Este viernes 3 de febrero, nuevamente, el centro sur de Chile se vio arrasado por incontrolables incendios forestales. Nada nuevo en la reacción de las autoridades y en los medios de comunicación masivos, la misma monserga que repite una y otra vez que el origen es producto de los humanos, la escasez de los recursos y el valor de los bomberos, entre tanto relato que marea y estorba.
La única cuestión relevante y destacada fue la aparición en los medios de alcaldes y alcaldesas que, desde la indignación y desamparo, hacían evaluaciones detalladas del alcance de la tragedia; en particular la edil de Santa Juana (provincia de Concepción), Ana Albornoz, fue enfática en responsabilizar a las grandes empresas forestales que tienen tomada la superficie comunal, así como de municipios similares, en su relato destacó el abandono y la discriminación hacia las “comunas chicas”.
La comuna chica, la zona rural, aquellos sectores vapuleados permanentemente por el Estado, es un concepto invisible en nuestro vocabulario, existe solo en circunstancias como las actuales o como parte de las ansiadas vacaciones de las clases populares de las grandes urbes. La alcaldesa aludida puso en el debate a su comuna desde una perspectiva política, dimensión que nunca habíamos conocido u oído. A partir de la catástrofe, el relato se convirtió en un alegato contra el Estado, el mismo que sabemos centralista en su estructura y neoliberal en su ideología.
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La comuna chica aparece como la sustentadora material de la reproducción de la vida urbana, el modelo de la modernidad. Pero, si es la base material de nuestra vida, ¿porqué no es también la base política de nuestra vida? Las respuestas son parte de una discusión tan antigua como bloqueada, se remonta a los tiempos de Diego Portales y sucesivamente es renovada por diversos proyectos políticos chilenos.
La comuna chica quemada, abandonada, discriminada nos vuelve a demostrar, ahora desde el ámbito territorial, que el Estado de Chile se posa pesadamente sobre el mundo popular, al que percibe como parte de su botín, explotado hasta la saciedad para beneficio de transnacionales y que solo ve aparecer autoridades con sacos de bonos y políticas públicas segmentadas que nada construyen, que no transforman la realidad, que solo justifican una estructura de abusos sin final.
La comuna chica habló fuerte, se hizo política por algunos minutos mediáticos, definió responsables activos y pasivos, es decir, empresas forestales y Estado neoliberal. La comuna chica mostró cuan perdida está la clase política y asfixiada la sociedad civil chilena.
Fotografía de Jorge Espinoza Lagos