Cristián Warnken o la flojera de pensar

Hay en el mundo un gran número de pensadores que reflexionan y argumentan desde la condición de victimas o asumiendo su defensa, incluso volviéndose esta misma situación bastante estéril en tanto imposibilitaría encontrar correspondencia entre lo que se está pensando y lo que se quiere defender. Por Juan Pablo Orellana * Esto le pasó, a nuestro entender, a Cristián Warnken en su columna del diario El Mercurio, titulada: “Intelectuales y Violencia”, donde acusa a algunos intelectuales y profesores, de ser responsables directos de los actos de violencia que acaecen en el país, desde la revuelta social de octubre del 2019. Construir todo un discurso en torno a las víctimas es la postura intelectual más fácil (en tanto resulta fácil identificarse y/o sentir compasión por tal calamidad) y muchos grupos han decidido construir todo un “andamiaje teórico” a partir de esta identificación y posterior vocería. Señala Warnken que: “es fácil justificar esa violencia tomándose un whisky”, pero igual de fácil resulta hablar contra ella, desde un lugar común, como es el caso de los propietarios de pequeños negocios y habitantes del concurrido sector céntrico de Santiago. Te puede interesar: A dos años del levantamiento popular de octubre de 2019: solo con la fuerza del pueblo retomamos la iniciativa estratégica Sin hacer una apología de la violencia, parece oportuno encontrar un punto de encuentro entre lo que vivió la filosofa (judía) Hannah Arendt en el juicio contra Eichmann (viejo jerarca nazi). Caso que la intelectual reporta de manera de manera muy completa en su libro “Eichmann en Jerusalén”, dando paso a uno de los conceptos más conocidos de la autora, como es el de “la banalidad del mal”. Si asumimos la serie de premisas que presenta Warnken en su pobre columna de opinión, no podríamos hacer ni siquiera un juicio de valor de las acciones de violencia durante la revuelta o su conmemoración el pasado 18 de octubre, puesto que cada individuo, podría reconocerse, al igual que lo hizo el criminal nazi, como inocente, ya que no tendrían de plano ninguna intención (buena o mala) con sus actos ya que solo estarían respondiendo a órdenes y mandatos (de sus líderes, intelectuales o profesores). Por tanto Warnken cae en su propia trampa, pasando de un extremo a otro sin contratiempos, tal como se parece cuestionar la filósofa judía: ¿será qué hay algo, un quehacer posible entre la resistencia y la cooperación? (que los líderes judíos de la época del régimen nazi se olvidaron de escudriñar) y que por lo tanto, a través de sus propios actos, se puede evidenciar también la terrible y profunda debacle moral perpetrada por el nazismo (y no solo entre los victimarios, sino también en las víctimas). Al negarles la potestad de pensar por sí mismos a quienes cometieron actos violentos, Warnken les niega a su vez la posibilidad de realizar actos morales, por tanto, una reflexión que parte identificando a buenos y malos y exigiendo de estos últimos, su propio camino de expiación se vuelve completamente estéril, resultando todo esto en una aporía evidente. Es así que la labor de quien se acusa intelectual sería más bien tratar de entender que propició o viene propiciando la acción violenta por parte de los grupos marginados, porqué estos fenómenos de violencia política que él acusa de una especie de nihilismo vacío, son y han sido tan recurrentes en nuestra larga historia, desde el bandidaje, el populacho, los pingüinos, los sopaipas y wachiturros, hasta los actuales marcianakes deciden cada cierto tiempo, lanzarse a la violencia ciega y sin fines muy específicos, retratando el concepto de “violencia divina” que trabajara magistralmente Walter Benjamin. Por tanto, comprender un fenómeno del cual nuestra sociedad está transida y del cual la academia en general o ha negado sus plumas o al menos las ha dejado al margen, es conditio sine qua non para que empecemos realmente a hablar de violencia, especialmente, de la violencia con fines políticos.   *Profesor de Filosofía   Foto: Radio Universidad de Chile
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