Parte 1
Parte 2
Es posible que Ud. no sepa que, a nivel mundial, y sobre todo en el mundo desarrollado, la principal causa de muerte de adolescentes, es, fíjese Ud., el suicidio. Ninguna enfermedad, ninguna catástrofe natural, ningún accidente masivo, mata cada año a tantos jovencitos, como los que mueren por su propia voluntad. Los suicidas.
Y esa realidad abrumadora, por cierto ha llevado a que muchos investigadores inteligentes estén buscando la respuesta a la paradoja de que precisamente aquellos que se encuentran en la primavera de la vida sean los que más optan por la muerte.
El propio doctor Sigmund Freud, padre de la siquiatría moderna, no sólo se quedó sin encontrar una respuesta. Al fin, también él eligió salir de este mundo por el rumbo de los suicidas, como lo hicieron tantos otros espíritus lúcidos y sensibles… tantos, como la escritora Virginia Wolf, o nuestra maravillosa Violeta Parra, con su par uruguaya Alfonsina Storni, y los escritores Ernest Hemingway, Jack London con el poeta Dylan Thomas, con los filósofos Sócrates y Michel Foucault, el pintor Vincent Van Gogh, y presumiblemente el gran músico Piotr Ilich Tchaikowsky, sin contar, según se dice, a Elvis Presley y Marilyn Monroe.
Todos ellos, jóvenes, adultos o viejos, tomaron una decisión que no logramos comprender fácilmente, pero que sin la menor duda no tiene nada que ver con estar pobre o tener hambre. No. Hay un tejido misterioso de factores emocionales, sociales y de percepción demasiado aguda de la realidad.
El suicidio pareciera responder a una sensación de pérdida de algo que vale más que la simple vida orgánica.
El gran escritor existencialista católico, Albert Camus, dijo: “Aquello que consideramos como una razón para vivir, podemos también considerarlo como una buena razón para morir”.
Por supuesto, todos deseamos vivir. Vivir es interesante, es apasionante, está lleno de incertidumbres provocativas y desafíos por los cuales estamos dispuestos a correr peligros, exigirnos esfuerzos, soportar dolores y vencer nuestros miedos.
Pero ¿qué otro deseo se puede equiparar al deseo de vivir?... ¿Qué deseo puede ser más fuerte que el deseo de vivir?
En realidad, seguimos enfrentando los misterios de nuestra realidad interior, como unos ignorantes supersticiosos. Y sin embargo, hace ya 2.500 años, en la India, vivió el príncipe Siddharta Gautama, conocido como Buda, quien definió al deseo supremo como un vacío supremo.
Para él, toda la maraña de ridículos deseos que nos parecen irresistibles, no son más que caricaturas del Deseo Supremo. Nuestros deseos, ganas y apetencias, son una multitud de engañifas con que tratamos de aturdirnos, oiga, porque… el Gran Deseo Supremo nos da miedo.
Según el Buda, ese Gran Deseo Supremo exige crear en nuestro espíritu un vacío inmenso. Ahí, dice él, se produce la consumación del acto de amor en que los humanos nos ayuntamos con la divinidad, haciéndonos uno con ella. Es el Nirvana, la consumación eterna e intemporal del Deseo.
Bueno, esa es una visión religiosa. Pero conviene recordar que esos antiguos hindúes tenían unas percepciones de extraordinaria inteligencia, a veces dotada de auténtica precisión científica. Por ejemplo los yogas ya sabían que el aire que respiramos, el “prana”, hace que en nuestro interior se produzca energía vital. Y eso, oiga, dos mil años antes de que la ciencia occidental descubriera los mitocondrios de las células y el proceso de oxidación que genera la energía de la vida. ¡Así nomás!
Ahora en nuestros días nuestros psicólogos, nuestros sociólogos y nuestros poetas, saben bien claro que sentir deseo es sentir un vacío, sentir que algo nos falta. Y eso vale desde las ganitas de fumarse un cigarrillo, hasta el deseo vertiginoso de estar con la persona amada, pasando en un recorrido que incluye comprarse cosas, ganar más plata, y eventualmente conseguir que otros lo envidien a uno.
Es decir, el deseo es percibir un vacío adentro nuestro. Y pareciera que vamos por la vida siguiendo ese vacío como si despidiera un aroma imperioso.
En lengua inglesa, la palabra “emptiness”, vacío, según el Diccionario Collins, tiene también la acepción de “deseo”, “hambre”, “ansias”.
De hecho, casi siempre, una persona siente lesionada su auto-estima si traiciona la llamada de alguno de los deseos que le son realmente imperiosos. Una llamada que a menudo mentamos “la vocación”. La vocación del héroe, del artista, del sabio y, por supuesto, la del sacerdote o comoquiera que se llame el que se entrega a la religión.
¿Se fija Ud.? Hablábamos de tener el deseo de morir. De que el deseo es sensación de vacío interior, y en forma inevitable tocamos algunos conceptos religiosos. Bueno, en estos momentos cobran relevancia las recientes palabras del líder máximo de los católicos, el Papa Francisco, que si no es de Asís, al menos es de Buenos Aires.
Entrevistado por el periódico español La Vanguardia, el Papa enfatizó que en estos momentos la civilización ha caído en la idolatría del ídolo dinero. Y que en el altar de ese ídolo, están siendo sacrificados millones y millones de jóvenes, a los que se descarta simplemente, pues no valen más que lo que puedan comprar, y cuyos sueños, anhelos y ambiciones pareciera que no le interesan a nadie.
Mientras tanto, en Londres, el sacerdote Michael Fassbender, párroco de la iglesia de Saint Mary, escribía en el periódico The Guardian que también él entiende el deseo como un vacío, o más bien como un conjunto de pequeños vacíos que vanamente tratamos de rellenar con mezquinas satisfacciones que durante un corto tiempo nos hagan sentir que ese vacío ya no existe.
Pero sabemos muy bien que esas burdas satisfacciones no nos liberan de esos vacíos. Que pronto querremos hacerlo de nuevo, porque estamos prisioneros de esos deseos y de esas satisfacciones falsas y efímeras.
Y entonces, el padre Fassbender se pregunta: ¿Y no será que esos mezquinos vacíos y mezquinas satisfacciones en realidad son un truco diabólico para evitar que nos demos cuenta de que hay otro deseo mucho mayor y decisivo…
Y que es un deseo capaz de hacernos sentir que el deseo mismo es algo maravilloso?... ¿Que sentir la fuerza interior del deseo puede ser más importante que anularlo mediante una satisfacción? … Bueno, el Padre Fassbender se refería derechamente a la abstinencia sexual para los sacerdotes… Pero el significado de eso puede proyectarse poderosamente hacia motivaciones más profundas.
Siempre es fecundo recoger lo que el pasado guarda para nosotros. Recordemos que, como dice Michel Foucault, el presente es el pasado en acción.
Una leyenda mitológica griega cuenta que la gente joven, humanos, héroes y titanes, solían experimentar deseos tan intensos que a veces los llevaban al extremo de desafiar a los propios dioses. Y, claro, a menudo tenían que pagar muy caro su atrevimiento. ¡Pero no les importaba!
Ahí tiene Ud. a esos chiquillos, los Curetes, que en griego significa los “muchachitos” o “kouros”. Ocurre que cuando el dios Zeus era un recién nacido, su padre Cronos lo andaba buscando porque se lo quería comer.
Entonces esos chiquillos, que se habían embelesado con aquel divino pequeñín, se pusieron a bailar frenéticamente, con gran ruido de flautas y tambores a los que agregaban el estruendoso entrechocar de sus armas y sus escudos. Eso, a fin de hacer tanto ruido que el viejo dios no escuchara los llantos ni las risas del bebé, y, por el contrario, se distrajera contemplándolos bailar.
Oiga, ¿no le parece potente el simbolismo de esa leyenda?... Esos jovencitos usan sus armas no para combatir sino para bailar, para generar una belleza seductora y con ello, salvar la vida del dios recién nacido, el Supremo Zeus, cuyo nombre mal pronunciado se convirtió en la palabra Deus, o sea, Dios.
¿No está clarísimo que esos jovencitos sintieron un arrobamiento, un deseo de proteger al niño, más fuerte que el terror a Cronos, el dios monstruoso y devorador?... Y de ese deseo ellos extrajeron una belleza protectora tan potente que salvó al niño dios.
Muchos siglos después de eso, en plena Edad Media europea, ocurrió algo similar a la hermosa rebelión de los Curetes. Fue la llamada Cruzada de los Niños, en que miles de niños de toda Europa huyeron de sus casas para unirse al llamado de dos niños iluminados: Etienne de Cloyes, en Francia, y Nicolás de Köln en Alemania.
De manera asombrosa, esa multitud de niños recorrió a pie distancias enormes para participar en una Cruzada de Amor a Tierra Santa, que en 1212 había sido reconquistada por los musulmanes.
Los niños creían que su presencia cariñosa y bella, cargada con el amor de Jesús, convencería a los guerreros islámicos de devolver el Santo Sepulcro a la cristiandad.
Por supuesto, fueron traicionados por los mismos cristianos, utilizados vilmente, y en su mayor parte fueron vendidos como esclavos en los mercados orientales. Una tragedia, por cierto.
Pero, ¿cómo podríamos nosotros, ahora, entender el deseo sublime de aquellos miles de niños… un deseo más fuerte que el terror y el apego a la vida?
Hoy, los niños y los adolescentes siguen siendo traicionados. Sacrificados al ídolo Dinero, como dice el Papa Francisco. Las noticias de estos momentos lo denuncian en toda su atrocidad, más allá de los eufemismos publiperiodísticos.
En Albania, entre Serbia y Grecia, se destapó la desaparición de a lo menos 500 niños que estaban internos en un centro de acogida para huérfanos o abandonados. Pero lo más horroroso es que se han encontrado indicios de que esos niños fueron, digamos, “cosechados” para el mercado de órganos destinados a trasplantes. Y se teme que el número de esos niños sea finalmente muchísimo mayor.
En Europa, El Consejo Europeo para Refugiados reveló que de los inmigrantes ilegales rescatados en los últimos meses, 9 mil son niños, y de ellos 6 mil huyeron solos de sus hogares, y, cuando logran salir o escaparse de los centros de acogida de los gobiernos, se lanzan a deambular por Europa sin dinero, sin techo ni comida.
Y cuando las autoridades les echan mano, los conducen de vuelta a los centros de acogida desde donde se les deportará a sus lugares de origen.
En tanto, el Gobierno de Barack Obama deportó el año último más de 72 mil inmigrantes ilegales, padres de familia con hijos nacidos en Estados Unidos, y hay una masa estimada en 50 mil niños que han sido detenidos desde octubre pasado, y que se encuentran completamente solos.
Durante una visita a uno de los centros de detención de niños inmigrantes en Arizona, el Ministro de Seguridad del gobierno, Jeh Johnson, enfatizó que ninguno de esos niños podrá quedarse en Estados Unidos. Que todos van a ser deportados.
Asimismo, aquellos niños, que están reducidos a la mendicidad, son de hecho pasibles de acusaciones graves, si se ven envueltos en hurtos o si se les relaciona con pandilleros o redes de prostitución.
En estos momentos, en la mayoría de los estados, los menores son judicialmente responsables, y pueden ser enviados a prisión. Incluso, en crímenes con resultado de muerte, pueden ser condenados a la pena máxima a partir de los 11 años de edad.
Y bueno, Estados Unidos no ha querido suscribir la Carta de los Derechos del Niño.
¿Por qué se van esos niños a la peligrosísima aventura migratoria hacia Europa o Estados Unidos?... ¿Qué deseo intenso los lleva a abandonar sus hogares y arrostrar peligros y sufrimientos sin ninguna esperanza concreta de tener éxito?
Aunque sea en una amarga miseria, esos niños tenían una familia, compartían con ellos la magra ración humanitaria que les llegara, y podían dormirse en la tenue tibieza del amor confiable de los suyos. Pero había otro deseo irresistible.
En Irak, en Siria, en África, pero también en Rumania, Bulgaria o Ucrania, lo mismo que en Guatemala, Honduras, el Salvador y México, los niños reciben los ecos de un supuesto mundo paradisíaco donde todo es posible. Ecos diabólicamente mentirosos les despiertan en sus corazones un deseo vehemente de partir rumbo a la felicidad, tal como esos niños que seguían al Flautista de Hamelin.
Esos niños huyen de un mundo feo, aplastante, donde todo lo que es bueno tiene que ser pecado, y donde lo nuevo, lo distinto, puede hacerte sospechoso de terrorismo o algo así.
En sus cabecitas ignorantes, la magia de un iPod o un juego de computación tiene el sabor irresistible que prometen los cuentos de hadas.
Oiga, por cierto esos niños han sido traicionados. Como dijo el Papa, fueron descartados. Pero, ¿cuándo comenzó la traición?... ¿Quiénes fueron los primeros en traicionarlos?
Hablamos de los niños emigrantes ilegales… ¿Y qué pasa con los que no emigran, los que se quedan, algunos como niños de la calle, y otros como precarios miembros de familias escuálidas, más pobres espiritualmente que en recursos materiales?
Personal profesional del SENAME, en Chile, ha dado cifras desalentadoras sobre niños delincuentes que roban, incluso a veces con violencia, o que trafican drogas pesadas, y que son el único sostén económico de su familia. Niños de 12 o 14 años, cuyo delictual aporte a la supervivencia familiar es imprescindible.
Incluso, en los días de visita a los centros de detención, algunas madres se excusan de llevarles poquita ayuda, y reconocen que casi no pueden sobrevivir en la casa, ahora que falta el dinero que el chico aportaba.
Y, sobre todo ese paisaje desalentador que el niño ve en torno suyo, aparece resplandeciente el mundo de los avisos publicitarios, las vitrinas iluminadas y la televisión proponiendo cosas que al niño le dan ganas de tener. Despertando en su espíritu una obstinada credulidad en una vaga promesa dichosa que se puede alcanzar teniendo dinero.
Tiene razón el Papa. Un número inmenso de padres y madres creen también en ese mundo de quimérica dicha, y codician el dinero para tener acceso a ese paraíso. Esos padres, muchísimos de ellos de clase media, concentran sus esfuerzos en ganar todo el dinero posible, a menudo papá y mamá trabajan, creyendo que con ello están ganando felicidad.
Pero es mentira. Fíjese que las mediciones de la educación a nivel mundial están indicando un deterioro ininterrumpido en los niveles de aprendizaje y de capacitación intelectual de los colegiales. Fíjese que en Suecia, que era la lumbrera por la excelencia de sus sistemas educativos, ahora el rendimiento ha caído por debajo del promedio de Europa.
De hecho en todos los países occidentales, incluyendo la mayor parte de América Latina, el rendimiento educacional ha caído año tras año, y los colegiales se encuentran en los niveles más bajos a nivel mundial.
Y, entre 44 países sometidos a mediciones estándar, Chile se ubicó en el lugar 36, y Colombia, aún peor, en el 42.
Y según estudios de la UNESCO, los niños de la enseñanza media latinoamericana simplemente carecen de desarrollo intelectual para traducir lo que se les enseña, en términos de hallar soluciones a problemas reales.
¿Y sabe Ud. qué países mostraron mejores niveles de aprendizaje escolar y mayor capacidad de resolver problemas reales?...
Exactamente. China y Cuba.
Ahora los niños, en muy gran medida, parecen experimentar un escepticismo casi, casi cínico respecto de las propuestas del mundo adulto. Los valores de convivencia, las normas, y por supuesto también las leyes, aparecen consideradas como imposiciones del mundo adulto, que no resuenan en la emocionalidad ética de los menores, y que está bien burlarlas cada vez que se pueda, sin que lo pillen a uno.
La monetarización de la vida trivializa todo lo que no puede ser comprado. Y exhibir prendas o aparatos caros es lejos mejor base de estatus y aprobación, que cualquiera otro parámetro ético-social.
La odiosidad de los jóvenes, incluso de niños impúberes, hacia lo establecido, se está expresando con terrible brutalidad en Europa y Estados Unidos, y está empezando a aparecer en nuestra latinoamérica. En muchas ciudades europeas ha sido necesario destacar fuerzas policiales para reducir por la fuerza a escolares broncos.
Matonaje, violaciones y destrucción vandálica, ya están aterrorizando a las propias familias que ahora no se atreven a mostrarse autoritarios con hijos que están dispuestos a replicarle a su madre a puñetazos.
En Estados Unidos, ya son decenas las ciudades que han impuesto toque de queda a las 10 de la noche para todos los menores de 17 años, y a eso agregan en varias de ellas, un toque obligatorio matinal que prohíbe que los menores puedan andar por la calle en horas de clases.
Y, volviendo al tema de los suicidas, ya el Estado de California autorizó colocar una inmensa malla metálica envolviendo el célebre puente colgante de The Golden Gate, a un costo de 70 millones de dólares.
La malla tiene por objeto impedir que los suicidas sigan lanzándose al vacío.
El deseo es un vacío en el corazón… y ese vacío hace que valga la pena vivir.
¿Qué es aquel deseo profundo e inefable que crea un vacío tan doloroso en nuestros niños y jóvenes, y que cuando lo perdemos se vuelve más fuerte que el deseo de seguir viviendo?...
¿Por qué a ellos los hemos privado de percibir la compleja y apasionante realidad de la vida, y en cambio los atiborramos con cuentecitos y películas azucaradas y falsas que por cierto siempre tienen un final feliz?
Es importante que nos tomemos en serio a los chiquillos. A veces, sin querer, los traicionamos atrozmente.
Hasta la próxima, amigos. Cuídense. Es necesario.
Imagen: Saturno devorando a sus hijos. Goya
Extraída de Wikipedia.
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