AUDIO | Crónica de Ruperto Concha: Era mentira lo del infierno

Por Ruperto Concha / resumen.cl Muchos hombres de ciencia, de las disciplinas humanistas, creen que a la Economía debiera considerársela como una disciplina subalterna de la Antropología y la Sociología. De hecho, enfatizan que las llamadas “leyes fundamentales” de la economía científica sólo son comprensibles a través de la Historia, con la aparición del dinero en Lidia, 700 años antes de Cristo, y las sucesivas normas y leyes sobre cobro de intereses, uso artificioso de la ley de oferta y demanda, y el manejo de estrategias económicas para alcanzar el poder político y militar. Ya en la Grecia de Alejandro Magno, 334 años antes de Cristo, los inmensos tesoros obtenidos del saqueo del imperio persa y repartidos entre sus soldados, provocaron que en Grecia el oro perdiera más de dos tercios de su valor y en consecuencia, el precio del trigo se quintuplicó en pocos meses. 350 años después, el general romano Tito Flavio Vespasiano, en el año 68 de nuestra era, puso fin bruscamente a la guerra civil desatada en Roma tras la muerte del emperador Nerón, simplemente tomando el control del abastecimiento de trigo a Italia. El precio del trigo se disparó y sus adversarios se rindieron apresuradamente. Eran los efectos de la súper abundancia y de la súper escasez, sin que importara si se producían por causas naturales o por manipulación estratégica de la economía. Esa noción de que la riqueza es poder político y militar prevaleció en todo el mundo, desde la China hasta el Occidente Europeo y sus seudopodios de América durante los siguientes mil setecientos años. La Economía era sólo un asunto de príncipes, nobles, obispos y banqueros que de algún modo le chorreaban algo de su dinero a sus mercenarios, sus artesanos y a algunos artistas, poetas y músicos. La economía moderna, definida como Capitalismo, se debió principalmente a los aportes de tres pensadores británicos. Adam Smith, con su obra “La Riqueza de las Naciones”, planteó, primero, que la división del trabajo, el intercambio y la investigación tecnológica, tienen un prodigioso efecto que genera riqueza. Segundo, que el comercio es un intercambio dinámico que favorece al que vende tanto como al que compra. Tercero, que toda actividad económica se produce porque las partes involucradas quieren ganar. Que no existe fuerza moral que mueva la economía. Y, cuarto, que la competencia entre los actores dinámicos económicos los obliga a disciplinar la oferta, pues los productores deben acatar las exigencias del mercado y con ello cada productor tiene que ver cómo vender mejor y más barato para que los consumidores los prefieran. Y fue principalmente en este punto que Adam Smith omitió considerar que el carácter mismo de cualquiera competencia implica que debe resultar un ganador y un perdedor. Así como en el fútbol la competencia culmina cuando un solo equipo elimina a todos los demás y sólo él se queda con la copa, también en la competencia por el mercado, los ganadores van eliminando a los perdedores y les arrebatan sus mercados hasta que finalmente queda un grupo muy pequeño de ganadores que concentran todo el poder económico que estaba en juego. Y, a menudo, optan por parar la competencia, no seguir compitiendo, coludirse en cambio y repartirse buenamente el mercado. En ese momento, la concentración del poder tiene por efecto la disminución o incluso la eliminación del poder de los compradores, la gente común, frente a los riquísimos vendedores. El otro filósofo de la economía fue David Ricardo, quien analizó la importancia del comercio internacional, que permite lucrar con las ventajas económicas que ofrecen otros países o regiones. Por ejemplo, la productividad del suelo y el clima permite producir y comprar trigo más barato y por consiguiente deja más ganancias a los que negocian con trigo. O, también, los trabajadores de un país o región ganan salarios más bajos y permiten mayores ganancias por los mismos productos. Ese análisis de Ricardo, en estos momentos, ha llevado a que los inversionistas trasladen sus capitales hacia los países donde hay escasa protección legal para los trabajadores, lo que permite ofrecer salarios bajísimos a cambio de trabajos muy productivos. De hecho, en su teoría del valor, David Ricardo adhiere a la idea de Adam Smith de que el monto de lo que se paga a los trabajadores, siempre se limitará al mínimo según los parámetros de supervivencia. Junto con Smith y Ricardo, el tercer gran analista de la economía fue Thomas Malthus. Este, en gran medida, apega a las ideas de ellos, pero especificó que el aumento de la riqueza y de los mercados tiene un límite implacable que es el agotamiento de los recursos, incluyendo materias primas, alimentos y energía disponible. Thomas Malthus fue el primero en prever que el aumento de la riqueza, junto al avance de la tecnología, tendrían como efecto inevitable un aumento explosivo de la población, que a su vez aceleraría el agotamiento de los recursos naturales. Pese a la extraordinaria claridad de su análisis, los economistas se burlaron de las advertencias de Malthus respecto de la necesidad de planificar y controlar la natalidad, sobre todo entre los sectores de más bajo nivel cultural y económico. De hecho, Malthus observó que el fenómeno de la evolución de las especies apunta a la reproducción. En esa perspectiva, señaló que, como los pobres sufren mayor mortalidad infantil, la compensan aumentando enormemente el número de sus hijos. De allí que, al mejorar las condiciones de vida y disminuir la mortalidad infantil, se produzca explosión demográfica. Durante los siguientes dos siglos, la conquista de nuevas tierras se unió a la rápida secuencia de nuevas tecnologías que permitieron proporcionar suficientes alimentos y fuentes de trabajo para absorber el enorme aumento de la población. Sabemos que, en 1950, cuando se generalizó la conciencia ecológica, la población del mundo era de 2.500 millones de habitantes. Bueno, 50 años después, el año 2.000, o sea en sólo 2 generaciones, la población había aumentado a 6 mil millones de habitantes. Y no se trata sólo del número. También los humanos de las nuevas generaciones han aumentado prodigiosamente su consumo. De hecho, por ejemplo, en 1950 en el mundo había un automóvil por cada 1.800 habitantes. O sea, había 1 millón 800 mil autos en el planeta. En el año 2.000 ya se había llegado a un auto por cada 160 habitantes, o sea ya había unos 40 millones de autos. Es decir, las cifras concretas, oficiales y bien verificadas, ahora le están dando la razón a Thomas Malthus. La teoría económica liberal concebía que el trabajador le vende su trabajo al empleador, pero luego otros economistas, especialmente Carlos Marx y Federico Engels, señalaron que lo que el trabajador le vende al empleador a cambio de un salario, no es su trabajo, sino su fuerza de trabajo. Es decir, en las horas de trabajo de cada jornada, el trabajador tiene una productividad que en pocos días supera lejos el valor de su salario, y en todo el resto del tiempo su productividad es ganancia para el empleador. Eso es lo que Marx llamó la “plusvalía”. Ya con este aporte de Marx a la teoría del valor económico, quedaba bien definido lo que conocimos como Capitalismo Liberal. Y, de hecho, el Capitalismo de Estado aplicado en la Unión Soviética se atenía a los mismos parámetros, aunque diferenciándose en lo referente a la distribución de la riqueza, que pasaba a ser política y no privada. Pero, en la perspectiva de la Teoría Económica de los Valores, el llamado Capitalismo mantuvo como factor esencial la no interferencia de elementos de elementos de poder político o militar, en los procesos de la actividad económica. Y fue así como el sistema llamado Capitalismo logró desarrollarse potentemente hasta tropezar una y otra vez con las crisis sucesivas que, finalmente, eran síntomas de que ese Capitalismo había comenzado a estrellarse contra sus propias contradicciones. Al margen de las alternativas propuestas por la economía soviética, el Capitalismo liberal se encontró, primero, con el fenómeno de la concentración de la riqueza, que resultaba precisamente de la competencia en la economía de mercado, señalada por Adam Smith, en que los ganadores van adueñándose de los mercados que otros pierden… y apropiándose así de ganancias cada vez mayores Se encontró también con el desplazamiento de capitales hacia los países y las regiones donde se mantenía mayor injusticia social y los trabajadores debían aceptar salarios comparativamente míseros. Por ejemplo, mientras en Estados Unidos el salario mínimo se mantenía en torno de los 9 dólares por hora, en países como Vietnam, Malasia o Filipinas, el salario mínimo era del orden de los 25 centavos de dólar por hora. O sea, el planteamiento de David Ricardo entraba también en crisis. Y, finalmente, el agotamiento o la disminución de productividad de los recursos básicos, la explotación de minerales de cada vez más baja ley, el encarecimiento de la energía y, en general, el deterioro del medio ambiente por sobre explotación, mostraban que se estaba llegando al límite descrito por el tercero de los filósofos del Capitalismo, Thomas Malthus. En estos momentos, la Economía está controlada, planificada y regulada por las instituciones del Poder Político, por los Bancos Centrales y otras instituciones como la Reserva Federal de Estados Unidos, que fijan por decreto las tasas de interés, las condiciones de crédito y las cuotas de comercio dentro y fuera de cada Estado. Estados Unidos se arrogó la facultad exclusiva de emitir la moneda dominante del comercio mundial. Pero, fíjese Ud., el dólar se desvalorizó a una velocidad muy grande. En los acuerdos mundiales de Breton Woods, de 1944, la onza de oro valía 30 dólares, pero hoy tiene un precio de 1.321 dólares. O sea, 30 dólares de entonces equivalen a 1.321 dólares de hoy. El desplazamiento de capitales finalmente se tradujo en el surgimiento de nuevas economías, sobre todo en Asia, y una nueva forma de competencia por los mercados mundiales que llevó, por ejemplo, a que los antiguos centros de poder económico, de Estados Unidos y Europa, perdieran su capacidad de competir a nivel mundial. De ahí que Estados Unidos y Europa, más algunos asociados como Australia, iniciaran una nueva política claramente anti-liberal, mediante tratados de libre comercio, fijación de normas internacionales garantizando los derechos de las empresas capitalistas, en fin, todo ello bajo el respaldo del poderío militar de Estados Unidos. Tras los terremotos económicos que culminaron en la crisis mundial de 2008, la realidad de Estados Unidos y Europa llegó al borde del colapso total. Solamente la economía de China logró que la economía mundial no se paralizara por completo. Fue entonces que, bajo el gobierno de Barak Obama, las grandes economías de Occidente encontraran una solución, al menos temporal, mediante un endeudamiento inmenso y rápido, unido a la fijación artificial de tasas de interés de casi cero, para evitar que ese endeudamiento tuviera un costo mortífero. Con ello se llegó a que Estados Unidos, este año, tenga una deuda pública de casi 21 millones de millones de dólares, eso que en castellano son 21 billones y en inglés 21 trillones de dólares. Esa deuda es más que el 100% del Producto Interno Bruto. Fuera de eso, el balance de 2017 muestra que Estados Unidos exportó bienes y servicios por un billón con 42 mil millones de dólares. Pero importó 2 billones con 221 mil millones de dólares. O sea, tuvo un déficit de casi 800 mil millones de dólares. Europa, por su parte, tiene un endeudamiento público del 83,2% de su Producto Interno Bruto. Las exportaciones europeas alcanzan a sólo el 15% del mercado mundial, y de ese 15%, las 4/5 partes van al mercado de Estados Unidos. O sea, si Estados Unidos les cerrara su mercado, Europa quedaría en la mera indigencia. Así, del Capitalismo occidental sólo parecen ir quedando los más domésticos procedimientos de contabilidad y administración. Y la economía mundial, ahora está determinada por la fuerza, incluyendo sanciones económicas y eventualmente intervenciones militares para redibujar fronteras, gobiernos y mercados. ¿Qué va quedando de ese Capitalismo Liberal y la Economía de Libre Mercado?... ¿Le quedan todavía algunos signos de vida, o ya es un cadáver sumamente muerto? Los hechos de las últimas semanas muestran que hay una enorme crisis muy próxima a desencadenarse. La situación económica de Europa es tan precaria que, por ejemplo, Alemania ni siquiera puede cumplir sus propios compromisos políticos de restringir la venta de armas a países que estén en guerra o sean violadores de derechos humanos. De hecho, sus ventas a Arabia Saudita se han quintuplicado en menos de un año, y, según confiesa el gobierno alemán, eso es porque no venderle armas a los que quieran comprarlas, provocaría la cesantía para miles de trabajadores. En su política de “Hacer Grande de nuevo a Estados Unidos”, el presidente Donald Trump decidió disminuir el ruinoso déficit comercial imponiendo gravámenes muy pesados a ciertas importaciones. Pero, señaló que esas tarifas, esas medidas no se aplicarán a los países que demuestren ser amigos de Estados Unidos. Que sean obedientes. Así, en principio, anunció que no aplicará los gravámenes a sus aliados de Europa, ni a esos sudamericanos simpáticamente derechistas como Argentina, Brasil y México. Pero eso, únicamente mientras sigan portándose bien. ¿A quién, entonces le podría extrañar que casi todos los países de la Unión Europea hayan obedecido el mandato de expulsar diplomáticos rusos, sólo porque Inglaterra dice que le tinca que fue el propio Presidente Putin el que ordenó que asesinaran a un traidor refugiado en Gran Bretaña? Según las propias palabras de la vocera de la Casa Blanca, para Estados Unidos basta con que Londres diga que Rusia es culpable, para que nosotros le creamos. De toda Europa, sólo Austria, Portugal y Bulgaria se negaron a participar de la encerrona rusofóbica. De hecho, pese a las presiones enormes realizadas por Washington para dejar aislada a Rusia, sólo 27 países participaron del show. Ya antes, Washington había tratado de reunir informalmente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, para conseguir que al menos 9 de los 15 miembros aprobaran una sanción contra Siria por supuesto, y no demostrado, uso de armas químicas contra los terroristas. Logró hacer la reunión informal, pero de los asistentes 7 se negaron a apoyar a Estados Unidos, y la movida informal resultó fracasada. Tampoco Estados Unidos puede tratar de recurrir a la Asamblea General para aislar y eventualmente condenar a Rusia, a China, a Irán y o a alguno del resto de los países indóciles. Eso, porque sabe que en la Asamblea General la mayoría abrumadora de los países del mundo le tiene más simpatía a los indóciles que al amo de los obedientes. En fin, es por eso que, después de sus arengas iniciales, Donald Trump se ha quedado sorprendentemente calladito. De hecho, ahora anunció que Rusia no tiene por qué enojarse tanto, y enfatizó que las expulsiones de diplomáticos rusos son sólo contra personas, y que Rusia puede reemplazarlos a todos, recuperando la totalidad de su presencia en todo el territorio de Estados Unidos. Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas confirmó que no enviará personal a supervisar las próximas elecciones en Venezuela, ya que no hay razón alguna para objetar la validez del sistema electoral presentado por el gobierno. O sea, la ONU con eso respalda que las elecciones se realizarán limpia, sana y eficazmente, exhibiendo a revisión cada una de las etapas del proceso electoral. Pero, bueno, ya lo sabemos. Si el presidente Nicolás Maduro resulta reelegido, el coro de los derrotados aullará que la elección fue fraudulenta. Así, parece que estamos de veras frente a un final muy grande para un pasado que duró demasiado. Y, para horror de los adoradores de la tortura, este fin de era incluye la valiente declaración del papa Francisco, de que él no cree que exista el Infierno, y que el Evangelio no habla de torturas. Según él, los que mueren sinceramente arrepentidos de sus pecados, reciben el perdón de Dios y podrán vivir en su presencia. Los otros, los réprobos, simplemente desaparecen como si jamás hubieran existido. Ya en el siglo 15, el obispo de Hungría Jannus Pannonius había afirmado que el amor de Dios es supremo y que, por eso, si es que hay un infierno, en él sólo estarían los demonios. Por su parte, el gran William Shakespeare, en su obra La Tempestad, hace que los marineros de un barco afirmen que el Infierno se quedó vacío porque todos los diablos están reunidos provocando esa Tempestad. O sea, cuando los diablos salen, el infierno queda vacío. También los Cátaros negaban que Dios haya creado esos horrores infernales con que las Iglesias mantienen aterrorizados a sus fieles. Pero, como sea, el Papa Francisco dijo que tal era su opinión personal, basada en su conocimiento teológico. Con eso, el Papa enfatizó que no ha negado “EX CATHEDRA” la existencia del infierno. O sea, no habló representando a Jesucristo, por lo que su opinión sigue siendo sólo una opinión. Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse. Hay peligro. Pero, igual nomás, ¿no tenemos una tremenda curiosidad por lo que parece que vendrá luego?
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