A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Lo que acaba de ocurrir en Brasil, con la destitución de la Presidenta electa, Dilma Rousseff, es un golpe de Estado. Golpe de Estado pseudolegal, “constitucional”, “institucional”, parlamentario, todo lo que se quiera, pero golpe de Estado en cualquier caso.
Michael Löwy /www.contretemps.eu (Traducción: Faustino Eguberri para Vientosur)
Parlamentarios -diputados y senadores- masivamente comprometidos en casos de corrupción (se cita la cifra del 60 %) han instituido un procedimiento de destitución contra la Presidenta de la República de Brasil, Dilma Roussef, con el pretexto de irregularidades contables, de “maquillajes fiscales” para ocultar los déficit en las cuentas públicas -¡una práctica rutinaria de todos los gobiernos brasileños anteriores!.
Cierto, varios cuadros del Partido de los Trabajadores (PT) están implicados en el escándalo de corrupción de Petrobras, la Compañía Nacional de Petróleo, pero no Dilma… De hecho, los diputados de derechas que han dirigido la campaña contra la Presidenta están entre los más implicados en este asunto, comenzando por el presidente del Parlamento, Eduardo Cunha (recientemente suspendido), acusado de corrupción, blanqueo, evasión fiscal a Panamá, etc.
La práctica del golpe de Estado legal parece ser la nueva estrategia de las oligarquías latino americanas. Probada en Honduras y Paraguay -países que la prensa trata a menudo como “Repúblicas bananeras” - se ha revelado eficaz y productiva para eliminar a presidentes (muy moderadamente) de izquierdas. Ahora acaba de ser aplicada en un país-continente…
Se pueden hacer muchas críticas a Dilma: no ha mantenido sus promesas electorales y ha hecho muchísimas concesiones a los banqueros, a los industriales, a los latifundistas. La izquierda política y social no ha dejado, desde hace un año, de exigir un cambio de política económica y social. Pero la oligarquía de derecho divino de Brasil -la élite capitalista financiera, industrial y agrícola- no se contenta ya con concesiones: quiere la totalidad del poder. No quiere ya negociar sino gobernar directamente, mediante sus hombres de confianza, y abolir las pocas conquistas sociales de los últimos años.
Citando a Hegel, Marx escribía en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, que los acontecimientos históricos se repiten dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa. Esto se aplica perfectamente a Brasil.
El golpe de Estado militar de abril de 1964 era una tragedia, que hundió a Brasil en veinte años de dictadura militar, al precio de centenas de muertos y miles de torturados. El golpe de Estado parlamentario de mayo de 2016 es una farsa, un asunto tragicómico, en el que se ve a una camarilla de parlamentarios, reaccionarios y notoriamente corruptos, derrocar a una Presidenta democráticamente elegida por 54 millones de brasileños, en nombre de “irregularidades contables”. La principal componente de esta alianza de partidos de derechas es el bloque parlamentario (no partidista) conocido como “las tres B”: “Bala” (diputados ligados a la Policía Militar, a los Escuadrones de la muerte y a otras milicias privadas), “Buey” (los grandes propietarios de tierra criadores de ganado) y “Biblia” (los neopentecostales integristas, homófobos y misóginos).
Entre los partidarios más entusiastas de la destitución de Dilma se distingue el diputado Jairo Bolsonaro, que ha dedicado su voto a los oficiales de la dictadura militar y en particular nominalmente al Coronel Ustra, torturador notorio. Entre las víctimas de Ustra, Dilma Roussef, entonces (comienzo de los años 1970) militante de un grupo de resistencia armada; y también mi amigo Luis Eduardo Merlino, periodista y revolucionario, muerto en 1971 bajo la tortura a la edad de 21 años.
El nuevo Presidente Michel Terner, entronizado por sus acólitos, está él mismo implicado en varios escándalos, pero no ha sido aún objeto de una imputación. En un reciente sondeo, se ha preguntado a los brasileños si votarían por Temer como Presidente de la República: el 2% ha respondido favorablemente…
En 1964, se tuvo derecho a grandes manifestaciones “Con Dios y la Familia por la Libertad”, que prepararon el terreno para el golpe de Estado contra el presidente Joao Goulart; esta vez de nuevo multitudes “patrióticas” -arengada por la prensa encargada de ello- se han movilizado para exigir la destitución de Dilma, llegando, en algunos casos, hasta pedir una vuelta de los militares…
Compuestas esencialmente de personas de color blanco (la mayoría de la gente en Brasil es negra o mestiza) salidas de las clases medias, esta multitudes han sido convencidas por los medios de que lo que estaban en juego en este asunto era el “combate contra la corrupción”.
Lo que la tragedia de 1964 y la farsa de 2016 tienen en común es el odio a la democracia. Los dos episodios revelan el profundo desprecio de las clases dominantes brasileñas por la democracia y la voluntad popular. ¿Va a salir adelante el golpe de Estado “legal” sin demasiadas resistencias, como en Honduras y Paraguay? No está tan claro… Las clases populares, los movimientos sociales, la juventud rebelde no han dicho su última palabra.