AUDIO| Crónica de Ruperto Concha: Democracia

Ruperto Concha / resumen.cl La palabra Democracia se ha vuelto muy sospechosa. Día a día, año tras año, las noticias nos hablan de matanzas, abusos, represión y bellaquerías que casi siempre afectan a la gente común, a la que no le preguntan nada… y esas maldades se hacen en nombre de la Democracia. Durante la Segunda Guerra Mundial, la palabreja “Democracia” la usaron por igual Hitler y Roosevelt, Mussolini y Churchill, De Gaulle y Stalin, Mao Zedong y Chiang Kaishek. O sea, Democracia servía para decir una cosa y también para decir lo contrario. Servía para decir blanco y servía para decir negro. Era una palabra vaga, una palabra cómoda, una palabra comodín. Y sin embargo, la Democracia es un concepto real y concreto, que, desde que los griegos la definieron, ha sido un poderoso motor que movió a la Historia de la humanidad. Tan extraño es ese concepto, que en todo el mundo las naciones tienen que decir Democracia en griego. Pues la palabra Democracia es una palabra griega formada con dos raíces: Demos, que quiere decir pueblo, y Cracía que significa la facultad de gobernar. O sea, Democracia significa Pueblo que Gobierna. Ciudadanía capaz de gobernar. La noción de un gobierno entregado al pueblo es antiquísima. Hay indicios muy claros de que ya en las comunidades prehistóricas las decisiones eran tomadas por acuerdo de los miembros de la tribu. A menudo aquellas decisiones tenían que ser desagradables. Por ejemplo, exigían que la gente hiciera grandes esfuerzos físicos, o que tuviera que enfrentar peligros... Pero todos entendían que esa situación sólo duraría un corto tiempo, mientras fuera necesario, y que luego se volvería a la buena y apacible normalidad. Como todos habían participado de la discusión, las cosas estaban claras. Sin embargo, siempre habría algunos recalcitrantes o remisos que trataban de eludir la parte de sufrimiento, peligro o desagrado que la comunidad les exigía a todos. Para poner en vereda a esos chúcaros, el consejo de la tribu le asignaba a algunos la autoridad de obligar a todos a cumplir su parte del esfuerzo común y necesario. Esas personas con autoridad sobre los demás, naturalmente eran pocos, así como son pocos los generales y muchos los soldados. Y los griegos también acuñaron una buena palabra para describir eso. Es la palabra Oligarquía, formada por las raíces Óligos, que quiere decir pocos, y Arquía, que significa autoridad o poder. Con eso, se referían a la situación en que pocos concentraban el poder o la autoridad. Y asimismo llamaron Oligarcas a esos pocos a quienes la comunidad les confería poderes especiales para obligar a algo a los demás. El problema se produjo cuando comenzó eso que hoy llamamos “corrupción”. Ocurre que a esos oligarcas les empezó a gustar que hubiera crisis y que les confirieran a ellos poder sobre los demás. Y, con mucha astucia y sigilo, empezaron a inventar, a producir artificialmente situaciones de crisis que les permitieran gozar del poder. Pues bien, ese grupo de los oligarcas estaba formando necesariamente por los que eran más audaces y buenos para pelear, junto con los más astutos y buenos para discurrir pillerías, y también los más ricos, que podían financiar la aventura. Con el paso del tiempo, la mayoría de las organizaciones sociales primitivas pasaron a ser gobernadas por oligarquías permanentes que fueron hábiles para estabilizarse en el poder, creando un sistema de leyes que les aseguraba una organización firme, con jerarquías verticales. El de arriba manda al que está debajo. En cuanto a los demás, poco a poco tuvieron que acostumbrarse a estar sometidos a la autoridad oligárquica, que muchas veces parecía retribuirles su sumisión con algunos premios sabrosos. Por ejemplo, declararle la guerra a un estado vecino más débil, y dejar que la tropa gozara de la victoria mediante el saqueo, las violaciones y la captura de prisioneros para la esclavitud. En la perspectiva de la oligarquía, la guerra y el abuso eran cosa buena, conveniente, y pronto desarrollaron toda una teología que mostraba la depredación como algo que complacía a los dioses. Incluso en la Biblia, en las Leyes de la Guerra, Jehová incita al pueblo hebreo a lanzarse contra otros pueblos, y les da consejos terribles. Por ejemplo, les dice que cuando conquisten una ciudad, además de saquearla, deben pasar a cuchillo a todos los hombres, y reducir a la esclavitud a las mujeres y a los niños. Pero, cuando conquisten una ciudad cercana, entonces deberán matarlos a todos, incluso a las mujeres y a los niños. ¿Qué tal Jehovah? Es decir, la perspectiva de la oligarquía estandarizó un régimen de crisis frecuentes, básicamente a través de guerras, y además concibió una especie de filosofía o teología que daba carácter sagrado a las crisis, las guerras y los abusos implícitos en ellas, cuyo efecto final era la desigualdad militarizada. Desigualdad entre los estados fuertes, depredadores, y los estados débiles, victimados. Pero también la desigualdad interna entre los oligarcas y la gente común, que se proyectaba hacia abajo en una escalera de peldaños de mando a la manera militar: El general arriba, que se lleva lo mejor del botín, y más abajo, los coroneles, capitanes, sargentos, cabos, en fin, cada uno sometido a un superior pero también cada uno disfrutando de una porcioncita de poder sobre sus inferiores. Cuando finalmente las oligarquías se perfeccionaron en su primera madurez, se convirtieron generalmente en monarquías. Pero ese asunto de la oligarquía llevaba en sí el germen de su propia debilidad. Por un lado, ya que el poder se fundamentaba en las crisis y las guerras, exigía que una gran parte de la riqueza de la nación se gastara en aventuras bélicas. Y, por otro lado, ya que la base de la oligarquía es la desigualdad, excluía de su seno a una parte valiosísima de la propia gente de la nación, a la que se le impedía el acceso a los cargos de responsabilidad y de mando por no haber nacido en una familia de oligarcas. O sea preferían entregarle responsabilidades y mando a un pobre diablo vanidoso e incapaz, pero nacido en la nobleza, y no a otro inteligente y eficaz, pero hijo de plebeyos. Con eso, por un lado despilfarraban la riqueza en guerras, y por el otro lado despilfarraban la inteligencia y la capacidad humana para mantener la desigualdad social. Fue más o menos al mismo tiempo que dos naciones inteligentes y vigorosas perdieron la paciencia con la oligarquía. En Grecia, fueron los atenienses, y en Italia fueron los romanos. Curiosamente, los atenienses no se preocuparon mucho del asunto de gastar plata en hacer guerras, pues tenían que aceptar la guerra como la realidad universalizada en el mundo de su época… En cambio, sí les preocupó el despilfarro de inteligencia, de valor y de talento que tenía el pueblo y a quien se le excluía de tomar decisiones. Algo parecido ocurrió con los romanos, que perdieron la paciencia cuando el rey Tarquino el Soberbio le faltó el respeto a los derechos de los padres de familia. Vino la sublevación popular, y tanto en Atenas como en Roma mandaron sus monarquías al tarro de basura e instauraron sendos gobiernos democráticos. Esas democracias de Atenas y Roma fueron capaces de movilizar a sus pueblos con más vigor y voluntad que cualquiera oligarquía, y se transformaron rápidamente en las principales potencias de su tiempo. Y claro, abiertas las puertas del desarrollo social del pueblo, el pueblo proporcionó miles de hombres inteligentes y valerosos que transformaron la historia. Sin embargo, esa democracia primitiva de Atenas y Roma había sido concebida para estados con pocos ciudadanos, lo que permitía una democracia directa, en que los ciudadanos iban a la plaza, al ágora o al foro, y allí expresaban directamente su opinión y su voluntad a través del voto. Cuando ambos estados crecieron, se vieron obligados a idear un sistema más ágil, que permitiera tomar decisiones más rápido. Así se dieron los primeros bocetos de democracia indirecta o representativa, en la cual los ciudadanos deciden con sus votos nombrar a representantes para que gobiernen. Y esos representantes deben responder y rendir cuentas al pueblo que votó por ellos. Por desgracia, la insidiosa presencia de la oligarquía y de la corrupción, aprovechó de instilarse en esa democracia representativa, y acabó por desnaturalizar la democracia e imponer de nuevo un sistema oligárquico oculto, en que pocas familias acaparaban el poder político, económico y militar. Esa corrupción de la democracia llevó a que Atenas se convirtiera en una metrópolis imperialista, odiada por muchos de sus vasallos, y llevó también a la desastrosa Guerra del Peloponeso, en que la oligarquía de Esparta logró al fin derrotar a Atenas y reemplazar al sistema democrático por la tristemente célebre etapa llamada De los 30 tiranos. También en Roma, la democracia, al volverse representativa a través del Senado, terminó por convertirse en una nueva oligarquía. Pero en Roma había un pueblo más vigoroso, que luchó bravamente por mantener su cuota de poder político. Los oligarcas se resistieron, ¿y sabe usted qué pasó?... Pues que vino una tremenda huelga popular. Un día cualquiera, todo el pueblo romano, la plebe, anunció que iban a irse de la ciudad, iban a irse de Roma. Así de simple. Hicieron sus bártulos y se prepararon a partir. Todos. Cuando los oligarcas entendieron que la cosa iba en serio, que los iban a abandonar, que se iban a quedar solos y sin subalternos, se dieron cuenta de que el mundo se les estaba viniendo abajo. Rápidamente se pusieron razonables, y por primera vez les preguntaron a los plebeyos qué era lo que ellos deseaban. Fue a partir de entonces que la plebe romana tuvo sus tribunos, sus representantes plebeyos, con poderes incluso más altos que los mismos cónsules. Y cuando la República se convirtió en Imperio, la plebe mantuvo sus poderes constitucionales que sólo se extinguieron durante la decadencia final, cuando Roma se estaba derrumbando con lo que le quedaba de democracia, y mientras llegaban los bárbaros germanos con sus reyes y su oligarquía. Había llegado con ellos la Edad Media. En lo más oscuro del mundo medieval, hubo ciudades, sobre todo en Italia y Alemania, que lograron implantar regímenes de república más o menos democráticas, aunque siempre sujetas a la oligarquía, pero que permitieron mantener un régimen de legalidad, derechos y fueros de los ciudadanos. Algo así como una Constitución. Los mismos reyes tuvieron que aceptar ciertas aperturas más o menos democráticas a través de sus Cortes o Estados Generales, que tenían carácter de referéndum o plebiscito. En Inglaterra, el Parlamento, basado en la Carta Magna, llegó a desafiar a la monarquía. En 1649, liderados por Oliverio Cromwell, los comunes derrocaron al rey Carlos I y le cortaron la cabeza, implantando luego una supuesta democracia aunque en realidad fue la dictadura de Cromwell. La improvisada aventura democrática inglesa cayó en errores y contradicciones profundas, que llevaron a que, apenas 11 años después, terminara con la restauración de la monarquía con Carlos II. Sin embargo, su herencia fue que a partir de entonces, el verdadero eje del poder político pasó a ser definitivamente el Parlamento, es decir, el poder político recayó en los representantes del pueblo elegidos a través del voto. Lo verdaderamente fundamental del concepto de democracia lo planteó el filósofo Aristóteles, un ateniense por adopción, quien dijo sencillamente: Los hombres que son inteligentes, libres y pobres, son la mayoría. Por eso, son dueños del poder del Estado. Para que haya democracia, debe haber igualdad como norma esencial. Todos, sin que importe su familia, su riqueza o su pasado, pueden ser elegidos para ejercer el gobierno y responder de ello ante la ciudadanía. O sea, la democracia necesita que haya igualdad en el pueblo, así como la oligarquía, por el contrario, exige que haya desigualdad. La rigurosa prueba del Tiempo y de la Historia demostró que, cuando surge una democracia joven y capaz de mantener su pureza, el resultado ha sido siempre prosperidad, bienestar y un progreso acelerado. Pero a la vez, demuestra también que hay una fuerza oligárquica que jamás ha podido ser neutralizada definitivamente, y que, en la primera coyuntura de debilidad, se instila insidiosamente dentro de la democracia, la desnaturaliza y la convierte en una estructura solamente formal, que en verdad pasa a ser solo un aparato articulador de una oligarquía aún más sofisticada y poderosa. La desigualdad oligárquica se aferra al pasado. Al linaje, a la riqueza acumulada, y a los valores y las normas que vienen del pasado. No quieren que eso cambie, por eso es “conservadora”. La igualdad democrática, en cambio, se vuelve hacia el futuro, a las capacidades latentes en cada niño, sea cual fuere su familia, y por ello exige libre acceso a todos los niveles de la educación y la capacitación, y exige que se controle la corrupción y el tráfico de influencias. Y también exige que haya modales sencillos, lenguaje claro y un modo parco, simple, de consumir sin hacer uso de la riqueza como herramienta de prestigio social o político. Hoy día, hoy día mismo, aunque no está ocupando los grandes titulares en el mundo, la República de Haití está sumergida en una vorágine de violencia exasperada, miseria y destrucción. Los grandes medios noticiosos admiten ignorar cuál es el número de muertos y heridos en la violencia de la represión sumada a la violencia de las protestas que en los últimos 5 días se han extendido por todas las ciudades de aquel país. Sólo se sabe que las víctimas son muchas. Pues bien, eso es el resultado de la intervención de Estados Unidos en 2004, durante el gobierno de George W. Bush, “en defensa de la democracia” haitiana supuestamente amenazada por las tendencias izquierdistas del presidente Jean Bertrand Aristide. Tropas estadounidenses sacaron al presidente y su familia y los embutieron en un avión que partió rumbo a Sudáfrica. A partir de entonces se ha mantenido tropas internacionales en Haití. Y Washington ha impedido hasta hoy el retorno del ex presidente Aristide. Es así que ahora, tras 14 años de intervención norteamericana, esa República, que fue valiosísima aliada de la Independencia sudamericana frente al imperio español, está hundida cada vez más en la miseria, la corrupción y el derrumbe social y cultural. Es así la imagen inocultable de los efectos de la intervención de Washington para derrocar gobiernos bajo la fórmula de defender la democracia. Como lo hizo en Libia, en Sudán, trató de hacerlo en Siria y trata ahora de hacerlo en Venezuela. También en estos momentos, en Estados Unidos, la clase política aparece convulsionada por las denuncias de corrupción y sobornos perpetrados por “lobbies” de las grandes empresas y organizaciones que manejan desde la elaboración de leyes hasta las relaciones internacionales del país. De hecho, los partidos políticos tradicionales aparecen ambos coludidos en la red de influencias que compenetra la mayor parte de todas las decisiones del Congreso, la Casa Blanca y el Poder Judicial. Esto implica que, claramente, junto con la concentración de la riqueza y el poder, se ha producido en ese país una oligarquía tan poderosa que incluso llega a exigir, fíjese Ud., la violación de la libertad de opinión y expresión, que supuestamente estaban garantizadas por la Constitución de ese país. Un cuadro similar de corrupción a manos de la oligarquía fue también el que en 1990 llevó a la desintegración de la Unión Soviética. ¿Significa eso que la Democracia Representativa está violentamente condenada a la formación de oligarquías, de un gobierno en las sombras, que por su propia definición anula la verdadera Democracia? En estos momentos hay un intenso bullir de jóvenes que ingresan a la política de Estados Unidos con la inspiración de quebrantar las oligarquías dentro de los partidos políticos, incluso, por ejemplo, prohibiendo totalmente que empresas u organizaciones privadas puedan hacer aportes financieros a las campañas electorales. ¿Podrán avanzar en sus anhelos de saneamiento contra la venalidad limosnera de tantos políticos vendidos? Todos sentimos que la Democracia es algo bueno y necesario… pero eso sólo en la medida en que siga siendo democracia. Hasta la próxima, gente amiga. Hay que cuidarse. Hay peligro de que olvidemos que cuando una nación se une en una sola voz, clara y sencilla… con esa voz de todos puede hacer callar también a los fusiles.     Fotografía principal: Estados Unidos e Inglaterra concentran fuerzas militares en el Caribe con el objetivo de acercarse a Venezuela. Foto extraída de Sputnik
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