Por Ruperto Concha / resumen.cl
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En poco más de una semana, los ricos más ricos del mundo han perdido alrededor de 3 millones de millones de dólares. En Estados Unidos ya se está hablando de una posible recesión inminente, el valor de las acciones se ha desmoronado en las Bolsas de todo el mundo, y la prensa especializada dice que la crisis económica mundial de este momento es tanto o más grave que la crisis de 2008, cuando el mundo entero buscó la salvación mediante un endeudamiento descomunal que sigue hasta nuestros días.
Por cierto, la gran prensa ha divulgado la improvisada explicación de los economistas que básicamente afirman que la culpa la tiene el Coronavirus de Wuhan. Sin embargo, otros economistas expertos admiten que es cierto que el coronavirus ha tenido efecto negativo en la economía, pero que las causas de la tremenda crisis en realidad son otras, que al parecer nadie había previsto y nadie entiende del todo.
Sin tener todavía una explicación valedera, las más prestigiosas publicaciones financieras hablan poéticamente de que hubo un “cisne negro” que se metió en la economía mundial. Según el diccionario de Wikipedia, la expresión “cisne negro” es una metáfora para describir un hecho imprevisto, de gran impacto, que los economistas no fueron capaces de prever.
Por supuesto, en medio de la histeria de pánico por el coronavirus, parecía fácil echarle la culpa por el inesperado desastre económico... pero esa acusación se desinfló por sí misma, instantáneamente, cuando las cifras mostraron que China, donde el virus impactó primero y con máxima intensidad, es, sin embargo, la única potencia mundial que no se encuentra en situación de desastre.
Por supuesto, también ha sufrido una merma en sus expectativas económicas, pero, con crisis y todo, presenta un crecimiento del 16% en el mismo período en que Estados Unidos y Europa aparecen con crecimiento cero o en peligro de caer en recesión.
Y tal como en 2008, en estos momentos la China está siendo la locomotora que evita una paralización mundial.
Para la política mundial, este es el peor momento para una grave crisis económica entrelazada con las crisis de la política internacional. En Estados Unidos, donde se está lanzando la fiera campaña para las elecciones generales de noviembre próximo, el actual peligro de recesión es una verdadera puñalada para Donald Trump y el Partido Republicano.
De hecho, en las últimas semanas las encuestas estaban mostrando una recuperación del apoyo popular a Donald Trump, que se mantiene en torno del 48%, sobre todo por la recuperación económica mediante negociación para resolver sus guerras comerciales. Sobre todo, la recuperación del mercado chino para las exportaciones agrícolas estadounidenses.
Pero las circunstancias son más apremiantes para el Partido Demócrata, que el próximo martes tendrá las más importantes primarias, de las cuales surgirá el candidato que desafíe la reelección de Donald Trump.
Demócratas y republicanos en estos momentos se enfrentan en una atmósfera dramáticamente cargada de odio, con numerosos trifulcas callejeras, incluyendo algunas con características criminales.
Y, abiertamente, la postura de las bases demócratas coincide en anunciar que votarán por el candidato opositor que tenga mayores posibilidades de ganarle a Trump. Es decir, lo importante es ganarle a Trump, no importa cuáles sean sus programas de gobierno.
El viernes, la publicación OpEdNews dio a conocer una encuesta a militantes demócratas, la cual todavía está en proceso, pero que hasta ahora, en las entrevistas ya realizadas muestra que sólo un 17% de los encuestados dice que aceptará votar por cualquier candidato que apruebe el Partido.
Un 36% anuncia que no votará por el candidato demócrata si no se respeta que el candidato sea el que haya obtenido mayor número de votos en las primarias.
Y, lo que es más alarmante, un 43% anuncia que, si no se respeta designar candidato al candidato que tenga mayoría simple, votarán por candidatos de otros partidos.
De mantenerse esa tendencia encuestada, se daría por descontado que el candidato progresista o “liberal demócrata”, Bernie Sanders, sería la única opción opositora con alguna posibilidad de triunfo en noviembre.
Pese a su fracaso en las primarias ya realizadas, el ex vicepresidente de Barak Obama, Joe Biden, conserva un porcentaje considerable de votos para la elección primaria. De hecho, en California, Bernie Sanders encontró un apoyo de 35%, frente a sólo un 13% de Biden, quien se presenta como “candidato moderado y centrista”.
En Texas, otro de los estados con mayor número de votos electorales, Sanders tiene un apoyo del 29%, frente al 20% de Joe Biden. Pero, según el reglamento de las primarias en el Partido Demócrata, se establece que se designará oficialmente candidato del partido a aquel que reúna más del 50% de los votos.
De ahí que las posibilidades de que el candidato sea Joe Biden, a pesar de su reducido apoyo, se mantienen en pie, si se negocia que los votos de los demás candidatos moderados lo apoyen a él y no a Bernie Sanders.
En ese contexto, las elecciones primarias del Partido Demócrata, el próximo martes, pueden realmente decidir entre el muy tibio y tranquilizador Joe Biden y el progresista liberal demócrata Bernie Sanders.
Eso, en realidad viene a equivaler a que en las primarias del martes próximo se decidirá, por contragolpe, si el presidente Donald Trump logrará o no, ser reelegido.
¿Qué efectos tendría para el Partido Demócrata si presenta a Joe Biden de candidato y pierde frente a Donald Trump?
Para comprender la extrema gravedad de una derrota Demócrata frente al republicano Trump, es necesario revisar cómo fue la derrota de Hillary Clinton ante Trump en 2016.
En realidad, en 2016 se produjo una derrota masiva del Partido Demócrata que no sólo perdió su apuesta presidencial con la Clinton sino, además, fue barrido en las elecciones parlamentarias y de gobernadores estaduales.
Los demócratas perdieron más de mil elecciones estaduales. Los republicanos ganaron el control parlamentario total en 32 congresos estaduales, frente a sólo 13 de los demócratas. Y ganaron 31 gobernadores frente a sólo 6 de los demócratas.
Es decir, la ciudadanía estadounidense le dio una paliza al Partido Demócrata. Mucho más que a la Hillary Clinton que al menos obtuvo el consuelo de haber alcanzado más votos populares que Trump.
Existen muy buenos análisis que demuestran cómo la derrota de los Demócratas se debió a la enojada decepción de los sindicatos y las familias trabajadoras una vez que Obama se lanzó en una política económica neoliberal a ultranza, permitiendo que las grandes corporaciones de Estados Unidos se llevaran sus capitales a países subdesarrollados, donde los políticos locales habían aceptado liquidar sus leyes laborales a fin de abaratar la mano de obra humana.
De hecho, más de 800 mil empleos industriales de Estados Unidos donde el salario mínimo era del orden de los 7 dólares la hora, fueron llevados a países como Vietnam, donde el salario mínimo era de 25 centavos de dólar la hora.
La fuga de capitales fue una fuga de puestos de trabajo que llevó a la cesantía a una masa obrera precisamente en los estados donde perdió la Clinton.
De hecho, el gobierno de Barack Obama se empeñó con máxima intensidad en sus proyectos de globalización neoliberal de la economía mediante tratados comerciales como el Trans Atlántico, con Europa, y el Trans Pacífico, con el TTP.
En ambos proyectos, el gobierno de Obama incorporaba el reemplazo de los tribunales de justicia de los países participantes, por un sistema de los llamados Tribunales Arbitrales, designados por acuerdos integrados al Tratado, y cuyos fallos serían inapelables incluso si contradijeran leyes de los países litigantes.
Era el dominio de los intereses y procedimientos empresariales, por encima de los poderes judiciales de todos los gobiernos.
Se entiende así que hubiera un enorme sector de la gente pobre, dispuesto a castigar al partido que según ellos los había traicionado.
Y, claro, en cuanto asumió el poder, el gobierno republicano paralizó y desechó los proyectos de tratados comerciales con Europa y con la Cuenca del Pacífico.
En el lenguaje periodístico latinoamericano, muchas de las denominaciones políticas resultan inadecuadas o engañosas. Por ejemplo, se utiliza la expresión “populismo” como sinónimo de demagogia, de promesas engañosas para entusiasmar a una base política ignorante.
Pero eso no es Populismo. Populismo es la directriz ideológica que exige a los gobiernos que la aplicación de reformas económicas y sociales se realice atendiendo a las necesidades de la población afectada, y en plazos que permitan a los afectados adaptarse a las nuevas condiciones.
Para Estados Unidos, Gran Bretaña y los países escandinavos, por ejemplo, la palabra “Liberalismo” implica la necesidad de que los gobiernos y las leyes participen regulando y planificando la economía, a fin de agilizar y racionalizar las actividades del libre mercado.
En cambio la palabra “Neoliberalismo” respondió a la propuesta de privatizar por completo la actividad comercial y productiva, eliminando o al menos reduciendo al mínimo la intervención política o gubernamental. Cero regulación y cero planificación estatal.
En el caso del enfrentamiento entre demócratas y republicanos en Estados Unidos, ya en la campaña electoral de 2016 se perfilaba cómo sectores de las enormes empresas transnacionales apoyaban a los sectores políticos que les resultaban más útiles y más dóciles.
Apoyando a Trump y a los republicanos se evidenció, sobretodo, la participación de las empresas de armamento, y del grupo de intenso compromiso de alianza con Israel, a través de la organización AIPAC, a la cual se sumaban desde entonces diversas agrupaciones evangélicas sionistas.
Pero el grueso del gran capital neoliberal de Estados Unidos se volcó en favor de Hillary Clinton. Y, de hecho, el Partido Demócrata tuvo una recaudación de dinero de parte de empresas privadas, de casi dos mil millones de dólares para la campaña electoral de 2016, mientras que Trump invirtió menos de 800 millones.
En las campañas de los próximos meses, la distribución de empresas financiantes y las organizaciones religiosas o raciales sigue siendo muy similar a la de 2016.
En nuestra crónica del domingo pasado mencionábamos las declaraciones del Presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, que, directamente, acusó a Estados Unidos de, fíjese Ud., “no soportar ni siquiera la idea de una verdadera comunidad internacional, y que, en cambio opera a expensas de exigirle sacrificios a sus vecinos, sus socios y sus aliados”.
En realidad, en estos momentos la Unión Europea, más allá de las diferencias políticas de sus gobiernos, que van desde la ultraderecha hasta un liberalismo con nostalgias socialdemócratas, está consciente de que ya no le es posible mantener el grado de dependencia con Estados Unidos, que se estableció después de las dos guerras mundiales del siglo 20.
El mismo presidente Steinmeir recalcó, en la cumbre de Seguridad de Munich, que la Unión Europea necesita asegurar y fortalecer su autonomía, su capacidad militar de autodefensa y su absoluta independencia para integrar acuerdos comerciales y políticos con otras naciones o grupos de naciones, sin necesidad de que Washington les apruebe o autorice tales acuerdos.
En caso contrario, la Unión Europea misma corre peligro de desintegrarse y dispersar sus fuerzas y sus recursos.
Tanto Alemania como Francia e Italia mencionaron abiertamente su intención de apoyar un futuro multipolar, no centrado en Washington ni tampoco en Beijing o en Moscú, en el cual las naciones o los grupos de naciones puedan alcanzar acuerdos para el diseño de una convivencia humanista, próspera y profundamente vinculada a los derechos humanos.
En estos momentos, es demasiado lo que no se sabe. No se sabe qué es lo que está derrumbando la economía mundial. No se sabe cómo se frenará la propagación del nuevo coronavirus. Y no se sabe cómo podrán enfrentarse las dramáticas condiciones de vida que derivan del cambio climático.
Lo que sí se sabe es que los miedos y los odios histéricos son el reverso de esa misma moneda que por el otro lado es codicia y consumismo.
La Historia de la Humanidad una vez más avanza y evoluciona por sí misma… sin pedirle permiso a nadie.
Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro.