Por Ruperto Concha / resumen.cl
Fue grave y serio el lanzamiento, ayer, de una bandada de drones asesinos en un fallido intento de matar al presidente de Venezuela. Varios de los autores del complot ya fueron capturados y parecen muy dispuestos a contarlo todo, todito.
Menos espectacular, pero mucho más significativa, fue la noticia de que, en Chile, ayer, por primera vez en la Historia, el Cardenal Arzobispo de la Iglesia Católica no participará en el Tedeum del 18 de septiembre en la catedral de Santiago.
El prelado Ricardo Ezzati, citado a declarar por presunto delito de encubrimiento en casos de abusos sexuales que afectan a la Iglesia chilena, declaró que su decisión es fruto de una profunda reflexión. Posiblemente esa reflexión habrá tenido que ver con el rumor de que el presidente Sebastián Piñera habría amenazado con no ir al Tedeum si el cardenal Ezzati concurría.
Por su parte, Piñera, con su precario y más bien tosco sentido de la diplomacia, se apresuró a felicitar y darle las gracias al arzobispo y cardenal de Chile.
Jamás antes la relación entre el Estado de Chile y la Iglesia Católica había alcanzado un grado tal de agrio enfrentamiento.
En realidad, a nivel mundial, hay una intensa campaña noticiosa centrada en escándalos sexuales protagonizados por sacerdotes y monjas contra personas de ambos sexos muy a menudo menores de edad, o sea, con edades por debajo de la edad en que la ley de cada país reconoce el derecho de las personas a consentir una relación sexual.
En países como España e Israel, entre otros, la edad de consentimiento para niñas y niños es 14 años. En la mayoría de los países desarrollados la edad de consentimiento es de 16 años. En Chile, es de 14 años para las relaciones mujer con varón, y de 18 años para las de varón con varón. Eso, por la vehemente presión de las iglesias católica y evangélicas, que se oponen terriblemente a la sodomía.
Pero al margen de la edad de consentimiento, a nivel mundial se condena cualquiera relación sexual que implique estupro o violación. Se entiende que hay estupro cuando una persona utiliza su prestigio, su dinero o su autoridad para obtener acceso sexual sobre otra persona. En el caso de los sacerdotes sobre los fieles a su cargo, siempre la relación sexual tendrá carácter de estupro.
En Chile, los escándalos por estupro de sacerdotes sobre personas jóvenes alcanzaron notoriedad con el caso del cura Fernando Karadima, que ya en 1955 había perpetrado abuso sobre un niñito, alumno del colegio The Grange, que preparaba su primera comunión.
Como cura de la parroquia de El Bosque, Karadima llegó a ser confesor y guía espiritual de conspicuos personajes de la derecha chilena, como Jaime Guzmán y Eliodoro Matte Larraín.
Al parecer, Karadima comenzó sus depredaciones en 1980, plena dictadura militar, cuando denunciantes como James Hamilton, Juan Carlos Cruz y Juan Andrés Murillo tenían 17 años.
De acuerdo a las denuncias, otros sacerdotes vinculados a familias de clase alta, no sólo sabían los abusos sexuales de Karadima, sino que a veces los presenciaban. O sea, eran cómplices además de encubridores.
Entre estos sacerdotes se cuentan los obispos renunciados recientemente y el propio Cardenal Arzobispo Ezzati. Paralelamente, otra grave denuncia de abuso sexual la formuló un grupo de ex alumnos del Colegio de los Maristas, afectando a varios otros sacerdotes entre los cuales se cuenta Cristian Precht, fundador de la Vicaría de la Solidaridad y Premio Héroe de la Paz San Alberto Hurtado por su valiente e incansable lucha en favor de las víctimas durante la dictadura de Pinochet.
Precht rechazó la acusación del ex alumno Jaime Concha de que, cuando tenía 15 años, Cristian Precht le habría hecho tocaciones indecentes y había intentado besarlo durante una confesión.
Aplicando la doctrina canónica de que una acusación se considera válida por el solo hecho de ser verosímil, Cristian Precht fue condenado a suspensión por 5 años de su calidad sacerdotal. En cuanto a la justicia chilena, no existieron pruebas válidas en su contra.
Y luego, en mayo de este año, otra denuncia escandalosa cayó sobre un grupo de 14 curas de Rancagua que habrían tenido una organización de abusos eróticos que, según la denunciante Elisa Fernández, tenían prácticas indecentes con personitas jóvenes de entre 15 y 29 años. De todo el grupo, ya varios han confesado su culpa.
En el contexto de los escándalos sexuales que implican a la Iglesia Católica, el caso chileno es uno de los más leves. Sin embargo, Chile es el país latinoamericano donde el catolicismo está más debilitado hoy. En Paraguay, el 89% de la población se declara católica. En México, el 80% y en Perú y Colombia, el 73%. En cambio, en Chile sólo el 44% se declara católico, mientras que el 38% se declara no religioso, y el 18 % restante se distribuye entre evangélicos, musulmanes, judíos y otras creencias, además de algunos que son francamente ateos.
En Argentina se han destapado más de cien casos que afectan hogares de niños y otras instituciones supuestamente benéficas. Dos sacerdotes, Julio César Grassi y Juan José Ilarraz, fueron condenados por la justicia ordinaria, por abusos sexuales graves sobre más de 70 niños en Buenos Aires y Paraná.
En México, causó conmoción mundial el caso del fundador de la Orden de los Legionarios de Cristo, sacerdote Marcial Maciel, acusado de abusos gravísimos sobre niños entre 11 y 14 años, incluyendo penetración anal y oral.
Otro cura de la Legión de Cristo, Nicolás Aguilar Rivera, fue procesado por abuso sexual sobre más de 60 niños. Luego eludió a la justicia desplazándose a Estados Unidos, donde fue capturado y condenado por abusos sexuales sobre otros 26 niños, estadounidenses ahora, en Los Ángeles, California.
En Irlanda, los obispos John Magee y James Moriarty, ambos también Legionarios de Cristo, tuvieron que renunciar tras confesar encubrimiento de abusos pedófilos perpetrados por curas de la Legión.
También la Orden del Opus Dei se encontró sumida en la escandalera cuando tres sacerdotes y un profesor fueron detenidos y procesados por pedofilia en España. Otro pedófilo Opus Dei, el obispo Gabino Miranda, fue expulsado de la Iglesia, y al parecer fue transferido de urgencia a Australia. En todo caso el cardenal y arzobispo peruano, Juan Luis Cipriani, también del Opus Dei, exigió a la prensa moderar sus noticias, ya que es de mal gusto hablar en exceso de pedofilia.
En fin, en Australia los tribunales eclesiásticos, y también la justicia ordinaria, han acogido denuncias contra más de 100 sacerdotes, por abusos sexuales sobre más de mil víctimas menores de edad.
Pero esas cifras impresionantes, ¿qué significan en realidad?
En el primer semestre de 2002, los 60 principales diarios de California publicaron 2 mil noticias sobre abusos sexuales en instituciones católicas, y casi todas se trataban de abusos perpetrados muchos años atrás.
Y en el mismo período, en cambio, se destaparon en los mismos grandes diarios, grandes reportajes sobre la intervención del FBI que descubrió una serie de abusos sexuales continuos, mantenidos a través de los años hasta el mismo momento actual, y que afectaba a un vasto número de escuelas públicas, no religiosas.
Un estudio de la Universidad Philip Jenkins, de Pensilvania, reveló que la totalidad de los escándalos en instituciones católicas, afecta únicamente a un 0,2% de los sacerdotes. O sea, un 99,8% de los curas son absolutamente inocentes, no tienen nada que ver.
Las estadísticas comparativas de ese estudio mostraron que no hay evidencia alguna de que la pedofilia sea más frecuente en el clero católico que entre los pastores protestantes, los rabinos judíos, los profesores, los médicos o los miembros de cualquiera otra institución que tenga contacto y autoridad sobre los niños.
En cambio, numerosos otros estudios muestran que el abuso sexual pedófilo se da en la mayoría de los casos en gente que tiene lazos de relación directa con sus víctimas, miembros de la familia u otros que se relacionan con frecuencia con los niños.
En el 70% de los casos, los agresores son familiares o vecinos con un alto grado de amistad. De ello se ha interpretado que el abuso sexual es una perversión psicológica, cuyas víctimas en la mayoría de los casos son de sexo femenino. Es decir, la pedofilia no es producto de la homosexualidad.
Un vasto reportaje de la BBC de Londres, en 2004, mostró que las acusaciones contra curas católicos durante 50 años, en Estados Unidos, afectan a un 4 % de todo el clero de ese país, una proporción ligeramente menor que la de las escuelas públicas, donde hay un estimado del 5% de los profesores que cometen abusos sexuales y un 15% de los estudiantes han sido objeto de abuso sexual por parte de sus profesores.
Por su parte el Departamento de Educación del gobierno federal de Estados Unidos informó en 2004 que alrededor de un 5,3% de todos los estudiantes de Estados Unidos han sido y son objeto de conducta sexual inapropiada por parte de sus educadores, específicamente profesores titulares, entrenadores deportivos y profesores sustitutos.
Es decir, la información objetiva sobre abusos sexuales contra menores, a nivel mundial, muestra que hay un fenómeno creciente de contacto sexual de carácter pedófilo, dirigido principalmente al sexo femenino y secundariamente a niños varones, pero que se trata esto de un fenómeno social y psicológico que no tiene relación especial con la iglesia católica.
Para los grupos más conservadores, sin embargo, el aumento de los abusos se origina en un relajamiento de las costumbres y la moralidad. Y en especial los grupos católicos más conservadores acusan de ello a la ola que consideran revolucionaria, provocada por el Concilio Vaticano II, que convocó el Papa Juan XXIII y fue sostenido por su sucesor Paulo VI.
De hecho, el actor y activista católico derechista Mel Gibson declaró por televisión que el Concilio Vaticano II corrompió a la Iglesia y la sumió en la pedofilia, al provocar en los sacerdotes jóvenes un ambiente de tolerancia que derivó en libertinaje.
Bueno, pero, ¿de dónde surge ese diagnóstico condenatorio y reaccionario?
Históricamente, desde el comienzo mismo de la Edad Media, las altas jerarquías de la Iglesia buscaron alianza y apoyo mutuo con las monarquías y la aristocracia y sus ejércitos. Sin duda fue esa alianza la que permitió que la Iglesia pudiera rescatar gran parte de la civilización clásica que estaba siendo destruida y saqueada por los invasores germánicos, bárbaros y analfabetos.
Pero, a la vez, llevó a que la jerarquía de la Iglesia se distanciara o incluso a veces se enemistara con el humilde claro parroquial, como succedió con los fraticelli franciscanos que iniciaron una revolución en Italia, y que la Iglesia eliminó mediante la masacre de miles y miles de esos fieles.
Frente a los procesos revolucionarios de los siglos 19 y 20, la alta jerarquía eclesiástica invariablemente se puso del lado contra-revolucionario, lo que a menudo la hizo cómplice de gobiernos tiránicos.
Ya en el siglo 20, la jerarquía eclesiástica latinoamericana apoyó a dictadores corrompidos y sanguinarios como los Somoza en Nicaragua; Trujillo en República Dominicana; Fulgencio Batista en Cuba; Pérez Jiménez en Venezuela, en fin, apoyó las dictaduras militares en Argentina, Brasil y Bolivia, y, y en el siglo 21, ha apoyado a los golpistas de Honduras y Nicaragua, y a la oposición de Venezuela.
Pero, casi casi clandestinamente, un número importante de modestos curas párrocos o simples curas de la calle, han seguido apoyando proyectos socialistas cristianos, vinculados a la Teología de la Liberación y el Humanismo Cristiano.
Es así que para esa jerarquía católica el Concilio Vaticano II constituyó un peligro que trató de neutralizar en cuanto pudo. Y aquí nos acercamos a los aspectos más misteriosos, oscuros e inquietantes de la Historia del Catolicismo actual.
Es necesario recordar el breve reinado del papa Juan XXIII, llamado el Papa Bueno, entre 1958 y 1963.
El 15 de mayo de 1961, Juan XXIII emitió la Encíclica Mater et Magistra, en la que compromete a la Iglesia Católica en la defensa de la gente pobre, de los países pobres y de los pobres en los países ricos. También convoca a la Iglesia a sumarse a las demás religiones en una búsqueda fraternal de la equidad, la buena distribución de la riqueza y la integración de las naciones en una globalización de buena voluntad.
Llamó a la unidad de los trabajadores en sindicatos y a la unidad de los sindicatos más allá de las fronteras, en defensa del derecho de la gente a recibir su porción de la riqueza que produce, y el derecho a tener su propiedad privada y segura.
Al año siguiente, emitió su Encíclica Pacem in Terris, en que condena la carrera armamentista y rechaza de plano la idea de que la guerra pueda ser utilizada como instrumento para la justicia. Para él, ninguna guerra es justa, y es un absurdo sostener que la guerra pueda ser un medio eficaz para defender el derecho y la justicia.
Ambas encíclicas tuvieron un efecto enorme, sobre todo en las generaciones más jóvenes, y de ellas surgió una vasta cantidad de sacerdotes comprometidos con la acción social, la educación popular y la defensa de los derechos humanos.
Pero también llevaron a que el sector más conservador de la iglesia se armara preparándose a derrumbar esos efectos. A Juan XXIII lo sucedió su amigo el Papa Paulo VI, quien siguió adelante con las reformas.
Después vino el Papa Juan Paulo I, también comprometido con el Concilio Vaticano II, pero quien pereció súbita y sospechosamente a sólo 33 días de su consagración, existiendo sospechas de que fuera asesinado.
Los reinados de Juan Paulo II, y de Benedicto XVI se marcaron con la demolición de las reformas del Concilio Vaticano II, y la eliminación de los sacerdotes considerados revolucionarios.
La inesperada elección del Papa Francisco, primer latinoamericano reinando en el Catolicismo, ha provocado en las Altas Jerarquías un iracundo temor a que renazca el espíritu de Concilio Vaticano II.
Ya hay sectores católicos que lo acusan de ser débil frente a la pedofilia de sacerdotes, de ser cómplice de los movimientos de revolución sexual, de ser complaciente con la sodomía, de negar que Dios pueda enfurecerse y ponerse vengativo con una humanidad que él mismo creó, en fin, prácticamente lo acusan de despojar a la Iglesia de su magnífico aparato aterrador que la ha hecho fuerte durante más de mil 300 años.
Y, claro, lo acusan también de ser un seguidor de Juan XXIII, a quien están acusando, además, de haber sido en secreto miembro de la secta de los Rosacruces y de su sabiduría esotérica. El cardenal estadounidense Gordon Bateman, de hecho, lo acusó de haberse “Robado el trono de San Pedro” en complicidad con los masones y la B’Nai Brith esotérica judía.
Como fuere, se cuenta que, en 1935, el sacerdote Angelo Roncalli estaba participando en una ceremonia de los rosacruces, y súbitamente comenzó a hablar con una voz poderosa y distinta, formulando una serie de profecías.
El Gran Canciller de la Orden Rosacruz, sobrecogido, transcribió lo que Roncalli profetizaba 23 años antes de convertirse en Papa. Esas fueron la Profecías de Juan XXIII, dadas a conocer al público recién en 1976.
De hecho, según las transcripciones, sus profecías se han cumplido con asombrosa exactitud, incluyendo el asesinato del Presidente Kennedy y el de su hermano Bob Kennedy, con lujo de detalles.
Pero lo que resulta más inquietante son sus dos profecías aún no cumplidas. La primera anuncia que viene una revolución mundial en contra de los poderosos que se han adueñado de toda la riqueza e intentan esclavizar a los pueblos del mundo. Dice que unos pocos líderes logran aliarse y lograrán derrotar a los poderosos.
Y la última profecía se refiere a la llegada del Apocalipsis, con el fin del mundo. O al menos el fin del mundo como lo conocemos.
Dice la Profecía de Juan XXIII que el fin del mundo llegará cuando se cumplan 20 siglos más la edad de Jesús. O sea, el fin del mundo sería el 2033. En solo 15 añitos más.
¡Hasta la próxima, amigos! Cuídense, es necesario. Hay peligro…, siempre que se cumpla la profecía, claro.