Por Valentina Cassoni / resumen.cl
El devenir histórico de la época irrumpe desde antes de la revolución de octubre con los grandes clásicos rusos y sus creaciones literarias.
La Literatura rusa de finales del siglo XIX y principios del XX es representación de la realidad, fiel reflejo de la conflictiva y crítica centuria que toma curso en 1825, año de la gran revuelta revolucionaria de un grupo de ilustrados, que en sus filas contaba con poetas de la talla de Alejandro Pushkin.
La defensa de los valores humanitarios y la miseria en que se encontraba el pueblo ruso de la época está presente en el discurso demócrata ruso y dio origen a la teoría literaria de críticos como Belisnski, padre del naturalismo y precursor del realismo ruso.
La abolición del sistema de servidumbre en 1861 y el asesinato del zar Alejandro II en 1881 fueron dos acontecimientos fundamentales en los cambios sociales de la época, gracias a los cuales, la decadencia del sistema feudal en Rusia quedó de manifiesto.
Es en éste contexto histórico donde nace y se desarrolla la obra de Pushkin, Lermantov, Gogol, Turguieniev, Tolstoi, Dostovieski, Chejov, Saltikov -Chedrin, Bunin, entre muchos escritores. Este movimiento impuso nuevas normas, nuevos modelos, instaló el tema social con fuerza, mostrando las injusticias a las que se exponía al pueblo ruso, hambre, frío, falta de techo, sin tierras, vidas de mucho dolor reflejados en las estadísticas de hambruna que indicaban que más del 90 % de los rusos estaba en condiciones de miseria humana.
La realidad comienza a ser expuesta sin adornos, queda al descubierto la superficialidad y el vacío de alma de los hidalgos rusos y de la elite de San Petersburgo, a la vez, la búsqueda urgente de sentido de vida para nuevos héroes literarios.
Los nuevos protagonistas sacados del común de la gente, elevan el espíritu de los olvidados, de los invisibles de la época, Eugenio Oneguin de Pushkin, Pechorin de Lermantov, Akaki Akakievich de Gogol, son muestra de ello.
Los grandes clásicos rusos son, a mi juicio, una vertiente fundamental de los acontecimientos de 1905 y de febrero y octubre de 1917.
Llegada a la URSS… el testimonio.
Conocí de las luchas heroicas del pueblo soviético al llegar a la URSS en 1985, viviendo durante 5 años como estudiante, al igual que muchos chilenos/as que llegaron en esa “Prepa”, como era denominada en el lenguaje de principiantes del idioma eslavo.
La mentalidad soviética era de profunda solidaridad con los pueblos del tercer mundo. A través de sus logros reconocí la verdadera esencia de lo que es una Revolución victoriosa, mujeres y hombres resueltos trabajando en diversos frentes del ámbito político, cultural, pedagógico y de las ciencias. Herederos todos y todas de una cultura impresionante, dueños de su propio destino. Está revolución apoyó a muchos chilenos/as que por la fuerza brutal de la dictadura de Pinochet, nos trasladó hacia esas lejanas tierras.
A nuestra llegada fuimos recibidos con la calidez y ternura de la Brigada Víctor Jara, muchachas y muchachos que de forma sencilla y bella, vitoreaban con fuerza al heroico cantante, haciendo suyos su historia, considerándolo un héroe de la Patria.
Venían estas jóvenes generaciones de diversos pueblos de la Unión Soviética, bailando y ofreciendo lo mejor de la cultura folklórica. Me impresionaba verlos cantar y danzar, impregnados de sus derechos fundamentales, felices y cariñosos con estos chilenos recién llegados.
Nuestra vida de estudiantes estuvo siempre unida a otros muchachos/as de todas las partes del mundo, los cuales llegaban a completar estudios superiores en diversas áreas. La formación profesional y la educación en general eran asumidas por el Estado Socialista, gratuita para nosotros, haciéndose eco del internacionalismo proletario, legado por Lenin.
Tuvimos siempre los mismos derechos de cualquier ciudadano soviético, acceso a todo lo que ofrecía la revolución: teatros, bibliotecas, salud, educación, alimentación, cariño, preocupación, todo lo que un ser humano en formación requiere para su desarrollo integral.
Hoy más allá de los hechos …
Cada cierto tiempo vienen a mi memoria esos inviernos crudos de los soviéticos, 25° grados bajo cero, las nieves interminables que forman parte de mi cariño, de tantos rusos y rusas que salían cada 9 de mayo a celebrar el triunfo de la Gran Guerra Patria en la Plaza Roja con sus medallas, esas mujeres y hombres, tanquistas o artilleras/os que contaban como vencieron y derrotaron a los nazis, como se mantuvieron incólumes frente al asedio de Leningrado, hoy San Petersburgo. Se estima que el pueblo ruso perdió 2 millones de personas, y entre estos hombres y mujeres se cuentan también los/as que Stalin mandó al exilio en Siberia.
A 100 años de la Gran Revolución Bolchevique creo, y tengo la certeza, que llegaremos a construir una patria más justa con todas y todos aquellos que mantienen vigente no sólo esta revolución, sino la cubana, vietnamita, nicaragüense y donde todavía hay pueblos que caminan construyendo fuerza social y política, como el pueblo Mapuche, en Chiapas y otros lugares de Asia, África y de América Latina, donde la distribución de la riqueza sigue siendo la más injusta.
Con las añoranzas de lo antaño, con los abedules en mi memoria y con tanto en el corazón y en mi alma por escribir sobre ese país, en la intimidad de haber conocido a Chejov y Gogol, presentados ante mí por la Gran Literatura Rusa, destaco esa gesta histórica de octubre de 1917, luminosa, real, que puso ante los más pobres, entre los pobres, una alternativa distinta de vida, la cual nos dejó ese estallido de libertad social y política, la utopía hecha realidad.
Este poder de los soviets estaba destinado a terminar con el sufrimiento, conquistar el poder soberano y auto determinante que permitió a los obreros y campesinos abolir la propiedad agraria de los terratenientes, asumir el control de la producción y permitirse la construcción de un gobierno soviético.
Ocurrió hace 100 años y dejó un legado de victoria para los pobres.
Primavera 2017.