Por Ruperto Concha / resumen.cl
Casi todos los “padres” de casi todas las Patrias han sido guerreros que luchaban por algo que llamaban “libertad”. En realidad, cuando miramos la Historia de la Humanidad, encontramos que la palabra Libertad ha servido para justificar casi cualquier acción sangrienta.
Quizás el caso más notable de grandes y sangrientas luchas en nombre de la Libertad, fue el de Argelia, en 1991, cuando se realizaron las primeras elecciones generales democráticas, desde la independencia, en 1962.
Y fíjese Ud. que en esas elecciones ganó, lejos, la candidatura del movimiento islámico, que durante la campaña electoral le había ofrecido a la nación mandar al diablo toda esa democracia que querían imponer los occidentales, y prometieron que, si ganaban, ya no volvería a haber elecciones en Argelia.
¿Qué tal?... el pueblo libertario, llamado a elegir, eligió libremente no volver a elegir nunca más.
Y bueno, de inmediato los libertarios de la otra libertad, ésa que tenía apoyo de Estados Unidos, dieron un feroz golpe de estado, derrocaron a balazos a los líderes recién elegidos, y, después de hacer una buena limpieza para barrer con los antidemocráticos, volvieron a llamar a elecciones, pero teniendo buen cuidado esta vez de prohibir que los islamistas pudieran presentar de nuevo algún candidato.
En fin, recordemos que aquí en Chile, la derecha y los militares golpistas de 1973 eligieron casi como himno sagrado, esa cancioncita titulada “Libre”, que entonces recién había lanzado el cantante Nino Bravo.
Quizás cantando “libre” los golpistas se referían a que al fin habían conseguido “librarse” del Presidente Salvador Allende y el populacho alzado.
En realidad, todos creemos tener bien claro lo que es la Libertad, pero, llegado el caso, generalmente confundimos Libertad con simple autonomía, o con independencia para tomar nuestras propias decisiones sin que otros nos impongan condiciones para ello.
Pero eso es ilusorio, ya que nuestras decisiones dependen por completo de nuestra percepción de lo que necesitamos o preferimos. Tal como lo dice el lema de la Radio: necesitamos tener información para poder hacernos una opinión, y, claro, necesitamos tener una opinión para poder tomar una decisión, o sea para ejercer nuestra libertad.
Nuestra libertad depende de la información veraz que recibamos, pero también depende de nuestra propia capacidad de entender esa información, para decidir en forma racional, inteligente.
Otra posibilidad sería tomar decisiones en forma irracional, instintiva, o emocional, aplicando, en forma más bien automática, los valores morales o religiosos que tengamos. En realidad nuestras decisiones impulsivas, emocionales o místicas, actúan por mecanismos psicológicos que nos han sido impuestos por el medio social y cultural en que vivimos. Y esos mecanismos son muy poderosos y nos los instilan profundamente desde el momento en que nos enseñan a hablar.
En realidad, los filósofos y los lingüistas llevan siglos tratando de discernir qué significa la palabra Libertad. Desde que algún pensador griego hizo que escribieran en el frontis del templo del dios Apolo la ya célebre frase “Gnoti te authon”, conócete a ti mismo, la mayoría de los sabios creen que la libertad sólo puede emanar del conocimiento y la inteligencia de la persona.
Y en una perspectiva religiosa cristiana, tenemos ya a San Agustín, quien concluyó que únicamente Dios podría ser libre, pero no es libre porque no puede renunciar a ser Dios… y también tenemos a Lutero y la mayor parte de los protestantes, que consideran que nuestro destino está por completo a merced de la voluntad de Dios, y que hagamos lo que hagamos, jamás podremos “ganarnos” el cielo ni, eventualmente, escabullirnos del infierno.
Frente a eso, el humanismo existencialista, según Jean Paul Sartre, afirma muy poéticamente que, fíjese usted, “estamos condenados a ser libres: condenados porque no nos hemos dado la libertad a nosotros mismos, no nos hemos creado”.
En fin, los caminos de la filosofía son tan laberínticos como los de la física moderna. Lo que por ahora nos preocupa es lo que la ciencia y la tecnología nos están diciendo sobre la libertad, la inteligencia y la toma de decisiones.
Nuestra tan amada creencia en la Libertad recibió el primer golpe que le propinó un buen curita católico, don Gregorio Mendel, que era un fraile agustino, como lo fue Martín Lutero.
A mediados del siglo 19, este sacerdote aficionado a la jardinería, analizó los procesos de cambio que se generan durante la reproducción de las plantas. Y con una inteligencia deslumbrante, a partir de experimentos muy simples, descubrió y formuló todas las bases de la ciencia genética de hoy.
A partir de la genética, los hombres de ciencia comprendieron que aquello de la igualdad de los seres humanos no es más que una ilusión, ya que los factores genéticos imponen sobre cada ser vivo, y más notoriamente sobre los seres humanos, diferencias muy profundas, tanto en los individuos como en los grupos humanos.
No se trata del color de la piel, la forma de la nariz, la estatura o el pelo. No, mucho más allá de eso, la genética impone diferencias marcadas en términos de inteligencia, de sensibilidad, de capacidad de descubrir modalidades nuevas de hacer las cosas, y alcanzar descubrimientos más allá de lo que nos han enseñado…
Es decir, hasta aquellos aspectos de nuestra personalidad que nos parecen más propios, en realidad son resultante de factores genéticos y factores ambientales que van desde haber recibido una alimentación adecuada, hasta haber crecido en un ambiente cultural adecuado y haber tenido experiencias valiosas y formadoras.
En esa perspectiva, los seres humanos estamos fuertemente predeterminados y nuestra capacidad de tomar decisiones se reduce a sólo una pequeña gama de posibilidades puntuales sobre las cuales podemos elegir con autonomía.
El Libre Albedrío con el que soñaban los teólogos occidentales, no sobrevive a la lógica implacable de que nuestras decisiones, lejos de ser libres, son obedientes a imperativos genéticos y ambientales.
A medida que la ciencia avanzaba en la genética, fueron surgiendo inquietudes políticas. Con la aplicación de tests cada vez más perfeccionados, se llegó a la conclusión de que en la vasta gama de nuestra actividad cerebral, desde el razonamiento hasta la emocionalidad, los factores genéticos tienen una incidencia que llega hasta el 80 por ciento de eso que llamamos inteligencia.
En inteligencia racional, se ha determinado que un 50 por ciento de la inteligencia está determinada genéticamente. Otros rasgos, como la dificultad para comprender lo que se lee, dependen en alrededor del 30% de factores hereditarios. El llamado “retraso mental” se ha relacionado a factores genéticos, y de hecho se ha verificado que el retraso mental leve se manifiesta generalmente entre todos los hermanos de una familia.
En cambio, el retraso grave no suele darse entre hermanos, O sea, se trataría de accidentes genéticos que pueden relacionarse a caracteres recesivos.
Otros rasgos generalmente aceptados apuntan a que la emocionalidad y la sensibilidad artística dependen en un 40% de factores genéticos, y que la sociabilidad y el carácter activo o ejecutivo, dependen en un 25% de los factores hereditarios.
A comienzos del siglo 20, ya se tenía un cuadro bastante completo en lo referente a la propensión genética para contraer determinadas enfermedades, así también como ciertas características físicas que en su tiempo se consideraban deseables e importantes. Por ejemplo, solidez y potencia muscular, baja reacción al dolor y cierta impasibilidad ante el peligro, o sea, las bases de una conducta heroica.
Hacia 1920, hubo todo un movimiento político en Estados Unidos y Europa, para aplicar las tendencias genéticamente heredadas, procurando conseguir que la gente alcanzara algunos rasgos que se consideraban muy adecuados, muy convenientes. De hecho, para la inmensa mayoría de la gente, se recomendaba proporcionar una educación muy sencilla, muy básica y muy práctica, a través de la cual se imbuyera a los educandos de disciplina, obediencia y perseverancia.
En buenas cuentas, lo que estaban proponiendo era formar una masa de trabajadores obedientes, tranquilos y sin más inquietudes que su disponibilidad de dinero seguro y crédito mes a mes.
Junto a eso, se propuso también identificar a los niños que obtuvieran altos puntajes de cociente intelectual, y proporcionarles una educación especial, distinta, apuntada a formar una clase social dirigente, dotada de inteligencia superior.
Es decir, se estaba proponiendo que, mediante la educación y el manejo de las oportunidades económicas, fuera formándose una sociedad fisiológicamente diferenciada no en clases sociales sino en castas genéticamente asentadas y consolidadas.
Con ello, prácticamente, se podía perfilar una división de la especie humana en a lo menos dos subespecies bien diferenciadas.
Fíjese que entre las decisiones políticas más impactantes de esa época se contó el que, en varios estados norteamericanos, se aprobaran leyes imponiendo esterilización no sólo para las personas con malformaciones físicas, sino a aquellas personas que en los tests de inteligencia alcanzaran un puntaje inferior a 70.
La crudeza tan poco caritativa del enfoque hereditarista sobre los grupos sociales más desfavorecidos, provocó una reacción que duró hasta mediados del siglo 20, cuando se atribuyeron las diferencias, ventajas y desventajas de los individuos, fundamentalmente a causas ambientales. Se afirmó que un medio ambiente de pobreza y de ignorancia era la causa verdadera de las diferencias de carácter y de inteligencia.
Pero ya en las últimas décadas del siglo 20, a partir de los nuevos avances de la ciencia genética y el descubrimiento del ADN, el ambientalismo fue quedando puesto de lado en gran medida, sobre todo cuando se comprobó que niños criados en ambientes idénticos, desarrollan, sin embargo, personalidades distintas y grados de inteligencia muy diversos.
Al avanzar en el estudio de la genética y de la biología molecular especialmente en el cerebro, volvió a cobrar relevancia el carácter genético, hereditario, de la inteligencia y la personalidad.
Y por cierto, con la revolución neoliberal de fines del siglo 20, las diferencias genéticas entre los seres humanos pasaron a ser ponderadas como capital humano. El psiquiatra y neurólogo estadounidense Richard Herrnstein señala crudamente que la aptitud mental necesaria para el éxito social, es una aptitud hereditaria, y que por consiguiente el estatus social se basa en las diferencias hereditarias de las personas.
Y que es más barato y eficaz sustituir a los seres humanos por máquinas, para los trabajos de baja o mediana exigencia técnica, mientras que, al menos por ahora, la inteligencia humana sigue siendo insustituible o muy cara de sustituir.
O sea, entre los rasgos genéticos socialmente hereditarios, se contaría la propensión a quedar cesantes.
Por cierto, no sólo los empresarios, sino también los padres de familia están progresivamente interesándose en la posibilidad de aplicar ingeniería genética para el desarrollo de la inteligencia.
El asunto comenzó como una razonable precaución de las parejas jóvenes para asegurarse de que sus hijos no tuvieran caracteres genéticos que produjeran enfermedades o malformaciones en los bebés. En muchos lugares del mundo desarrollado, ya es habitual que los novios se aseguren de ser genéticamente compatibles para tener hijos sanos y bien dotados.
Pero luego ha cundido el interés no sólo por compensar o corregir las deficiencias, sino, derechamente, la ambición de incorporar en los embriones de la pareja, secuencias genéticas que incrementen la inteligencia del bebé, más allá de lo que en forma natural ambos padres le pudieran proporcionar.
O sea, mandarse hacer una guagüita muchísimo mejor de lo que esos padres hubiesen podido lograr en forma puramente instintiva o emocional.
En estos momentos, los biólogos están tratando de averiguar en qué cromosomas específicos, en qué grupo de genes se encuentran las claves de la inteligencia.
Y por cierto ya hay muchas empresas que están interesadas en proporcionar el servicio de mejoramiento de guaguas de acuerdo a las exigencias del mercado.
Ese determinismo basado en una mezcla de apetencia de éxito económico, y tecnología comercializada, ¿qué tiene que ver con la libertad básica de ser uno mismo uno mismo? ¿No sugiere una forma sofisticada de producción de seres humanos destinados al mercado?
Pero no sólo se está trabajando en optimizar, o aumentar, la inteligencia humana. Con un criterio netamente orientado a la productividad, las grandes empresas están acelerando al máximo sus investigaciones sobre Inteligencia Artificial.
Aplicando las nuevas concepciones de física cuántica ya se está logrando que una nueva clase de computadores no sólo analice los datos que se les proporciona. Esas computadoras ya logran detectar qué es lo que está faltando y qué es lo que sobra en términos de crear modelos. O sea, son capaces de exigir al hombre que las maneja, que busque y les proporcione determinados paquetes nuevos de información.
Fuera de eso, estas computadoras son capaces de detectar y definir sus propios errores, no les da vergüenza tener errores, aprenden, al contrario, a corregirlos sin intervención humana. Y, por último, lo más inquietante, son capaces de percibir proyecciones de su trabajo y sus análisis, más allá de lo que los operadores humanos le encomiendan. Es decir, pueden, en principio, tomar iniciativas e iniciar investigaciones por su cuenta.
Estas nuevas computadoras cuánticas, que se están desarrollando principalmente en Estados Unidos, Rusia, Alemania y China, son capaces de realizar operaciones a una velocidad millones de veces mayor que las más potentes computadoras tradicionales.
Incluso pueden ser capaces también de reproducirse, mejorar sus propios diseños y, eventualmente, tomar iniciativas para plantearse problemas y diseñar experimentos más allá de lo que hoy los seres humanos podemos concebir.
Imagínese cómo sería la combinación de esas súper-computadoras cuánticas, con los sistemas de fabricación por impresoras tridimensionales.
No podemos sino preguntarnos, y ¿qué pasa si esas computadoras llegasen a la conclusión de que los seres humanos no servimos para nada, en términos de productividad?
Se ha denunciado que a nivel mundial ya hay una elite de súper personajes, señores del dinero, del poder político, de la producción, y, por supuesto, también señores de la guerra y de la paz.
No son necesariamente un club, ni una conspiración, ni una secta. Simplemente son personas se comunican entre sí, conversan y creen saber qué es lo que se perfila en el futuro, y creen también saber cómo van a manejar esa realidad que nos trae el futuro.
Se dice que ya en estos momentos están disponiendo de verdaderos archipiélagos privados de islas que son como de cuento de hadas.
Y, según varios importantes analistas internacionales, ya esa súper aristocracia está planeando el futuro sobre la idea de un planeta habitado por una trans-humanidad.
Unos seres perfectamente integrados con las máquinas inteligentes, y que, como las máquinas, podrían prolongar indefinidamente sus vidas e incluso transformarse una vez y otra vez, adquiriendo siempre nuevas cualidades, nuevos poderes e incluso nuevas formas de belleza.
Y en ese paisaje de un futuro producido, administrado y manejado por una suerte de semidioses aristócratas… ¿Dónde cabe la idea de libertad?
Fíjese que una vez, en la casa del poeta Nicanor Parra, él nos dijo: Sobre la libertad, no pongo nada.
Y, bueno, yo le repuse: “Don Nicanor, Sobre la libertad, yo pongo el misterio”.
Él sonrió, y de inmediato redondeó un “artefacto” que, fíjese Ud, dice así:
“Sobre la libertad pongo el misterio, sobre el misterio ya no pongo nada”
Bueno. El misterio también puede ser peligroso, pero por cierto es más seductor que la mera productividad. Quizás en el peligroso misterio se oculta el sentido profundo de lo que es la Libertad y de lo que es la Vida.
Hasta la próxima, amigos. Cuídense, hay peligros que nos acechan incluso desde donde no lo esperamos.