Chris Marker se ha convertido en uno de los cineastas más lúcidos de su tiempo, en una figura enigmática. Ofició como novelista, ensayista, fotógrafo, evocó un cine militante, reflexivo. Sus preocupaciones humanas se plasmaron en su filmografía. Según filmaffinityⁱ logró dirigir 63 películas tanto documentales como ficción. Entre cortos, medios y largometrajes, algunos de su propia autoría, otros en colaboración con figuras del cine como Agnès Varda, Jean y Luc Godard. En 1967 tomó cargo de la coordinación del documental “Loin du Vietnam” trabajo colectivo de varios directores. Conjuntamente con otros obreros de la imagen fundaron el colectivo Medvedkine, reivindicando un hacer cinematográfico desde las luchas de los movimientos de liberación de entoncesⁱⁱ.

Cine Crítico / resumen.cl

Hoy, que habitamos en una realidad hecha de imágenes, dependemos de ellas para completar nuestra socialización con los demás, son indispensables para nuestras vidas. No estar dentro de sus encuadres nos provoca ansiedad, con ellas transmitimos al mundo nuestra cotidianidad, tanto lo real como lo teatralizado. Sumado a esta condición, los sucesivos encierros colectivos, la exacerbada intervención de la libertad por parte de los gobiernos, para “controlar la pandemia”, inevitablemente somos arrestados al consumo desmesurado de imágenes en movimiento. Desde los videos de TikTok hasta los estrenos seriales de espectáculo, completan el vacío que dejó el ya no comunicarse físicamente. Vivimos en el imperio de la imagen.

Pero, ¿existe alguna alternativa que contrarreste estas formas de relacionarnos con las imágenes? ¿Cómo se puede pasar de ser un espectador pasivo, lleno de ansiedad, a uno reflexivo?

Chris Marker propone una alternativa; La Jetée, metraje de ficción con mucho sustrato de realidad, de escasos 28 minutos. Pone a la vista una sucesión de imágenes fragmentadas en blanco y negro para exhibir la vida de los sobrevivientes de un mundo torturado, asolado por la destrucción radiactiva. Coexistiendo en las rendijas subterráneas de la ciudad de París, un prisionero es expuesto a la experimentación, para viajar como emisario en el tiempo. Es interesante subrayar que esta obra no es convencional, por evadir una regla fundamental del cine; la imagen en movimiento. Así Marker instituye lo que en palabras de Raymond Bellour establece “por qué no es el movimiento lo que define al cine, sino el tiempo”.

El argumento del relato gira en en torno a la memoria junto al poder de las imágenes. La sucesión de fotografías fragmentadas, sirve como dispositivo analógico, para acercarnos a nuestras propias relaciones, entre estas con nuestros recuerdos. Activando en nuestra mente, aquellos breves instantes fraccionados de nuestras vivencias, conservados en el retrato que proyecta nuestra reminiscencia; autobiografías de infancia. La expresión de la memoria como punto máximo. Expresado en la voz en off del propio director en el metraje; “esta es la historia de un hombre, un emisario, marcado por las imágenes de la infancia, la escena violenta que lo trastorna, y cuyo significado iba a comprender años después” es el preámbulo para conectar el inicio con el fin; pasado con presente. La profundidad de las representaciones quedan grabadas en nuestra mente, estás nos persiguen para siempre.

Del film se pueden sacar varias reflexiones, los cuales corren por cuenta propia. Aquí solo esbozaré una que se desprende para pensar nuestra cotidianidad. Esta película es una sana deliberación sobre el poder. Al igual que en la actualidad, en ese mundo desolado, muchas personas murieron. El hilo del relato ensamblado en encuadres se infiltra en un mundo, donde la vida se tendió en el encierro de las galerías subterráneas, un espacio de apartamiento. En esa vida, al igual que esta, existen vencedores y prisioneros, como nos advierte la voz en off “los vencedores montan guardia en el imperio de ratas”. La única alternativa vislumbrada es la experimentar con los vencidos, sujetos que acobijen fuertes recuerdos, para enviarlos como emisarios en los portales del tiempo, única esperanza de salvación de la humanidad. Visitar el pasado, el futuro para socorrer el presente. Una ficción que no dicta muy lejos de nuestra realidad actual, porque podrá cambiar el mundo tal como lo vemos, pero no las formas de ejercer el poder.

Para finalizar, esta obra maestra es un llamado a la resistencia, no tan solo la transformación de las formas de relacionamos con las imágenes; el consumo ansioso. También es mensaje a todos los que creen en un mundo diferente. Que a pesar de las grandes restricciones que han acometido los gobiernos en la pandemia que nos asola, el deseo de salvaguardar el derecho a la subversión es algo que debe permanecer siempre en la memoria. Es a partir de ella, de donde podemos sacar recurso para defender esos valores fundamentales para el ser humano. Porque ese prisionero, con toda la pesadumbre de la tortura que significaba ser emisario, seguía resistiendo para encontrar en la semejanza de su recuerdo la vida junto a la mujer que añora, ella es representación de la libertad, la felicidad y el mundo nuevo. Algo que todo sujeto con algo de cordura espera en este tiempo que nos toca vivir.

Para saber si la obra es buena o mala, tendrás que habitar con la mirada esos 28 minutos, para mí es simplemente fundamental, la influencia en 12 monos de Terry Gilliam es la prueba de ello, porque es una reflexión transgresora sobre el poder de las imágenes, como usarlas a contra poder. Siguiendo la reflexión de Raymond Bellour en el Espectador Pensativo; “la foto tiene el privilegio sobre todos los efectos gracias a los cuales el espectador de cine, ese espectador apurado, se vuelve también un espectador pensativo”.