Para neutralizar la calificación de la Organización Mundial de la Salud, Monsanto y las corporaciones transgénicas montaron una operación global. Qué hay detrás del supuesto respaldo científico que reproducen los medios.
Por: Darío Aranda. Publicado en Revista Mu. Imagen: Matt Collins.
Esteban Hopp, renombrado científico argentino y biólogo molecular, publicita el discurso de Syngenta, Monsanto, Bayer, Basf y llama “ecofundamentalista” a quienes cuestionan a los transgénicos. La Academia de Ciencias de Estados Unidos dictamina que los transgénicos son seguros, pero oculta los conflictos de intereses y los límites de su definición. Un organismo de Naciones Unidas exculpa al glifosato de producir cáncer, pero esconde que los científicos evaluadores reciben financiamiento de las multinacionales del agronegocio. Tres ejemplos recientes del lobby científico-empresario, que intenta transformarse en portador de la verdad, a los científcos en obispos de la iglesia del siglo 21.
Relato transgénico
Esteban Horacio Hopp, 63 años, es egresado del Colegio Nacional Buenos Aires y de la Universidad de Buenos Aires. Ingresó al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en 1977, donde actualmente es coordinador del Área Estratégica de Biología Molecular y Genética de Avanzada, docente de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y, según su currículum, con “140 publicaciones científicas, tres patentes, 246 comunicaciones a congresos”. El 22 de junio a las 8:17 reenvió un correo electrónico a cientos de direcciones de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA:
“Como parte de la campaña Transgénicos 20 años hoy estamos lanzando la página transgenicos20.argenbio.org Este material es la ‘columna vertebral’ de nuestra campaña. Les agradezco toda la difusión que puedan darle”.
El sitio es una gran propaganda de transgénicos, aunque con discurso científico y técnico. Ejemplo:
“¿Te preocupa comer algún producto derivado de cultivos transgénicos? ¿Pensás que los cultivos transgénicos no son seguros para el ambiente? Te contamos que ya pasaron 20 años de uso seguro y que la evidencia que aportan cientos de estudios científicos es contundente: los productos de la biotecnología agrícola son tan seguros como sus contrapartes convencionales (no transgénicos)”.
Otro:
“No existe evidencia científica que condene a los transgénicos” y convoca a la acción: “El desafío es que todos los involucrados en el desarrollo de los cultivos transgénicos derribemos mitos. Necesitamos la ciencia, la tecnología y la innovación para garantizar la seguridad alimentaria, mejorar la calidad de vida de las personas, cuidar el ambiente y la biodiversidad. ¡Ayudanos a pasar el mensaje!”.
La campaña es impulsada por Argenbio, organización de lobby científico-político fundada por las empresas Syngenta, Monsanto, Bayer, Basf, Bioceres, Dow, Nidera y Pioneer, todas productoras de transgénicos y agroquímicos
Intelectual orgánico
Hopp fue el impulsor y el representante de INTA en la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia) durante 17 años. Se define como “experto internacional en bioseguridad de OGM” (Organismos Genéticamente Modificados), es decir, transgénicos.
No lo dice su currículum -de 38 páginas-, pero es conocido dentro del mundo académico y empresario como uno de los principales impulsores de los transgénicos en la década del 90, siempre con un discurso “apolítico, técnico y de la ciencia neutral”. En 1991 fue uno de los creadores de la Conabia, el organismo estatal encargado de aprobar los transgénicos, y del marco regulatorio que requerían las empresas para instalarse en Argentina para impulsar el modelo de agronegocios: transgénicos y agroquímicos.
Recibió el Premio Konex en 2003 y es, para el establishment científico, el símbolo del académico exitoso y reconocido.
En su currículum resalta, en la página 6, la “formación de discípulos”, entre los que destaca como logros la promoción de profesionales que hoy trabajan en Syngenta, Monsanto y Novartis, entre otras corporaciones.
En la página 8 señala algunos de los convenios que firmó con empresas: otra vez aparecen las mismas compañías: Nidera, Cargill, Monsanto, BioSidus, Novartis, Bioceres. No encuentra conflicto de intereses en trabajar desde una institución del Estado (INTA) con -o para- grandes empresas del sector, para luego opinar como científico “independiente” de los negocios en juego.
Hopp suele ufanarse de su rol en la conformación de la Conabia, aunque haya sido un ente de regulación opaco: sus integrantes fueron secretos hasta 2014. Tuvieron que pasar 23 años para que la población pudiera confirmar que la Conabia está controlada por empleados de las mismas compañías que solicitan la aprobación de transgénicos: 27 sobre 47 integrantes pertenecen a las empresas transgénicas.
También la Conabia oculta que el Estado argentino no realiza estudios propios sobre las solicitudes de transgénicos y agroquímicos: toma como propias las “investigaciones” de las mismas compañías que los producen y venden.
Este dudoso régimen de “control” y aprobación de transgénicos que Hopp contribuyó a implementar en tiempos del menemismo, establece que los estudios de aprobación son secretos. De este modo, Argentina autoriza una semilla de soja, maíz, algodón o papa y ningún otro científico, funcionario, ciudadano puede leer ese “estudio” para comprobar si afecta o no la salud y el ambiente.
Las respuestas
El correo electrónico de Esteban Hopp ocasionó réplicas de jóvenes académicos e investigadores, que le respondieron y cuestionaron por la misma vía. Le recordaron que, luego de 20 años de modelo transgénico en Argentina, son visibles las consecuencias sociales, ambientales y sanitarias de lo que ha ocasionado. Incluso le señalaron que actuaba como publicista de las corporaciones del agro.
“Asombra la liviandad de argumentos vertidos en la propaganda de ArgenBio a 20 años de uno de los ‘experimentos’ más grandes e impactantes de todos los tiempos en Argentina, decidido por un puñado de burócratas y fuera de la consulta y participación de todas las comunidades, vecinos, etc. que se vieron y se siguen viendo afectados por el mismo. Terrible que nos hagamos eco y festejemos un evento así”, escribió a la lista de correos Martín Graziano, doctor en Ciencias Biológicas, investigador del Conicet e integrante del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la UBA.
Nicolás Lavagnino, doctor en Ciencias Biológicas e investigador del Conicet, también se sumó al cruce de correos: “Teniendo en cuenta el impacto negativo, de múltiples formas y sobre miles de personas, que el modelo productivo y los transgénicos aportan y aportaron a construir y constituir, cabe también incluir algunas voces que hablan en otros planos sobre este desastre”.
Otros investigadores señalaron que el sitio recomendado por Hopp es parte del marketing biotecnológico expandido a nivel mundial y que busca generar la idea de la existencia de consenso científico respecto a la seguridad de esta tecnología. También recordaron que ni en Argentina ni a nivel internacional existe ese consenso de la comunidad científica: en enero de 2015 más de 300 científicos de todo el mundo firmaron una publicación en la queprecisan que no hay consenso científico sobre la inocuidad de los transgénicos.
Haydée Pizarro, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del Conicet, solicitó que se tenga en cuenta la mirada ecológica. Afirmó que la situación por la generalización de plantas transgénicas es “alarmante y está más que registrada científicamente”. Destacó la pérdida de diversidad biológica y la poca sustentabilidad del modelo.
Hopp respondió: “Me sorprende que haya graduados universitarios de una Facultad de Ciencias que puedan sostener las cosas que se mencionan (...) Puedo entender que una organización ecofundamentalista tenga como estrategia comunicacional confundir agroquímicos con transgénicos, por mencionar algunas de las tantas barbaridades que se escriben con la intención de asustar”. Y acusó a los “ecofundamentalistas” de respondera intereses “espurios de multinacionales”. “Consideramos que esta tecnología debe tener atrás una política científica de Estado sostenida, como la que tenemos con Lino (Barañao) y por eso hay que celebrar los 20 años de su adopción a gran escala en el país”, finalizó su correo.
Modelo global
La ciencia como brazo político, académico y de lobby de las empresas transgénicas y químicas es un fenómeno global.“La ciencia confirma que los transgénicos son inocuos para la salud”, tituló el 19 de mayo el diario El País de España. “Avalan los cultivos transgénicos”, señaló el diario La Nación de Argentina. Ambos destacaron que se trató de “la mayor revisión sobre el impacto de los organismos modificados genéticamente (OMG) que ha hecho la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos”. La noticia fue repetida por “periodistas científicos”, médicos con columnas en radios de alcance nacional y agencias de noticias.
El Observatorio de OGM (transgénicos) de Europa hizo lo que no realizaron los periodistas: revisar el dictamen y los antecedentes de los autores. “Existe un sesgo importante que conviene tener en cuenta al leer el documento. Es la relación de varios de sus miembros con importantes empresas biotecnológicas y sus organizaciones asociadas, empezando por la propia directora del estudio, Kara Laney, que trabajó anteriormente en la International Food & Agricultural Trade Policy Council (Consejo Internacional de Alimentos y Agricultura, financiada por Monsanto); y la organización Food and Water Watch (Observatorio de Alimentos y Agua). Puntualiza, además, las relaciones laborales pasadas de al menos 12 de los 22 miembros “que han participado en el comité con las principales empresas biotecnológicas mundiales u organizaciones financiadas por estas”.
El Observatorio recuerda que no existe consenso científico sobre los transgénicos. “La idea de que los alimentos transgénicos están analizados de una forma muy estricta y exhaustiva está muy extendida; sin embargo, los controles realizados en la actualidad tienen deficiencias no corregidas, que el informe de la Academia de Estados Unidos señala”.
Precisa que los transgénicos “Bt” (resistentes a insectos) no son analizados por la EPA (Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos) sino por la propia empresa que solicita su aprobación. Lo mismo ocurre en la Unión Europea y su organismo regulatorio, la EFSA, que es la Autoridad de Seguridad Alimentaria. Otro hecho insólito: los estudios de aprobación de transgénicos no son publicados ni están disponibles para la comunidad científica y el público general. “De hecho, el Comité (de la Academia de Cien - cias de Estados Unidos) señala que ni siquiera ellos han tenido acceso a estos datos”, explica el Observatorio de OGM de Europa.
La basura
La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), ámbito especializado de la Organización Mundial de la Salud (OMS), confirmó la vinculación entre el herbicida glifosato y el cáncer. En marzo de 2015 afirmó que produce daño genético en humanos. Es la conclusión de un año de trabajo de 17 expertos científicos de once países. “Hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos”. La evidencia “limitada” significa que existe una “asociación positiva entre la exposición al químico y el cáncer”, pero que no se pueden descartar “otras explicaciones”.
Con la nueva evaluación, el glifosato fue categorizado en el “Grupo 2A” (segundo en una escala de 1 a 5), que significa para la OMS: “Probablemente cancerígeno para los seres humanos”. La IARCOMS afirmó que el herbicida “causó daño del ADN y los cromosomas en las células humanas” (tiene relación directa con el cáncer y malformaciones) y detalló que se detectó glifosato en agua, alimentos y en sangre y orina de humanos.
Monsanto, que siempre había utilizado a la OMS en su favor, acusó a la Agencia de Investigación sobre el Cáncer de hacer “ciencia basura”. Y comenzó su lobby para contrarrestar el dictamen.
El 18 de mayo, el Comité Permanente de Plantas, Animales y Alimentos (PAFF) de la Comisión Europea tenía una reunión para decidir si extendía o no la licencia para utilizar en Europa el herbicida glifosato (que expiraba en junio). Dos días antes, la noticia circuló por agencias de noticias y medios del agronegocio: “Científicos de la FAO (Organismo para la Alimentación de Naciones Unidas) y OMS determinan como improbable que el glifosato represente un riesgo cancerígeno”.
“Concluimos que es improbable que el glifosato cause un riesgo de cáncer a humanos mediante su exposición en la dieta”, dictaminó la Reunión Conjunta sobre el control de plaguicidas de la Organización Mundial de la Salud y la FAO (JMPR, por sus siglas en inglés). La agencia de noticias Reuters lo distribuyó a nivel mundial y muchos medios replicaron la noticia acríticamente.
La primera advertencia la difundió Greenpeace. Confirmó que los máximos referentes del JMPR (que emitió el dictamen), Alan Boobis y Angelo Moretto, pertenecen a la organización ILSI, el Instituto Internacional de Ciencias de la Vida, uno de los grandes centros internacionales de lobby científico financiado por Monsanto, Dow Agrosciences, Bayer y Syngenta. Boobis y Moretto fueron director y co-director de esta “reunión extraordinaria” que sentenció en favor del glifosato.
Otro hecho que no aclaró la prensa es que el JMPR solo se refirió al riesgo del glifosato a través de la dieta: no evaluó la ingesta vía respiratoria o contacto en la piel, en el ambiente, por las fumigaciones. Y que utilizó expedientes de las empresas que no están disponibles para los ciudadanos, organizaciones sociales ni para científicos.
“Esta gente”
El intercambio vía correo electrónico iniciado por Esteban Hopp se extendió durante cuatro días. Intervinieron una decena de investigadores con argumentos académicos, intercalados con chicanas y algunos agravios personales. Ricardo Gürtler, investigador del Conicet, propuso una “jornada científica” donde se presenten las diferentes perspectivas y se pueda debatir. Irina Izaguirre, también de la UBA y Conicet ofreció la posibilidad de que su área de investigación lo organice y se presenten distintos enfoques. Esteban Hopp respondió con un argumento poco científico: “Discutir con esta gente es como tratar de convencer de la teoría de la evolución a un adventista, los cuales también dicen que esta teoría es controversial y que no tiene consenso científico. No vale la pena. A esos los miro por televisión, y ni siquiera”.