Bolivia: Disyuntivas del momento político

¿Cuál es el estado de situación de las fuerzas en juego? No tanto en lo que respecta a la capacidad de la convocatoria electoral, que de todas maneras hay que hacerlo, sino en lo que respecta a su relación con el proceso de cambio, su relación con las tareas a cumplir, las transformaciones estructurales e institucionales. Comenzaremos con las fuerzas políticas que deberían impulsar el proceso de transformaciones y profundizarlo.

El MAS, la fuerza política mayoritaria, que ha ganado las dos elecciones “nacionales” consecutivas, la de 2005 y la de 2009, que debería ser la fuerza que garantice el cumplimiento de la Constitución, se ha embarcado en una actitud justificadora de todo lo que hace el ejecutivo, incluyendo, claro está, las decisiones inconstitucionales que ha tomado. La fuerza casi incontenible manifestada durante el 2005, llegando a prolongarse hasta el 2009, en todas las elecciones habidas, incluyendo el revocatorio de mandato, la elecciones para la constituyente, la elección de prefectos, primero, y después de gobernadores, atravesando las elecciones municipales, avanzando en las elecciones de aprobación de la Constitución, llegando a las elecciones de 2009, se encuentra mermada en su convocatoria, disminuida en su credibilidad. El desencanto de la gente se ha evidenciado en la complicada experiencia de la segunda gestión de gobierno. La derrota sufrida por el MAS en la elección de magistrados, frente al voto nulo, mostró que el partido de “mayoría” ya no era una mayoría. La derrota sufrida en las elecciones para la gobernación del Beni, a pesar de la encuesta de IPSOS que le daba la victoria, duplicando el voto del adversario, también muestra que el MAS no logró ser mayoría en este departamento amazónico, a pesar de los ingentes recursos desplegados y esfuerzos inmensos emprendidos, incluso poniendo al propio presidente en la campaña. El descrédito generalizado, sobre todo en las ciudades, particularmente del occidente, ha disminuido grandemente la confianza de la gente, des-cohesionando la capacidad organizativa en los barrios. Las organizaciones sociales de influencia, como las de los trabajadores, la de los mineros, de los cooperativistas, además de los gremios y otras asociaciones, han tenido conflictos con el gobierno. La percepción positiva de que se trata de “nuestro gobierno” ha cambiado. Ya no se piensa así. Se tiende a acercarse a la opinión negativa de que se trata de un gobierno parecido a los demás gobiernos. Es posible que esta no sea la situación en el área rural, donde mas bien se nota una tendencia a seguir afirmando una percepción positiva. Sin embargo, en este caso, faltaría hacer un mapeo más detallado. En resumen, podemos decir que el MAS ya no es el partido o movimiento incontenible que parecía serlo a un principio. Estos vestigios no pueden ser sustituidos por la propaganda y la publicidad desmedida, a la que se empeña el gobierno, queriendo cambiar la situación, con la pujanza ilusoria de los medios de comunicación. En resumidas cuentas, el MAS, que no llegó a ser nunca un instrumento político de las organizaciones sociales, que se convirtió más bien en un instrumento electoral del ejecutivo, no es, lastimosamente, una garantía para continuar y profundizar el proceso, a pesar de su todavía significativa convocatoria electoral. Pasando del MAS a las organizaciones sociales, ¿qué pasa con lo que fue la base orgánica del proceso de cambio, del proceso constituyente, y de la defensa del proceso, qué pasa con las organizaciones sociales?

El Pacto de Unidad se ha roto con el conflicto del TIPNIS, las organizaciones campesinas apoyan al gobierno, y las organizaciones indígenas se colocan en posición crítica. La COB se encuentra movilizada por reivindicaciones salariales, en defensa de una jubilación digna, que no es otra cosa que salario diferido, en contra los métodos monetaristas de transferir la solidaridad a los trabajadores, desentendiéndose el Estado de apoyar con un fondo adecuado en la perspectiva de una jubilación digna para todos. Revisando las posiciones de las organizaciones campesinas, las llamadas “trillizas”, la CSUTCB, la CNMCIOB “BS”, las “bartolinas”, la confederación de mujeres campesinas, y la CSCIB, los colonizadores, llamados ahora interculturales, no es posible encontrar allí una garantía para la profundización del proceso. Lo que se tiene, en vez de esto, es un apoyo incondicional al gobierno. Puede que las bases, las comunidades campesinas, los sindicatos de base no estén de acuerdo con este posicionamiento de la dirigencia; empero, esto no se puede saber, a ciencia cierta, hasta las elecciones de las nuevas dirigencias, en los Congresos postergados.

Este panorama nos muestra que las fuerzas de la re-conducción del proceso son todavía escasas, como para acometer la tarea de envergadura que se propone. Lo que se ha mostrado es franqueza crítica, una compresión perspicaz de los peligros en los que se bate el proceso. Esta perspectiva crítica se ha manifestado en varios documentos, declaraciones y pronunciamientos de movilizaciones. El documento de re-conducción del Pacto de Unidad, acordado en Cochabamba, el Manifiesto de re-conducción de intelectuales críticos, dirigentes y el CONAMAQ, la plataforma de lucha de las VIII y IX marchas indígenas en defensa del TIPNIS, los pronunciamientos de distintas movilizaciones regionales, que ponen en el tapete los problemas del proceso, así como las plataformas reivindicativas de los trabajadores asalariados. Empero, esta razón, así lo diremos, no es suficiente para re-conducir el proceso. La razón no es fuerza de por sí, requiere convocar, requiere realizarse en movilización, en alianzas de fuerzas, en articulación del bloque popular, en fuerza política, en el sentido de la acción y la incidencia. ¿Cómo se logra cambiar esta correlación de fuerzas?

Las otras fuerzas políticas y sociales, que no están con el proceso de cambio, aunque hayan terminado de pactar con el gobierno, como los empresarios privados, tienen su propio proyecto, que, en términos sintéticos, llamaremos el de terminar con el proceso de cambio. Están los llamados partidos de oposición, a excepción del Movimiento sin Miedo (MSM), que no podemos decir que está contra el proceso, pues ha participado en un momento, como aliado del MAS, tanto en el proceso constituyente, así como en las dos elecciones “nacionales”. Tiene su propia perspectiva del proceso, que llamaríamos mas bien institucionalista. No vamos a discutir aquí la interpretación que tiene el MSM del proceso; esto lo dejaremos para otra ocasión. Lo que interesa ahora es anotar dos cosas; una, que lo que llamamos derecha está interesada en conformar un frente amplio de oposición para hacer frente al MAS; la otra, que el MSM está interesado en conformar un frente alternativo de centro. Por lo que toca a la primera opción no se puede esperar otra cosa que la terminación del proceso (Termidor); por lo que toca a la segunda opción, en el mejor de los casos, se puede esperar la institucionalización constitucional de lo que hasta dónde ha llegado el proceso; sin embargo, es muy difícil esperar su profundización. Una perspectiva radical no se encuentra en la visión del MSM.

¿Podrá la derecha conformar un frente amplio? ¿Podrá este frente amplio contar con la convocatoria electoral como para ganar las elecciones al MAS? Es muy difícil saberlo ahora. A lo que apunta la derecha es a beneficiarse con el voto en contra, con el desencanto de la gente, sobre todo de las ciudades, no necesariamente de apoyo a sus partidos, a su frente amplio. Tal como va la marcha de las cosas, si continúa el deterioro del gobierno y su descrédito, sobre todo en las ciudades, puede llegarse a una situación parecida a la que busca la derecha. ¿Hará algo el MAS para parar el deterioro de su imagen y la descomposición de su credibilidad? Para tener la posibilidad de hacer algo por lo menos hay que ser consciente de lo que pasa; empero, si, en vez de atender a una evaluación objetiva, se insiste en la ilusión de la propaganda y la publicidad, entonces la propia posición de autosatisfacción presumida se convierte en un mecanismo en contra, en la navaja del haraquiri. Sin embargo, no hay que olvidar que, para nosotros, ya no se trata de ganar las elecciones, aunque sea por un margen exiguo, pues de este modo tampoco no se resuelve el problema, la crisis del proceso. Tampoco se trata de perderlas, sino definitivamente de otra cosa: de la re-conducción del proceso antes de las elecciones de 2014. Pues se trata de realizar y materializar las transformaciones contenidas en la Constitución.

Volviendo al tema, a la relación de las fuerzas con las dinámicas del proceso, vemos que el mayor peso de las fuerzas se inclina por desentenderse del proceso mismo, dejando que éste siga su propia espontaneidad, que a estas alturas ya es la de su caída. A estas mayoritarias fuerzas lo que les interesa es o conservar el poder, en un caso, o recuperar el poder perdido, en otro caso, o, si se quiere, institucionalizar lo que hay, en un tercer caso. ¿Cómo se puede recrear el campo popular para que pueda re-conducir el proceso?

Primero, tiene que darse un sentido compartido de que la tarea es la re-conducción, pues no va haber otro proceso en mucho tiempo; el proceso “real”, existente, es éste, que vivimos, con todas sus dramáticas contradicciones. No basta que algunos críticos estén convencidos de esto. Segundo, es indispensable la renovación de las dirigencias campesinas, la convocatoria a Congresos de las organizaciones sociales, donde, además de las delegaciones representativas, se debata ampliamente las perspectivas del proceso y las responsabilidades en la coyuntura. Tercero, re-articular el bloque popular, ampliando incluso su convocatoria a los pequeños y medianos empresarios, buscando consenso de los sectores medios, que se han mantenido reacios al proceso. Cuarto, intervenir el gobierno, formar un gobierno provisional revolucionario, encargado de la re-conducción, acompañando esta medida con movilizaciones generales, en la perspectiva de la revolución cultural, obligando al Congreso a cumplir con la Constitución, re-encauzando la legislación hacia la elaboración participativa de leyes fundacionales. Logrando de esta forma un reposicionamiento del bloque popular. Quinto, deben ser las organizaciones sociales, el conjunto del bloque popular, las que debatan y decidan que se hace para las elecciones de 2014.

En conclusión, si bien la coyuntura aparece aparentemente como electoral, el fondo de su espacio-tiempo, de sus dinámicas moleculares, la malla que sostiene las significaciones políticas puestas en juego, es la que tiene que ver con las tendencias encontradas del proceso. El reducir el proceso a la compulsión electoral, el reducir la defensa del proceso a la defensa del gobierno, el reducir la continuidad del proceso a la re-elección, además de la forma grotesca, impuesta, manipuladora, como se la quiere efectuar, vulnerando la Constitución misma, es ya un síntoma de la enfermedad crónica. Esta actitud reduccionista nos muestra que no se ha comprendido el sentido histórico-político del proceso; se lo ha interpretado como una simple toma del poder, con la consecuente pulsión de conservación del poder. Esto denota, en el mejor de los casos, como un cambio de élites, es decir, como si se tratara de ocupar el lugar del otro, el lugar del patrón, en vez de demoler con la estructura de poder y dominación heredada. Esta concepción avara de la política se complementa con la concepción mercantil de la política [1] .

La disyuntiva en la coyuntura es dejarse arrastrar por el punto de convergencia, las elecciones de 2014, o lograr hacer emerger el substrato de la coyuntura, que es el proceso mismo, por lo tanto la responsabilidad con el proceso. Si ocurre lo primero, como hemos dicho, el proceso muere, aunque gane el MAS; se hace más evidente si pierde. Si ocurre lo segundo, se abre la posibilidad de re-conducir el proceso, por lo tanto de continuar por la única vía posible de la continuidad, la profundización y radicalización del proceso. Empero, como el desenlace no depende de los buenos deseos sino de la incidencia de fuerzas, entonces el desenlace estriba en la direccionalidad de las tendencias, de las capacidades, de la disponibilidad, del sentido de las fuerzas. ¿Para modificar la correlación de fuerzas del momento, qué tendrían que hacer las fuerzas que apuntan a la re-conducción? Convencer a las fuerzas más próximas que este es el camino. Estamos entonces en un momento crucial del debate; empero, cuando las fuerzas “mayoritarias” no quieren debatir, descalifican el debate, se tapan los oídos y cierran los ojos, se hace más difícil la tarea. Por lo tanto, como condición indispensable, se trata de romper este monopolio de silencio impuesto.

Otra ilusión gubernamental es creer que por medio del control total se puede modificar e incluso invertir esta tendencia de desgaste y deterioro político. Este control se desplazaría en distintos planos; control de los aparatos de Estado, de los órganos de poder, principalmente del Congreso; control de las organizaciones sociales, a través de la cooptación de las dirigencias; control de la opinión pública, copando los medios de comunicación de masas, no sólo estatales, sino privados, a través de su compra; control del partido y de la militancia, también de los funcionarios, exigiendo lealtad y sumisión, comprometiéndolos por medio de circuitos prebéndales y redes clientelares. Lo que hace el control es, unas veces, retrasar el desgaste y el deterioro, otras veces, incluso lo apresura, pues radicaliza las contradicciones. El control supone vigilancia y censura, incluso puede desencadenar la represión, en el peor de los casos; acompañando a la subordinación de los dispositivos institucionales, que deberían ser democráticos e independientes; buscando de este modo el cumplimiento celoso de la voluntad del ejecutivo. Sin embargo, el control no sustituye la experiencia de la gente, sus ánimos, sus predisposiciones, sus percepciones; lo que hace es poner en duda, montarse artificialmente en los ánimos de la genta, tratando de incidir en ellos, buscando inducir otros estados de ánimo. La incidencia del control no arraiga, a no ser que se dé en lapsos prolongados de largo plazo; incluso, en este caso, el arraigo no es profundo, cualquier crisis puede desprender sus efectos, entonces la gente puede salir del estupor. Por eso, el optar por el control total es una ilusión del poder. Ante el deslizamiento del desgaste, deterioro y descomposición política, lo mejor es corregir los errores, atender las causales de la corrosión, tocar las raíces de los problemas; no ocultarlos.

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