Por Ruperto Concha / resumen.cl
Esa que fue tan prestigiosa institución chilena, la Contraloría General de la República, tiene su contrapartida en Estados Unidos, bajo el nombre de Oficina de Auditoría Contable del Gobierno, Government Accountability Office, la GAO. Creada en plena crisis económica, en los años 20 del siglo pasado, mantiene hasta ahora un severo prestigio investigando a conciencia los manejos financieros y los gastos que realiza el gobierno.
El jefe máximo de esta GAO tiene el título de Contralor General de los Estados Unidos, quien se desempeña en forma inamovible durante un período de 15 años. Su designación la decide el Presidente sobre una lista de candidatos propuesta por el Congreso.
O sea, el Contralor tiene un estatus comparable al de los ministros de la Corte Suprema. Y, aunque se enoje mucho, el Presidente no puede destituirlo. Además, por la duración de su desempeño, casi siempre el Presidente concluye su mandato antes de que el Contralor termine el suyo.
¿Por qué le cuento esto?... Pues porque esta semana el Contralor General de los Estados Unidos denunció el despilfarro por parte del Gobierno, de cientos de miles de millones de dólares de los contribuyentes, por su incapacidad de formular una política seria para enfrentar el cambio climático.
Y eso, fíjese Ud., sin considerar los más recientes costos producidos este año por los huracanes, las inundaciones, las sequías y los enormes incendios que devastaron cientos de miles de hectáreas agrícolas.
Según informa la agencia noticiosa Associated Press, la Contraloría realizó una concienzuda auditoría de costos y justificación de más de 350 mil millones de dólares gastados en acciones de socorro y emergencia en los últimos 10 años, a los que debe agregarse las sumas desembolsadas por las compañías de seguros que cubrían protección por pérdida de cosechas o destrucción de propiedades por inundaciones e incendios.
Respondiendo a una petición formulada por las senadoras Susan Collins, republicana de Maine, y María Cantwell, demócrata de Washington, ambas integrantes del Comité de Energía y Recursos Naturales, del Senado, el Contralor revisó 30 estudios académicos y de organismos del estado, y entrevistó a 28 grupos de expertos ya familiarizados con esos informes.
Sobre ello, emitió un informe final estableciendo que, de mantenerse las actuales políticas y condiciones ante el cambio climático dentro de Estados Unidos, hay que estimar un gasto anual básico de 35 mil millones de dólares sólo para enfrentar los daños previsibles… y no para evitar que el cambio climático siga produciendo efectos devastadores.
Infortunadamente, ese informe de Contraloría quedará en manos de la asesora del presidente Donald Trump en materias ambientales y de cambio climático. Esa señora, de nombre Kathleen Harnett, es una tejana vinculada a la industria petrolera, quien ha declarado que “todo eso del cambio climático es básicamente dogmatismo ideológico de clérigos y fanáticos”. ¿Qué tal?
Realmente suena impactante que el presupuesto de Estados Unidos tenga, de ahora en adelante, que mantener un ítem anual de 35 mil millones de dólares sólo para socorrer a las víctimas estadounidenses del cambio climático.
Recordemos que el actual Secretario de Estado del gobierno de Donald Trump, Rex Tillerson, mientras era presidente de la giganta petrolera Exxon, declaró abiertamente que el cambio climático sí es real, pero que ya es demasiado tarde para detenerlo, y lo único que nos queda es encontrar manera de adaptarnos para seguir viviendo sumidos en la polución.
Ya antes la célebre National Geographic Society, de Estados Unidos, había denunciado cómo hasta el año 2009 los expertos americanos y europeos habían estimado que la masa de basura de plástico flotante en los océanos llegaría a unas 245 mil toneladas.
Sin embargo, ahora, los sistemas de medición técnicamente perfeccionados revelaron que la basura de plásticos arrojada anualmente a los mares, sobrepasa los 8 millones de toneladas. O sea, el desastre es 80 veces peor y más rápido de lo que se creía.
Hasta ahora se ignora qué efectos se están haciendo inminentes por esa acumulación de plástico en el agua oceánica. Efectos que se sabe parten acelerando el calentamiento de los mares y con ello la disminución del oxígeno indispensable para la vida, pero que ya se sospecha alcanza también a alteración de diversos procesos bioquímicos y, por cierto, la alteración de las corrientes marinas y del régimen de vientos dominantes.
Lo que sí se sabe bien es que, de mantenerse el ritmo de producción de desechos de plástico, en sólo 8 años más tendremos un alud anual de 155 millones de toneladas que en gran parte serán arrojadas al mar.
En los países más desarrollados, con sistemas eficaces de procesamiento de basura, sólo un promedio de 3% desemboca en el mar. Pero en el resto del mundo, el promedio de basura plástica que se lanza al mar alcanza a más de un 12%.
En el Golfo de México, frente a Honduras, ya fue fotografiada una isla flotante de basuras plásticas, de más de 15 kilómetros de largo por 3 kilómetros de ancho. Y acá, frente a las costas de Chile, más allá de la corriente de Humboldt, también se ha detectado la presencia de otras islas de basura flotante.
Ahora, mientras centramos nuestra atención en el huracán de basura que se suma al cambio climático para pensar cómo va a ser el mundo en que nuestros niñitos tratarán de convertirse en adultos. Sin embargo, en la portada del diario británico The Guardian, del jueves pasado, aparecía la foto deslumbrante de un automóvil estacionado frente a un hotel en Londres. Un Ferrari último modelo, con su carrocería íntegramente enchapada de oro.
Según la patente, se trata del auto de uno de esos príncipes petroleros del Oriente Medio. Y la foto ilustra un reportaje sobre los nuevos ricos del mundo neoliberal, que en conjunto se embolsican nada menos que seis billones de dólares, seis millones de millones de dólares.
En estos momentos el número de súper millonarios llega a 1.542 con fortunas por encima de los 9 mil millones de dólares. Y de esos, hay 145 que hasta el año pasado nomás no llegaban a los mil millones, pero que este año ya sobrepasaron la tasa mínima. Y eso, básicamente, gracias al sistema neoliberal cuyo efecto es la concentración de la riqueza.
¿Tiene Ud. claro lo que son mil millones de dólares?... En el dinero nuestro, son 700 mil millones de pesos chilenos. Si Ud. ganara 10 millones de pesos al mes, tardaría 70 mil meses en juntar esa plata. ¿Cuántos años son 70 mil meses?...
Entonces sólo podemos preguntarnos... ¿cómo, demontres, puede uno ganar tanto dinero?
En estos momentos, en Estados Unidos, gobierno y oposición llegaron a un acuerdo, al menos de palabras, para enfrentar lo que llaman “El Escándalo de los Opioides”, y los “Narcotraficantes de cuello blanco”. Por su parte la célebre revista The New Yorker, lo llamó “El Imperio del Sufrimiento”.
En términos directos, el escándalo se centra en los hermanos Arthur, Mortimer y Raymond Sackler, hijos de inmigrantes judíos de Albania, que adquirieron la empresa farmacéutica Purdue Pharma. Y a través de ella, lanzaron una intensa acción de relaciones públicas con médicos, para la venta de sustancias analgésicas y sedantes elaboradas a partir del opio.
Entre aquellos opiáceos con mayor éxito de ventas se cuentan el famosísimo sedante “Valium” y el aún más famoso analgésico “Oxycontin”.
La campaña promocional de estas drogas apuntó hábilmente a los médicos y a los administradores de centros médicos que operan a través del sistema de seguros de salud privados o institucionales, similares a los de Chile.
Particularmente el, Oxycontin es una droga de gran eficacia, que efectivamente elimina incluso dolores muy agudos, con una efectividad que se dice es doblemente mayor que la de la morfina.
Entre las ventajas comerciales de este analgésico se contaba que permitía eliminar el dolor sin necesidad de eliminar la causa del dolor. Por ejemplo, una persona que sufriera un desgarro muscular muy doloroso, se sentía aliviada cuando ingería tabletas de Oxycontin, que le recetara el médico, claro. Y si los dolores volvían simplemente ingería nuevas dosis hasta que en muchos casos la lesión se acomodaba por sí misma.
Para el centro médico o la aseguradora de salud, ello permitía que, mediante pastillitas de ese analgésico, de un valor de menos de 100 dólares, se daba por atendido a un enfermo que en realidad habría requerido atención fisio-terapéutica durante varias semanas, con un costo 20 o 30 veces mayor.
El enfermo simplemente acepta la receta médica y se da por satisfecho porque ya no siente dolor.
El problema es que, a sabiendas, los propietarios de la Farmacéutica Purdue ocultaban el hecho de que las sustancias opioides del Oxycontin y otros de sus analgésicos, son altamente adictivas, por ser derivados del opio similares a la heroína. Incluso, en su publicidad, la empresa de los hermanos Sackler mencionó nombres de varios médicos que aparecían garantizando que el fármaco no era adictivo.
Sin embargo, al estallar la investigación criminal sobre los opioides, se descubrió que tales supuestos médicos eran inexistentes, eran nombres inventados. Y el 19 de julio de este año, en Florida, el niño Alton Banks, de 10 años, sufrió un shock y murió cuando iba saliendo de la piscina. La autopsia reveló que el pequeño había recibido una sobredosis de Oxycontin y en su sangre tenía una presencia letal de una sustancia similar a la heroína.
Según la BBC, de Londres, la Agencia de Investigación y Calidad de la Asistencia Médica, de Estados Unidos, reportó que en el país, sólo el año pasado, 60 mil personas murieron por sobredosis de esos analgésicos opiáceos, y 1.300.000 personas más tuvieron que ser atendidas de urgencia en hospitales y postas.
En tanto, la familia de los hermanos Sackler, en estos momentos, ha reunido una fortuna tan gigantesca que superó lejos a la de los Rockefeller. El mismo artículo del New Yorker menciona que la renta anual de cada miembro de la familia es del orden de los 250 millones de dólares librecitos, ya descontados los impuestos.
En realidad, la gran industria farmacéutica ha aparecido a nivel mundial como epítome del manejo despiadado de los resquicios legales e incluso del engaño a los enfermos y las autoridades, para obtener ganancias inmensas.
Ya en 2014, en la India, el gobierno tuvo que intervenir con un autoritarismo peligrosamente cercano a la ilegalidad, en contra de la farmacéutica alemana Bayer, que había lanzado al mercado una droga irreemplazable para cierto tipo de cáncer, a un precio superior a los 3 mil dólares.
Tras la intervención del gobierno, un laboratorio nacional comenzó a producir el mismo fármaco a un precio de sólo 120 dólares. También en Polonia, la empresa británica Glaxo fue sorprendida promocionando mediante sobornos a médicos un medicamento anti asmático llamado Seretide.
Y en Estados Unidos el ya célebre Martin Shkreli, tras adquirir la patente de un irreemplazable medicamento contra el Sida, el subió el precio, que era de alrededor de 13 dólares, a 750 dólares. Interrogado sobre la justificación de esa alza descomunal de precio, simplemente respondió: “Le subí el precio porque el producto es mío y legalmente puedo hacerlo”.
Bueno, es así como se puede ganar una fortuna en el sistema económico neoliberal. Como decíamos, la concentración de la riqueza ha permitido ya que los súper millonarios del mundo sean 1542. O sea, uno por cada 2 millones de habitantes comunes, como Ud. o como yo, que somos pobrecitos.
El miércoles pasado, la agencia estatal alemana Deustche Welle publicó una entrevista a Talia Haggerthy, directora de la organización australiana Instituto Economía y Paz. En esa entrevista, la señora Haggerthy entregó cifras comprobadas, a nivel mundial, que resultan escalofriantes.
Por ejemplo, que el total de los costos de las acciones militares, policiales y de violencia terrorista, alcanzó a 14 billones con 300 mil millones de dólares sólo durante 2016. Cada soldado herido representa una pérdida económica para la economía mundial, para la nación del soldado, para la familia del soldado y para la comunidad en que vive, del orden de los 300 mil dólares, si son soldados europeos, rusos, estadounidenses o israelíes, y de unos 100 mil en los demás casos.
Cada misil Tomahawk de Estados Unidos tiene un costo de 1 millón y medio de dólares, y sólo sirve para hacer un disparo para destruir bienes y matar seres humanos. Y, por otra parte, todo ese avance tecnológico que se atribuye a la investigación de la industria armamentística, en realidad se habría producido más rápido y con mejor sentido de progreso y desarrollo, si hubiera surgido de universidades o de industrias enfocadas a la paz.
Y, también, que la enorme riqueza que se canaliza a la producción y el comercio mundial de armas, no es una riqueza para la nación. En realidad, sólo es enriquecimiento para algunas empresas, a lo que se suma el costo de la corrupción mediante sobornos tanto a nivel de altos mandos militares como a nivel de políticos, de parlamentarios y funcionarios de gobierno.
Así pues, nos encontramos en un remolino de polución, de cambio climático, de concentración demencial de la riqueza, y destrucción de la auténtica riqueza en la locura de las guerras y la industria armamentista.
¿Cómo es que seguimos permitiendo que esa gentuza que nos tiene arrinconados así, siga encaramada en el poder político… Oiga, y que sigamos votando por ellos?
¿Acaso no nos damos cuenta de que estamos creando una horrorosa herencia para esos niños que decimos amar tanto?
Hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario. Incluso descansar es peligroso.
*Imagen: Isla de basura esta semana en Roatán, Honduras (estrategiaynegocios.net)