Treinta y cinco años después de su asesinato, monseñor Oscar Romero, Arzobispo de San Salvador, se convirtió en beato. Este hecho, no sólo fue celebrado en su tierra, sino también localmente, en la Comunidad Virgen de la Paz, de la población La Libertad, en Talcahuano, donde laicos y religiosos se reunieron a compartir este significativo momento.
Tribuna del Bio Bio
“A la Iglesia le compete recoger todo lo que de humano haya en la causa y en la lucha del pueblo, sobre todo de los pobres. La Iglesia se identifica con la causa de los pobres cuando estos exigen sus legítimos derechos…” Palabras de Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo de 1980 y beatificado 35 años después, según lo dispuesto por el Papa Francisco en Carta Apostólica del 14 de mayo del presente.
“Evangelizador y padre de los pobres” es uno de las características el obispo mártir, y que entre otras llevaron al Papa Francisco a acoger la petición que le formulara el Arzobispo Metropolitano de San Salvador, José Luis Escobar Alas, “ y de todos sus demás hermanos en el episcopado, para colmar la esperanza de muchísimos fieles cristianos…”
Es así como este sábado, más de 300 mil personas acudieron a la Plaza Salvador del Mundo para presenciar la beatificación de Monseñor Romero, que se concretó cuando la camisa ensangrentada que vestía el día de su asesinato, además de flores y una palma, fueron incensadas como reliquia por Ángelo Amato, enviado especial del Papa Francisco.
Fue un momento emotivo y de recogimiento, como el que se vivió también en nuestra zona, específicamente en la comunidad Virgen de la Paz, en la población Libertad en Talcahuano, donde se realizó una especial celebración de la beatificación del mártir Oscar Romero.
“La alegría no nos cabe en el corazón, Monseñor Romero fue beatificado como señal clara que confirma el caminar profético de la Iglesia pueblo en el continente, y una invitación a seguir haciendo suyos los significativos sueños de liberación de los pobres y excluidos". Es parte de lo que se dijo en esa ocasión, en que incluso la bandera mapuche estuvo presente.
Dicho acto fue un reconocimiento al ahora Beato Oscar Romero, pero también a las iglesias pobres que fueron proféticas 30 o 40 años antes que el proyecto del Papa Francisco donde la Iglesia es para los pobres, donde el Cristo social interpela a través de las injusticias del mundo.
En la misa celebrada en esta ocasión especial, participaron el Comité Oscar Romero Chile Región del Bio Bio, las congregaciones de religiosas Hermanitas de Jesús y Hermanas de la Doctrina Cristiana, además de religiosas salvadoreñas y nicaragüenses. Asimismo, se sumaron la la Fraternidad Laica Carlos De Foucauld Chile Talcahuano, la Pastoral de la Esperanza, la Comunidad Laical los 10 Sagrados Corazones, religiosas y religiosos de diferentes congregaciones, así como dirigentes sociales de la región.
“En nombre de Dios, cese la represión”
Monseñor Romero es una de las figuras más destacadas en el compromiso de la comunidad católica iberoamericana en defensa de los derechos humanos. Con su beatificación, paso previo a la santidad, el Papa Francisco reconoce la dimensión histórica de un religioso que murió por su defensa de los pobres y los oprimidos.
Monseñor Romero nació el 15 de agosto de 1917, en la Ciudad Barros, de El Salvador. A los 25 años era ordenado sacerdote. En abril de 1970 es nombrado Obispo Auxiliar de San Salvador por el Papa Paulo VI y ese mismo año es consagrado obispo. Siete años después, fue nombrado Arzobispo de San Salvador.
Muy pronto sus palabras y accionar fueron reconocidas. La libertad, la justicia, el amor, la solidaridad, fueron siempre sus horizontes. Y era lo que pedía en cada prédica: “No pueden abstenerse en la lucha por la dignidad humana y los derechos humanos”, reiteraba.
Fue ese contacto cotidiano con la pobreza, pero también con la violencia, la dura represión militar hacia los desposeídos, la que fue moldeando a monseñor Romero, que se levantó como un defensor de la causa de los oprimidos, a quienes instaba a organizarse y a lucha por ser gestores de su propio destino.
Para el obispo mártir el mundo de los pobres y la opción por ellos, es clave para comprender la fe cristiana. “Los pobres son los que nos dicen qué es el mundo. Los pobres nos dicen qué es la ciudad y qué significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo”.
La crítica y peligrosa situación que se vivía en El Salvador, puso a la Iglesia y a monseñor Romero en particular, en la mira de quienes criticaban y veían como un enemigo del régimen al obispo. La ola de violencia y muerte que se vivió previo a su asesinato, lo llevó a implorar con urgencia un cese a la represión en una de sus últimas prédicas: “La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuoso, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡¡Cese la represión!!”.
Amenazado muchas veces por denunciar las injusticias de su país, Monseñor Romero sabía, de alguna forma, que estaba sentenciado. No obstante, nunca demostró temor ni retrocedió, así por lo menos lo demostró en una entrevista concedida dos semanas antes de su asesinato. “He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño… Un Obispo morirá, pero la Iglesia, que es el pueblo, no perecerá jamás”.
A las 18:30 horas, del lunes 24 de marzo de 1980, cuando acababa de terminar la homilía de una misa de réquiem que celebraba en la capilla del hospital de la Divina Providencia, un balazo en el corazón terminó con su vida, convirtiéndolo en mártir de su pueblo y, 35 años después, en el beato Oscar Romero, aunque ya hace muchos años que era considerado como San Romero de América, defensor de las causas justas, un hombre bueno.
Por TBB
Fotos: Carol Crisisto C.