Todos sabíamos que la muerte lo estaba rondando de mil maneras distintas. Él no quería morir, no por miedo sino por amor a la vida. Tenía ganas de seguir adelante. Durante las últimas semanas, los anti-chavistas en Miami venían lanzando oleadas de infundios sobre la gravedad de su salud. Eran infundios feos, que principalmente exhibían un deseo caníbal de que el presidente Hugo Chávez se muriera. Y cuando el presidente murió la reacción de los venezolanos de Miami fue tan desenfrenada que incluso, fíjese Ud., la muy antichavista agencia noticiosa Reuters, de Estados Unidos, no pudo disimular un tono de repugnancia ante el carnaval de champagne y risas con que esos venezolanos festejaban la muerte de Hugo Chávez. En fin, entre los muchísimos records alcanzados por el presidente Chávez, se cuenta el de haber sido el gobernante más calumniado y más soezmente difamado de los últimos cien años. Y eso, por supuesto, no implica que Chávez no haya cometido errores, ni que no haya hecho una despreocupada exhibición de sus defectos. No. Incluso hay que reconocer que era más bien gordo y de rostro más bien feúco, como lo fue también nuestro Bernardo O’Higgins. Además disparaba certeramente sus opiniones, sus diagnósticos y sus propuestas, y lo hacía en un lenguaje de criollo mal hablado, echando “rendías” tal como lo hacía nuestro Diego Portales, que es un personaje tan amado por la derecha chilena. El miércoles 6, dos de los principales diarios de la derecha de Francia, el “Echos”, centrado en economía, y “Le Monde”, de tendencia mercurial, coincidían en afirmar que la muerte de Hugo Chávez, si bien dejaba a Venezuela con gran desarrollo social y con notable reducción de la brecha entre ricos y pobres, de todas maneras su gobierno había sido malo y dejaba a Venezuela económicamente mal. La misma afirmación fue recogida por otros detractores de la Revolución Bolivariana, en una impresionante exhibición del coro de la llamada prensa “Occidental”, controlada por el poder financiero transnacional. Pero de pronto irrumpió en Internet un artículo del periodista Luis Casado, del grupo Generación 80, que fue también difundido por el economista Marcel Claude. Dice aquel artículo que no es Venezuela la que tiene 30 millones de cesantes. Es la Unión Europea, la misma que aparece opinando que Venezuela está en la pobreza.. Que Venezuela tiene un crecimiento económico que porcentualmente duplica el de cada uno de los países europeos y de Estados Unidos. Que ningún Banco venezolano está en bancarrota y pidiendo salvavidas financieros del gobierno. Los que están así son los bancos europeos y estadounidenses. Y, aunque no lo menciona ese artículo, podríamos agregar que no es en Venezuela sino en Estados Unidos donde más de un tercio de la población sobrevive por los bonos de caridad que entrega el gobierno para la alimentación de los pobres. Es decir, son los países más fracasados los que encabezan el coro de las descalificaciones a lo que fue el gobierno de Hugo Chávez. Estadistas porros que siguen tratando de dar lecciones y marcar rumbos a nuestra América Latina. Sin embargo no es sólo la internacional de la derecha la que se encarnizaba demonizando a Hugo Chávez. También desde la izquierda surgía un coro de voces supuestamente impregnadas de purísima ideología revolucionaria, de caudillitos de una izquierda enana que, también ellos, se consideran calificados para descalificar la revolución bolivariana. También ellos, que no han conseguido jamás un resultado, se consideran a sí mismos capacitados para enseñarles a los venezolanos cómo se hace una revolución. Sin embargo, pese a todo ese bataclán injuriante, ha sido imposible ocultar la conmoción mundial y la concurrencia masiva de los líderes mundiales de todos los niveles a rendir homenaje a un presidente del que se esperaba poquito, pero que trastornó y transformó la convivencia de las naciones latinoamericanas, y fue aporte vigoroso para el renacer de los No Alineados y la doctrina de un nuevo orden mundial multipolar, horizontal y transversal, libre de súper poderes imperiales. En realidad, Hugo Chávez, más allá de sus méritos personales, se encontró en el centro de una configuración sincronística, en que el momento histórico se configuró con una verdadera arquitectura de acontecimientos, personas y circunstancias, que cambiaron las correlaciones de fuerza entre las naciones pequeñas, débiles y pobres, frente a las grandes potencias. Valdría la pena revisar aunque sea muy a la ligera su meteórica carrera de 21 años, entre el 4 de febrero de 1992, con su fracasado intento revolucionario militar, y su muerte en plena victoria democrática. En febrero de 1992, Venezuela estaba sumida en una miseria insoportable de la inmensa mayoría de la población, en contraste con un ostentoso enriquecimiento de la clase alta. La brecha brutal en la distribución de la riqueza se había acentuado por la aplicación del gobierno de Carlos Andrés Pérez, de las fórmulas neoliberales. La crispación social había cobrado fuerza y violencia hasta que el 27 de febrero de 1989 hubo un estallido en que miles de personas, trabajadores con sus mujeres y niños, se lanzaron violentamente hacia el centro de Caracas, y en su exasperación cometieron destrozos y saquearon locales comerciales de todas clases. Al día siguiente, las multitudes ocupaban prácticamente todo el centro de Caracas, y amagaban la seguridad de los barrios residenciales de la clase alta. Entonces el presidente Carlos Andrés Pérez ordenó que las fuerzas militares desalojaran por la fuerza la ciudad. Hubo un enfrentamiento encarnizado. Según las cifras del gobierno, las tropas mataron a 390 manifestantes y dejaron heridos a cerca de 1.500. Según las cifras de los historiadores y periodistas, el número de muertos superó los 3.500. Los hechos produjeron un impacto profundo en un sector importante de la oficialidad joven de las fuerzas armadas de Venezuela que, además de sentir que habían sido utilizados para tratar a sus compatriotas como si fueran enemigos, veían también la corrupción y la repartija de las riquezas del petróleo entre los jerarcas qu incluían a los altos jefes uniformados. Entre los más activos oficiales jóvenes se contaban Hugo Chávez, Francisco Arias Cárdenas,Yoel Acosta Chirinos, Jesús Urdaneta y Miguel Ortiz Contreras. Ellos congregaban a otros militares así como a amigos civiles a reuniones de análisis político en una suerte de club que llamaron “El Círculo Bolivariano”. En tanto, la situación general de Venezuela seguía deteriorándose a la vez que la corrupción ya era imposible de disimular. Había persecución contra los periodistas que criticaban al gobierno, y más de un centenar de esos profesionales fueron simplemente “desaparecidos”, y la gente percibía que las cúpulas políticas ocultaban su corrupción tras una bruma de secretismo y amenaza policial. En Venezuela, tras la caída del dictador Pérez Jiménez, se había llegado a un sistema binominal prácticamente absoluto de los dos más poderosos partidos políticos centristas. Uno, de corte social demócrata, fue llamado Acción Democrática, con sigla ADECO. Ese era el partido de Carlos Andrés Pérez, responsable del Caracazo. El otro partido era el Demócrata Cristiano, conocido como el COPEI. Y ambos partidos respaldados por las organizaciones Internacional Socialista y la Internacional Demócrata Cristiana. Es decir, habían logrado implantar en Venezuela un sistema binominal con entusiasta apoyo de Europa y Estados Unidos, y que además provocaba una más bien amistosa alternancia en el poder. Al decir popular, ambos más, que partidos, eran unos re-partidos, pues a lo largo de 40 años de alternancia en el poder habían llegado a una repartija, una serie de acuerdos amistosos de no tocarse en sus cuotas de poder y respetar a los empleados que cada cual había insertado en la administración pública o en las empresas del estado. De hecho, esas “parroquias” políticas llevaron a que en Venezuela hacia el 2000, hubiera alrededor de un millón y medio de empleados públicos agrupados en la Confederación de Trabajadores de Venezuela, la CTV. Por supuesto, esa masa de parroquianos políticos pasó a ser la confederación sindical más grande, y fue dirigida invariablemente por militantes de ADECO o del COPEI. Y, en el momento del golpe de 2002 contra el Presidente Chávez,, el presidente de la CTV era el adeco Carlos Ortega, mientras que el secretario general era el copei Carlos Ramos. Y ellos alinearon a esa mega confederación sindical a sumarse a los golpistas de ultraderecha. Tres años después del caracazo, en julio de 1992, el entonces mayor de paracaidistas Hugo Chávez Frías, que a la sazón tenía 37 años, encabezó a un grupo de militares y civiles en un intento de golpe de estado contra el mismo Carlos Andrés Pérez. El golpe no prosperó, y Chávez fue expulsado del ejército y pasó una temporada en la cárcel. La oligarquía creyó que aquel oficialillo ya era un cadáver político. Pero el pueblo no estaba de acuerdo. Las proposiciones del fallido golpe de Chávez no cayeron en el olvido. La política tradicional venezolana siguió de tumbo en tumbo. Al, año siguiente, en 1993, el presidente Pérez fue destituido por el, Congreso bajo acusaciones de corrupción y apropiación de dineros del estado, y en su reemplazo asumió la presidencia... un militante del COPEI. Y así llegaron las elecciones presidenciales de 1999. Contra todo lo que se esperaba, aquel oficialito menospreciado se presentó de candidato presidencial. Su comando casi no tenía recursos, y la campaña electoral de Chávez se basó, más que en avisos por la tele, en una movilización incansable del propio Chávez y sus colaboradores, hablando directamente con la gente por todo el territorio. Hugo Chávez Frías ganó con una mayoría increíble, al extremo de que los partidos ADECO y COPEI quedaron hechos polvo, reducidos cada uno a cerca de un escuálido 8 por ciento. Y Hugo Chávez había hablado en serio durante sus discursos de campaña. Era cierto que se proponía hacer una reforma profunda centrada en el desarrollo de la gente más pobre y marginada. Y para eso había que cambiar también el aparato del gobierno y la administración pública. Fue una declaración de guerra. En abierto antagonismo con el nuevo presidente, la muchedumbre de funcionarios nombrados por los partidos tradicionales no sólo asumió una actitud de sabotaje solapado para impedirle gobernar. Chavez diseñó una estrategia que le permitiera librarse de saboteadores y antagonistas infiltrados, y para ello optó por una medida de gran envergadura. Cambiarlo todo, desde los cuadros ejecutivos de funcionarios de gobierno hasta la Constitución de la República, que pasaría a llamarse República Bolivariana de Venezuela. Al cabo de un año de gobierno, dio un golpe de audacia. Llamó a elecciones generales anticipadas, en las que se presentó como candidato presidencial, y sometió a plebiscito la reforma constitucional. Tal como lo suponía, Chávez ganó la elección presidencial, ganó el plebiscito, ganó una mayoría de dos tercios en el Congreso, y ganó también el más peligroso de sus proyectos de ley. La reforma de las elecciones sindicales. Con la nueva ley, los partidarios de Chávez ganaron la mayoría de las elecciones sindicales. Pero un reducto tradicional se mantuvo incólume en manos de la oposición: la Confederación de Trabajadores de Venezuela, que agrupa a los empleados públicos, incluyendo a la poderosa empresa petrolera estatal. Petróleos de Venezuela. En su nuevo período de gobierno, Hugo Chávez tuvo que encarar el cumplimiento de sus promesas sociales justo en momentos en que había más falta de plata debido a la caída del precio del petróleo que llegó a estar a menos de 10 dólares el barril. Chávez orientó entonces su búsqueda de recursos en dos campos. Por un lado, reformas económicas que disminuían los impuestos a los más pobres, pero aumentaban los impuestos a los más ricos. Aumentó el impuesto a las ganancias empresariales, aumentó las tasaciones a los bienes raíces considerados de lujo, y decretó flotación libre del precio del dólar. El otro campo fue el del mercado mundial del petróleo, donde se lanzó a una campaña brillante que permitió duplicar el precio del combustible y, además, logró reactivar a la muy adormilada Organización de Países Exportadores de Petróleo, LA OPEP. El prestigio del presidente Chávez se engrandeció internacionalmente, pero su gestión en la OPEP tuvo un precio oneroso para él. Durante su célebre gira mundial por los países petroleros, Chávez desafió las prohibiciones de Estados Unidos y se entrevistó cordialmente con los gobernantes de Libia e Irán, calificados como enemigos por Estados Unidos. Aun más agravó las cosas la larga visita oficial a Venezuela del jefe de estado cubano Fidel Castro, quien fue recibido con honores y tratado como un amigo de la nación. En esa visita, Castro y Chávez llegaron a una serie de acuerdos de colaboración en que Cuba proporcionó centenares de médicos para atender a la gente pobre, así como un importante contingente de profesores, y programas de capacitación laboral. Venezuela, por su parte, comenzó a proporcionar petróleo a Cuba en condiciones preferenciales. En ese intercambio, miles de profesores cubanos lograron alfabetizar en sólo un año a nada menos que un millón 200 mil adultos que eran analfabetos. Analfabetos en el país más rico de América del Sur. Fue en esas circunstancias que detonó la crisis a raíz de la designación del nuevo directorio de la empresa petrolera venezolana, cuya presidencia fue entregada al economista de izquierda Gastón Parra, un académico muy respetado pero también muy segregado por su izquierdismo. La rebelión comenzó por los gerentes de la petrolera, alrededor de 1.200 empleados privilegiados que ganaban sueldos superiores a los 20 mil dólares mensuales, y que se declararon en huelga exigiendo la salida de todo el directorio. Apegaron los sindicatos controlados por los partidos tradicionales y según lo admitió el propio Secretario General de la Confederación, Alfredo Ramos, no era un misterio para nadie que la huelga estaba apuntada a producir la caída del gobierno. Fue entonces que la FEDECAMARAS, equivalente venezolano de la SOFOFA chilena, convocó a un paro empresarial que pasó a ser indefinido. Es decir, se había logrado paralizar el petróleo, la administración pública y la empresa privada, pues los trabajadores no podían ir a sus lugares de trabajo que los patrones habían cerrado. Varios altos oficiales de las fuerzas armadas se habían sumado a la oposición, llegando a exigir la renuncia del presidente. Y otros altos oficiales habían guardado un silencio nada de alentador. Sin embargo, los comandantes de las guarniciones expresaron su apoyo al gobierno y su decisión de mantener la colaboración en las tareas cívico-militares del gobierno en apoyo de los programas de desarrollo social. El viernes 11, la oposición realizó una marcha monstruo en contra del gobierno. Reunieron alrededor de 150 mil personas que se dirigieron directamente al palacio de gobierno y amagaron con entrar en él. Pero también llegaron piquetes de partidarios del presidente y se produjeron fuertes reyertas que dejaron un saldo de 16 muertos y un centenar de heridos. El alto mando de las fuerzas armadas entró al despacho presidencial y destituyó al presidente. Según ellos, Chávez aceptó renunciar. Según Chávez y los testigos de gobierno, el presidente no renunció, lo que se prueba por la ausencia de un documento que obviamente debería haber formalizado un acto tan trascendental. Durante su visita a Venezuela, Fidel Castro le advirtió a Chávez que existían indicios bastante claros de que una conspiración para derribarlo estaba en marcha, y que posiblemente esa conspiración incluiría asesinarlo. El consejo de Fidel Castro fue: Primero, crear cuadros revolucionarios fuertes y muy claros, que permitan que la revolución siga adelante aún después de la muerte del líder. Y segundo, hacer que el ejército participe directamente en las acciones sociales, que se reintegre la unión popular de soldados y paisanos en un programa de justicia social. Sobre todo eso es significativo para la percepción que tiene el pueblo de las fuerzas armadas, que dejan de ser la mano dura de la oligarquía, y para que los militares, sobre todo los oficiales jóvenes, los suboficiales y la tropa, comprendan el sentido de lo que deben hacer. El breve golpe se mostró de inmediato como una dictadura total, que cerraba el congreso, destituía la totalidad del aparato de gobierno y suspendía al poder judicial. Tan brutalmente tiránico se presentó el golpe que los países latinoamericanos y la OEA rechazaron de plano al gobierno de facto. Unicamente Estados Unidos realizó acercamientos inmediatos con el nuevo gobierno, y poco después se sumó el gobierno de Colombia encabezado por el tristemente célebre Alvaro Uribe. Según el propio Pedro Carmona, presidente de facto de los golpistas, el gobierno de George W Bush quería que botaran a Chávez, pero recomendaba una intensa campaña publicitaria para realizar un plebiscito que derribara a Chávez en un esquema que no resultara antidemocrático. Se comprobó también que dos de los principales jefes militares golpistas, el vicealmirante Carlos Molina y el coronel Pedro Soto de la Fuerza aérea, recibieron cada uno un bono de cien mil dólares, girado contra un banco de Miami, en pago de actuar en contra del presidente. También el Washington Post reveló que en los últimos meses la embajadora de Estados Unidos en Venezuela había tenido que amonestar a los oficiales de la representación diplomática, por tener reuniones con militares sediciosos. El gobierno de Hugo Chávez, tras su retorno al amparo de su pueblo, se caracterizó por enormes inversiones en programas de desarrollo social y de integración regional. Y en esa perspectiva, encontró como amigos y aliados a los gobernantes de Brasil, de Argentina, Uruguay y Paraguay, todos comprometidos en generar un espacio latinoamericano de gran desarrollo social a partir de sus propios intereses económicos y estratégicos, con independencia de las grandes potencias. El hecho más relevante fue lograr que en la Cumbre de las Américas de 2005, en que Estados Unidos y Canadá presionaron intensamente para que América Latina aprobara la formación de un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, el ALCA. Pero Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Venezuela, rechazaban la propuesta ya que en la práctica ese libre comercio simplemente abría mercados para productos y servicios de alto valor agregado exportados por Canadá y Estados Unidos. En cambio, los latinoamericanos debían aceptar la quiebra de sus empresas productoras y tendrían que resignarse a exportar materias primas o de muy bajo valor agregado. En dramáticos alegatos durante esa cumbre, los aliados del Mercosur lograron paralizar la aprobación del ALCA y ya jamás se volvió a hablar de ello. El polinomio de Venezuela y sus aliados sudamericanos se consolidó y se expandió. Nicaragua, Bolivia, Ecuador y Perú adhirieron con fuerza, y tras la elección de Juan Manuel Santos, también Colombia superó los problemas artificiosamente creados que llevó al borde de una guerra entre ambas naciones. Incluso Chile, que mantiene en gran medida posiciones ideológicas distintas bajo el actual gobierno, ya manifestado de hecho una actitud de disciplina integracionista latinoamericana, con una lealtad bastante mayor que la mostrada, por ejemplo, por el presidente Ricardo Lagos. Ayer, Brasil anunció que suprimirá el IVA para una canasta básica que incluye alimentos, ropa sencilla, útiles escolares, libros, y toda una gama de artículos realmente necesarios. Y también ayer, Ecuador dio a conocer una propuesta de carácter jurídico que permitirá que cada país latinoamericano pueda litigar en juicios con megaempresas transnacionales, con apoyo de hecho de todas las demás naciones. Es decir, no sólo los gobiernos sino también los particulares podrán enfrentarse judicialmente con las más poderosas entidades internacionales ante cualquier tribunal del mundo. Todo este vigoroso proceso de independencia y fortalecimiento, en gran medida se relaciona con la gran aventura de Hugo Chávez. Un joven oficial que enfrentó lo que parecía imposible y cruzó más allá de lo imposible. En otra crónica podremos analizar lo que le espera a Venezuela. Que no será ni fácil ni luminoso. Pero que puede continuar lo comenzado por Chávez y sus amigos Lula Da Silva, Nestor Kirchner, Cristina Fernández y ahora Juan Manuel Santos. Y, a propósito: Kirchner tuvo cáncer, lo mismo que Cristina Fernández y Juan Manuel Santos. Qué curioso, ¿verdad? "Reordenamiento"