Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Los supuestamente inteligentes Servicios de Inteligencia, de Estados Unidos y Gran Bretaña, ahora están anunciando que la invasión de Rusia sobre Ucrania va a comenzar el próximo miércoles. Pero, hablando en serio, ¿para qué dicen eso, si saben que es mentira y que el miércoles ya tendrán que dar explicaciones otra vez?
Está claro que, a nivel mundial, ningún gobierno cree que en realidad vaya a estallar esa guerra. Pero la creación de un estado psicológico de tensión y temor es algo que los políticos, sobre todo los de bajo prestigio, pueden aprovechar en su favor.
En términos objetivos, sobre hechos concretos, ¿por qué y para qué podría querer Rusia invadir a Ucrania, o a cualquiera de esos conflictivos y pobres países del oriente de Europa que hasta ahora subsisten gracias al apoyo económico que les proporciona la Unión Europea?
A falta de alguna respuesta real y creíble, la Gran Prensa internacional, controlada por las transnacionales con sede en Estados Unidos, ha orquestado una gigantesca y persistente campaña de información distorsionada, más publicitaria que periodística, contando el cuento de que toda la amenaza de Rusia contra el llamado “mundo libre y democrático”, es obra de la mente perversa del Presidente de Rusia, Wladímir Putin, que, según ellos, sería un dictador con ambiciones imperialistas que quiere perpetuarse en el poder, y se propone devorar a los países vecinos.
Por supuesto, tales acusaciones tratan de ser convincentes a pesar de que jamás han presentado prueba alguna válida que justifique una condena contra Putin, ni, menos, contra Rusia.
Así, podemos hacernos la misma pregunta. ¿Por qué y para qué Estados Unidos con sus aliados aspiran a un clima de enfrentamiento con Rusia en el que muy difícilmente, y con un costo enorme, quizás podrían ser victoriosos?
El filósofo romano Séneca fue el primero en señalar que más importante que desenmascarar la mentira es revelar cuál fue el propósito de la mentira. Y formuló la sencilla pregunta: ¿Cui bono? ¿Cui prodest?
¿Para quién es favorable? ¿Quién sale ganando?
Y por supuesto esa pregunta formulada hace dos mil años sigue siendo en nuestros días la clave para descubrir la verdad de los hechos, definida ahora como “El Móvil del Delito”, o “el móvil de la acción” que se investiga.
En este caso del supuesto estado de cuasi guerra con Rusia, la investigación de hecho ya nos remonta hasta 1999, cuando los gobiernos del demócrata Bill Clinton y el laborista británico Tony Blair lanzan la guerra contra Yugoslavia.
En ese momento, ya terminada la Guerra Fría y desintegrada la Unión Soviética, la OTAN, bajo pretextos humanitarios, lanza una guerra devastadora para desintegrar el único país socialista de Europa, Yugoslavia.
Una guerra que se inició violando desembozadamente la Carta Fundamental de las Naciones Unidas y las normas vigentes del derecho internacional. Con ella, quedaba planteada la llamada “doctrina del siglo americano” que implicaba el predominio de Estados Unidos sobre todas las naciones del planeta.
Con ello se iniciaba la doctrina de preservar la paz mediante una guerra permanente. Si miramos esa guerra como violación de la Carta de las Naciones Unidas, el móvil de esa violación y de los miles de civiles muertos en los bombardeos de la OTAN, responde claramente al móvil del dominio imperial de Estados Unidos y sus aliados obedientes.
Así lo denunció el expresidente soviético y Premio Nobel de la Paz, Mikhail Gorvachov, quien luego denunció como acción ilegal la invasión contra Irak en 2003, y, en 2007, denunció en pleno la política exterior de Estados Unidos basadas en acciones unilaterales y guerras, haciendo caso omiso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ignorando el derecho internacional y haciendo burla de la voluntad de los pueblos, incluso del propio pueblo estadounidense.
La propia invasión a Afganistán, en octubre de 2001, fue una acción ilegal, ya que el gobierno de los talibanes había acogido la exigencia de Washington de entregar al líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, acusado de ser autor intelectual del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas en Nueva York.
La respuesta de Afganistán fue que el gobierno de Estados Unidos pidiera formalmente la extradición de Bin Laden y presentara los cargos en su contra ante los tribunales de justicia afganos.
Pero ante ello, el presidente George W. Bush simplemente lanzó la invasión que iniciaba la más grande y sangrienta guerra de la historia de Estados Unidos, que continuó luego el presidente Barack Obama, Premio Nobel de la Paz, siguió con Donald Trump y terminó en una retirada ignominiosa en agosto del año pasado.
El sueño ideológico del Fin de la Historia bajo la conducción imperial estadounidense implicó varios fenómenos más o menos simultáneos, por la evolución natural de las economías y las realidades sociológicas y políticas en todo el mundo.
Particularmente fuertes fueron los efectos de la recuperación de Rusia tras el desastre soviético, y el explosivo desarrollo económico, tecnológico y social de China. En el Cercano Oriente y en África cobraron fuerza movimientos locales interesados en formar alianzas para el desarrollo industrial y económico.
Particularmente fuerte fue el desarrollo económico de Libia unido a las iniciativas del líder libio Muammer al Khadafi, orientadas a crear un mercado común africano independizado del dólar por la creación de una nueva unidad monetaria, el dinar africano con respaldo de oro.
Asimismo, con discreto apoyo de Turquía, se inició un movimiento social-islámico que cobraba fuerza sobre todo en Siria, Egipto, el Líbano, Yemen, y ganaba influencia en los estados árabes del norte de África, incluyendo a Argelia y Marruecos.
Ese vasto proceso progresista del mundo islámico fue visto como un peligroso desafío al predominio de Estados Unidos, ante el cual, desde el seno del gobierno de Barack Obama se articuló la llamada “primavera árabe” que se tradujo en procesos revolucionarios que incluyeron la guerra interna de Libia que, con participación activa de la OTAN, culminó con el asesinato de Khadaffi y la virtual desintegración del estado libio.
Asimismo, en Egipto, el dictador Hosni Mubarak fue derrocado en 2011 tras una serie de protestas en las que el gobierno, aliado de Estados Unidos, provocó la muerte de entre 300 y 500 jóvenes.
Tras la caída de Mubarak, se realizaron elecciones presidenciales en las que resultó ganador con amplia mayoría el candidato de la Hermandad Islámica, Mohammed Morsi, el cual a su vez fue tres años después derrocado el 8 de junio de 2014, en un sangriento golpe militar encabezado por el general Mohammed al Sissi, formado en la Academia Militar de Gran Bretaña y ferviente partidario de la política occidental encabezada por el presidente Barak Obama.
Paralelamente, también en 2014, el gobierno de Obama, junto a los reyezuelos petroleros del Golfo Pérsico, respaldó el inicio de una guerra interna en Siria, apuntada a destituir al gobierno del presidente Bashir Assad.
La guerra interna de Siria no logró apoyo interno de la población debido a la popularidad del presidente Assad que, pese al enorme apoyo financiero y militar de Estados Unidos hacia los rebeldes, logró sin embargo resistir hasta la intervención salvadora de Rusia en apoyo del gobierno constitucional.
La intervención de Rusia fue decisiva y permitió que las fuerzas leales al gobierno recuperaran la totalidad del territorio, con excepción de una zona junto a la frontera de Irak, donde están los yacimientos petroleros de Siria que siguen actualmente ocupados por tropas de Estados Unidos, y otra pequeña zona en el noroeste, donde fuerzas estadounidenses y turcas siguen operando bajo la figura de proteger a la minoría rebelde, junto a los rebeldes kurdos y un número indeterminado de ex terroristas del Estado Islámico.
Asimismo, bajo el gobierno de Barack Obama, Estados Unidos inició acciones de guerra en Yemen, contra los rebeldes hutíes que no aceptaban el régimen apoyado por Arabia Saudita, dando así comienzo a otra sangrienta guerra que continúa hasta ahora, en que Estados Unidos, junto a la monarquía árabe saudita y los emiratos petroleros han invadido el territorio yemení violando otra vez la carta de las Naciones Unidas y con incalculable costo de vidas humanas incluyendo la muerte de alrededor de 10 mil niños que han perecido de hambre.
Durante todo ese turbulento período de intervenciones militares estadounidenses en todo el mundo, la aspiración ideológica del Nuevo Siglo Americano comenzó a quebrantarse incluso dentro de Estados Unidos.
Por un lado, los exorbitantes gastos militares de Estados Unidos habían superado la capacidad financiera efectiva del país, que tuvo que recurrir cada vez más a obtener fondos mediante emisión de bonos de deuda, o sea, mediante endeudamiento fiscal.
Ese endeudamiento coincidió con la crisis financiera de 2008, que el gobierno de Barak Obama resolvió aumentando enormemente la emisión de bonos. Es decir, el endeudamiento oficial de Estados Unidos entró en un ciclo de más y más deuda cada año, llegando en estos momentos a los 30 millones de millones de dólares.
El efecto del deterioro económico de Estados Unidos se hizo sentir también en la oferta laboral y en el deterioro de la capacidad de compra de la gente. De hecho, las más grandes corporaciones multinacionales ya no contrataban trabajadores estadounidenses, pues llevaban sus capitales y sus plantas de producción industrial a otros países.
Empresas consideradas legendarias, como la Apple, entre otras, habían reemplazado a los trabajadores estadounidenses cuyos sueldos mínimos alcanzaban hasta los 10 dólares la hora, por trabajadores de países asiáticos que ganaban 25 centavos de dólar la hora.
Con ello, la economía industrial de Estados Unidos se debilitó y la oferta de trabajo bien remunerado disminuyó cada vez más. En esas circunstancias, el Partido Republicano adhirió a la propuesta de Donald Trump de renacionalizar la economía, descartando la política de tratados comerciales internacionales.
Durante el gobierno de Trump, Estados Unidos frenó la internacionalización de la economía, enfatizando el nacionalismo y el retorno a una economía de producción industrial dentro del territorio nacional.
Mas por muy buenas que hayan sido sus intenciones, su gobierno no logró recuperar su capacidad de producción de bienes concretos y, en cambio, debilitó la influencia de Estados Unidos en la política y la economía mundial incluso en sus propios países aliados.
El fracaso del programa de gobierno de Donald Trump fue lejos más allá de lo económico, particularmente por el avance incontenible del desarrollo industrial, tecnológico y financiero que se consolidaba cada vez más en China.
Los intentos de Washington de obtener ventajas sobre China mediante presiones políticas resultaron contraproducentes. De hecho, las sanciones de impuestos y gravámenes financieros sobre la importación de productos chinos no llegaron a afectar el volumen de esas importaciones. En realidad, el impuesto fue pagado por los propios consumidores estadounidenses, que debieron absorber precios más altos.
Asimismo, durante el gobierno de Trump quedó en evidencia que la doctrina neoliberal orientada a la privatización absoluta de la actividad económica había fracasado. Y la supervivencia de la economía ya había pasado a depender ostensiblemente de acciones gubernamentales, sanciones y medidas de fuerza para el control de la economía mundial. Eso significaba admitir que la Economía Neoliberal ya había muerto, transformándose en una actividad en la que el Estado pasó a quedar al servicio de las grandes empresas y no de la ciudadanía.
El deprimente final de los 4 años de gobierno de Donald Trump implica, en muchos sentidos, el final de las seguridades de que Estados Unidos y sus asociados pudieran sostener su predominio mundial.
El indiscutible poderío de una nueva Rusia, ahora no comunista, aparecía ya imbricado con el inmenso poderío de una nueva China, donde el comunismo parece evolucionar más rápido de lo esperado, hacia el fin de la llamada “dictadura del proletariado” de los tiempos de Mao Tse Tung.
La reciente intentona de golpe de estado contra el gobierno de Kasakhstan, obviamente apuntado a imponer un nuevo gobierno favorable a Estados Unidos y sus aliados, culminó instantáneamente en un fortalecimiento de la alianza de Kasakhstan con Rusia, y de su integración estratégica con China.
Más aún, según reconoció el general estadounidense Michael Kurilla, jefe de las fuerzas de Estados Unidos en el Oriente Medio, en estos momentos, de los 21 países de aquella región, 18 ya están alineados con China para participar en el proyecto económico de la Nueva Ruta de la Seda. Únicamente se siguen manteniendo al margen siguiendo los intereses de Estados Unidos tres países.
Así, pues, ¿quién espera alguna ventaja de la histérica amenaza de una supuesta guerra inminente por la invasión supuesta de Rusia sobre Ucrania, sabiendo que tal invasión en realidad no va a producirse?
En realidad, las voces más estridentes sobre esa inminente guerra en Ucrania son las dos los dos gobiernos más descalabrados del momento actual. El gobierno de Joseph Biden en Washington, donde tras un año de presidencia está con una aprobación de apenas el 40% del electorado, en momentos en que ya enfrenta las próximas elecciones parlamentarias.
Y el gobierno de Boris Johnson en Gran Bretaña, cuya aprobación, según las encuestas, ha caído a un mísero 24%. Para ellos, los llamados al patriotismo y al nacionalismo heroico frente a la amenaza de Rusia son básicamente un pedido de auxilio.
Para ellos, mantener al máximo la sensación de crisis es un recurso político apuntado a su propia nación. De ahí que el mismo presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, esté rechazando las noticias sobre la supuesta inminente invasión de Rusia. Más aún, está pidiendo que los británicos muestren qué pruebas tienen para basar sus pronósticos.
En realidad, ya está claro que Ucrania tendrá que resignarse a cumplir los términos del Acuerdo de Minsk, en que se comprometió a respetar la autonomía de las provincias del Donbass, donde más del 90% de la población es rusa y habla en ruso.
También en Ucrania una parte muy importante de la población no se siente amenazada por Rusia y, según algunas encuestas, confían en que se llegará a un acuerdo directo entre Kiev y Moscú para garantizar la normalización de las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambas naciones.
En cuanto a Crimea, todos saben que es un territorio ruso desde hace más de 300 años, cuando Rusia la arrebató al imperio turco. De hecho, la ocupación total de Crimea por Rusia fue casi un siglo antes de la emancipación del resto del territorio de Ucrania que seguía en poder de Turquía.
Así, pues, volvemos a la pregunta básica: ¿Cui Bono? … ¿A quién le conviene?
A Ucrania, a Rusia y a los países de Europa no les conviene la guerra, ni les convienen las amenazas de terribles sanciones por parte de Estados Unidos y la OTAN.
Y los mensajes ideológicamente sublimes que Estados Unidos y la OTAN siguen enviando urbi et orbi, para “emocionar al mundo entero”, cada vez más están provocando fastidio e incluso burlas.
Cada vez más se sabe que las ideologías no pueden reemplazar al conocimiento real, y que todas las ideologías, incluyendo las religiones, tienen que evolucionar… o morir.
De hecho, hace un par de semanas se anunció la edición en inglés de una nueva Biblia, actualizada, modernizada, fíjese, y con alrededor de 11 mil cambios en sus textos para hacerlos más aceptables para la mentalidad actual de la gente. Total, ya todos saben que los textos del Antiguo Testamento de la Biblia fueron escritos recién 300 años antes de nuestra era, con fondos del gobierno griego de Egipto, en la Biblioteca de Alejandría.
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro. Y recordemos siempre que más que la mentira lo que hay que revelar es la intención del mentiroso.