas cristianas, sobre todo en Inglaterra y América del Norte, suspendieron por completo la fiesta de Navidad. Consideraban que era puro paganismo. Y la suspendieron tan completamente, que en gran parte de los Estados Unidos la Navidad recién volvió a celebrarse a mediados del siglo 19, después de la Guerra de Secesión. Sin embargo, fuese cristiana o pagana, la Navidad desde tiempos inmemoriales fue siempre una festividad de regocijo y alegría, pero un regocijo y una alegría que se cargaban de sentimiento de lo sagrado.

Los regalos en el árbol de pascua en realidad eran ofrendas. Y los regalos que se hacían unos a otros durante esa fiesta, no eran chucherías a la moda, sino muestras de sincero amor y solidaridad.

Sobre todo, lo que se regalaba eran alimentos, cosas ricas de comer, las señoras preparaban panes dulces, con nueces y miel, y se destapaban cántaros de buen vino o buena cerveza. Todo para compartirlo entre todos, en una fiesta en la cual el mendigo vagabundo tenía derecho a recibir su parte, en cualquier casa, igual que el jefe guerrero o el rico mercader.

En el norte de Italia existía hasta hace poco la tradición de que las familias pudientes instalaran mesas en la calle, con viandas de muy buena comida para quienquiera quisiera acercarse. Y esas mesas eran atendidas por las propias jóvenes de la familia, que aceptaban ser sirvientas de los pobres en homenaje al nacimiento del Niño Jesús.

Cristiana o pagana, esa Navidad antigua era intensamente espiritual. Las danzas y la música eran especiales, eran lo que hoy llamamos “música navideña”, y se dirigían en honor a una Madre y a un Niño que eran divinos.

Digámoslo francamente: Incluso la Navidad netamente pagana, anterior a la llegada del cristianismo, era una Navidad lejos más noble, más espiritual y solidaria que estas navidades de ahora, en que se regalan drones y juegos computacionales malvados.

No hay que faltarle el respeto a los paganos. No se sabe a ciencia cierta cuándo nació Jesucristo. Las fechas pueden tener años de error. Muchos historiadores piensan que Jesús nació alrededor del año 4 antes de la fecha que da el Evangelio. De hecho, Herodes murió 4 años antes de la supuesta fecha del nacimiento de Jesús.

Históricamente, ni siquiera se tiene claro si la vida pública de Jesús de Nazareth se prolongó por tres años o si todo ocurrió en un solo año.

Pero esa imprecisión no es relevante cuando se trata de volverse hacia el misterio, la leyenda y la religión. Ante esos temas inmensos, hacen falta alas más poderosas que las de nuestra razón. Por eso es que siempre las tradiciones de todas las culturas se refieren a un tiempo antiguo indeterminado. Un “illo tempore”, hace mucho, mucho tiempo, en los años de “habíase una vez”.

Por eso mismo es que la Navidad es mucho más que un viejo monumento religioso que sobrevive al paso de los siglos.

La Navidad está viva. Está tan viva que hoy sigue siendo capaz de hacer un retrato descarnado y preciso, no sólo de lo que le está pasando a ella, sino de lo que nos está pasando a nosotros y a nuestros niños.

Por suerte, la navidad es porfiada. Es aguantadora. Es “resilient” como dicen los cursis angloparlantes.

Ojalá en nuestros espíritus conservemos un rincón, un santuario, un fortín, que sea igualmente aguantador… y que a los chiquitos que hereden el futuro les llegue también una Navidad de veras.

¡Hasta el año próximo, amigos! Cuídense mucho, y cuiden el Santo Misterio, que corre tanto peligro como nosotros.

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