El género de ciencia ficción generalmente causa cierto rechazo en los círculos de la alta cultura. Se ven este tipo de historias como narrativas baratas e imaginativas sin mucho objetivo más que entretener. Sin embargo, desde que existe, la ciencia ficción, especialmente en literatura, ha sido una efectiva manera de evidenciar problemáticas de la actualidad en que se escriben y proyectarlas al futuro, trascendiendo épocas.
Miguel Ogalde Jiménez / resumen.cl
Es común que cuando se habla de las grandes obras de la literatura se citen nombres como Dostoievski, donde la exploración psicológica y el realismo duro son sinónimos de calidad. Si se menciona la ciencia ficción, la gente parece acordarse más de títulos como Star Wars, un pastiche de historias de samuráis y westerns con espadas láser y naves espaciales. No se toman en serio, se tachan de infantiles, igual que cuando se piensan que los cómics son sólo hombres musculosos con ropa colorida que promueven ideales gringos. Pero la ciencia ficción, desde sus remotos orígenes a principios del siglo XIX a manos de una lúcida joven que aún no cumplía veinte años, tiene un enorme peso simbólico y logra trascender épocas.
En la actualidad, series como Black Mirror han puesto la ciencia ficción en el ojo popular, al igual que Game of Thrones logró masificar la fantasía. Ambas comparten la medalla de acercar a un público amplio historias clásicas que, hasta hace veinte años eran narrativas de nicho. Black Mirror, actualmente propiedad de Netflix, parodia la adicción a las redes sociales, cuestiona qué es lo que realmente constituye a un ser humano y especula con humor negro y una mirada ácida y apocalíptica sobre los peligros de la tecnología. Es una serie bien escrita y planteada, pero las temáticas que aborda no son nuevas, sólo que antes la gente no sabía dónde buscarlas. Estas son cuatro novelas de ciencia ficción de autores y autoras cuya obra no es tan conocida por el ojo público: David Foster Wallace, Margaret Atwood, Philip K. Dick y Mary Shelley.
[caption id="attachment_78489" align="aligncenter" width="494"] David Foster Wallace. Extraída de theobjective.com[/caption]
David Foster Wallace fue un novelista y ensayista estadounidense. Nació el 21 de febrero de 1962 en Ithaca, Nueva York y se ahorcó en el patio de su casa el 12 de septiembre de 2008 en Claremont, California. Se graduó en la universidad de Amherst e hizo un Máster en Bellas Artes en la Universidad de Arizona. Escribía historias laberínticas y oscuras. Tenía un pensamiento elitista y ególatra, describiendo su propia prosa como “música clásica contemporánea” . Tuvo un largo historial de abuso de drogas, adicción a la televisión, relaciones tóxicas con mujeres (la escritora Mary Karr dijo que amenazó con matarla) y depresión crónica marcada por adicción a las pastillas. Todos estos temas que se ven reflejados en lo que para muchos es su obra maestra, La broma infinita, publicada en 1996. La novela es un mastodonte literario de mil doscientas páginas en su edición en español que ocurre en un universo peligrosamente parecido al nuestro. Los años son comprados por las marcas comerciales (ya no existe el 2010, 2011, sino “Año de la Hamburguesa Whooper”), un gran trozo de América del Norte se ha convertido en un páramo radioactivo ya que no encuentran dónde tirar los deshechos de las fábricas y Estados Unidos es gobernado por un presidente salido de su popularidad en televisión, que recuerda a Donald Trump. La trama (que tiene cientos de personajes) se centra en el hijo de un cineasta loco, cuyo padre, obsesionado con entretener a la gente, diseña una película tan placentera de ver para el ojo humano que las personas se desquician y sólo quieren continuar observando, aunque eso incluya cagarse en los pantalones o que les corten un dedo. Aún no se llega tan lejos como para inventar un arma visual de tal magnitud, pero se cumplirían varias de las predicciones que hizo la novela de Foster Wallace, entre ellas InterLace, un sistema de cartuchos que les daba a los ciudadanos la opción de elegir el contenido de entretenimiento que querían ver como reemplazo de la televisión (parecido Netflix, que fue creado un año después de la publicación de la novela y era un sistema de arriendo de películas por internet) y los Teleputer, un aparato que fusionaba el teléfono, el computador y la televisión, donde un programa de llamada por imagen y audio le permitía a la gente embellecerse al poner filtros a sus caras (parecido a Instagram, Skype o los teléfonos actuales en general).
Foster Wallace estaba preocupado del efecto que podía tener la adicción al entretenimiento en las personas, pero en comparación a los avances del internet y las tecnologías de hoy en día, sus predicciones quedan cortas. La Royal Society of Public Health y la Universidad de Cambridge realizaron un estudio con jóvenes entre 14 y 24 años donde se concluyó que las redes sociales son más adictivas que el tabaco o el alcohol y facilitan el desarrollo de trastornos depresivos y de ansiedad, porque la gente parece no conformarse con lo real. De todas las redes sociales analizadas, la que fue concluida como la más dañina fue Instagram . Netflix también está bajo análisis: en un artículo de la Revista GQ citan a Elena Neira, profesora de Ciencias de la Información, que describe el funcionamiento de la plataforma de streaming y la necesidad de mantener enganchada a su audiencia el mayor tiempo posible: “Su negocio consiste en conseguir suscriptores nuevos y retener a los que tienen, y eso último es clave. Si un servicio lo usas de forma muy intensa, nunca lo darás de baja. Por eso el número de horas vistas es un ratio muy claro para que Netflix decida qué productos tienen éxito” . Wallace, desde su mirada privilegiada y elitista, supo ver en lo que se convertirían las tecnologías y cómo moldearían nuestra forma de vida. Visionario en lo intelectual, monstruo en lo personal. Queda a merced de cada persona elegir si rescatar su legado o enterrarlo en el olvido.
[caption id="attachment_78487" align="aligncenter" width="441"] Margaret Atwood. Extraída de nytimes.com[/caption]
Margaret Atwood es una escritora canadiense, nacida el 18 de noviembre de 1939 en Ottawa, Canadá, educada en Harvard y ferviente activista de los derechos humanos y animales. Reside actualmente en Toronto. Dice que tuvo buenos padres, aunque haya novelistas que consideren que es necesario haber tenido padres atroces para escribir bien. Se crió en un ambiente cómodo, donde aprendió el valor y la fuerza de la naturaleza. En sus andanzas bohemias por los cafés de Toronto conoció a Leonard Cohen. Estudió en Harvard donde se dio cuenta de la gran diferencia que existía en el rubro entre hombres y mujeres. Fueron, en parte, esas experiencias las que la llevaron, interesantemente, en el año 1984 a juguetear con la idea de una novela que se transformaría en El cuento de la criada, publicada en 1985. La historia narra una distopía donde un poderoso grupo de fanáticos religiosos lanza un golpe de estado en Estados Unidos, mata al congreso y al presidente, suprime la constitución e instaura una dictadura militar teocrática que reestructura la sociedad en base a fundamentos religiosos extremistas, derogando los derechos de las mujeres, a las cuáles se les prohíbe, leer, manejar dinero, tener cargos de poder importantes, tener nombre propio y, debido a la baja natalidad, ser esclavas reproductivas del estado. La narración está contada por Offred, una criada (en inglés, De Fred, debido a que las mujeres toman el nombre propio del hombre al que han sido asignadas), que va contando poco a poco, como un puzle, la estructura de la nueva sociedad, la República de Gilead.
Atwood lleva al extremo ciertos patrones occidentales de opresión a las mujeres: el reemplazo del nombre (en Estados Unidos el apellido de la mujer es reemplazado por el de hombre cuando de casan); el modelo donde el hombre provee y a mujer mantiene la casa; la concepción de que el sexo sólo debe ser para reproducción, nunca por placer y en general la derogación de derechos femeninos que promueve la ultraderecha religiosa. Todos estos son elementos presentes en la actualidad, debido a eso, la autora asegura no escribir ciencia ficción, sino ficción especulativa , que consiste en tomar elementos existentes y explícitos de la realidad y llevarlos hasta sus últimas consecuencias para especular sobre un posible futuro. En el prólogo a de reedición del 2017, a causa de la adaptación a serie por medio de la plataforma Hulu, Atwood relata: “El cuento de la criada se nutrió de muchas facetas distintas: ejecuciones grupales, leyes suntuarias, quema de libros, el programa Lebensborn de las SS y el robo de niños en la Argentina por parte de los generales, la historia de la esclavitud, la historia de la poligamia en Estados Unidos” . En la novela no hay rayos láser, ni tecnología para viajar por el espacio, ni viajes en el tiempo, ni extraterrestres con poderes psíquicos. Hay machismo, extremismo religioso, la represión de una dictadura militar. Esto lleva a preguntarse, ¿se deberían considerar las distopías como ciencia-ficción? ¿El cuento de la criada cabe dentro de ese género, donde también están Star Wars y los escritos de Asimov? 1984 de Orwell tampoco tenía elementos abiertamente fantásticos, sino radicalizaciones de elementos reales. Para este análisis, sí tomaremos la ficción especulativa como ciencia-ficción distópica, debido a que ocurre en un futuro que no se ha llevado a cabo en occidente; hay quién diría que lo que pasa en el libro no está alejado de lo que ocurre con las mujeres en Oriente Medio, pero queda a criterio personal. Lo que sí evidencia la novela en contraste con acontecimientos recientes es la fuerza que han tomado ideologías fundamentalistas en la actualidad, como el ataque a mujeres protestantes en favor del aborto en la Alameda de Santiago el 2018, que fueron acuchilladas por exigir sus derechos por un grupo conservador radical o el paulatino crecimiento la ultraderecha religiosa militarista como con Bolsonaro en Brasil, el Partido Republicano de José Antonio Kast en Chile o Vox en España, donde proponen derogar y hacer retroceder políticas de género en nombre de la decencia o la sanidad .
[caption id="attachment_78485" align="aligncenter" width="200"] Philip K. Dick. Extraída de ecured.cu[/caption]
Philip Kindred Dick fue un novelista estadounidense nacido el 16 de diciembre de 1928 en Chicago, Illinois y murió de un ataque cardíaco el 2 de marzo de 1982 en Santa Ana, California. Tuvo una hermana gemela que murió con menos de un año y eso lo dejó marcado para el resto de su vida. Se casó cinco veces y sus relaciones terminaban generalmente por su adicción a las drogas, especialmente al LSD y las anfetaminas, que alimentaron su paranoia desenfrenada. Al final de su vida creía haber hecho contacto con una entidad extraterrestre que hablaba a través de su cerebro. Escribió más de cuarenta novelas y ciento veinte cuentos . Según Bolaño, “era una especie de Kafka pasado por el ácido lisérgico y la rabia” . Este autor está más presente de lo que se cree en la cultura popular contemporánea. Escribió ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, adaptada en 1982 por Ridley Scott en la película Blade Runner; sus novelas, especialmente Ubik han influenciado a Charlie Brooker, escritor de la ya mencionada Black Mirror; además varios de sus trabajos han sido adaptados al cine y televisión. Sin embargo, una de sus trabajos que nunca ha tenido adaptación es Los tres estigmas de Palmer Eldritch, publicada en 1964. La historia habla sobre un mundo colapsado por el calentamiento global, donde la Antártica es un resort de vacaciones y mucha gente es adicta a una droga llamada Can-D. El empleado precognitivo de una compañía enfrenta una complicada conspiración cuando Palmer Eldrich, un magnate que fue a explorar otra galaxia, vuelve al Sistema Solar con una nueva droga aún más adictiva, el Chew-Z y, al parecer, poseyendo poderes divinos. En esta novela, las personas de clase obrera en Marte toman el Can-D al lado de unas maquetas de juguete y la droga los transportan a un delirio donde ellos viven en esas casas de muñecas, teniendo una vida de millonarios. Además, la figura de Palmer Eldrich como un ente divino trayendo a la tierra una poderosa droga, refleja la preocupación de K. Dick por el vínculo entre la drogadicción y la religión.
Según un artículo de El mostrador: La ONU determinó que Chile ocupaba el segundo lugar en relación a la tasa de consumo anual sobre el uso de estupefacientes de tipo anfetamínico en América Latina en jóvenes de entre 13 y 18 años, drogas que se ven recurrentemente en clubes y discotecas. Un informe del Ministerio de Salud dice que: “En los escolares de educación media, un 30% refiere haber consumido alcohol el último mes, de ellos, el 50% se embriaga . El tema de las fiestas como excusa para consumir sustancia está tremendamente presente en nuestro país, si bien las drogas recreativas no son necesariamente malas, el uso desenfrenado sí es dañino". En Chile, existe la tradición de celebrar las Fiestas Patrias en septiembre, hecho que ya es un error de por sí, ya que la independencia de Chile fue en febrero de 1818 y lo que ocurrió en septiembre 1810 fue una Junta de Gobierno para apoyar al rey de España que había sido hecho prisionero por Napoleón. Este hecho histórico ha sido ocupado de excusa para implementar una tradición de desenfreno que termina en accidentes y provoca tentación en pacientes con historial de abuso de sustancias, como sugiere este artículo de El mostrador: “Asados, fondas, fiestas y sobremesas que no terminan, son algunos de los motivos que incitan el consumo de alcohol y drogas. El psiquiatra de Clínica Santa María Roberto Contente asegura que estas situaciones son delicadas, ya que estimulan la relación con el consumo y provocan mayores riesgos de recaídas en pacientes adictos en general, siendo precisamente una de las fechas con mayores recaídas en Chile .” De esta manera, en nuestro el abuso de alcohol se ha instaurado como algo casi obligatorio en nuestro país usando de excusa un hecho histórico (con fecha errónea), para conseguir mayor consumo de productos durante fechas que no sean de vacaciones. La necesidad de olvidar momentáneamente a través de pastillas el estrés de un sacar un título universitario o una vida estudiantil tormentosa, la costumbre de ahogar en alcohol las penas de amor o la frustración de no tener un mejor empleo o mejores condiciones de vida. Acudir religiosamente al escape de la realidad a través de las sustancias.
[caption id="attachment_78483" align="aligncenter" width="300"] Mary Shelley. Extraída de eldigitalcastillalamancha.es[/caption]
Mary Wollstonecraft Shelley nació en Londres en 1797 y murió supuestamente de un tumor cerebral en 1851, también en Londres. Hija de una feminista y un anarquista, su madre murió menos de dos semanas después del parto. Casada con el poeta Percy Bysshe Shelley, éste murió ahogado cuando llevaban seis años de matrimonio. Tuvo cuatro hijos, de los cuales sólo uno vivió lo suficiente para ver la edad adulta. En 1816 ideó una historia que publicaría en 1818, Frankenstein o el moderno Prometeo. La concepción colectiva que se tiene de Frankentstein es el de un hombre verde y gigante, con la cabeza deforme y tornillos en las sienes, imagen que proyectan las películas de Hollywood. La historia original es sobre un científico con complejo de dios que junta un montón de partes de cadáveres para crear vida, en un intento soberbio de poder dominar la naturaleza. Su creación se sale de control cuando se escapa y adquiere consciencia de su propio ser, dándose cuenta que es una aberración de la naturaleza y está condenado a ser eternamente rechazado por la sociedad, por lo que decide vengarse de su creador. Esta trama, ideada por una joven de diecinueve años, es uno de los puntos de clave en la literatura universal, ya que, aunque está contada como una historia gótica de horror, es en realidad una novela de proto-ciencia ficción filosófica que profetiza conceptos aún vigentes.
El tema es tremendamente abstracto y aún en el siglo XXI continúa siendo adelantado. Si bien la manera en que Shelley desenvuelve la historia de una manera en que se interpreta el rechazo hacia criatura como los leprosos o la enfermedad en general y la soberbia de Frankenstein como una crítica a la ciencia en desarrollo en esos tiempos, en la actualidad las implicaciones de esta historia son aún más trascendentales. Si nos ponemos a pensar en qué se podría comparar la creación de vida a través de cadáveres en la ciencia actual, podrían ser los adelantos cibernéticos y la clonación. Ambas áreas están aún subdesarrolladas, pero presentan a futuro implicaciones éticas, filosóficas y políticas ya presentes en esta novela. Si un robot o un clon fueran conscientes de sí mismos, ¿deberían tener derechos? Si son productos se la ciencia humana, ¿son seres vivos? Si los crea una empresa, ¿son su propiedad? ¿Se les puede usar como mano de obra esclava? Son preguntas que no tienen una contestación directa porque aún no se logran dominar las tecnologías que permitirían una discusión concreta de esas interrogantes, lo que hace aún más impresionante la lucidez se Mary Shelley. Pese a que lo escribió como un cuento para hacer dormir a sus niños, constituyó una historia que sigue siendo relevante doscientos años después y probablemente seguirá siendo relevante en doscientos años más. El ser humano está constantemente buscando innovar y sobrepasar las barreras de su propio intelecto, pero actualmente la ciencia se usa como una herramienta más del mercantilismo. Si se pudieran nombrar las estrellas como propiedad privada y usar su energía para alimentar la producción de productos, probablemente se haría. Multimillonarios ya están haciendo gestiones para ir a la luna. Se piensa demasiado en el “¿podemos hacerlo?” y no se tiene en cuenta el “¿deberíamos hacerlo?”. Si se pudiera crear vida consciente a base de cadáveres o un símil en los tiempos actuales, ¿de qué serviría?, ¿inevitablemente se convertiría en algo de que el capital se aprovecharía? Probablemente. Si encontraran una manera de convertir la basura en seres vivientes que se sirvan como trabajadores sin sueldo, se invertiría mucho en reciclaje y utilización de deshechos. Hay quienes piensan que hacerse preguntas sobre situaciones o conceptos que aún no son posibles concretamente es una pérdida de tiempo, pero cuando se tenga acceso a algo parecido a lo que vaticinó Mary Shelley y no se tenga una claridad ideológica, va a ganar el mejor postor. Lo que plantea la escritora a fin de cuentas es, ¿está la humanidad dispuesta a hacerse cargo de las consecuencias de su necesidad compulsiva de experimentar con la vida sólo porque se puede?
Se dice las tecnologías, ideologías y vicios son herramientas e instrumentos y que son las personas las que las utilizan y son responsables de su uso y abuso, pero eso es mentira. Si bien cada individuo tiene la libertad de resistir los mensajes explícitos o indirectos que se le imponen, toda tecnología, pensamiento político y droga es desarrollado con una intención clara y desde una postura. Las redes sociales no crecen en la naturaleza, son adictivas y causan percepciones de la realidad alteradas porque alguien las diseñó de esa manera; la ultraderecha religiosa no existe porque sí, hay poderes fácticos que las financian y permiten que sigan activas en la población; el alcohol y las drogas no son inherentes a la vida humana, están implantadas ahí porque enormes maquinarias publicitarias las inculcan como falso escape de una realidad tóxica y, finalmente, no hay que pensar que si se logra crear vida a partir de cadáveres, chips o células humanas es simplemente para desarrollo tecnológico en nombre del progreso. Siempre ha habido una intención detrás de cada invención y discurso de la raza humana.