Los últimos acontecimientos en Brasilia, es decir, el asalto a las sedes principales de los tres poderes del Estado a manos de grupos bolsonaristas, da pie para considerar algunas cuestiones que resultan tremendamente preocupantes y que deben alertar al continente en su conjunto.
Estos grupos cercanos al fascismo, o parte de lo que se ha llamado "el nuevo fascismo", estuvieron durante semanas acampando a las afueras de los edificios gubernamentales en la ciudad de Brasilia, la capital del país. Es muy extraño que ni la prensa internacional ni las izquierdas, al mando de la mayor parte de los estados latinoamericanos, no hayan reparado en esa anomalía política, al parecer era bastante obvio que se tejía un intento de golpe o que, ciertamente, la derecha brasileña mantiene una actitud golpista.
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Una cuestión muy singular es la característica imitación de fenómenos, evidenciando que las acciones del fin de semana pasado, remedan a las manifestaciones del Trumpismo, tras la victoria de los demócratas en Estados Unidos. Esta imitación no es solo performativa, de seguro existe la idea de crear un movimiento político e ideológico que está fagocitando a las derechas y que reúne simbólica y materialmente a estos grupos en un mismo ethos político.
Unido a lo anterior, resulta significativo observar la indiferencia de las Fuerzas Armadas de Brasil, así como la débil respuesta de las policías frente a los hechos, además de una izquierda poco animada a enfrentar a estos grupos de extrema derecha, situación que alienta la inacción de los militares.
Tampoco se observa una respuesta decidida del Poder Judicial para perseguir y castigar estas actitudes sediciosas. Al parecer, Brasil tiene problemas mucho más profundos que un grupo descontento con el Gobierno, prueba de ello es el robo de la copia original de la Constitución de 1988. Los fascistas brasileños están desatados, porque saben que nadie los enfrentará realmente.
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Al parecer, lo único que detuvo el desarrollo del golpe de Estado fue la oposición de Estados Unidos por la situación vivida en el país con el trumpismo, pero también porque saben que Lula no representa una amenaza importante a sus intereses, aunque uno quiere decir que en el futuro no pueda suceder.
Por último, la reacción en Chile no puede ser más lamentable, por lo tibia, demostrando que no se le ha tomado el peso real a la situación, sumándose a lo ocurrido en Perú y Bolivia recientemente. El problema en Brasil ya no es inminente, es un problema real: el fascismo y su vitalidad política.
Resumen.