Cuando los próximos días 26 y 27 se encuentren en Santiago de Chile los líderes de América Latina y Europa, el descolorido sustrato de los tradicionales encuentros bilaterales entre subdesarrollados y subdesarrollantes asumirá tonos muy diferentes.
Y no es solo porque el Viejo Continente enfrenta desde 2008 una crisis económica galopante que lo ubica en un insistente vórtice recesivo, mientras que una nueva región latinoamericana y caribeña exhibe avances crecientes en su empeño por formar parte activa del complicado concierto internacional.
Se trata además de que, políticamente, el Sur del hemisferio americano aparecerá en la cita cohesionado en torno a los principios de la novísima Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, CELAC, que sobre nuevas bases integradoras pretende brindarle a nuestros pueblos una sola voz y un solo y positivo programa de acción.
Una entidad cuya presidencia temporal, dicho sea de paso, asumirá Cuba justo este año, como reconocimiento al insistente e histórico papel de la Isla en el impulso a una integración regional de nuevo tipo marcada por la solidaridad, el respeto a las asimetrías y un acendrado alcance social.
Europa acude a la cita santiaguina como el mayor inversor foráneo en nuestras tierras, con montos superiores a los 610 mil millones de dólares, pero a la vez en franco retroceso económico y social.
Por demás, la Unión Europea, que por muchos años se exhibió como paradigma de integración global, ha resultado en verdad un antro de discordias, donde la carencia de colaboración y los egoísmos nacionales impiden acciones correctoras de orden verdaderamente mancomunado.
Lógicamente, y por razones obvias, para América Latina y el Caribe, que exhibió tasas de crecimiento superiores a cuatro por ciento en los últimos 12 meses y trabaja por establecer sólidos mecanismos integradores como MERCOSUR (equivalente hoy a la quinta economía mundial), es importante el saneamiento global y establecerse como un conglomerado con trascendentes aportes internacionales.
Y es que el Sur del hemisferio va dejando de ser, gracias a los cambios políticos positivos de los últimos años, la tierra de la agobiante deuda exterior, de las impuestas privatizaciones al por mayor, de los recortes sociales, de la pobreza generalizada, de la desesperanza a toneladas, y de la dependencia y la cabeza gacha ante a los poderosos.
Así, que, al decir de los organizadores de la citada Cumbre en Santiago de Chile, este encuentro marca una creciente “simetría entre los interlocutores”, sustentada ante todo en el hecho de que América Latina y el Caribe “acuden con una sola voz” y con la posibilidad cierta de ser “parte de posibles soluciones a la crisis global.”