“Brindo por una América capaz de abatir
a las bandas imperiales,
cuando se una en la cruz
de los senderos camino a la segunda libertad”.
Raúl González Tuñón.
“El territorio continental de Chile y sus islas adyacentes forma de hecho y por derecho un Estado libre, independiente y soberano y queda para siempre separado de la monarquía de España, con plena aptitud de adoptar la forma de gobierno que más convenga a sus intereses”; con estas palabras la Declaración de la Independencia de Chile del 1º de enero de 1818 marcó una voluntad y un destino.
Editorial Punto Final, nro. 766, 14 de septiembre, 2012 ( a 47 años de su fundación).
Bernardo O’Higgins las escribió en tiempos azarosos: el triunfo en Chacabuco no garantizaba la victoria decisiva. Pero O’Higgins quiso hacer las cosas de manera definitiva. Los chilenos debían y querían ser independientes, libres y soberanos. En otras palabras, tener la capacidad de adoptar la forma de gobierno que más les conviniera. La Declaración explicitaba y profundizaba el significado independentista de la Primera Junta de Gobierno del 18 de septiembre de 1810.
La verdad es que en estos 202 años no hemos logrado ser verdaderamente independientes, libres y soberanos.
Después de la Independencia el latifundio se mantuvo en manos de los descendientes de los encomenderos y terratenientes coloniales. Comenzó, al mismo tiempo, a despertar la codicia para apoderarse de las tierras de los mapuches, más allá del río Bío Bío, lo que terminaría mediante la masacre y los atropellos en la llamada “pacificación de La Araucanía”. La economía pasó a ser dominada por capitales ingleses. Los atisbos de desarrollo propio fueron ahogados por la oligarquía. El presidente de la República más importante de este periodo -José Manuel Balmaceda- pretendió que el salitre quedara en poder de los chilenos. Ese proyecto le costó la vida y la guerra civil tuvo un saldo de más de diez mil muertos, en su inmensa mayoría pobres.
No fueron las únicas víctimas. En las primeras décadas del siglo XX hubo sangrientas represiones a los trabajadores, con miles de muertos, en especial en la zona minera del norte grande. Los trabajadores luchaban por mejores salarios y por una Patria que acogiera a sus hijos como iguales. Para eso, no obstante, Chile debía liberarse de la oligarquía aliada al capital extranjero que, mediante restricciones legales y represión, impedía que los sectores mayoritarios pudieran elegir gobiernos que los defendieran.
En el siglo XX, la figura del presidente heroico Salvador Allende se agiganta. La vocación patriótica, independentista y soberana de ese mandatario y de su programa de gobierno estaban al servicio del pueblo y de las transformaciones estructurales que podían cambiar a Chile. Se intentó una revolución pacífica que aseguraba al país una sociedad integrada, con una base material que permitiera el desarrollo pleno de los individuos y de las familias.
Enfrentando las presiones y amenazas del imperialismo, Salvador Allende nacionalizó el cobre y otras riquezas básicas, controló los monopolios industriales, los bancos y el comercio exterior, nacionalizó las telecomunicaciones y asestó un golpe definitivo al latifundio al duplicar en tres años las tierras expropiadas en los seis años anteriores.
Pero Allende fue víctima de la conspiración de los poderosos y de la ingerencia del gobierno norteamericano, aliado con traidores a la Patria, la Constitución y las leyes, como el dueño de la cadena de diarios El Mercurio, Agustín Edwards, y los jefes golpistas de las instituciones armadas. Los conspiradores consiguieron crear una situación caótica que atemorizó a la clase media y a los oficiales -muchos de ellos formados en la Escuela de las Américas- que dieron el golpe de Estado.
En 1973 se impuso un modelo económico antinacional que subordinó la economía al capital extranjero mediante la aplicación del modelo neoliberal. Eso permitió el surgimiento de una nueva burguesía transnacionalizada -incluso con participación de conversos de la propia Unidad Popular- que se alió con los restos de la oligarquía tradicional. Esos sectores constituyen hoy los “poderes fácticos” que controlan el país. En lo político han constituido dos bloques para turnarse en el poder mediante una comedia de alternancia: la Concertación de Partidos por la Democracia y la Coalición por el Cambio, hermanos siameses e hijos de la derecha oligárquica que los amamanta. Su juego político demuestra una notable capacidad histriónica para absorber conflictos. Esa habilidad permite engañar a vastos sectores del pueblo y cuando el engaño no resiste más, se echa mano al golpe de Estado o a la guerra civil.
¿Es Chile hoy un país independiente y soberano después de 17 años de dictadura militar-empresarial, de veinte años de gobiernos de la Concertación y casi tres de un empresario-presidente? Rotundamente, no. En Chile existe una independencia inconclusa y una democracia fallida. Es tiempo de retomar la lucha de los padres de la Patria para conquistar plena independencia en el ámbito de integración y unidad que vive América Latina.
¿Cómo podríamos decirnos independientes si nuestra principal riqueza natural, el cobre, en dos terceras partes está en manos de transnacionales protegidas por sus gobiernos como se evidenció en el caso Anglo American, en que el gobierno británico se permitió “hacer presente” su preocupación por un eventual perjuicio que afectara al mencionado consorcio? ¿Somos independientes si las principales reservas de agua pertenecen a Endesa España? ¿Podemos sentirnos soberanos si lo que llamamos democracia está todavía bloqueada por las amarras de la dictadura que protegen los intereses de la derecha, impidiendo que tengamos la posibilidad de “adoptar la forma de gobierno” que más convenga a los chilenos mediante un sistema electoral proporcional, con revocación de mandatos y plebiscitos vinculantes? ¿Se es independiente si se impide convocar a una Asamblea Constituyente que someta a referéndum una nueva Constitución? ¿Se puede ser independiente si los fondos de la previsión, la salud y hasta parte importante de la educación superior están en manos de consorcios transnacionales?
El resultado es escandaloso. Chile es uno de los países más desiguales del mundo en una tendencia que no ha variado. La pobreza no baja, aunque se manipulen las estadísticas. La corrupción campea por todas partes. Y los índices de salud en materia de alcoholismo, consumo de drogas y trastornos sicológicos y siquiátricos son desastrosos. La educación resulta virtualmente incosteable para las familias modestas que tienen que endeudarse para sobrevivir. Y a pesar de ser pagada, la educación no garantiza calidad. Año a año miles de egresados universitarios salen a engrosar la cesantía. La zona mapuche ha sido militarizada. La represión parece ser el único camino que están dispuestos a utilizar los gobiernos neoliberales para afrontar la protesta social. El nivel cultural de un importante porcentaje de la población presenta una penosa realidad de analfabetismo virtual, que le impide entender hasta los textos más simples.
Chile, miembro de la OCDE, es una lastimosa imitación de países avanzados del capitalismo que ahora mismo se debaten en una profunda crisis. La manipulación del mercado y los medios de comunicación actúa sobre grandes sectores de la población, arrastrándolos a la confusión y a a creer que el consumismo es sinónimo de felicidad.
Se hace necesario pues tomar conciencia del estado de nuestro país. Afortunadamente está adquiriendo fuerza la protesta social -encabezada por los estudiantes- que debería buscar cauces de expresión en un proyecto colectivo de carácter patriótico, latinoamericanista, democrático y soberano, que actúe sobre la razón y también sobre la sensibilidad de los chilenos. Un proyecto que permita -para usar palabras de O’Higgins- que “la dulce patria, el hermoso Chile vuelva a ocupar el rango de nación”.
Serán los jóvenes y los viejos, las mujeres, las minorías, los profesionales y científicos, los pequeños y medianos empresarios y también los militares comprometidos con un proyecto patriótico y de justicia social los que tomen la palabra. Ya lo hacen muchos, como lo demuestran las incesantes movilizaciones de estudiantes universitarios y secundarios desde el año pasado. Los movimientos sociales y los partidos que asumen la necesidad de cambios profundos y que rehúsan hacer el papel de tontos útiles de cualquiera de las versiones políticas de la derecha, deben movilizarse para construir la Patria independiente y justa. No olvidemos las palabras de Neruda en su poema “América insurrecta”:
“Patria, naciste de los leñadores,
de hijos sin bautizar, de carpinteros
de los que dieron como un ave extraña
una gota de sangre voladora
y hoy nacerás de nuevo duramente,
desde donde el traidor y el carcelero
te creen para siempre sumergida”
PF
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Aniversario 47º de PF
El 15 de septiembre se cumplen 47 años de la fundación de Punto Final por los periodistas Mario Díaz Barrientos (su primer director, fallecido en el exilio en 1984) y Manuel Cabieses Donoso.
PF fue clausurado -y sus oficinas allanadas e incendiadas el mismo 11 de septiembre- por los golpistas de 1973. Sólo pudimos reaparecer en agosto de 1989, venciendo los últimos obstáculos que opuso una dictadura en retirada. Durante su prolongada clausura, circuló una edición internacional de PF elaborada en Ciudad de México, bajo la conducción de Mario Díaz.
A través de estos años, PF ha cuidado mantener la línea editorial que anunció en su primer número: “No pretende (PF) decir la última palabra, pero entregará al lector suficiente caudal de información para que elabore su propio juicio. Los autores, que por lo general serán periodistas, tendrán absoluta libertad para desarrollar los temas de acuerdo a su conciencia. Eso no quiere decir que Punto Final no tenga una posición. Es democrático y de avanzada. Cree que las grandes masas son las protagonistas de la historia y se coloca a su servicio. Pero no se encajonará en fronteras artificiales, no rehuirá la polémica ni sentirá temor de decir la verdad”.
Junto con recordar a Mario Díaz, en este nuevo aniversario de la fundación de PF volvemos el pensamiento a nuestros queridos compañeros ya desaparecidos: Jaime Barrios, Augusto Olivares, Máximo Gedda, Augusto Carmona, Jane Vanini y José Carrasco (asesinados por la dictadura militar), Jaime Faivovich, Julio Huasi y Héctor Suárez (que murieron en el exilio), Alejandro Pérez -nuestro primer gerente que murió en Chile después de largo exilio en Cuba-, Sergio Villegas -que también falleció en su patria luego de vivir exiliado en la RDA-, y Patricia Bravo, nuestra querida compañera fallecida hace un año.
Agradecemos a los lectores que apoyan nuestro trabajo y que -en su mayoría- comparten nuestros ideales
PF