Ruperto Concha / resumen.cl
Todos hemos escuchados una y otra vez a los economistas y políticos diciéndonos que habrá que modificar la previsión social, en todo lo referente a las jubilaciones. Según ellos, el sistema actual está cada vez más cerca de quedar en bancarrota, incluso con las modestísimas jubilaciones que pagan las AFP. La causa, según ellos, es que la gente está viviendo unos 10 años más de lo que se vivía antes. O sea, ha aumentado en 10 años el tiempo en que reciben sus pensiones sin estar trabajando.
Sin embargo, no nos explican cómo es, entonces, que el Producto Interno Bruto de Chile, por ejemplo, que ha llegado a los 254 mil 474 millones de dólares al año, no alcanza para financiar nuestra previsión social. Parece cuestión de aritmética: si Chile, según el Banco Mundial, tiene una actividad productiva de más de 254 mil millones de dólares al año, y somos 18 y medio millones de chilenos, bueno, a cada uno le tocaría una participación de más de 13 millones de dólares al año. ¡Más de un millón de dólares mensuales que producimos con nuestra actividad!
Por supuesto nos explican que esas cifras no son pura ganancia, no, y que la economía moderna, neoliberal, es muy, muy complicada, y que andar pidiendo más puestos de trabajo, mejores sueldos y mejores jubilaciones, es caer en el populismo de los pérfidos comunistas.
Bueno, ¿qué es lo que está ocurriendo en realidad con la economía mundial? Miremos, por ejemplo, Argentina. Según las calificadoras internacionales de riesgo, el fracaso económico del gobierno derechista de Macri ya es tan estruendoso que se estima que el país tiene un 80% de posibilidades de quedar en default en un plazo de menos de dos años.
O sea, que no podrá pagar sus deudas internacionales, tal como ocurrió en 2001 en el desastre del gobierno liberal de Fernando de la Rúa, que finalmente renunció a la presidencia y tuvo que salir huyendo en helicóptero del palacio presidencial.
Y, oiga, al igual que De la Rúa, Mauricio Macri ha aplicado obedientemente las recetas económicas dictadas por el Fondo Monetario Internacional. Obviamente tenemos que preguntarnos, ¿la culpa la tuvieron De la Rúa y Macri?, ¿O la culpa la tuvieron las recetas neoliberales?
De acuerdo a las cifras oficiales del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, y de la gran Banca transnacional, durante todos los últimos años, y en casi todos los países, la economía ha tenido crecimiento anual. Según el Banco Mundial, el Producto Interno Bruto total planetario, ya en 2017 había superado los 80 billones de dólares. 80 millones de millones de dólares al año.
Oiga, y sin embargo, el endeudamiento global, de todos los gobiernos y las transnacionales y las personas encalilladas del mundo, ha llegado, en estos momentos, a 235 billones de dólares. O sea, el endeudamiento ha sido prácticamente el triple del crecimiento económico. O sea, de los más de 7 mil millones de seres humanos que vivimos en este planeta, cada uno de nosotros, incluyendo los bebés recién nacidos, tenemos una deuda de más de 30 mil dólares. Una deuda que nadie sabe cómo demontres habrá que pagarla.
Pero el asunto va más allá. Fíjese que, a pesar de esa supuesta generación de riqueza de más de 80 millones de millones de dólares al año, en nuestro planeta tenemos a más de mil millones de personas viviendo en condiciones de extrema pobreza. ¡De miseria!
¿Cómo es que esa enorme riqueza que supuestamente estamos generando, no sólo no llega hasta la gente, sino que, por el contrario, se convierte en deuda?
¿Es una extraordinaria y maligna inteligencia la que está generando esa paradoja de convertir riqueza en miseria, y miseria en riqueza?... O, por el contrario, ¿es una extraordinaria y maligna estupidez la que produce ese perverso resultado?...
La respuesta hay que buscarla a través de datos firmes y concretos, y de un análisis transparente, según el orden del tiempo. Vamos viendo.
La economía liberal, como la entendieron los economistas del siglo 18, se basó en la articulación del dinero, el capital, con la fuerza del trabajo, en empresas capaces de producir bienes materiales y servicios eficaces y útiles. Esas empresas tendrían que competir unas con otras para ganar el mercado mediante oferta de productos mejores y más baratos.
Esa “competencia” liberal entre empresas por conquistar el mercado implicaba que los ganadores irían desplazando a sus competidores vencidos y apoderándose de lo que los vencidos iban perdiendo. O sea, la competencia necesariamente produciría concentración de la riqueza y dominio del mercado.
Sin embargo, las condiciones políticas, geográficas y tecnológicas del mundo occidental de aquella época, impedían que la competencia empresarial se generalizara más allá de las fronteras nacionales o incluso más allá de los mercados locales o regionales.
Fueron casi dos siglos en que las políticas nacionales, con sus apetencias imperialistas y sus guerras, frenaban el proceso de concentración de la riqueza, y lo disimulaban. Pero en esos casi dos siglos, además del desarrollo económico y político, se estaba produciendo también un silencioso desarrollo tecnológico que estaba cambiando los factores de la economía mundial.
Desde las últimas décadas del siglo 19, hasta las primeras del siglo 20, el progreso de los medios de transporte y de los procedimientos industriales llevó a que las grandes empresas produjeran grandes volúmenes de bienes y servicios, por lo cual absorbían a gran número trabajadores.
Y con ello, las tensiones sociales se centraron en la relación del estamento directivo capitalista con el estamento laboral, los trabajadores y sus organizaciones sindicales y políticas.
En realidad se estaba produciendo una revolución. ¡O quizás varias revoluciones simultáneas! En el llamado “mundo occidental” ya la generación de ganancias en dinero había derivado en gran medida a las maniobras especulativas, a partir de operaciones en los mercados de valores y financieros, y a la habilidad de manipular las finanzas y los créditos, con lo que habían desplazado en parte a la capacidad neta y concreta de producir bienes y servicios que dejarían ganancia.
Ese capitalismo especulativo llevó a las grandes crisis de fines del siglo 19 y comienzos del siglo 20. Crisis que no sólo produjeron derrumbes económicos, sino, también, duros enfrentamientos políticos entre los trabajadores y los dueños del capital.
Fue después de la Primera Guerra Mundial, bajo la figura del New Deal de Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos, que la economía del mundo capitalista se amoldó a la noción social demócrata de entendimiento entre capital y trabajadores a través del Estado, que regulaba y planificaba la economía de cada nación.
Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, más allá de las circunstancias creadas por la Guerra Fría, se produjo un período cada vez más acelerado de descubrimientos científicos, de nuevas tecnologías cada vez más eficaces para los procesos de la producción económica, y, a la vez, un creciente desplazamiento de las grandes empresas más allá de las fronteras nacionales. Comenzaba a internacionalizarse la economía y, por lo tanto, a internacionalizarse la competencia.
En ese contexto, el estamento de los trabajadores fue perdiendo influencia, a la vez que la concentración de la riqueza ponía en manos de los capitalistas recursos cada vez mayores para remodelar las empresas, el comercio y las finanzas.
De hecho, empresas como la IBM, por ejemplo, contaba con poderosos centros de investigación científica y tecnológica con presupuestos que, hacia 1980, eran mayores que el total de los presupuestos de todas las universidades de Chile.
Bueno, junto con ello, los grupos dirigentes de las grandes empresas, sobre todo en Estados Unidos, lograron aumentar progresivamente su capacidad de influencia política. No sólo llegaron a adquirir una abrumadora mayoría de los medios de prensa y entretenimiento, periódicos, radios y canales de TV. Además lograron imponer como legítimo el sistema de “lobby” para influir en las decisiones políticas.
Ya en el último cuarto del siglo XX, la presión del estamento capitalista de las transnacionales había logrado reducir al mínimo las facultades de los gobiernos para regular o planificar la economía.
Era la llegada del control neoliberal sobre la economía mundial, y la desintegración de la Unión Soviética llevó a que esa forma de capitalismo neoliberal se impusiera en todo el planeta.
Libre ya el capitalismo de sus antiguas limitaciones geográficas, el proceso de acumulación y concentración de la riqueza financiera se hizo más rápido, muy veloz. Las grandes empresas ya no se interesaban mayormente por la competencia de mercado, y en la mayoría de los casos llegaban a coludirse unas con otras para repartirse sectores del mercado.
Más aún, los mismos capitales que controlaban una de las grandes corporaciones transnacionales, participaban también en los directorios de otras empresas supuestamente competidoras.
Junto con ello, el prodigioso y rapidísimo desarrollo de la tecnología digital no sólo se aplicó a la coordinación instantánea en las decisiones capitalistas y la transferencia perfectamente controlada de gigantescas sumas de dinero. Además, la nueva tecnología cambió de raíz el concepto de producción en serie tanto de productos industriales como de servicios.
Con ello, las nuevas tecnologías tuvieron como efecto inmediato reducir la participación de los trabajadores en la producción. En menos de dos décadas del siglo 21, la participación humana en la producción industrial disminuyó ya en un 20%. Es decir, por una parte los trabajadores perdieron un 20% de sus fuentes de trabajo, y, por otra parte, la producción fue desplazándose hacia sistemas automáticos o robóticos.
Ya en 2001, el economista Jeremy Rifkin advertía que, de mantenerse el progreso de las nuevas tecnologías, en pocas décadas sólo se necesitará un 5% de la fuerza de trabajo humano disponible, para generar el 100% del producto mundial de bienes y servicios.
Análisis recientes prevén que ya hacia 2030, o sea en apenas 11 años más, las nuevas tecnologías habrán eliminado alrededor del 40% de los actuales puestos de trabajo.
Al margen de la ostensible tragedia de una cesantía inevitable que aguarda a tantos de los niños que hoy tienen menos de 10 años, el reemplazo del trabajador por autómatas implica, por cierto, el hecho de que las máquinas son parte del capital, y su trabajo no tiene relación con el concepto social del “trabajador”.
Además implica que el proceso de producción se volverá cada vez más rápido y más barato. Es decir, se avanza hacia una enorme oferta de bienes y servicios cada vez más baratos y en mayor cantidad.
Pero… si desaparecen los puestos de trabajo, ¿de dónde sacará dinero la gente para comprar esa producción?
En realidad, hasta ahora ningún gobierno y ningún partido político se ha atrevido a dar una respuesta. Diversos sectores, vinculados a instituciones de investigación social y económica, sí han planteado posibles alternativas.
Pero se trata de planteamientos conjeturales, que deben, que necesitan ser estudiados mediante organizaciones dotadas de recursos suficientes para realizar investigaciones, todas las investigaciones necesarias.
Una de las propuestas más analizadas hasta el momento es la de establecer un sistema de renta mínima básica para todas las personas del grupo considerado como la “fuerza laboral” de una nación, más una renta básica menor para los niños y los ancianos.
Los defensores de esa propuesta han expuesto un abundante acopio de datos y antecedentes que parecen demostrar que esa alternativa puede incluso resultar más económica, más barata y eficaz que las actuales prestaciones de seguridad y previsión social.
Ese es en estos momentos el punto más intensamente discutido en el seno de los partidos políticos progresistas de Europa y Estados Unidos, y desde ya se advierte que esa es la problemática más apremiante para los sectores juveniles del Partido Demócrata, frente a las elecciones de 2020 en EEUU.
Y hoy, hoy día en España, el proceso electoral sin duda estará entrañando puntos de vista inesperados en una contienda política encarnizada. De hecho, es sorprendente que la extrema derecha española en estos momentos aparezca defendiendo abiertamente las plenas libertades religiosas, el derecho a aborto e incluso los derechos plenos de las minorías sexuales.
Sorprendente, ¿verdad?...
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro. Es necesario pensar y buscar las verdades… incluso las que no nos gustan..