[resumen.cl] Las multitudinarias manifestaciones sociales de las últimas dos semanas están siendo acompañadas de un amplio proceso de discusión y participación ciudadana respecto de las demandas, exigencias y propuestas que el pueblo en su conjunto ha expresado en contra del gobierno, del modelo económico y del sistema de dominación estructurados sobre la base del abuso y la desigualdad.
Aunque la movilización para lograr los cambios y transformaciones que la población demanda está lejos de terminar, esto no ha impedido que empiece a adoptar también formas específicas en procura de empezar a construir un nuevo Chile. Por el contrario, a la par de las expresiones de lucha en las calles, la población ha dado inicio a una nueva etapa en esta decisiva lucha por conseguir los objetivos de esta rebelión popular.
Junto a las diversas formas de expresión que ha adoptado para hacer sentir su hartazgo, la sociedad movilizada ha comenzado a generar, de manera directa y activa, espacios de organización, de conversación, de participación, de elaboración. En barrios, plazas, recintos públicos, parques, galpones, a lo largo del país y convocadas por organizaciones locales, se han desarrollado asambleas, o cabildos, o reuniones o conversaciones en busca de coordinación y de síntesis de las exigencias y propuestas que se plantean a nivel local, junto con aquellas que tienen una connotación regional y aquellas que tienen una trascendencia nacional. De todo surge en las jornadas de democracia popular simple y directa. Las convocatorias y actividades de trabajo han sido abiertas, autoconvocadas, autogestionadas, todo abierto, todo democrático, todo sin trámite ni superestructuras, ni aparatos burocráticos que encabecen el proceso.
Pequeñas, medianas o masivas, con o sin medios de apoyo, a campo abierto o bajo techo, estas asambleas populares van haciéndose parte de una casi olvidada costumbre de opinar y le permiten a la población ir recuperando el pisoteado derecho de participar en la definición de las cuestiones que atañen al destino social propio y colectivo. Pero también han permitido ir recuperando un casi olvidado espíritu comunitario, de pertenencia social y de derechos colectivos también pisoteados o barridos por el actual sistema. El “Chile Despertó” de las pancartas y lienzos adquiere una expresión concreta en esta participación ciudadana que busca plasmar la movilización y rebeldía en propuestas políticas y formas organizativas.
El objetivo común que surge en estas asambleas es la exigencia de una nueva constitución, de un nuevo modelo económico, y la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Ahora de verdad y no como el show y trampa que sufrimos el 2015 cuando el reclamo por cambiar la constitución también se hizo evidente pero el gobierno de Bachelet urdió la trama para consumar una nueva estafa sobre el pueblo chileno. El famoso “Proceso Constituyente” que anunció aquel gobierno concertacionista, se convirtió prontamente en una reiterada “comisión de expertos” y un nuevo engaño.
[caption id="attachment_68068" align="alignnone" width="864"] También puedes ver Otra derrotada: La vergonzosa prensa chilena [/caption]
Esta vez, el Chile Despierto y movilizado exige soluciones definitivas y transformaciones verdaderas. Las pomadas, los ofertones, las trampas y promesas no sirven como “solución”. Se requieren leyes que terminen con el abuso en los valores del transporte urbano, para mencionar primero y hacer justicia a los iniciadores de esta gran movilización histórica. Leyes previsionales que terminen con las AFP por la necesidad de pensiones dignas; leyes que hagan realidad la educación pública, gratuita y de calidad; leyes que hagan posible una salud pública digna, gratuita, eficiente, oportuna y de calidad; leyes que protejan a los trabajadores tanto del abuso patronal como del estructural, terminando con la perversa tercerización, honorarios, la amenaza de despidos masivos por automatización y otras trampas especialmente concebidas para favorecer a los empresarios y empleadores; leyes que protejan a la población de los cobros abusivos y discriminatorios de los servicios básicos; leyes que terminen con el abuso en los valores de pasajes, combustibles, peajes y los usuales “ajustes” económicos basados en criterios de aprovechamiento y expoliación; leyes que cierren las puertas a tratados internacionales o negociados infames y negativos para la población local, como los tratados de facilitación empresarial tales como el TTP 11, el convenio UPOV 91 y otros de esa especie; leyes que establezcan un sistema tributario acorde a los ingresos y utilidades de las empresas y personas, pero en especial que terminen con la elusión y evasión de impuestos.
En definitiva, son tantas las cuestiones que hay que cambiar y reestructurar en este país, que resulta conducente empezar a hacer las cosas de nuevo. De allí la necesidad imperiosa de una nueva constitución que termine con esta lacra de ordenamiento político institucional que hemos debido padecer por casi ya 40 años. De la necesidad y magnitud de los cambios necesarios es que se hace urgente adoptar un nuevo modelo económico de desarrollo nacional pues este, basado en la exclusión, el abuso y la desigualdad, la población chilena ya no está dispuesta a tolerarlo más.
La experiencia de política pública postdictadura ha estado sostenida en esta constitución bastarda y en este modelo económico bastardo, lo que produjo, además, una clase política amoral, descompuesta, indolente, corrupta, mediocre, en quienes la población chilena ya no tiene ninguna confianza. Los casos de corrupción, estafas, malversaciones, cohecho y otras prácticas que han terminado en total impunidad o en ridículas sanciones, en autoprotección entre los propios componentes de esa clase política, en chantajes recíprocos, todo lo cual ha convertido las instituciones oficiales en verdaderas cloacas y recintos de vergüenza pues el enriquecimiento personal a costa de todos los chilenos parece ser la principal motivación de gran parte de esta clase política.
Especial mención de rechazo generan aquellos que flotan ocupando cargos entre el gobierno y la empresa privada ligada al gran empresariado, entre ser funcionarios aquí y luego parlamentarios, entre el congreso y las embajadas, y que siempre están digitando tras bambalinas. No es posible pensar, siquiera suponer, que estas mismas personas y estas actuales instituciones, estén en condiciones políticas, éticas y morales, de realizar o impulsar (sin sus acostumbradas mezquindades) una transformación como la que el Chile Despierto requiere.
De esta realidad es que la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente se vuelve un asunto intransable para la sociedad movilizada. El gobierno, este parlamento, tienen que asumir su responsabilidad en el desenlace que ha tenido tanto abuso y resignarse a convocar a la realización de esta instancia democrática ciudadana y renovadora. Hay que reconstruir la moral y las relaciones de vida del país, y ese proceso lo debe encabezar una nueva generación de ciudadanos que asuman la política como lo que debe ser: una actividad en función del bien común, del bien colectivo, y no del ego y del lucro propio. De modo que sería razonable que, en lugar de reprimir y recurrir a los cuarteles, miren por la ventana de su burbuja y entiendan que la democracia está instalada allá afuera.
Eso no significa que la población haya dejado de lado la exigencia de respuestas y soluciones de parte de los gobernantes a las demandas inmediatas y mediatas, pero en tanto los señores de palacio se dignan mirar por la ventana y se resignan a ofrecer un camino de solución, en tanto eso ocurre, simplemente la población comenzó a generar las bases del nuevo país que necesita construir.
Las movilizaciones en la calle no tienen plazo de término. La participación ciudadana en construir un destino distinto, nuevo, mejor para el pueblo de nuestro país ya partió. Los gobernantes y la clase política siguen siendo un estorbo, un obstáculo para el ejercicio de la democracia; no logran entender que se les acabó como recurso el acostumbrado juego de la cocinería, del lobby, del cuoteo, de las trampas, de las negociaciones palaciegas, del chantaje de pasillo. Siguen buscando o intentando salidas a esta crisis baypaseando al pueblo movilizado, ignorando la expresión de lucha de las calles, desconociendo la existencia de una población que ejerce ciudadanía, de un pueblo empoderado.
La nueva realidad indica que el proceso constituyente para forjar un nuevo Chile ya está en marcha y seguirá su curso.