Lo que se inició como una idea que surgió al calor de un café en marzo del 2020, poco a poco se fue transformado en un proyecto donde se aunaron voluntades para formar un equipo motor que puso en movimiento el “Proyecto Lebu”.
Por Guillermo Correa Camiroaga
Desde el interior de Chile y también del extranjero se fueron sumando compañeros y compañeras para comenzar a navegar por las turbulentas y dolorosas aguas de la memoria histórica, recogiendo testimonios y creaciones artísticas que se materializaron en la confección de una Maqueta del buque Lebu, un libro, canciones, arpilleras, pinturas, bosquejos, registros audiovisuales, fotografías, poleras, chapitas, un verdadero rompecabezas de memoria que fue uniendo sus piezas para transformarse en un extraordinario ejercicio de pedagogía popular que, concretado en este multifacético Proyecto Lebu, será entregado oficialmente a las porteñas y porteños de Valparaíso el próximo sábado 11 de diciembre.
Este proceso, a medida que el Lebu seguía navegando por el inmenso mar de recuerdos y emociones, se fue enriqueciendo con nuevos aportes y testimonios. En esta crónica quiero compartir con ustedes una parte del relato del arquitecto Esteban Rodríguez, el “coño Rodríguez” como lo conocieron quienes compartieron la prisión política en esta cárcel flotante, apelativo que le pusieron sus compañeros de colegio siendo niño, ya que su padre, de origen español, fue uno de los refugiados que arribó al puerto de Valparaíso en septiembre del año 1939 a bordo del buque Winnipeg.
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En esta ocasión, más allá de la brutalidad y el dolor sufrido por quienes fueron prisioneros y prisioneras políticas de la dictadura cívico militar, rescataré esa enorme capacidad de resiliencia de los seres humanos, esa hermosa capacidad de poder sobreponerse a condiciones muy duras y vejatorias utilizando la reflexión y la creatividad con sus más variadas características y expresiones.
El compañero Esteban Rodríguez me dice que “El Lebu, en lo personal y aparte de todo el sufrimiento, ha reforzado mi personalidad (…) sé que todas las personas somos diferentes y asumimos en forma distinta las situaciones que nos toca vivir, creo que en mi caso particular salí más fuerte de ahí. En mi vida normal y profesional he tenido muchos altibajos, diferentes problemas, entonces yo me digo si a mí me han tenido con una ametralladora en la espalda, que me vienen a decir de problemas a mí, es la postura que he tenido en la vida”.
Cuando Esteban fue detenido era el Delegado Regional de la CORMU (Corporación de Mejoramiento Urbano) en Valparaíso, tenía 27 o 28 años. Un tiempo después de ser liberado le fue imposible volver a trabajar en su profesión porque estaba en las listas negras confeccionadas por la dictadura, por lo que decidió irse a España.
En la pantalla de una tableta digital me muestra una foto del Lebu tomada desde Playa Ancha donde se puede observar el barco ligeramente escoriado, inclinado hacia el molo, tal como lo recuerda cuando estuvo preso allí, registro que apareció en un calendario de Codelco del año 74 y se le pasó a la censura militar como un paisaje de Valparaíso, me dice Esteban. Luego me muestra dos imágenes de unos dibujos realizados por él, unos bosquejos de unos planos donde se pueden ver los distintos lugares y bodegas del Lebu.
Utilizando estas representaciones de su autoría comienza su relato, extractos del mismo que transcribo a continuación:
“Fui detenido en mi casa y después me llevaron a la Academia de Guerra, al día siguiente me tomaron la foto con el número, me vendaron los ojos y me llevaron a una celda pequeñita, solitaria, en la misma terraza desde donde se dispara el cañonazo de las 12 en el Cuartel Silva Palma. De la Academia empezamos a bajar, yo con mis ojos vendados y con mi 'deformación profesional' me decía estoy bajando más de lo que subí, y eso era porque iba una escalera por dentro del cerro y llegábamos a esa terraza. Ahí estuve una semana y después me llevaron a un interrogatorio a la Academia (…) De ahí me mandaron al Lebu y permanecí allí desde el 8 o 9 de octubre hasta el 8 o 9 de diciembre de 1973.
(…) Esta foto es muy especial, porque es de un calendario de Codelco de 1974. O sea que el fotógrafo que armaría esto en noviembre o diciembre del 73 metió esta foto como paisaje de Valparaíso, pero tenía mucho contenido, porque se puede ver que el Lebu está inclinado hacia el molo, porque tenía prisioneros arriba (…) Si miras en este dibujo ahí está el molo, aquí está el barco, la proa está a la espalda de esto y está inclinado.
Entonces, qué estructura tenía la bodega, porque en las partes laterales había unas bodegas frigoríferas, pero nosotros no entrábamos ahí porque parece que tenían un acceso propio por arriba. Cuando tú bajabas esto era como un tubo largo, de unos 10 metros de ancho por unos 25 de largo, y el único acceso era una escalera de gato. Llegabas aquí al molo, te recibían y tenías que bajar y aquí en el interior se organizaba la vida.
Cuando llegué el suelo estaba todo irregular, porque entre las vigas del piso había unas tablas sobrepuestas, pero que no emparejaban bien porque no eran del mismo tamaño. A los lados estaban las bodegas y veíamos que esto era insalubre porque no le daba el sol. El sol daba en el fondo solo a mediodía y por muy poco rato, entonces nosotros teníamos la disciplina de sacar todas las colchonetas y las mantas que teníamos aquí y ponerlas en el suelo mientras daba el sol.
En la noche hacía mucho frío, usábamos unas planchas de madera que había y las poníamos así para tapar ese espacio donde dormíamos.
Los servicios higiénicos estaban en un rincón, eran unos tambores cortados por la mitad con una tabla atravesada arriba para sentarse. El guardia de arriba no nos veía en ese rincón entonces ahí podíamos ir a conversar, sentados en distintos tambores. En la tarde se sacaban los tambores de la bodega con estas plumas, levantábamos los chutes y luego se tiraban las suciedades al mar. Más de alguna vez se dieron vueltas, porque las cuerdas estaban viejas. Después rociábamos los tambores con creolina para desinfectarlos y se limpiaban con la manguera arriba y se volvían a bajar. Esa tarea la hacíamos nosotros, los presos.
Nos robábamos pedazos de cuerda y con ellas tejimos una red para jugar Voleibol. Con calcetines viejos hicimos una pelota. La primera vez que nos vieron jugar los guardias fueron a llamar a los oficiales y como vieron que era yo el que hablaba me subieron a mí y a otro compañero para la cubierta. Llegó un Capitán, que era un hombre mayor que andaba con un gorro de golf, pero que tenía los laureles de Capitán y nos da un sermón diciéndonos que éramos unos irresponsables por estar haciendo ejercicio en un suelo que está todo disparejo y les puede pasar algo. Hablando así y estaba toda la gente moreteada, golpeada. Yo le dije, Capitán esas tablas que se encajan entre las vigas no son del tamaño adecuado y arriba hay unas tablas con las que se puede emparejar bien el piso. Nos autorizó a hacer el trabajo, subimos a buscar los tableros y todos los guardias se quedaron sorprendidos. Hicimos el trabajo y el suelo quedó parejito.
Así empezamos a jugar voleibol. Pero junto con jugar voleibol empezaron a pasar cosas. Un día sale un guardia arriba y dice 'necesitamos a alguien que sepa leer planos'. Yo levanté la mano, subí y me presentan a un oficial del barco, o sea un marino mercante y él me preguntó si sabía leer los planos porque tenía unos planos para ordenar y me llevó a su camarote, que era también su oficina y en una mesa me dejó los planos que estaban todos desordenados y había que ponerlos por familia, los de estructura, los de aire acondicionado, los de electricidad, porque como tenían que vender el barco para su desguace, entonces yo los ordené. Vuelve al rato y ve que tengo todo terminado y me dice 'te quieres bajar altiro', no, le respondo, solo era muy fácil hacer la tarea. Me empieza a preguntar cosas 'y abajo qué tal la comida, quieres quedarte aquí a comer', y este hombre me dio su rancho. Me acuerdo que era pescado frito del restaurant La Nave y empecé a hablar con él y resultó que era de una familia que eran amigos de mis padres, ellos eran los concesionarios del Estadio Español de Recreo, era una familia de apellido Fernández y este hombre tuvo la delicadeza de ir a la casa mía a avisar que estaba bien, pero en mi casa lo recibieron con distancia, con reticencia. Él me empezó a llamar cuando podía, porque hubo que hacer otros trabajos, sacar cosas porque el barco lo iban a entregar para el desguace, entonces había que sacar ventiladores, lámparas. Este hombre me regaló una tabla de plumones y con esa tabla de plumones empecé a hacer cosas abajo en la bodega.
(…) Empezamos a jugar voleibol y después con los polvos para preparar jugos que hacían llegar algunas personas, familiares, entonces le echábamos poquita agua y los hacíamos como pintura y con miga de pan hacíamos figuras para jugar ajedrez, fichas para jugar a las damas, al ludo, dados, y los pintábamos con eso.
Al interior del barco, en las bodegas, estábamos organizados por 'barrios', unos eran del 'bajos del Mapocho', los más pitucos eran los de Reñaca, entonces hicimos una Olimpiada jugando voleibol, ajedrez, dama, ludo y cacho, porque hicimos dados, incluso hice unos Diplomas.
Con los plumones que me habían regalado empecé a decorar camisetas donde ponía el nombre Lebu, con un salvavidas. Una de esas se la hice a un Regidor de Quinteros que estaba preso y nosotros le llamábamos 'el caballo loco', pero no me acuerdo el nombre. Dibujé un salvavidas, el Lebu abajo y una gaviota volando y la gaviota con un escrito que decía '¿no es el caballo loco el que está en la Bodega 2?'.
Muchos años después fui a ver a unos amigos en Dinamarca y coincidió que había una exposición donde estaban todas las cosas que hacían los compañeros presos, con piedras talladas, cuescos, otras artesanías y de repente me encuentro con mi camiseta, entonces fueron a buscar al 'caballo loco' porque vivía en Dinamarca, imagínate la sorpresa.
Hay otra anécdota que te voy a contar porque es muy buena, había un compañero en el Lebu que tenía un kiosco de diario, por lo que me acuerdo, y este hombre tenía un problema en la columna, era curco, y empieza a pedir agua hacia arriba porque se había acabado el agua en el tambor que teníamos para abastecernos, que era un depósito de plástico amarillo, pero ese día estaba la Escuadra y los barcos de la Escuadra estaban cargando sus bodegas de agua y la tubería que había en el molo era de media pulgada, entonces para que se llenara una bodega de un barco pasaba mucho tiempo, pero el curco y nosotros de abajo pidiendo agua a cada rato, entonces el guardia ya estaba aburrido que le pidiéramos agua. El curco andaba con un sweater amarillo y de repente sale el guardia y grita para abajo 'a ver manden la huevada amarilla', y sale el curco por debajo y le dice 'cómo que la hueva’ amarilla', y la risotada fue general.
Bueno, también hacíamos shows y aquí en el dibujo vienen referidos algunos shows que hicimos y ahí hacíamos la entrega de premios y diplomas de las olimpiadas.
Una vez me llamó uno de los oficiales y me dijo ¿Qué hay que hacer para tener una camiseta?, y le dije hay que estar abajo, después pensé que había jugado con fuego, pero no pasó nada menos mal. Como te decía al inicio, creo que mi personalidad se formó y se hizo mucho más fuerte con esas vivencias.
Un día me llamaron, era justo por esta fecha y me llevaron a la Academia de Guerra; con la mentalidad de los marinos pasé como a tener antigüedad, allí tenían a todos los detenidos en el suelo, llegué yo y dijeron, 'a ver el del Lebu', yo ya era 'el del Lebu', y me mandaban a repartir la comida, me mandaban a limpiar vidrios, me mandaban a hacer distintas tareas...”
Mientras los compañeros y compañeras que integran el grupo motor del Proyecto Lebu comenzaban a ordenar e instalar el material que forma parte de la exposición que será inaugurada el próximo sábado 11 de diciembre a las 16 horas, con un acto público en la ex cárcel de Valparaíso, hoy Parque Cultural, tuve la oportunidad de registrar el testimonio de Esteban Rodríguez, 47 años después que él “desembarcó” del barco Lebu (esta cárcel flotante anclada al molo de abrigo del puerto de Valparaíso utilizada por la Armada de Chile, por donde pasaron más de mil chilenos y chilenas, embarcación que fue facilitada por los empresarios de la Compañía Sudamericana de Vapores, mostrando con claridad y en forma concreta la connivencia civil militar de la dictadura instaurada el 11 de septiembre de 1973 en nuestro país), testimonio que he transcrito parcialmente en esta crónica buscando aportar un trocito más al rompecabezas de la Memoria Histórica Popular que día a día continúa siendo construida a lo largo y ancho de nuestro país con diferentes iniciativas, algunas muy distintas y otras tal vez similares a este Proyecto Lebu.