Por Ruperto Concha / resumen.cl
¿Se acuerda Ud. de las llamadas “Cuentas del Gran Capitán”?... Se trata del informe que el Capitán en Jefe de los ejércitos españoles en Italia, don Gonzalo Fernández de Córdoba, le presentó al rey Fernando el Católico, en 1506, cuando los cortesanos denunciaban los enormes gastos realizados durante la victoriosa campaña que culminó con la conquista de Nápoles.
En su rendición de cuentas, el Gran Capitán, muy irónicamente, incluyó un ítem que decía: “Por picos, palas y azadones, ¡cien millones!”.
Los cortesanos se enfurecieron, claro, pero el rey comprendió que con ello el victorioso Gran Capitán se refería a un gasto que no podía ni debía detallar. ¿Se fija Ud?... No podía revelar cuántos sobornos hubo que pagarle a príncipes, obispos, cardenales, condotieros, generales y otros altos personajes tanto italianos como franceses o incluso españoles.
Y, con ello, tampoco podía detallar cuáles fueron los oscuros servicios por los cuales se pagaron esos millones… ¿Asesinatos?... ¿Sabotaje?... ¿Espionaje?... ¿Diplomacia?...
Bueno, demos un salto de 512 años, hasta nuestros días, y vemos que se sigue aplicando con mucho entusiasmo aquello de las Cuentas del Gran Capitán. Pero, por desgracia ya no hay un gran capitán victorioso que presenta esas cuentas a las naciones. Ahora son políticos que no le han ganado a nadie pero sí han hecho desaparecer tantísimos, muchísimos, y hasta podríamos decir, si me disculpan, “demasiadísimos” millones que debían haber llegado al pueblo, su legítimo propietario.
Y esas cuentas truchas no se las presentan a un rey. ¡No!... las presentan a las instituciones representativas que hoy protagonizan la llamada Democracia.
Veamos qué es lo que está pasando en ese contexto.
Podría creerse que lo que está pasando tiene que ver básicamente con economía, con millones…, pero no es así. Tiene que ver más bien con una misteriosa enfermedad mental, o moral, cuyo síntoma es la corrupción que está contagiando a las Democracias.
Las noticias de Palestina, de hecho, han provocado un horror amenazante en la opinión pública de Europa y Estados Unidos, luego de que una gran marcha de civiles desarmados llegara a las alambradas de púa que son la frontera con Israel, donde fueron atacados por tropas israelíes. Según informa la agencia noticiosa Deustche Welle, del gobierno alemán, en una semana de protestas, las tropas israelíes asesinaron a 32 civiles palestinos desarmados que se encontraban dentro de su propio territorio en la franja de Gaza.
Sólo en las protestas del viernes los soldados mataron a 10 civiles desarmados y dejaron a 1354 heridos incluyendo a 20 mujeres y 80 chicos menores de 16 años. 491 heridos fueron alcanzados por disparos o por explosiones de granadas. 33 están en estado de extrema gravedad. Entre los heridos graves se cuentan 6 periodistas.
Fue también asesinado a balazos un periodista que llevaba claras indicaciones de su oficio, además de un colorido chaleco antibalas y, por supuesto, su cámara de video. Sobre eso, la información de Alemania destaca que el ejército israelí había emplazado francotiradores, dotados de miras telescópicas y fusiles de precisión, con orden de abrir fuego contra quienes se acercaran a la frontera.
Según el gobierno de Israel, el uso de armamento de guerra contra civiles desarmados se justificó porque los manifestantes se mostraban agresivos, tiraban piedras e incluso lanzaron bombas molotov contra la barrera fronteriza.
Por ello, el gobierno de Israel los consideró “terroristas”.
El periódico The Nation, de Estados Unidos, destacó que en estos momentos viven hacinados un millón novecientos mil seres humanos, de los cuales un millón 200 mil son refugiados expulsados de sus hogares y campos al instalarse el flamante estado judío de Israel, en 1948.
Las condiciones de vida impuestas por Israel han convertido el diminuto territorio de la Franja de Gaza en algo horriblemente parecido a un campo de concentración. De hecho, ahí viven hacinados 4.167 habitantes por kilómetro cuadrado. O sea, en un espacio de diez cuadras de largo por una cuadra de ancho.
La cesantía es de casi el 60%. Los pescadores sólo pueden salir en sus botes a una franja de 6 kilómetros mar adentro, lo que reduce al mínimo sus posibilidades de capturar algo de pescado. Aquellos que sobrepasan ese límite son ametrallados por las lanchas patrulleras israelíes.
Detallar la miseria a que los ha reducido Israel parecería un relato de horror kafkiano. Y, por supuesto, esa gente está exasperada. Están enojados más allá de cualquiera esperanza y quizás, también más allá de cualquiera posibilidad de concebir una estrategia razonable.
¿Por qué Israel parece incapaz de concebir una propuesta de paz y de reconstrucción para los palestinos?
Hay indicios de que, en el propio seno de los líderes religiosos del judaísmo, y también en organizaciones judías fuera de Israel, está surgiendo el temor de que el Estado Judío esté en peligro más por la pérdida de sus valores íntimos que por amenazas de otras naciones.
En realidad, en estos momentos, pareciera que es el propio Israel el que se está poniendo en peligro. En gravísimo peligro.
Junto con las atroces noticias de Palestina, también las noticias de Brasil han provocado conmoción mundial, con el escándalo de la condena a 12 años y medio de presidio, para el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, por acusaciones de peculado ilegal, acusaciones que no han sido respaldadas por absolutamente ninguna prueba.
El propio periódico The New York Times, epítome de una prensa anti socialista de Estados Unidos, llegó a denunciar que las acusaciones y la condena contra el ex presidente Lula da Silva, está empujando hacia un abismo a la democracia brasilera.
El New York Times señala cómo el gobierno de Lula condujo al Brasil a una prosperidad sin precedentes, incluyendo lograr que 20 millones de brasileros que estaban en extrema pobreza pudieran ascender a la clase media trabajadora.
Destaca también que el propio gobierno de Lula promovió y dio respaldo legal a la autonomía del Poder Judicial para investigar y enjuiciar los casos de corrupción.
Pero, agrega, esas mismas facultades otorgadas al Poder Judicial fueron desfiguradas por los poderes fácticos y las grandes empresas, que, acabaron montando un entramado de leyes, protocolos y reglamentos que en realidad debilitaron la todavía joven democracia brasilera. Y con ello se volvieron en contra del Partido de los Trabajadores, aunque al final de su mandato Lula da Silva tenía un apoyo del 90% de la ciudadanía de su país.
En el contexto de una vasta operación policial, judicial y política contra la corrupción, la llamada Operación Lavado Jet, el juez Sergio Moro lanzó una acusación contra Lula por haber supuestamente recibido como soborno un lujoso departamento perteneciente a la mega empresa constructora OAS, a cambio de la aprobación de contratos.
Sin embargo, ni Lula ni su familia jamás recibieron ese departamento, jamás vivieron en él, ni hicieron uso de él. No hay ningún documento en que Lula aceptara aquella propiedad ni en términos de adquisición o de compra, o simplemente de arriendo. Nada. En un momento apareció un contrato elaborado por la constructora, en que se establecía la donación del departamento a Lula da Silva, pero ese documento no estaba firmado por Lula y ni siquiera había llegado a sus manos.
La acusación no tenía más fundamento que una declaración de un ex ejecutivo de la constructora, José Pinheiro Filho, quien estaba siendo procesado por otros delitos y que aceptó denunciar al ex presidente a cambio de que le redujeran las acusaciones en su contra. Una práctica muy brasilera que se llama “delación con premio”.
Sin embargo, esa delación premiada fue suficiente para que el juez Moro emitiera sentencia contra Lula da Silva, condenándolo a 9 años y medio de cárcel. Y respecto de que el documento supuestamente probatorio del delito de Lula no tuviera la firma del acusado, según el juez Moro venía a demostrar que Lula era culpable pues quería ocultar el supuesto delito.
O sea, la condena se basaba únicamente en que al juez Moro le pareció que la falta de pruebas era prueba de culpabilidad.
El artículo del New York Times se extiende a las maniobras que llevaron al enjuiciamiento y destitución de la presidente Dilma Rousseff, también bajo acusaciones de corrupción, aunque de hecho no hubo ningún cargo en su contra, excepto haber manipulado un informe al Congreso para aparentar que el déficit presupuestario era menor.
Pero ocurre que el Congreso estaba al tanto de esa manipulación, que era una práctica común desde todos los gobiernos anteriores, tanto presidenciales como de los gobernadores, y de hecho el Congreso aprobó aquella cuenta del Ejecutivo. Más aún, el propio Fiscal General de la acusación contra la presidente reconoció ante la prensa que esa manipulación de ninguna manera podría considerarse un crimen.
El enjuiciamiento de Dilma Rousseff en ambas cámaras del Congreso fue un verdadero circo, en que los diputados de oposición hacían ostentación de que lo único que querían era derrocar a la presidente.
Y, mientras ella era destituida, muchos de los mismos parlamentarios que estaban derrocándola, a su vez iban siendo acusados de delitos, de apropiación de fondos públicos y de corrupción. De hecho, el principal acusador de la presidente fue el diputado Eduardo Cunha, quien fue luego enjuiciado y condenado a prisión al comprobársele haber recibido sobornos por varios millones de dólares.
Así, el New York Times denunció que tanto el derrocamiento de la presidente Dilma Rousseff como el entramado judicial contra Lula da Silva, son en realidad dos episodios de un mismo plan de los grupos económicos, apoyados por el ejército y por la oligarquía de empleados públicos y judiciales, para eliminar al sector progresista y asumir el poder total sobre el país.
El periódico estadounidense concluye señalando que el éxito de estas turbias maniobras ha dejado al Brasil en una situación de Democracia lisiada, semi inválida, en la que un Poder Judicial politizado logra excluir a un líder político popular y prestigioso. Y eso, concluye, es una calamidad para todo el Brasil, para toda la región latinoamericana, y para todo el mundo.
Contra el deseo de los miles de brasileros dispuestos a defenderlo incluso enfrentándose a la policía y al ejército, Lula resolvió no declararse en rebeldía. Ir a la cárcel. En su discurso final, Lula dijo: “Voy a acatar lo que ellos han decidido, porque mi deseo es hacer transferencia de responsabilidades. Esos golpistas creen que yo soy el problema. Ahora van a descubrir que el problema de ellos es la conciencia y la voluntad del pueblo. Voy a cumplir mi condena a prisión, y ahora ustedes, todos ustedes, serán Lula y estarán en todas partes, todos los días, porque parar a un combatiente no es parar a una revolución.”
Y, bueno, en tanto, los síntomas de descomposición se multiplican rápidamente en Brasil. El mismo sábado, mientras Lula caía preso, se descubre una banda de traficantes de armas y municiones de potencia militar, en la que participaban miembros de la policía militar del Brasil. Y en el puerto de Santos, el mayor puerto de toda América Latina, cuatro importantes miembros de la administración, todos militantes de partidos de la oposición de derecha, fueron detenidos por flagrante delitos de robos y extorsión por varios millones de dólares.
La racha de democracias enfermas había sido precedida en marzo por la apuradísima renuncia del presidente Kukzynski, la joyita neoliberal del Perú, arrinconado por pruebas irrefutables de corrupción, sobornos y operaciones internacionales fraudulentas, por muchos millones de dólares. Entre otras cosas, como un detalle, se comprobó que a su chofer le pagaba un sueldo de 4 mil dólares al mes.
En mayo, las dramáticas elecciones de Venezuela contarán al menos con dos candidaturas además de la del presidente Nicolás Maduro. Ciertamente las fuerzas armadas venezolanas están comprometidas con el proceso desarrollado de acuerdo a la constitución, en el cual la oposición una vez más jugará a la abstención, y desde ya anuncia que desconocerá los resultados.
En México, la carrera electoral para el primero de julio próximo ya quedó con su primer gran descalabro, al comprobarse que el candidato de la coalición de derecha, Ricardo Anaya, del PAN, está involucrado en un escándalo de lavado de dinero mediante compraventas fraudulentas de bienes raíces en las que él mismo obtuvo ingresos ilegales por más de 3 millones de dólares.
Frente a eso, el candidato de la oposición de centro-izquierda, Manuel López Obrador, mantiene una ventaja de 18 puntos sobre las demás candidaturas y se perfila ya como futuro presidente.
Los comicios mexicanos del 1 de julio incluyen cubrir 3.400 cargos de elección popular, con 1.600 presidencias municipales, alcaldías. Y esos alcaldes son de especial interés para las mafias del narcotráfico, y por supuesto la policía federal se está preparando para eventuales episodios criminales.
Según el analista Julio Yao, de la Red Voltaire, las democracias latinoamericanas están enfrentando un fenómeno de intervención subrepticia de los grupos económicamente dominantes, apoyados por una oligarquía de burócratas y en la mayoría de los casos también por fuerzas militares y policiales que a su vez han sido penetradas por el proceso de corrupción.
El proceso reciente comenzó el 2009 con la destitución del Presidente de Honduras, Manuel Zelaya; continuó en 2012 con la destitución del presidente Fernando Lugo, de Paraguay, y en 2016 con la de la presidente Dilma Rousseff de Brasil.
En las elecciones de diciembre en Honduras, este año, el escándalo del proceso electoral, la supuesta “caída del sistema” durante los escrutinios en que iba ganando el candidato opositor, y la supuesta “reposición del sistema” tras 6 horas de manipulación secreta, que de inmediato cambió los resultados dando la victoria al oficialista Orlando Hernández.
Tan escandaloso fue el procedimiento que la misión de observadores de la OEA declaró que no había ninguna posibilidad de aprobar el resultado de esa elección, y que era indispensable repetir el proceso en una nueva fecha.
Los observadores europeos también compartieron la opinión de la OEA, mientras en el país se producían intensas protestas. Pero, justo en ese momento, el gobierno de Estados Unidos decidió reconocer el triunfo oficialista y se dio por terminado el conflicto.
En Argentina, en 2015, cuando el peronismo había alcanzado amplia mayoría, aunque dividida entre el oficialista Daniel Scioli y el peronista democristiano Sergio Massa, en la segunda vuelta terminó con el apoyo de Massa al derechista Mauricio Macri y su triunfo.
De inmediato, al igual que en Brasil, el gobierno de Macri inició una intensa arremetida judicial contra la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, con sucesivas acusaciones fuertemente publicitadas por los medios noticiosos argentinos e internacionales, que daban por supuesto que la ex presidente terminaría en prisión, porque era culpable.
Sin embargo, hasta ahora todas las acusaciones fueron refutadas, y las querellas que siguen pendientes son aún más débiles.
Pero el tema sigue sin respuesta: ¿Qué mal, qué enfermedad, está afectando a las democracias latinoamericanas?
En tanto, en el resto del mundo, las tensiones estratégicas siguen elevándose de tono y ya son muchos los gobernantes que creen inevitable que se desemboque en la Tercera Guerra Mundial. La guerra de tarifas proteccionistas entre Estados Unidos y China muestra claras señales de acentuarse y extenderse a otros planos.
La situación estratégica es compleja. Los altos mandos militares del bloque estadounidense y del bloque chino ruso saben muy bien que si hay guerra no habrá ganadores.
Pero, por eso mismo, se configura el cuadro estrambótico, casi cómico, de un bloque occidental jugando póquer contra un bloque oriental que juega ajedrez. Los que juegan póker, encabezados por Donald Trump, siguen todavía elevando su apuesta en un bluff con la esperanza de que Rusia y China se vayan al plato, se asusten y se vayan.
Pero estas potencias no están jugando póker. No se irán al plato. Y llegado el caso, cuando el bluff ya se haga insostenible, occidente tendrá que enfrentar el fin de su esperanza de dominio imperial mundial.
Si no están locos de remate, no llegarán a la guerra. Y el planeta una vez más se encontrará en situación de Guerra Fría, en que dos mega potencias mundiales, opuestas entre sí, se ven obligadas a un equilibrio que parece precario pero que en realidad puede ser muy estable.
Oiga, ¿ es mala la Guerra Fría? ¿Qué pasaba en el mundo durante la Guerra Fría del Siglo 20?... Lo que pasaba era que, aprovechando el equilibrio de los dos gigantones, una multitud de países menores pudieron formar sus propias alianzas, como el Tercer Mundo y el Movimiento de los No Alineados.
Las Naciones Unidas, la ONU, pudo funcionar con bastante independencia, y con eso logró enormes y buenos resultados, creando esas magníficas comisiones como por ejemplo la FAO, para el desarrollo de la agricultura y la alimentación, la UNESCO, para la Educación, la Cultura y el Arte, la OIT, para resguardar los derechos de trabajadores y empleadores, en fin…
Durante la Guerra Fría, ninguna potencia podía estropajear a las Naciones Unidas como hoy lo está haciendo el gobierno de Donald Trump.
Así pues, ¿sería mala o sería buena una nueva Guerra Fría?
Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse. Hay peligro. Pero también hay señales alentadoras.