Por Ruperto Concha / resumen.cl
Durante toda la semana, una noticia extremadamente terrorífica ha sido ocultada por los estruendos del terrorismo y del anti terrorismo. Fue nada menos que la respetadísima revista médica Lancet, de Gran Bretaña, la que lanzó el alerta de que se ha detectado la aparición de nuevas cepas de bacterias, amebas, e incluso virus, que son resistentes a todos los tratamientos terapéuticos conocidos.
De hecho, la noticia revelaba que el último y más potente de los antibióticos existentes hasta ahora, llamado Colistín, ya ha sido reducido a la impotencia por una bacteria infecciosa que es capaz de afectar a los cerdos y a los seres humanos por igual. Una investigación sanitaria por inspectores del gobierno chino en criaderos industriales de cerdos llevó al descubrimiento de que la población de bacterias de Escherischia coli en los cerdos se había vuelto resistente a todos los antibióticos, incluso al Colistín. En el caso específico de estas bacterias, ellas constituyen un gran grupo de variedades que en su mayoría tienen efectos poco peligrosos. Pero algunas de ellas producen graves efectos incluso con hemorragia intestinal y síntomas renales que pueden provocar secuelas e incluso la muerte.
Lo más grave es que se detectó que la capacidad de volverse resistentes a los antibióticos, las bacterias pueden traspasárselas unas a otras, y también de una especie a otra. De hecho, hay evidencias de que estas súper bacterias ya están presentes en otros países, especialmente en Malasia y Laos. El informe de los médicos señala que la multiplicación de microbios resistentes a los antibióticos más potentes se traducirá muy pronto en la aparición de infecciones incurables, y que por ello veremos cómo la gente comenzará a morir por lesiones o enfermedades infecciosas que antes se consideraban leves y sin importancia.
La doctora Liz Tayler, de la Organización Mundial de la Salud, confirmó que la situación presenta peligros extremadamente graves propios de la multiplicación rápida de cepas de microorganismos patógenos que se han vuelto invulnerables a los antibióticos. De hecho, las cepas de Escherischia coli que fueron detectadas en China, aparecen coexistiendo con otras especies de bacterias que también se han vuelto resistentes, incluyendo varias que afectan, por ejemplo, al aparato respiratorio humano. La dra. Tayler mencionó también las nuevas formas de enfermedades como la tuberculosis, o la gonorrea o la sífilis, que se daban como completamente superadas y próximas a desaparecer incluso, y que ahora están reapareciendo con frecuencia cada vez mayor y aparecen a menudo incurables por los antibióticos.
En muchos casos todavía responden estas enfermedades a los tratamientos con antibióticos, pero los casos de bacterias resistentes son cada vez más numerosos. Se estima que en el tratamiento de la tuberculosis y la gonorrea, ya en el 50% de los casos el tratamiento está fracasando en Estados Unidos. Ya desde 1992, los biólogos y los médicos venían detectando el aumento de la resistencia a los antibióticos, que se traduce en el tratamiento de una vasta gama de enfermedades. De hecho en 1992 se detectó que un inmigrante de 16 años, recién llegado de Vietnam, había originado una serie de contagios de tuberculosis con bacilos por completo resistentes a los más potentes antibióticos de aquella época.
La respuesta médica fue, primero, combinar verdaderos cocteles de antibióticos que se aplicaban en conjunto. Con ello, al menos por un tiempo, se logró recobrar la eficacia de un tratamiento con antibióticos. Pero al poco tiempo se comprobó que los gérmenes patógenos, de alguna manera, lograban evolucionar y volverse resistentes nuevamente. Pronto los laboratorios tuvieron que aplicar fórmulas para alterar algunas de las estructuras químicas del antibiótico, a fin de sortear con ello las defensas desarrolladas por las bacterias.
Y fue así, tras una cadena de fórmulas sucesivas, que se llegó al súper antibiótico Colistín. Un antibiótico que fue considerado como el arma suprema y final contra los microorganismos rebeldes. Pues bien… La noticia de esta semana fue que aquella supuesta arma suprema quedó sobrepasada y reducida a la impotencia por la nueva generación de microbios rebeldes.
Uno de los científicos que participó en estos estudios, el profesor Timothy Walsh, de la Universidad de Cardiff, señaló que la derrota del antibiótico Colistín equivale a perder el último baluarte en la defensa contra las infecciones. Y que esa derrota se debe fundamentalmente, al uso brutal de antibióticos en la producción industrial de carnes de todas clases, cerdos, pollos, salmones, ganado mayor. E incluso se ha comenzado a aplicar industrialmente antibióticos para cultivos agrícolas.
Ello, porque los industriales descubrieron que el uso de antibióticos, además de prevenir algunas enfermedades, facilita, acelera y aumenta el crecimiento de los animales de criadero. Por ejemplo, de hecho, cargamentos enteros de salmones producidos en Chile, el año pasado fueron devueltos desde Europa al comprobarse que contenían una proporción inaceptable de antibióticos como la estreptomicina, que es de uso específicamente para seres humanos. Otro de los últimos y más potentes antibióticos fue la Methicilina, que era el único capaz de eliminar la llamada Bacteria Come Carne, un estafilococo pariente del terrible estafilococo dorado, y que provoca algo similar a que la carne y la piel del enfermo aparezca como devorada, dejando unas heridas pavorosas.
El Colistín había aparecido como el antibiótico capaz de eliminar también a ese estafilococo, que el año pasado en Estados Unidos mató a más de 12 mil personas… Se entiende así que el profesor Walsh diga que en estos momentos la medicina parece a punto de retroceder a lo que era en la época anterior a los antibióticos. Lo que era la vieja medicina de antes de 1945.
Otro médico de la primera línea de lucha contra las infecciones es el doctor Mark Wilcox, del Hospital de Leeds, en las afueras de Londres, donde cada día deben enfrentarse con nuevos y nuevos casos de gérmenes patógenos resistentes a los antibióticos. El dr. Wilcox admite que ya hace dos o tres años antes se habían dado casos de bacterias resistentes a los más potentes antibióticos, como el Colistín. Pero la diferencia con la situación de ahora está en que estas bacterias presentan una capacidad de mutación, de evolución genética, que no sólo comparten entre las que son miembro de una misma familia de bacterias, sino que se hace extensiva para otras especies bacterianas.
Dice el dr. Wilcox que cada nueva cepa de bacterias resistentes se relaciona con las demás, en un proceso de evolución acelerada que amenaza con el surgimiento de bacterias inmunes a cualquier tratamiento. Según señala, las bacterias están transfiriéndose unas a otras fragmentos de ADN, genes que las vuelven invulnerables a los antibióticos, en un proceso masivo que se está produciendo a una velocidad que él califica como ridículamente acelerada.
A nivel de bacterias, todo el proceso reproductivo se da mediante mitosis, o simple división celular. Pero además, las bacterias tienen la capacidad de establecer contacto unas con otras, y de traspasarse material genético en forma directa, a través de las membranas, que equivale a la piel de ellas. La bacteria que recibe los nuevos genes que la vuelven resistente a los antibióticos, experimenta una evolución total. Al reproducirse, las nuevas bacterias ya tienen definitivamente incorporados los genes anti-antibióticos, y cuando se reproducen las nuevas bacterias ya traen la misma cualidad
Ese proceso, que en los seres humanos tardaría varias décadas, entre las bacterias se completa en alrededor de 20 minutos, cuando más. O sea, en sólo un día pueden nacer millones de bacterias de nuevo tipo, capaces de producir eventualmente epidemias que pueden ser catastróficas.
Los científicos, por cierto, están en pie de guerra. La profesora Dra. Laura Piddock, está integrada a un grupo de facultativos que participan de una creciente campaña médica para el control estatal, completo y riguroso, tanto de los antibióticos existentes, como de las investigaciones bioquímicas que buscan producir nuevos antibióticos, que cada vez son más difíciles de encontrar. Por un lado, se postula que los gobiernos deben imponer la prohibición total del uso de antibióticos de consumo humano, para fines de producción industrial que sólo tiene como objeto generar más lucro, más dinero, para los inversionistas.
Según estos médicos, los gobiernos deben asumir honradamente su deber de proteger la salud de millones y millones de personas, para lo cual es necesario asumir la responsabilidad de realizar la investigación científica y tecnológica necesaria para producir los nuevos antibióticos y luego vigilar que éstos sean utilizados únicamente como instrumentos médicos. Si esa demanda de los científicos no fuese atendida por los políticos y los administradores públicos, parece inevitable que se llegará, muy pronto, al momento en que los médicos tendrán que decir: “Lo siento mucho, no puedo hacer nada para curarle la infección que Ud. está sufriendo”.
Sin embargo, hasta ahora, las grandes corporaciones productoras de alimentos, continúan muy rampantes y campantes y pimpantes, inyectando toneladas de antibióticos que luego nosotros tenemos que ingerir a través de la leche, los huevos, los peces y las carnes procedentes de criaderos industriales.
Y en los países que se sienten “modernos”, como Chile, se sigue imponiendo controles, pero únicamente sobre los seres humanos enfermos, mientras en cambio se da manga ancha para que las empresas sigan vendiendo productos de consumo con organismos genéticamente modificados y saturados de antibióticos. ¡Todo sea por el santísimo dinero!
La verdad es que también los que somos gente común tenemos buena parte de la culpa de esta calamitosa perspectiva de la medicina. A menudo nos carga gastar tiempo y dinero en ir a consultas médicas. Sólo cuando estamos sintiéndonos muy mal vamos al médico. Si el asunto no es tan grave, nos viene la tentación de auto-recetarnos algún remedio que sabemos que le funcionó lo más bien a alguien que conocíamos. Y cuando nos recetan antibióticos u otro remedio, lo tomamos sólo mientras seguimos sintiéndonos mal. Cuando ya nos sentimos aliviados, nos damos por curados y dejamos de ingerir los remedios.
Y no nos damos cuenta de que con ello estamos creando las condiciones más adecuadas para que los gérmenes patógenos experimenten un saldo evolutivo por selección natural. Los microbios más débiles perecen, por eso es que nos sentimos bien. Pero unos pocos microbios, que a veces no son muy pocos, sobreviven y permanecen en estado de latencia. Ellos son los más fuertes, los que lograron resistir a los antibióticos, y ahora están listos para reproducirse y traspasar genéticamente a otros su resistencia. ¿Cómo sentiríamos esa nueva vieja realidad de una medicina sin antibióticos?
Recordemos que la medicina curativa anterior a los antibióticos era en general una mezcla tentativa de soluciones prácticas que discurrían los médicos a partir de sus intentos experimentales, o bien de lo que sabían habían podido hacer con éxito algunos de sus colegas. Todavía se recurría a tratamientos químicos con gravísimos efectos secundarios. Se utilizaban compuestos de mercurio o de arsénico para curar enfermedades como la sífilis o la tuberculosis. A veces, a regañadientes, algunos médicos accedían a aplicar remedios antiguos, propuestos por las viejas tradiciones. Fue así que se aplicaron emplastos de ese moho blancuzco que aparece encima de la materia orgánica que comienza a descomponerse. Pues bien, en ese moho orgánico está presente el hongo microscópico llamado Penicillium, y cuando médicos inteligentes como el Dr. Flemming, dejaron de burlarse de las “meicas” campesinas y se pusieron a estudiarlo, recién entonces se produjo el cambio milagroso que fue la aparición de la penicilina del Penicillium.
Muchos otros remedios valiosísimos del pasado surgían de la tradición popular. Laxantes, por ejemplo, a partir de hierbas, con la corteza de cinchona se curaba la malaria, con la corteza de sauce o sálice se calmaban dolores en forma de salicilina o aspirina… en fin. Pero eso no significa que los antiguos médicos hayan sido incapaces, no. De hecho, concientes de su extrema limitación en la medicina curativa, los médicos lograron en cambio alcanzar enormes logros en la medicina preventiva. Desarrollaron velozmente, una tras otra, las vacunas que en gran medida pusieron término a las terribles epidemias de viruela, tifus, poliomielitis, tuberculosis, etcétera. Y a la vez concibieron las normas esenciales de la higiene como armas para combatir la enfermedad.
Ahora, en el peor de los casos, tendremos que refugiarnos en la prevención de la enfermedad. Cambiar las sábanas, por ejemplo, al menos una vez a la semana, eliminar insectos y parásitos, usar abundantemente el cloro, el iodo y el oxígeno, en fin, y, por supuesto, lavarnos los dientes y las manos con la máxima frecuencia posible. Y, lo que es más importante, no olvidarnos de que fue la codicia de las corporaciones ávidas de lucro la que nos arruinó esta fiesta de la modernidad que parecía estar saliéndonos tan bien y tan facilita.
Quizás cuando recuperemos la noción de que el bienestar y la salud podemos producirlas nosotros mismos, podremos además discurrir algo para que la libertad sea una fuerza y no un estorbo para progresar en paz.
¡Hasta la próxima, amigos! Cuídense, es necesario. Hay peligro.