Por Ruperto Concha / resumen.cl
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En un par de lunes más, el 1 de noviembre, en Glasgow, Escocia, comenzará la COP26. O sea, la Conferencia de las Partes, o los Países, que en 1997 suscribieron el Protocolo de Kioto para defender nuestro planeta de un deterioro irreversible en su capacidad de sustentar la vida como la conocemos.
Los grandes y poéticos acuerdos tomados por los países asistentes quedaron en el aire durante los 8 años siguientes. Recién en 2005, los gobiernos ratificaron su participación en el Protocolo… “en la medida de lo posible”, claro. Y, bueno, eso produjo que no se llegara a los acuerdos básicos indispensables hasta la Cumbre de Doha, el 8 de diciembre de 2012… Y aun así, alcanzados esos acuerdos, ¡todavía ahora no entran en vigor!
Sólo algunos gobiernos han comenzado a aplicar algunas medidas concretas de protección del medio ambiente, mientras el deterioro del clima, de los mares y de las tierras ya comenzó a provocar desastres que están matando, enfermando y degradando a casi todas las especies vivas de nuestro planeta. Incluyendo la especie humana, de la que nos sentimos tan orgullosos.
Y el numerito 26 señala que ya antes hubo una serie de 25 cumbres ecológicas que, como mostró esa valiente muchachita sueca Greta Thunberg, fueron en esencia sólo palabrería politiquera mientras la economía neoliberal seguía identificando el progreso humano sólo en términos de consumo.
La felicidad neoliberal es básicamente… ¡ir de compras!... y por supuesto, botar a la basura todo lo que no está nuevecito y a la moda, y también los envoltorios plásticos de todo lo que compramos.
En Estados Unidos, que es claramente el paraíso neoliberal, la polución por basura y emisiones de gases con efecto invernadero es 4 veces mayor, por persona, que la emitida en China. De hecho, los 331 millones de habitantes de Estados Unidos producen el 13.4% de toda la polución mundial, mientras que los 1.400 millones de habitantes de China, el 30,3 %.
Todos los informes científicos emitidos por los investigadores de todo el mundo coinciden en que no lograremos salvar la recuperación básica de la naturaleza planetaria mientras no seamos capaces de unir las voluntades de todas las naciones en una acción inteligente, coordinada, financiada y llevada cabo por todos y cada uno de los gobiernos del planeta.
Pero ¿qué es lo que están mostrándonos las noticias mundiales? El espectáculo que se nos ofrece en las últimas semanas es patéticamente similar al que ofrecen los perros bravos, mostrándose los dientes ellos mismos cuando se ven reflejados en un espejo.
Hace pocos días, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, aseguró ante la CNN que su país acudirá en auxilio de Taiwán en caso de que China invada la isla y aseguró que Estados Unidos tiene el ejército más poderoso que jamás ha habido en toda la historia de la humanidad, y que eso lo saben los rusos, los chinos y todos los demás países del mundo.
Por supuesto, inmediatamente después de eso los voceros de la Casa Blanca se apresuraron a advertir que no había que tomarse las palabras del presidente al pie de la letra. Y que el señor presidente había querido decir que seguiría vendiéndole armas a Taiwan pero no que fuera a intervenir en acciones de guerra contra China. De hecho, Estados Unidos reconoce formalmente que China es un solo país, con capital en Beijing. Y es por eso que tiene embajada en Beijing, mientras que en Taipei, capital de Taiwan, sólo tiene una oficina encargada de negocios.
En fin, una vez más encontramos que un lenguaje hipócrita inevitablemente cae en contradicciones cuando se enfrenta con la realidad. Si China asume el control de la isla de Taiwan, Estados Unidos, entre otras cosas, perdería el abastecimiento de los excelentes microchips elaborados en la isla.
Y ello significaría el desastroso y rápido derrumbe de la producción de vehículos y aparatos de inteligencia artificial que ya en estos momentos se han vuelto insuficientes para la industria automotriz, la aviación y la industria de armas hipersónicas estadounidenses.
Asimismo, sucesivos informes militares de muy alto nivel de Estados Unidos y de países europeos, coinciden en señalar que, de haber un enfrentamiento bélico entre China y Estados Unidos en el sudeste asiático, Estados Unidos sería inevitablemente derrotado.
Eso, muy posiblemente, llevaría a que la guerra derive al uso de armas nucleares. Justo antes de las declaraciones belicosas de Biden la prensa mundial había destacado el éxito del lanzamiento de un misil hipersónico por China, a más de 5 mil kilómetros por hora, desde la órbita terrestre hasta acertar en un blanco sobre la superficie.
En tanto, también entre Europa y Rusia se estaba produciendo el más grave enfrentamiento casi bélico, por la decisión de la OTAN de expulsar a 10 delegados de Rusia garantes de diálogo con las fuerzas occidentales, que inesperadamente e infundadamente, sólo por sospechas, fueron acusados de “espionaje”. En réplica, claro, Rusia retiró a la totalidad de sus representantes ante la OTAN y expulsó a los representantes de la OTAN que estaban acreditados en Rusia. Es decir, se cortó por completo el sistema de verificaciones recíprocas sobre asuntos de guerra entre Europa y Rusia.
Con inesperada hostilidad también de Alemania, varios gobiernos europeos apoyaron las acciones anti rusas, incluyendo la tesis de instalar en Europa misiles con bombas atómicas apuntados a Rusia supuestamente no como amenaza sino como advertencia. La propia ministra de Guerra de Alemania, Annegret Krump-Karrenbauer, apoyó también el uso de armamento nuclear, los ataques cibernéticos y el uso de armamento desde el espacio orbital para poner en vereda a los rusos.
En respuesta, Rusia señaló que da por suspendido todo diálogo estratégico con Europa, reiteró las líneas rojas cuya violación provocaría instantáneamente guerra. Entre esas “líneas rojas” inaceptables para Moscú, se cuenta: Primero, la incorporación a la OTAN de Ucrania y Georgia. Segundo, la acción de fuerzas militares de Ucrania o la OTAN sobre las provincias orientales, cuya población es rusa y de habla rusa en un 90%. De hecho, Moscú advirtió que, cualquiera acción que resulte en muerte de alguna persona rusa, provocará de inmediato la intervención del ejército ruso en una guerra declarada.
Y, en relación a la amenaza de expulsión de funcionarios diplomáticos rusos acreditados en Estados Unidos, la respuesta será expulsión de todo el personal diplomático estadounidense, y de hecho poner término a las relaciones diplomáticas entre Washington y Moscú.
De ahí a la guerra sólo falta un pequeño paso. Pero ¿qué es lo que está ocurriendo en el seno del gobierno de Estados Unidos?... El inesperado tono amenazante contra Rusia se produce justo después de que la subsecretaria de exteriores norteamericana, Victoria Nuland, en reunión con el canciller ruso Sergei Lavrov, comprometiera el respeto de Washington por los acuerdos de Minsk sobre Ucrania, que establecen que las provincias de Donetsk y Lugansk serán reconocidas como repúblicas autónomas asociadas de Ucrania, pero dictando sus propias leyes y realizando con independencia la elección de sus autoridades políticas.
¿Qué significa eso? ¿Significa que el gobierno encabezado por Joseph Biden está bajo el control real de dos grupos antagónicos, en donde Relaciones Exteriores aparece adversario del Pentágono?
¿Hasta en el seno del Partido Demócrata alcanzaría la irreconciliable división política que está paralizando los Estados Unidos en estos momentos?
En términos del antagonismo irreconciliable en la política interna estadounidense, la semana pasada provocó estallidos de furor el anuncio de un proyecto de ley presentado por Biden, en que se autoriza el acceso de inspectores de impuestos internos a todas las cuentas bancarias y de ahorros que tengan más de 600 dólares.
Asimismo, los bancos y las empresas deberán presentar la documentación de todo contrato, toda compraventa u operación comercial por más de 600 dólares. Eso, a fin de aumentar la recaudación de impuestos que, según la Casa Blanca, podría llegar hasta más de seis billones de dólares por pequeños negocios que en estos momentos no son declarados por la gente.
En cambio, el gobierno de Biden desistió de elevar los impuestos a las grandes empresas como se había comprometido inicialmente.
Más allá del rechazo a la vigilancia tributaria sobre la gente modesta, se está acentuando un sentimiento de violación por parte del Estado sobre la privacidad de las personas y una vigilancia sistemática que alcanza a examinar minuciosamente en qué la gente gasta su dinero hasta sumas tan pequeñas como son 600 dólares que señala el proyecto de ley.
En opiniones recogidas en el Congreso de Estados Unidos, la mayor parte de los parlamentarios, tanto demócratas como republicanos, considera que la vigilancia estatal sería inaceptable incluso si se aplicara sobre un mínimo de 10 mil dólares y no sobre esos escasos 600 dólares que establece el proyecto.
En comparación con eso, medios de todas las tendencias políticas han mencionado la reforma tributaria de China, que contempla la aplicación de un impuesto a la propiedad de bienes raíces. Según el nuevo proyecto de ley, las casas y departamentos habitados por sus dueños quedarán exentos de impuesto, y sólo se aplicará tributación a las viviendas adquiridas para uso comercial o arriendo.
En un artículo de Yahoo Finanzas, se menciona la pregunta: “¿Qué está pasando? ¿Es esta una nueva característica del liberalismo, o es una nueva forma del socialismo?”
Así, en estos momentos las naciones del mundo parecen incapaces de convivir unas con otras. El cambio climático ya hace sentir efectos devastadores para la producción de alimentos, y masas multitudinarias de gente desesperada intentan migraciones hacia otros países supuestamente mejores… Pero las cúpulas políticas siguen mostrándose absortas en sus ideologías nacionalistas, o en preceptos de ciertas costumbres de moralidad presentadas como verdades teológicas de alguna escritura supuestamente sagrada, o, por último, como una confrontación entre razas distintas de las cuales algunas son superiores y otras inferiores… ¿Qué posibilidad va quedando así de alcanzar un entendimiento real de todas las naciones para salvar nuestra supervivencia en este tan estropeado planeta Tierra?
Muchas veces muchos pensadores nos han mostrado que este maravilloso planeta en que vivimos es una especie de nave espacial que se desplaza por el espacio universal y por el tiempo. Y que esta nave espacial es absolutamente lo único que nos permite seguir vivos.
Cuando, a veces, estamos plácidamente instalados en un sitio apacible, nos parece que la quietud es maravillosa y produce armonía. Pero esa quietud es ilusoria. Gracias a las leyes de la física no nos damos cuenta de que estamos moviéndonos a más de mil kilómetros por hora, llevados hacia el oriente por la rotación del planeta.
Pero también el planeta se está moviendo a más de 106 mil kilómetros por hora, recorriendo cada año su órbita de 930 millones de kilómetros alrededor del sol. Y el mismo sol se está moviendo a una velocidad de 220 kilómetros por segundo, en su órbita alrededor de nuestra galaxia que mide unos 100 mil años luz.
¿Se fija Ud. cuán real es que nuestro pequeño e íntimo planeta Tierra es de veras una nave espacial?
¿Y cómo podemos despreocuparnos de que esta nave espacial en que viajamos quién sabe hacia dónde, y hacia qué futuro, está siendo destruida, ensuciada y abarrotada por la explosión demográfica humana que está matando a las demás formas de vida?
¿Y cómo es que en nuestra propia especie humana no logramos encontrar la forma de vivir en una apasionada, alegre y eficaz colaboración entre las razas, las personas y los sexos de los que somos tripulantes de esta pequeña nave?
Hemos visto cómo, durante los años de la llamada Guerra Fría, las dos superpotencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial armaron cada cual su equipo de seguidores para oponerse una a la otra. Y esa oposición funcionó como los arcos de una bóveda, creando bajo ella un espacio real en el que las demás naciones, menos fuertes, menos ricas, pudieron desarrollar un maravilloso proceso histórico, mediante la organización de las Naciones Unidas.
Gracias al equilibrio de los dos imperios en pugna, la Unión Soviética y Estados Unidos, las demás naciones pudieron realizar prodigiosos avances en la civilización humana. A través de las Naciones Unidas fue posible unificar a nivel planetario los procedimientos jurídicos y las normas básicas del derecho, de la justicia y de la convivencia internacional.
La educación fue sistematizada a nivel planetario, los sistemas de intercambio de tecnologías, en fin, los más decisivos avances reales de la civilización fueron alcanzados mediante esa suerte de benévolo gobierno mundial que fue la ONU, y que las temibles superpotencias americana y soviética no tenían más remedio que acatar.
En realidad, las nuevas organizaciones extra nacionales, como los Países no Alineados, la Liga Árabe y la Unión Europea, entre otras, enriquecieron la calidad de la civilización planetaria.
Pero el admirable avance de la civilización a través de una vigorosa interacción entre naciones diversas, incluso en los casos en que estallaron pequeñas guerras locales, no logró impedir la corrupción en el seno de las superpotencias que con su equilibrio sostenían la cúpula de libertad para los menos poderosos.
En la última década del Siglo XX, la corrupción de la oligarquía del Partido Comunista Soviético, de manera absolutamente inesperada, desembocó en la desintegración de la Unión Soviética, como lo explicó bien claramente el último gobernante Mikhail Gorvachov en su libro La Perestroika.
El derrumbe soviético rompió el equilibrio. Para los entusiastas anticomunistas, la desintegración soviética demostraba que el comunismo había fracasado ante la eficaz realidad del liberalismo occidental.
En su entusiasmo triunfalista, el mundo llamado “capitalista” creyó haber vencido, cuando la realidad es que fue el socialismo soviético el que se derrotó a sí mismo por el proceso mórbido de la acumulación del poder y la riqueza en pocas manos, es decir, por la corrupción.
En su calidad de superpotencia única, en un mundo vuelto unipolar, Estados Unidos experimentó una transformación íntima, filosófica, que en gran medida se nutría de esas nociones bíblicas que la mayoría blanca estadounidense, tanto protestante como la católica, asumieron como una misión imperial sagrada que, igual que el judaísmo, implicaba además la noción de ser una “raza” elegida.
Sin embargo, el proceso dialéctico de la evolución histórica estaba llevando también a Estados Unidos en el rumbo de una decadencia que en estos momentos parece evidente e inminente.
Pero ¿Qué surgirá tras el derrumbe imperial estadounidense? ¿Un imperialismo chino?
¿O acaso resurgirá la posibilidad de un gobierno planetario multipolar?
La prensa occidental ha silenciado absolutamente la Conferencia Mundial del Club Valdai en la ciudad rusa de Sochi, junto al Mar Negro. Ese Club Valdai reúne a varios centenares de intelectuales de todo el mundo, junto también a grandes empresarios y políticos, para plantearse, discutir y pensar en los grandes temas sobre el concepto de la Persona Humana, el Individuo en la sociedad, los Valores, el rol del Estado.
Y este año, por cierto, el gran tema fue el derrumbe del sistema mundial bipolar de la Guerra Fría, y también el derrumbe del mundo unipolar dominado por Estados Unidos.
Y, claramente, la noción dominante fue que se está gestando al fin la posibilidad de un gobierno planetario multipolar, que, quizás, podría encauzarse a través de las Naciones Unidas, las cuales, por supuesto tendrían que reformar su organización y democratizarse.
El cientista político e historiador británico Alfred W. Mc Coy analiza la situación actual del ordenamiento mundial, y sugiere la posibilidad de que las Naciones Unidas reemplacen el actual sistema de Consejo de Seguridad, que incluye a los 5 miembros permanentes con derecho a veto, y que corresponden a las 5 potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, frente a Rusia y China. Rusia como la ex Unión Soviética, por cierto.
En cambio, de este Consejo de Seguridad, según McCoy, quizás podría establecerse otro con representantes de las regiones claves del planeta, por ejemplo, América Latina, Estados Unidos con Europa, China, Rusia, la India, Irán, África del Norte representada por Egipto, África del Sur y Turquía, las islas del sudeste asiático, incluyendo Indonesia, Filipinas y Australia.
Como fuere, ya el presidente de Turquía, Tadjip Erdogán, en su gira por los países del África Subsahariana, planteó con mucha fuerza que ya es indispensable que en las Naciones Unidas se elimine ese grupito de las 5 potencias privilegiadas que tienen el poder de vetar o incluso anular las decisiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
De hecho, en los últimos años, varias veces Estados Unidos ha aplicado su veto incluso para anular decisiones aprobadas por la Asamblea General casi por unanimidad y, en algunos casos, con sólo con tres votos en contra: el suyo propio, más el de Israel y el de una islita del Pacífico.
Sin embargo, la declaración del presidente de Turquía fue rudamente rechazada por el presidente de Rusia, Wladímir Putin, quien alertó que, sin la cohesión que aporta la presencia de las grandes potencias, las Naciones Unidas se convertirían en un lugar de inútiles discusiones y terminaría por desintegrarse tal como antes se desintegró la Liga de las Naciones.
Por ahora es difícil prever el rumbo que tomarán las naciones tras el derrumbe del liderato imperial de Estados Unidos.
Pero la lógica señala con bastante claridad que la China no quiere ni puede optar a recrear un orden unipolar reemplazando a Estados Unidos.
La humanidad tendrá que sacudirse las neuronas y discurrir algo, pues en caso contrario la desunión nos derivará a nuevas guerras, cada vez peores, mientras el planeta se nos descompone bajo los millones de toneladas de la basura nuestra.
¿O será que la paz pasó de moda?
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense, hay peligro. Y no nos sobra ninguna persona inteligente.