Carolina Ávalos V.Gustavo Celedón B.
“En Chile no nace ni muere el neoliberalismo”. Este fue el título de la última conferencia que se realizó en el marco de la Asociación Chilena de Filosofía. Estuvo a cargo de Rodrigo Castro, profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Un título en principio polémico y por tanto generador de discusión, de debate e intercambio de ideas.
Sugestivo porque tan solo con su enunciación, recuerda las manifestaciones en torno a la Revuelta, nos transporta a la calle, nos hace imaginar los carteles que afirmaban multiplicidades, infinitos abusos y una crisis transversal. Nos lleva a ese comienzo en que los cacerolazos mudos suspendían el tiempo para luego construir el espacio donde gritos, rayados, sonidos, música y combate, efectivamente, pregonaban el fin del neoliberalismo. Y sí, la experiencia del 18 O nos hizo sentir que las calles eran nuestras y que era posible terminar con el orden neoliberal. Y así lo vivimos, como el fin y el comienzo de otra cosa.
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Pero aquel título no dice, no busca pensar sobre la experiencia del “Estallido Social”. Lo que busca, más bien, es explicar el origen del neoliberalismo y develar el engaño en que se funda la frase “en Chile hemos puesto fin al neoliberalismo”.
Más que refutar los conceptos y teorías que responden al trabajo de especialista, lo que nos interesa pensar aquí es el orden de exclusión en el que este título se funda y la reproducción de ciertas formas filosóficas que restringen el derecho a la filosofía.
El título “En Chile no nace ni muere el neoliberalismo” autoriza al autor a demostrar mediante sus conocimientos, a través de conceptos, ideas, referencias a diversa bibliografía, mediante ejemplos y comparaciones, la afirmación que abriría la discusión. De hecho, cuando se dijo en la misma mesa que “algunos intelectuales se han deleitado con la idea de que con la revuelta se ha puesto fin al neoliberalismo”, dio paso a que el autor nos abriera los ojos y nos dijera que nada de esto ha pasado. Que no se puede hablar de fin, que el concepto de crisis es insuficiente para abordar el profundo problema que el momento actual enfrenta. ¿A quién le habla la filosofía? ¿A quién se dirige esta filosofía? ¿Quién cree que en Chile realmente estamos viviendo el fin del neoliberalismo? ¿Quién necesita de especialistas para que lo demuestren?
Los nombres de los intelectuales nunca llegaron. Después de todo no ha sido necesario saberlo porque la cuestión que aquí importa es el lugar de enunciación desde el que se plantea un debate filosófico. Y en este caso creemos que se apunta al orden institucional, a esos discursos que suscriben que el 15 de noviembre de 2019 en Chile se comenzaba a vivir fuera del neoliberalismo, aquellos que creen que con la nueva Constitución desaparecerá la desigualdad. Porque, efectivamente, en dicha conferencia se jugaba un doble cierre. El primero es el que dice que la calle no habla, que la calle no piensa, que el Estallido o la Revuelta están profundamente alejados del saber. El segundo, una vez hemos entrado a la “racionalidad” del 15 de noviembre, es aquel que mezquinamente busca insistir en que nada puede cambiar porque los cambios no ocurren ni nacen en Chile, no pueden nacer en Chile, esa provincia de gente que no piensa, que no sabe. El cosmopolitismo liberal se impone aquí, el mundo va antes que la provincia, chilenos y chilenas no tenemos idea de nada de lo que ocurre, tenemos que aprender a obedecer, para eso nuestros intelectuales e investigadores nos enseñarán las leyes de la naturaleza que en verdad son las leyes del mercado y las leyes de lo que pasa en Europa, en los países llamados desarrollados. Realismo capitalista en estado puro.
Entonces, ¿a quién ahora, más que nunca tiene que dirigirse la filosofía? ¿desde dónde, desde qué lugares debe emerger la filosofía? ¿Qué o quiénes han sido excluidos/as en este título?
Una paradoja se presenta aquí y nos muestra una dimensión de la cuestión. Una de las características del neoliberalismo que es utilizada para fundamentar su continuidad, tiene relación con lo cotidiano, lo que, desde un punto de vista filosófico, supone una dificultad mayor: la capacidad de subjetivación que alcanza. El orden neoliberal coloniza no solo el orden institucional, sino que también nuestros cuerpos, nuestras prácticas, nuestro pensamiento.
Por esta vía de acceso entró a la cuestión una filósofa que comentó el trabajo. Se alteró el orden discursivo de la especialidad y se recordó que, tras todo aquello, hay cuerpos y experiencias que saben que no hay tal fin del neoliberalismo. Que hay una evidencia sensible, una experiencia que lo demuestra: sentencia, como se sabe, liberal por excelencia. Que los cuerpos lo saben porque lo viven día a día, porque están inmersos en su dolor y en sus injusticias, lo saben porque no necesitan explicaciones, lo saben porque no ven otra salida. Y, en este caso, la filosofía, esta filosofía, no le está dejando espacio a imaginar otra cosa porque el lugar desde el que se enuncia el especialista no es el de la igualdad. Como si la filosofía tuviese el saber para determinar y dictar qué es lo que le pasa a esos cuerpos, los mismos que desde el 18 O se instalaron en la calle, perdiendo ojos y vidas, sabiendo, sintiendo que el neoliberalismo los invade porque no es total y que por eso, día tras día, empuja y violenta. Al fin y al cabo, este realismo capitalista a ultranza no es otra cosa que el temor a la ira de los bancos.
No se trata de binarismos. No se trata de fin o continuidad. Se trata de encontrar, propiciar o forzar espacios de ruptura del orden neoliberal que nos permitan tener la experiencia de otra cosa y desde allí imaginar otros mundos posibles e imposibles. Las humanidades, el arte y la filosofía están llamadas a garantizar otras formas de ser. Por esto hay que afirmar el derecho a la filosofía, el derecho al arte, el derecho a las humanidades, el derecho a saber y crear saber, en todos los espacios, escenarios y tiempos, lo que supone afirmar también el compromiso de profesores/as e investigadores/as con la comunidad de la cuestión, con una comunidad de iguales que interroga, de diversos modos, discursos, sensibilidades y prácticas, al orden instituido –orden que excluye– y al orden instituyente — orden que seguirá excluyendo.
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