En nuestra crónica pasada, enfocamos un análisis de la realidad noticiosa internacional en la perspectiva psicológica del llamado “idiotismo moral”. Ahora, fíjese Ud. que el mismo término de “idiotismo moral” pue entenderse como lo contrario de una “inteligencia moral”, una característica del Grupo Zoológico Humano que nos acompañó durante todo el dramático proceso de la Evolución, posiblemente a partir de una especie de pequeños simios originarios del sur de Europa, los Ramapitecos, que se extinguieron hace unos 8 millones de años, pero que dejaron la semilla genética de nuestras razas humanas actuales.
Esos remotos abuelos nuestros al parecer compartían la estructura psicológica “instintiva” de todos los demás animales de manada. Admitir, por ejemplo, diversas categorías y deberes, que forman una especie de jerarquía casi militar. Por ejemplo, en las manadas de ciervos, los machos alfa, los más fuertes y mejores líderes, tienen que colocarse en la parte de atrás de la manada cuando se desplazan.
Esto, porque cuando son atacados por depredadores, especialmente por manadas de lobos, los machos alfa deben enfrentar el peligro, combatiendo incluso más allá de la esperanza de sobrevivir, pues con ello ganan el tiempo necesario para que los demás puedan alejarse del peligro.
En realidad, todas las manadas, es decir todos los animales que tienen organización social, tienen códigos de conducta que son aceptados en forma natural. Por cierto, a veces hay ejemplares subalternos que desafían a sus superiores, pero con ello no desafían el código social. Al contrario, lo confirman pues su desafío apunta a comprobar si el superior desafiado de veras tiene los méritos que exige la manada.
Eso se orienta, principalmente, a tener el derecho de aparearse. De hacer que sus genes prevalezcan a través del tiempo. Eso no cambia ni en las manadas dirigidas por machos alfa –como los ciervos y los lobos - ni en las dirigidas por hembras alfa, como las manadas de hienas o de monos antropoides.
La reproducción es el gran camino y el gran instrumento de la Evolución de las Especies. Pero, oiga, la evolución sólo se produce cuando la especie enfrenta peligro de muerte. Cuando ese peligro desaparece, la evolución tiende a detenerse.
Los individuos no desperdiciarán su energía en someterse a transformaciones que no sean absolutamente necesarias.
En el caso de la Evolución de nuestro grupo zoológico, los cambios necesarios fueron muchos y muy rápidos. El pequeño simio Ramapitécus parece haber tardado menos de dos millones de años en transformarse en los gigantones Australopitecus, y estos al parecer en la mitad de ese tiempo ya habían generado las primeras especies de Homínidos. El Homo Robustus y el Homo Hábilis.
Y, según los descubrimientos a partir del ADN mitocondrial, que reproducen únicamente las mujeres, la evolución llegó a su primera cumbre innegablemente humana, con el Homo Erectus, que al parecer hace apenas 600 mil años comenzó a vagabundear. Abandonando el África Sudoriental conde había nacido, llegó hasta la China, hasta las actuales islas de Indonesia, y hasta el corazón de Europa.
En ese tiempo, cortísimo si se compara con los millones de años de evolución anterior, el Homo Erectus evolucionó engendrando, primero al Neanderthal y luego al Cromagnon. Ambos frutos evolutivos que ya tuvieron el título de Homo Sapiens.
Estos retoños evolucionados ya habían aprendido a encender el fuego y a manejarlo como si fuese un misterioso animalillo sólo a medias domesticado. Desde ese momento el Homo Sapiens pasó a ser la más temible de las criaturas vivientes.
Y, como confirmando aquello de que los seres vivos sólo experimentan cambios evolutivos cuando están en peligro de muerte, en los últimos 300 mil años el ya poderosísimo ser humano sólo ha experimentado escasos y pequeños cambios evolutivos. De hecho, si algún Neanderthal o algún Cromagnon hubiera sobrevivido hasta nuestros días, podría pasar perfectamente inadvertido en medio de una multitud.
Por supuesto este resumen es sólo una representación sobresimplificada, imperfecta, pero que nos sirve para percibir cómo en el centro mismo de nuestra evolución estuvo siempre presente la realidad de que somos animales de manada, y que las normas de convivencia de la manada evolucionaron hasta convertirse en Ética, como una especie de gramática para conjugar la lógica de los valores sociales.
Y, luego, en la Moral que es la costumbre o el consenso con que se aceptan y aplican los valores éticos.
Tendemos a imaginar que en las sociedades primitivas sólo existía la ley del más fuerte, y que los demás tenían que someterse al matonaje. Pero no hay nada que sustente ese prejuicio. En realidad, toda la antropología moderna coincide en que la organización social obtiene su fuerza a partir de la afectividad, la impresión emotiva que nos producen los demás seres humanos. La gran energía que engendró nuestro acervo de valores y nos llevó a aceptarlos, amarlos y defenderlos, fue la emoción que sentimos al estar con los demás.
Pero, ojo: esa afectividad no implica únicamente amor, solidaridad, alegría, canción y danza. No. También implica otras maneras en que los demás pueden afectarnos, aunque con emociones de envidia, rencor, deseos de venganza...
Pero, para bien o para mal, el afecto de los demás es la energía que carga y le da poder a la norma. A la ley. Ahí, por ejemplo, tiene Ud. el caso de los nazis y Hitler. ¿Habría alguien tan bobo como para creer que Hitler llegó al poder únicamente por la fuerza?
Por cierto que no. Él llegó al poder en andas del afecto de una nación alemana resentida, humillada y expoliada por los franceses e ingleses vencedores de la Primera Guerra Mundial.
En esa perspectiva, el “idiotismo moral” que está enfermando a nuestra civilización, cobra un sentido más inquietante. Al menospreciar nuestro afecto bueno o malo por los demás seres humanos, y reemplazarlo por un supuesto pragmatismo de obtener ganancias para ser felices, toda la arquitectura psíquica que soporta nuestros valores comienza a tambalearse, a derrumbarse.
No sólo perdemos de vista el sentido humano del anhelo de plenitud, de belleza y felicidad. Junto con eso, también perdemos la capacidad de darnos cuenta de los errores y los horrores que nos presentan como si fuesen simples matices de una realidad que, de puro moderna, queda más allá del bien y el mal. Más allá de las fuentes del derecho y la justicia, o de la verdad y la mentira.
Y así como el domingo pasado cité a un millonario estadounidense como epítome del “idiotismo moral”, ahora me inclino a citar en esos mismo términos al Secretario General de la Organización de Estados Americanos, don Luis Leonardo Almagro Lemes, quien se presenta como grandilocuente vocero de los más altos valores de la justicia y la democracia americana, y ha sido galardonado como héroe de la libertad por la ONG estadounidense Freedom House, que funciona con fondos del gobierno de Estados Unidos.
En la Historia de Sudamérica, Almagro es un apellido de mala fama, que se remonta a las traiciones de Diego de Almagro tanto a su leal capitán Pedro de Valdivia, como a sus socios Pizarro en la conquista del Perú.
En su campaña en contra de la Venezuela Bolivariana y el presidente Nicolás Maduro, este Almagro de ahora aparece íntimamente asociado con el golpista brasilero Michel Temer, y con el canciller paraguayo Eladio Goizaga, socio de Augusto Pinochet, de Chile, y de los golpistas de Argentina y Brasil en el sanguinario Plan Cóndor elaborado en connivencia con la CIA de Estados Unidos.
Es fantásticamente instructivo ver qué es lo que Almagro está defendiendo en la OEA. En los últimos 70 años, en América Latina ha habido 34 golpes militares, de los cuales sólo 4 fueron de orientación izquierdista o revolucionaria. El de Cuba, en 1959, contra el dictador Fulgencio Batista; el de 1968 en Perú, del general Velasco Alvarado; el de 1979, de Nicaragua contra el dictador Anastasio Somoza, y el de 1989, contra el dictador Alfredo Stroessner.
Los otros 30 gobiernos militares y dictatoriales, en Cuba, Colombia, Paraguay y Guatelama; en Argentina dos veces; en Brasil, instaurando 20 años de dictadura militar; en Honduras tres veces; en Venezuela; en El Salvador dos veces; en Perú, dos veces; en Ecuador, cuatro veces; en República Dominicana, dos veces: en Panamá, 3 veces; en Bolivia 3 veces, en Chile una vez, y en Haití tres veces.
Pues bien, todos aquellos golpes dictatoriales fueron reconocidamente planificados y financiados por la CIA. Pero ante ellos jamás la OEA tuvo una reacción, ni siquiera simbólica, en defensa de los gobiernos democráticos que habían sido derrocados con derramamiento de sangre.
Tampoco reaccionó la OEA en la brutal invasión de Estados Unidos a Panamá, para capturar al dictador, ex agente de la CIA y narcotraficante Manuel Antonio Noriega. En esa invasión las tropas estadounidenses mataron a más de 3 mil civiles panameños.
Más aún, la OEA no tuvo ningún reparo en realizar su Sexta Asamblea General, en Santiago de Chile, en 1976, bajo el gentil auspicio del general Augusto Pinochet. Oiga, y el tema central fue la defensa de los derechos humanos y la democracia.
Asistieron todos los cancilleres, ansiosos de sentarse junto al estadounidense Henry Kissinger. Sólo se negó a participar el ministro de relaciones exteriores de México.
¿Es de extrañar, entonces, que el líder cubano Fidel Castro haya definido a la OEA como el “Ministerio de Administración Colonial” de Estados Unidos”?. Bueno, cuando al fin los gobiernos latinoamericanos en 2009 se atrevieron a contrariar a Washington y levantaron la expulsión de Cuba impuesta en 1962, el gobierno cubano agradeció el gesto pero reiteró que nunca jamás volvería a participar en aquel aparato de humillación y sometimiento de América Latina.
Por otra parte, ya en enero de este año, se produjo en Estados Unidos un caso perfectamente paralelo al de la crisis de los poderes del Estado en Venezuela. Fue cuando el magistrado James Robart, de un tribunal de Seattle, emitió un fallo prohibiendo la aplicación de la Orden Ejecutiva emitida por el Presidente Donald Trump de anular las visas de extranjeros procedentes de 7 países islámicos.
El magistrado era militante demócrata y había sido designado por el Partido Demócrata, y además el fallo implicaba imponer al Poder Judicial por encima del Poder Ejecutivo. Sin embargo el gobierno de Trump lo acató, aunque dejando constancia de que se estaba judicializando la política.
Esa situación resulta equivalente al fallo de la Corte Suprema de investigar el proceso eleccionario de Venezuela, solo que en este caso el fallo era contra el Legislativo y no contra el Ejecutivo, como en Estados Unidos.
Lo que sí establece diferencia es que en Estados Unidos el Ejecutivo acató el fallo judicial, si bien apeló. En cambio, en Venezuela, el Legislativo hizo caso omiso del Poder Judicial y se colocó agresivamente en desacato.
Por supuesto la OEA no lanzó ninguna acusación contra el Poder Judicial de Estados Unidos, mientras, en cambio, se acusaba de golpista al Poder Judicial de Venezuela.
Ahora, bajo las presiones coordinadas de Estados Unidos y los gobiernos neoliberales de Argentina, Brasil y Perú, la OEA estaba empeñada en conseguir sanciones internacionales contra el gobierno de Venezuela, para lo cual necesitaba reunir los votos de dos tercios de las naciones del continente. Pese a todas sus gestiones, el grupo anti venezolano no había obtenido aún los votos suficientes, y bajo la férula de don Luis Leonardo Almagro, resolvieron de todos modos convocar a una nueva sesión extraordinaria para acusar a Venezuela de violar la Carta de la OEA.
Ante ello, el gobierno bolivariano de Venezuela anunció su decisión de salirse de la Organización de Estados Americanos que, desembozadamente estaba al servicio de la CIA. Según la canciller venezolana Delcy Rodríguez, la OEA había abandonado su rol de colaborar a la solución pacífica de una crisis como la venezolana, y en cambio había iniciado acciones intervencionistas apuntadas a agravar el conflicto.
No será fácil restablecer la unidad de los estados latinoamericanos. Venezuela no tiene nada que perder. Pero, al materializarse su retiro de la OEA, esa organización quedará lesionada. Quedará mutilada de otro de sus miembros. Bolivia, Ecuador, Nicaragua y los países caribeños de la CELAC, han confirmado su apoyo a Venezuela.
Y, como regalito adicional del Destino, se confirmó el comienzo de la explotación en Venezuela de un gigantesco campo minero del mineral Coltán, cuyo precio internacional es cien veces mayor que el del cobre, y cuya producción está ya vendida de antemano en alrededor de cien mil millones de dólares.
La pregunta no es qué le ocurrirá a Venezuela por salirse de la OEA. La verdadera pregunta es qué será de la OEA al perder a Venezuela.
Para encontrar la respuesta es necesario recobrar la potencia de la Inteligencia Sensorial. Esa tremenda inteligencia, cargada de emoción, que es la base biológica de nuestra civilización.
Hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario. Ud. ve, hay peligro, pero las cosas siguen ocurriendo y diseñando el futuro.