Cambio climático: ¿Una abstracción (in)conveniente?

Ciertamente debe haber otro camino, un camino totalmente diferente, que no trata a la naturaleza de una manera dividida y en partes, sino que la presenta como activa y viva, partiendo del todo para llegar a las partes. Johann Wolfgang von Goethe

Por Hernán Blanco Palma Hace unos 20 años empecé a trabajar en proyectos relacionados con cambio climático. Era un momento en que pocos estaban vinculados al tema, al menos en Chile. Yo me sentía bien; sentía que estaba haciendo algo importante para el planeta y para nosotros. Entre 2011 y 2015 estuve fuertemente involucrado en una iniciativa internacional que apoyaba al Estado de Chile (y otros países de América Latina) a determinar sus posibles compromisos climáticos (Proyecto MAPS, por sus siglas en inglés Mitigation, Action, Plans and Scenarios, desarrollado en Perú, Colombia, Brasil, Chile y Sudáfrica). Fue un activo período de tiempo para mí. Con el paso de los años, y con la manifestación de las agudas crisis en el mundo, debo decir que ya no me siento de la misma manera respecto de la causa del cambio climático. Explicaré mi mirada actual, y lo haré desde una perspectiva bastante personal.   UNA ÉPOCA DE ABSTRACCIONES El concepto “abstracción” tiene que ver con separar, aislar, fragmentar, disociar, dividir. El cambio climático es de hecho una abstracción de múltiples fenómenos que ocurren en el planeta; por ejemplo: la alteración del ciclo del agua y de los nutrientes, la crisis de fertilidad de los suelos, la contaminación del aire, del agua y los suelos, la extinción de especies, etc. Toda esa complejidad y diversidad la reducimos, la abstraemos, por ejemplo, al hablar principalmente de aumento de temperatura y reducción de precipitaciones o, en el ámbito de la acción climática, al concentrarnos en temas de mitigación (reducción de emisión de gases efecto invernadero) y adaptación (vulnerabilidad y resiliencia frente a eventos extremos). Es evidente que algunas abstracciones, hasta cierto punto, son necesarias. Pero, claramente, cuando las abstracciones son lo que priman, cuando esconden o disfrazan lo esencial, la situación se pone peligrosa. Como sea, debemos entender que las abstracciones son, en realidad, parte de un fenómeno de la época que vivimos. Nos abstraemos cuando le damos máxima importancia a lo cuantitativo, a los indicadores, a lo “duro”, y al menospreciar lo cualitativo, lo “blando”. Nos abstraemos cuando nuestro sistema de salud pone prácticamente todo su énfasis en la patogénesis (origen y evolución de la enfermedad) y desacredita la salutogénesis (desarrollo de la salud centrada en los factores que la fomentan). Nos abstraemos cuando dependemos de las redes sociales, más que de las relaciones reales y concretas que tenemos con nuestras familias, amigos y comunidad. Nos abstraemos cuando vivimos desde el materialismo, y soslayamos nuestra naturaleza de seres espirituales; esto lo digo independientemente de la religión que profesemos (si es que profesamos alguna). Nos abstraemos cuando vivimos desde el machismo, desde el paradigma del patriarcado, que pone su sello particular en la manera en que nos relacionamos entre nosotros y con el planeta, y que ha dificultado la posibilidad de una relación armónica y sinérgica entre géneros. Te puede interesar: Opinión | Si el progresismo es el futuro, hay que pensar con urgencia en el posfuturo Estas múltiples abstracciones lo que van haciendo, al final, cuando son extremas, unilaterales, sin un movimiento de integración que complemente la mirada parcial, es diezmar la riqueza de lo que significa ser humanos, al empobrecer nuestras facultades esenciales, nuestra manera de pensar, de sentir y de canalizar nuestra voluntad.   LA ABSTRACCIÓN CLIMÁTICA El solo hecho de hablar de “cambio climático” es una abstracción gigante. Nadie entendido en el tema podría sostener que estamos frente a un mero cambio climático. La tierra siempre ha tenido cambios en su clima. El concepto de cambio climático se impuso originalmente para evitar hablar de “calentamiento global”, término que resultaba inconveniente para algunos. Lo que diversos actores destacan hoy es, más bien, una ruptura o quiebre climático. La acción del ser humano sobre la tierra ha quebrado los ritmos naturales y nos dirigimos rápidamente a un camino sin retorno que nadie realmente puede predecir. Una abstracción muy en boga actualmente, que está lejos de ser patrimonio de la causa climática, es el pensar que existe una ciencia. Repetidamente somos testigos que debemos escuchar la ciencia, seguir la ciencia, respetar la ciencia, etc. ¿Será acaso que podemos decir que hay una ciencia verdadera? Lo que parecen pedir estos llamados es a un acto de fe: debemos creer en la ciencia, no cuestionarnos, no cuestionarla. Parece un contrasentido que sostengamos i) que existe una ciencia y ii) que debamos creer en ella. La realidad, y nuestra historia, nos muestra que en nombre de la ciencia la humanidad ha cometido errores garrafales, a la vez que sin duda gracias a la ciencia hemos logrado avances fundamentales en nuestras vidas. ¿Deberíamos ahora aceptar que la ciencia (dominante) es infalible? ¿Por qué podría ser así? Con esto, evidentemente no estoy desconociendo el fenómeno de quiebre climático que vivimos, ni las múltiples crisis asociadas; más bien estoy apelando a que mantengamos nuestra capacidad crítica, que nos mantengamos todos despiertos y responsables frente al fenómeno que vivimos y los posibles caminos que podemos y debemos tomar. Por otra parte, en la esencia de la buena ciencia está el cuestionamiento, la observación crítica, el rigor, etc. Estas características están lejos de ser un patrimonio de una ciencia. En el caso del clima, y solo por citar un ejemplo, hay voces, que no escatiman en rigor científico, que esgrimen que deberíamos estudiar y considerar los movimientos planetarios y sus efectos en los ciclos climáticos de nuestro planeta. Esto es algo que hasta aquí, hasta donde yo entiendo, la ciencia dominante no ha considerado. ¿Es entonces el concepto de cambio climático, y especialmente la manera en que lo abordamos –concentrándonos básicamente en temas de mitigación y adaptación, abstrayéndonos de los múltiples vínculos con otras dimensiones— apropiado y útil frente a los tremendos desafíos que enfrentamos? La pregunta apunta a cuestionar cómo estructuramos el análisis y abordaje del tema climático, tanto en la institucionalidad global, internacional (Naciones Unidas), como también a nivel nacional y subnacional. Yo sospecho fuertemente que no es una manera apropiada, que es una forma que acentúa la abstracción, la fragmentación. La pregunta da para mucho. Yo no pretendo dar una respuesta completa y taxativa; más bien busco presentar algunas situaciones y cuestionamientos que nos ayuden a reflexionar y a encontrar nuestras propias respuestas. Abstraernos de la complejidad del quiebre climático, y expresar nuestro accionar en, básicamente, dos temas --mitigación y adaptación-- conlleva el gran problema de sobre simplificar un fenómeno que es extremadamente complejo, vivo e interrelacionado con múltiples dimensiones. Nos quedamos en la parcialidad, en un fragmento de la realidad, dejamos de ver el todo y las interrelaciones. Peor aun, al abordar estos aspectos –limitadamente—nos quedamos con la (falsa) sensación de que estamos realmente abordando el problema. O podríamos ir más allá para preguntarnos hasta qué punto entendemos el problema que enfrentamos (y que hemos generado) y hasta qué punto logramos miradas compartidas. Los gobiernos y la política pública Los gobiernos organizan el accionar climático típicamente en unidades o departamentos, dentro de los Ministerios de Medio Ambiente y/o algunos otros ministerios. La responsabilidad de estas unidades está orientada a cumplir con los compromisos internacionales (de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, CMNUCC), implementando y coordinando las tareas de mitigación y adaptación en los distintos niveles territoriales: nacionales y subnacionales. En el caso de Chile, actualmente existe un proyecto de ley marco sobre cambio climático, el cual se encuentra en su segundo trámite constitucional. Este cuerpo legal establece en sus objetivos: “crear un marco jurídico que permita asignar responsabilidades específicas para la implementación de medidas de mitigación y adaptación al cambio climático”. El proyecto incluye una serie de “instrumentos de gestión del cambio climático” que apuntan a los dos temas principales: mitigación y adaptación. El único instrumento “sectorial” incluido apunta a “planes estratégicos de recursos hídricos en cuencas”. Esto indica, desde mi punto de vista, una debilidad en la vinculación de los temas climáticos con los demás ámbitos relevantes de los ecosistemas. Pienso que la principal abstracción en el accionar público sobre cambio climático está relacionada con la escasa coordinación entre los diversos temas ambientales y entre las múltiples instituciones que tienen incidencia en ellos, en los diversos niveles territoriales (nacional y subnacional). Existe un abordaje muy fragmentado, e incluso frecuentemente contradictorio (por ejemplo, estímulos económicos para monocultivos), de los temas relevantes y entre las instituciones con las competencias respectivas. Basta, como ejemplo, recordar que actualmente en Chile la cantidad de instituciones públicas que tienen alguna competencia sobre el agua supera las cincuenta (Escenarios Hídricos 2030. (2021). Gobernanza desde las cuencas: institucionalidad para la seguridad hídrica en Chile. Fundación Chile, Santiago), con propósitos y enfoques bastante dispares, y con escasa posibilidad de alineamiento hacia enfoques que cuiden este bien (y todos los servicios que nos provee) en el contexto de quiebre climático que vivimos. Las empresas La gestión ambiental de las empresas incluye evitar, reducir, tratar y mitigar la contaminación en distintos ámbitos ambientales: el agua, el aire, la biodiversidad, la disposición de residuos, entre otros. La gestión climática es una más de estas dimensiones y, en general, se concentra en temas de mitigación; es decir, en estrategias de reducción de emisiones de gases efecto invernadero. Ocasionalmente algunas empresas consideran aspectos de adaptación, especialmente en cuanto a proyecciones de disponibilidad de variables asociadas al clima (por ejemplo: precipitaciones, caudales, temperaturas, etc.) que los pueda afectar en sus variables productivas. El hecho de actuar sobre la mitigación a través de, por ejemplo, registros de emisiones, cálculo de huella de carbono, eventuales compensaciones y certificaciones, sin duda constituye una acción positiva para la eventual reducción de emisiones de gases con efecto invernadero. Sin embargo, el gran riesgo de un enfoque parcial, que se enfoca en una dimensión específica del accionar climático, es la posibilidad de ensombrecer otros temas que pueden ser tanto o más importantes para los ecosistemas y también para los seres humanos y nuestra salud. Un ejemplo relevante es lo que ocurre en la industria agropecuaria, donde las empresas pueden presentar una estrategia activa de mitigación (de reducción de emisiones) que soslaye, o incluso agrave, el cuidado de, por ejemplo, la vitalidad del suelo, o la salud de los ecosistemas, o incluso nuestra propia salud. Existen innumerables ejemplos similares en distintos tipos de industrias. Para el sector privado el “cambio climático” puede resultar, en los hechos, en hacerse cargo de un tema muy contingente y en boga, de una manera relativamente directa y simple, con métricas establecidas, metodologías y mecanismos consolidados, pero sin un real impacto positivo sobre nuestra salud y aquella de los ecosistemas. La sociedad civil La sociedad civil es un conjunto muy amplio y heterogéneo de organizaciones las cuales, por definición, velan por asuntos muy variados. Es así como existen organizaciones, activas en los temas climáticos, que representan intereses ambientales, como también sociales, culturales, económicos y políticos. Esto es, potencialmente, un buen antecedente en cuanto a la acción climática y, en particular, para velar por un enfoque que no se quede en la abstracción y/o fragmentación de los temas relevantes. No obstante, para que esta capacidad potencial se materialice, la sociedad civil debe poder canalizar constructiva y efectivamente sus puntos de vista, los cuales deben ser escuchados e integrados en la toma de decisiones. La realidad de los diversos países, tanto del hemisferio norte como el sur, es que esto rara vez ocurre. La abstracción en este caso pasa a ser la pobre integración de la sociedad civil (y de sus puntos de vista) en la toma de decisiones relevantes para el clima, los ecosistemas y la salud. Las negociaciones internacionales Buena parte del avance en la acción climática a nivel global se ha debido a las negociaciones internacionales que comenzaron, más formalmente, desde la Cumbre de la Tierra en 1992 y que darían origen a la Convención Marco de Cambio Climático de Naciones Unidas (CMNUCC). Si bien es evidente que han sido relevantes, también resulta claro que el camino de las negociaciones internacionales padece innumerables limitaciones y no es efectivo ante el nivel de urgencia –y eventual colapso– que vivimos en el planeta actualmente. Hay diversas preguntas que nos podemos hacer y para las cuales, desde mi perspectiva, encontramos respuestas deficientes. - ¿Se trata de negociaciones climáticas o de juegos de poder? Las lógicas de poder de los países y los respectivos bloques –por ejemplo, los países productores de combustibles fósiles- - sin duda distorsionan y sesgan el desarrollo de las negociaciones hacia objetivos contrarios a enfrentar la crisis climática. - ¿Una acción climática que considera un enfoque integrado de los ecosistemas? Buena parte de la relación entre los ecosistemas y el fenómeno del cambio climático se da (o se expresa) a través de la modelación matemática predictiva. Esto, en sí, es una simplificación, una abstracción, cuyos resultados alimentan y determinan las  negociaciones y decisiones. Podríamos seguramente examinar y discutir sobre la manera en que se expresan esas relaciones dentro de los modelos matemáticos. Pero más allá de la modelación matemática y, por otro lado, están las relaciones, vínculos y eventuales coordinaciones entre diversos instrumentos legales que velan por la naturaleza y los ecosistemas. En este plano, cabe preguntarnos si efectivamente los diversos instrumentos disponibles (por ejemplo, a nivel de Naciones Unidas, las convenciones de biodiversidad y desertificación) logran una integración efectiva de los vínculos entre los distintos aspectos ambientales y ecosistémicos. - ¿Podemos decir que las negociaciones son informadas, participativas y justas? La dinámica de negociación en la UNFCCC tiene múltiples limitaciones. Los países evidentemente tienen distintas capacidades para participar en las negociaciones (basta comparar la cantidad y expertise de las delegaciones nacionales). Las partes de la UNFCCC son gobiernos, lo cual deja, formalmente, fuera de la sala de negociación a otros actores relevantes (como, por ejemplo, los representantes de pueblos originarios y comunidades locales). Por otra parte, la modalidad de negociación, con la redacción de borradores sucesivos, liderados por algunas de las partes, está bastante lejos del ideal de una negociación informada, participativa, gradual, transparente y suficientemente creativa, frente al desafío que nos encontramos. Podríamos preguntarnos hasta qué punto esta modalidad de negociación realmente apunta a una co-creación que ponga en primer plano la urgencia de la crisis planetaria que enfrentamos. - ¿Se consideran todos los temas relevantes en las negociaciones? Es muy notable que existen temas, fuertemente incidentes en la dinámica climática, que están fuera de la sala de negociación. Un tema significativo aquí es todo lo relativo al sector/industria militar y a las propias guerras que acontecen en el mundo.   MÁS ALLÁ DE LAS ABSTRACCIONES Mi perspectiva frente a la acción climática –especialmente en cuanto a la manera en que se viene practicando en las negociaciones internacionales y también en las políticas nacionales— ha ido cambiando. Mi entusiasmo original ha ido decayendo. Hoy no estoy convencido que el concepto de “cambio climático”, y la acción climática correspondiente, contribuyan a una comprensión profunda de lo que vivimos y a una acción responsable, despierta y proporcional –en todos los niveles/sectores– frente al eventual colapso al que nos acercamos. Creo que mi principal punto, y que motivó este artículo, es lo que sostiene Goethe, y que tiene que ver con la urgencia de encontrar un nuevo camino, uno que vea a la naturaleza no únicamente desde sus partes; que, por ejemplo, no actúe sobre el quiebre climático solamente, o principalmente, en términos de mitigación y adaptación; y donde el sello imperante no sean las múltiples abstracciones, temáticas, espaciales, políticas, culturales, temporales, etc. Los desafíos son gigantescos. Yo solo menciono algunos. No creo que existan respuestas inmediatas y universales. Más bien creo que necesitamos un cambio en nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar frente al quiebre climático y, en realidad, frente a nuestra relación con el planeta y entre nosotros. Un cambio en los distintos niveles: individual, organizacional, institucional, nacional e internacional que, en particular, admita un “movimiento”, un ritmo virtuoso, un equilibrio, entre la abstracción, la fragmentación (la mirada parcial y especializada) y la integración (la mirada del todo); que se nutra de las virtudes de la parcialidad y de la totalidad. Tal como menciono anteriormente, el quiebre climático lo veo íntimamente ligado a una ruptura de los ritmos naturales del planeta: estamos alterando rápidamente la manera en que el planeta respira, vive. Y nosotros, íntimamente ligados al planeta, somos esencialmente seres rítmicos, que vivimos gracias a la inhalación y exhalación, la reflexión y la acción, el día y la noche, la individualidad y la comunidad, las estaciones del año, los ciclos de la luna, etc. Una clave en nuestra necesidad de cambio tal vez se encuentre justamente ahí: en la necesidad de recuperar y potenciar nuestros ritmos. Este cambio –en nuestra manera de pensar, sentir y actuar frente al quiebre climático– lo deberíamos vivenciar en todos los niveles, desde la institucionalidad subnacional, nacional, hasta la internacional. Si existiese un impulso en este sentido, creo que no sería difícil encontrar los enfoques y soluciones particulares apropiadas, por ejemplo, en un municipio, en una organización, en una empresa, en un ministerio, en las negociaciones internacionales. Algo, aparentemente tan sencillo, pero en realidad extremadamente complejo, creo que podría hacer una diferencia gigantesca frente al urgente contexto de crisis y colapso que enfrentamos. *** AGRADECIMIENTOS Quiero agradecer a las personas que leyeron versiones anteriores de este escrito y que me ayudaron significativamente a mejorarlo. Gracias a Jo Coghill, Carolina de la Lastra, Cristián Retamal, Katherinne León, Alonso Rodríguez, Pilar Donoso, Rodrigo Torres, Natascha Scott-Stokes y Juan Larraín. Gracias especialmente a Paula, mi compañera de vida, por su permanente apoyo y por todo lo que hemos aprendido juntos. SOBRE EL AUTOR Comencé en proyectos relacionados con cambio climático cerca del año 2000. Fui miembro internacional de IIED (Reino Unido, 2007-2012). Lideré el proceso participativo de la iniciativa de Mitigación, Acción, Planes y Escenarios (MAPS, por sus siglas en inglés, 2011-2015. He sido parte del consejo directivo de la plataforma LEDSLAC (low emission development in Latin America) y he facilitado sus reuniones anuales. Fui parte de la secretaría ejecutiva de la iniciativa “Escenarios Hídricos” (2017-2019). Facilité el proceso participativo de la sociedad civil chilena en la preparación de la COP25. Contribuí y facilité el proceso de planificación estratégica de EUROCLIMA+ (Bélgica). He atendido 5 COPs sobre cambio climático (Durban, Lima, Paris, Katowice, Madrid). Actualmente soy Presidente del Directorio Internacional de Fundación Futuro Latinoamericano (FFLA, Ecuador). Me he formado con PROTEUS Initiative (Allan Kaplan y Sue Davidoff, Sudáfrica) en una mirada fenomenológica del desarrollo social denominada “activismo delicado”.
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