Con miras a las elecciones en Alemania 2009

Y el fin del gobierno de coalición
Por Mario Morasan
 
Frankfurt/Berlín- El matrimonio de circunstancia que protagonizó la gran coalición
alemana hace poco más de dos años, parece tener los días contados. La derecha y la
izquierda gobernando juntas en el país de Goethe! Los comentarios no se dejaron
esperar y el mundo dijo, “eso sólo es posible en un país civilizado”. Y sí, en el
norte de Europa quizás sepan guardar mejor las formas (para empezar todo el mundo se
habla de usted y mantiene las distancias) pero no son más civilizados que en otros
lados; y si algo tienen en común los políticos del mundo entero es que no les gusta
compartir el poder.
El gobierno de coalición han creado un problema doble para los democratacristianos
(CDU). Hoy, hay muchos que opinan que la relación con los socialdemócratas (SPD)
está virtualmente llegando a su fin. Y el tema de la justicia social se ancla como
un tema de debate mayor.
Alemania se encuentra en un período que cruza el mero marco electoral y, va más allá
de las elecciones federales en septiembre de 2009, cuando la política que aplica
esta coalición sea cada vez más difíciles de reconocer, y con seguridad menos
estables. En el plano económico, alemania ha tenido un comportamiento moderadamente
positivo, aunque la población ve con asombro que las desigualdades sociales se
acrecentan cada vez más y los beneficios no llegan a todos por igual.
Esta idea se ha hecho más evidente después de los resultados electorales en Hessen y
Hamburgo, donde la CDU tuvo su mayor revés en los últimos 10 años: "hay déficit en
la justicia social", así lo reconocía un documento democratacristiano, elemento que
ha reordenado la base de la política alemana. Sobre todo, convirtió a "La Izquierda"
(Die Linke), un nuevo partido que agrupa a ex comunista de la RDA y disidentes del
SPD, encabezados por el ex ministro de economía de Schröder, Oskar Lafontaine. Die
Linke se ha convertido en un par de año en la tercera fuerza electoral, siendo el
único partido que crece actualemente. Die Linke está en el Bundestag, tiene bancadas
en diez de los 16 gobiernos regionales, comparte el poder en la región de Berlín con
los socialdemócratas y, de acuerdo a una encuesta, ganaría 11,9% de los votos en las
elecciones nacionales del otoño de 2009. Eso es más que los Verdes o los Demócratas
Libres, los partidos que desde la fundación de la República Federal han integrado
las coaliciones de Gobierno de Alemania con los democratacristianos (CDU) o los
socialdemócratas (SPD).
 
Las fuerzas reunidas por Die Linke (La Izquierda) parecen desestabilizar la
tradicional bipolarización de la política. Sin embargo, esta evolución aún es frágil
y no está exenta de contradicciones. Para los alemanes de derechas, este decorado
tiene algo que recuerda: Marx, a quien se creía enterrado desde la reunificación
alemana, vuelve a la superficie. En cuanto a las manifestaciones en las calles, que
durante las dos décadas posteriores al final de la República Democrática Alemana
(RDA) no interesaban a nadie, vuelven a estar de moda. Pero en el ala izquierda de
Die Linke este decorado suscita un temor de naturaleza totalmente diferente: que
Karl Marx y las manifestaciones pronto no existan más que en los fondos de pantalla
de las computadoras y en las paredes de las oficinas de los diputados, y que el
precio del creciente éxito del partido sea el abandono de sus ideales socialistas.
 
Siempre a pesar suyo, Schröder contribuyó una vez más al auge de esta nueva
izquierda, al convocar a elecciones federales anticipadas la misma noche de la
derrota sufrida por su partido, el Social Demócrata (SPD), en las elecciones
regionales de Renania del Norte-Westfalia el 22 de mayo de 2005. Schröder todavía
esperaba poder vencer a sus nuevos competidores de izquierda, ya que el PDS parecía
demasiado dogmático y la WASG demasiado falta de organización para que tanto uno
como otra superaran en forma separada el fatídico límite del 5%.
Pero ambas formaciones, a priori tan diferentes, emprendieron a marcha forzada un
proceso de unión que les permitió, el 18 de septiembre de 2005, bajo la dirección
común de Gregor Gysi y Oskar Lafontaine, integrar el Bundestag. En efecto, su nuevo
Linkspartei obtuvo el 8,7% de los votos y 54 diputados. Convertido en junio de 2007
en simplemente Die Linke (La Izquierda), el partido entró sucesivamente en los
Parlamentos de los Estados de Bremen, Hesse, Baja Sajonia y Hamburgo, logrando así
su implantación en el Oeste y su unificación en una formación poderosa, presente en
el conjunto del territorio federal.
Debates apasionados.
 
La Izquierda rechaza la Unión Europea (demasiado capitalista), quiere a Alemania
fuera de la OTAN y Afganistán. Quiere un Gobierno con un mayor gasto social, 50 mil
millones de euros más al año, con el fin de crear 500 mil empleos. Con la idea que
el Estado alemán está sub-financiado en unos 150 mil millones de euros al año,
propone arreglar este desequilibrio con aumentos de impuestos a los ricos y a las
grandes empresas.
Die Linke tiene una voz: Oskar Lafontaine, el ex líder socialdemócrata que una vez
votó contra la reunificación alemana y perdió en una lucha de poder contra Gerhard
Schroeder por la nominación del partido como candidato a Canciller en 1998, antes de
marcharse y encaminarse a lo que entonces eran los descampados de la extrema
izquierda.
Lafontaine es rápido, fuerte y es descrito a veces en la prensa alemana como un
hombre de insuperada arrogancia. Al mismo tiempo, mejor que cualquier otro político
alemán o que la gran coalición de democratacristianos y socialdemócratas, se ha
apropiado como su terreno personal de la brecha entre la palpable riqueza del país y
su difusa sensación de una justicia social que se desvanece. Tanto ha sido el auge
de Die Linke que Lafontaine ha asegurado que, en términos de fijar la agenda, está
"gobernando desde la oposición".
 
A poco más de un año de las elecciones federales, el partido ronda el 10% en los
sondeos, y en septiembre podría entrar en el Parlamento de la ultracatólica y
tradicionalista Baviera, donde los socialcristianos, socios de la canciller Angela
Merkel, temen por su mayoría absoluta por primera vez en décadas.
El auge del partido nació en buena parte del rechazo a los recortes sociales del SPD
de Gerhard Schröder. Die Linke propaga un programa de inversiones de futuro de
50.000 millones de euros, bajar de 67 a 60 años la edad de jubilación y un sueldo
mínimo de 10 euros la hora. Para financiar estas propuestas, proponesubir los
impuestos a los ricos y a las grandes empresas. También cree que hay que prohibir
los despidos masivos en empresas que tengan beneficios.
El partido se ve como punto de referencia de toda la izquierda europea, también en
los países donde las fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia tienen
dificultades. Lafontaine aspira a compensar en el conjunto de Europa la debilidad de
partidos hermanos en Italia, que inauguró su primer Parlamento sin un solo
comunista, y a España, donde Izquierda Unida se ha visto marginada tras las últimas
elecciones. 
 
Todo esto ha corrido paralelo al movimiento del discurso político y del centro
político, hacia la izquierda, y apunta en el futuro a la probabilidad de gobiernos
nacionales más frágiles, y complicados, de tres partidos. Esto es reflejo de un
cambio en la cultura política, donde los jóvenes ya no son entusiastas partidarios
de la UE y un líder político del sistema como el Presidente federal Horst Koehler,
se siente llamado a atacar a los "monstruos" de los mercados "el sistema
financiero". Aun así, el rol de Die Linke en los asuntos nacionales ha sido hasta
ahora en gran parte teórico. Esto parece estar cambiando, ya que Die Linke se ha
establecido como una fuerza política que ha reperfilado en escenario político
aleman, conviertiéndolos en un potencial partnert en futuros gobiernos. Es el actual
dilema del SPD, seguir con sus actuales socios CDU, democristianos o volver a sus
historicas ideas como reclaman sus bases del partido. Lo que es claro es que en
Alemania se respirar cambios que hay que observar de cerca.
 
El dilema socialdemócrata.
El escorpión ha picado hondo. El descenso en las encuestas de opinión ha hecho que
el liderazgo socialdemócrata se debate entre torpes movimientos de danzarin;
urdiendo una política de pololeo facil hacia la izquierda. Lo que busca es una
"buena razón" para acercarse a Die Linke y hacerla menos chocante incluso
presentable. Al proponer inesperadamente un candidato socialdemócrata que desafíe a
un segundo período para el Presidente federal Horst Kohler, en la elección que debe
hacer la Asamblea Federal, el presidente del SPD Kurt Beck generó una situación en
que Die Linke podía votar junto con él por un candidato de izquierda contra el
democratacristiano. La movida presidencial podría brindar un puente para una
relación cooperativa que permita a los dos partidos ir en paralelo contra Angela
Merkel en las elecciones nacionales, unos meses después. En un nuevo Parlamento
atomizado de cinco o seis partidos, los socialdemócratas y Die Linke podrían tomar
el gobierno en una coalición que podría incluir a los Verdes.
Esto pareció bastante menos teórico el 23 de mayo, cuando el hombre de Berlín que
representa a su Gobierno socialdemócrata/Die Linke ante el Consejo Federal
(Bundesrat) se abstuvo de votar en favor del tratado de reforma de la UE, ya que Die
Linke la cree demasiado capitalista, demasiado militarista y con insuficiente
conciencia social. Un acontecimiento impactante, y otros partidos en el Parlamento
de Berlín calificaron el acomodo de los socialdemócratas con su nuevo amigo como un
ejemplo de que Lafontaine los está llevando por las narices.
 
Pero al final, entre los profundos cambios políticos que afectan a Alemania, hay uno
importante que en realidad corre a favor de los demócrata cristianos. Se le describe
como la presidencialización de cómo votan los alemanes en una elección nacional: una
situación en la que Angela Merkel posee una amplia ventaja en popularidad como
próxima canciller. Contra la mayor inestabilidad de Alemania, su calma y su fuerte
prestigio internacional son activos electorales incuestionables. Contra la
perspectiva de un Gobierno de coalición más de izquierda dura de lo que nunca ha
considerado la Alemania democrática de posguerra, Merkel podría no sólo verse como
algo seguro sino como un resguardo ante lo desconocido. "Ella se esfuerza más que
nadie por evitar los conflictos, y los alemanes quieren eso", dijo uno de los
barones. "Tiene la gran virtud de decirles a todos que tienen un poco de razón".
Un último test son las elecciones en Baviera en setiembre 2008. Si la izquierda,
como lo demuestran las últimos estudios de opinión entra al parlamento Bavaro esto
permitira reordenar todo el tablero y ahí volverá a triunfor la avaricia del "hombre
político".
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