Este miércoles que pasó, los principales diarios occidentales publicaron una noticia que, de tan fea, se vuelve demasiado interesante. Se trata del informe publicado por la revista científica Nature, sobre investigaciones llevadas a cabo por un equipo de los más prestigiosos científicos de las principales universidades del mundo.
Allí se revela que se está esperando que en cualquier momento se produzca una especie de flato, de eructo de la madre tierra, en las vastas planicies de la tundra ártica.
Ocurre que bajo la costra de barro congelado que bordea el círculo ártico, hay una masa gigantesca de metano, que quedó atrapada a presión hace millones de años. En una zona en el oriente de Siberia, cerca de la frontera con Estados Unidos, hay una especie de bolsa que contiene, preste atención, 50 mil millones de toneladas del gas metano.
Como ya lo habíamos informado años atrás en estas crónicas, el calentamiento de la atmósfera y el cambio climático están derritiendo lentamente pero sin pausa, el tapón de permafrost. Ya ocasionalmente se han producido filtraciones, escapes de ese gas y a menudo ha entrado en combustión formando extrañas plumas de fuego.
Pero ahora las mediciones del recalentamiento sobre el permafrost están indicando que esa burbuja de de 50 mil millones de toneladas de metano a presión, está en un punto en que puede estallar en cualquier momento.
Por cierto nadie quiere imaginarse siquiera lo que pasaría si esa burbuja entrara en combustión al liberarse. Todos sabemos bien lo que pasa cuando hace explosión un simple balón de 15 kilos de gas. Y la burbuja equivale a 25 millones de millones de balones de gas.
Por supuesto, ya los gobiernos que rodean el Ártico, es decir, Rusia, Canadá, Estados Unidos y Noruega, están tomando las máximas precauciones posibles, pero todos están conscientes de que no hay ninguna posibilidad que garantice totalmente que no habrá explosión.
De hecho, también en el fondo marino existen burbujas similares, aunque muchísimo más pequeñas, y en el hecho los casos de combustión súbita son frecuentes.
El metano es altamente inflamable y se están haciendo estudios sobre la posibilidad de explotarlo como gas licuado, ya que es un combustible que emite muchísimo menos anhídrido carbónico que el gas licuado, y sus desechos son principalmente sólo agua.
Pero, aún sin llegar a entrar en combustión, esa monstruosa flatulencia del permafrost tendría un efecto devastador sobre la atmósfera. De hecho, el metano tiene un efecto invernadero 25 veces mayor que el anhidrido carbónico.
Y esa exhalación de metano, sólo esa burbuja del oriente siberiano, aunque se filtrara en bocanadas parciales, de a pocos, provocaría una intensificación del cambio climático ocasionando daños y desastres evaluados, fíjese Ud., en 60 millones de millones de dólares para enfrentar lo más inmediato.
Esto equivale al 90% de la suma todo el producto económico de todos los países de nuestro planeta.
Por supuesto, la burbuja de Siberia es una entre muchas. Entre los científicos de este informe se cuenta el doctor Peter Wadhams, director del Grupo de físicos sobre fenómenos polares de la Universidad de Cambridge. Según él, además de las grandes burbujas atrapadas bajo el suelo congelado, hay muchas otras en el fondo del océano Ártico, que contienen a lo menos un millón de millones de toneladas de gas, y su liberación a la atmósfera aceleraría a muy pocos años más el aumento de la temperatura terrestre en dos grados centígrados adicionales.
Otros de los investigadores, el profesor Gail Whitemann, de la Universidad de Rotterdam, calificó la situación como encontrarse al lado de una bomba de tiempo que en algún momento va a estallar. Y señaló: Es asombroso que hayamos llegado a este momento sin que las autoridades parecieran darse cuenta.
Y a ello se agrega un pequeño y tétrico detalle: de la catástrofe financiera que llegaría unida a la burbuja de metano, fíjese bien, el 80 por ciento de los daños y los costos recaerán en los países en vías de desarrollo. Principalmente, América Latina y África. Es decir, los más pobres tendremos que pagar la mayor parte del daño.
Ese detalle resulta especialmente estridente en el caso de nuestro Chile, donde todos los últimos gobiernos y CASI todos los actuales candidatos a la presidencia o a los jugosos sueldos parlamentarios… están voceando en coro que quieren que Chile tenga un mayor CRECIMIENTO ECONOMICO.
Y con eso quieren decir que nos prometen más consumo a discreción. Más consumo de energía, más explotación minera, más compras en el Mall y más autos. Para que en la ebriedad del consumismo apretemos el acelerador rumbo al desastre.
En realidad, ya son muchos los analistas políticos y sociológicos que hablan de una etapa de enajenación mental producida mediante una permanente y persistente manipulación psicológica del grueso de la gente, a través de una combinación orquestada de publicidad de consumo junto a una masa de noticias adobadas que apuntan a hechos triviales que aparecen como fascinantes, y escándalos apuntados para satisfacer el morbo popular.
De hecho, el nacimiento de la guagüita esa que le parieron al príncipe Guillermo de Inglaterra, ocupó lejos más titulares en primera plana y más minutos estelares de TV que cualquier otra noticia relevante, incluyendo esta noticia de la burbuja de metano.
Resulta evidente la intención de hacer que la gente se vuelva incapaz de percibir y de tratar de entender lo que está ocurriendo en torno suyo y lo que está a punto de ocurrir. Y eso, a pesar de que aquello a lo que no logran prestarle atención, está amagando brutalmente todas las esperanzas de cada uno, y las de los seres queridos.
Son poquísimos los que se dan cuenta de lo que significa que, en estos momentos, el Polo Norte mismo ya no sea una masa de hielo sólido de kilómetros de espesor, y que bajo el cielo polar, desde el pasado 13 de julio, se extiende un lago de agua dulce y líquida que recién volverá a congelarse a finales de octubre.
El calentamiento planetario en el Ártico ya comenzó a provocar le angustiada emigración de colonos radicados en Alaska y el oeste canadiense, y también de casi la totalidad de las comunidades indígenas de la costa del Pacífico Norte.
Ocurre que el aumento de la temperatura, a la vez que ablanda la tierra por derretimiento del barro congelado que hace de cimiento subterráneo, provoca también el deshielo de glaciares y campos nevados del interior. Eso aumenta dramáticamente el caudal de los ríos, que ya en la primavera inundan los poblados y las escasas siembras, a la vez que erosiona el terreno en que se alzan las viviendas.
Un informe de Alaska señala que en los recodos de los ríos la erosión se traga alrededor de 20 metros de terreno en cada temporada, y que ya muchas casas, postas médicas, escuelas, bodegas y talleres, están siendo evacuados porque se derrumbarán en cualquier momento.
Al mismo tiempo, los campos de hielo que cubre el mar en los golfos y caletas, se han debilitado al extremo de que los temporales los destrozan y las enormes olas del estrecho de Behring golpean las aldeas como verdaderas tsunamis.
Al otro lado del continente, en la costa atlántica, también el cambio climático está provocando daños terribles a las personas. Por lo pronto, las propiedades costeras de regiones como Nueva Inglaterra, Virginia, Carolina del Norte y del Sur, Georgia y Florida, están perdiendo valor rápidamente, al comprobarse la vulnerabilidad ante las tormentas y huracanes cada vez más intensos, y las inundaciones relacionadas con lluvias torrenciales y marejadas.
La devaluación de esas propiedades que solían ser carísimas, viene a sumarse al derrumbe económico general del país. El aumento del nivel del mar, pese a ser de sólo algunos centímetros por año, se multiplica por su efecto en las marejadas y el arrastre de masas de agua tierra adentro durante los huracanes.
Y, como lo confirman todos los últimos estudios climáticos y oceanográficos, los huracanes y tormentas que se forman en las cuencas tórridas del Caribe y el Atlántico central, seguirán aumentando en número e intensidad.
Mientras tanto, en toda la zona centro oeste de Estados Unidos, la sequía se mantiene con débiles precipitaciones, mientras los acuíferos y napas subterráneas están ya agotadas o próximas a estarlo.
De hecho, ya hay una intensa actividad financiera apuntada a la adquisición de agua dulce desde Canadá, para abastecer a ciudades como Las Vegas y Los Ángeles, que están bordeando el desabastecimiento.
Pero hay otros aspectos todavía más graves y que ya nos afectan a los chilenos y las demás naciones del Pacífico sur oriental. Se trata del aumento de temperatura que avanza hacia las profundidades del mar.
Ese calentamiento en las profundidades absorbe gran parte de la energía acumulada por el recalentamiento de las aguas superficiales. Es decir, transporta la energía hacia abajo y con ello proporciona algún freno al recalentamiento general.
Pero ello tiene un costo. Al subir la temperatura, el agua de mar pierde capacidad de mantener oxígeno en suspensión. Y sin ese oxígeno, toda la vida marina sufre de insuficiencia respiratoria, con un efecto de alta mortalidad sobre todo en los pequeños seres que forman la base de la cadena alimenticia de los océanos.
Al mismo tiempo, la alteración del hábitat está llevando al surgimiento de especies modificadas por evolución rápida para sobrevivir y también a la aparición de especies nuevas de microorganismos, sobre todo en las zonas marinas más polucionadas y los vaciaderos de basura.
También en los últimos días se dio a conocer al hallazgo de nuevas especies microbianas que han evolucionado rápidamente en las zonas en que el mar está más lleno de restos de plástico. La mayor parte de estos microbios pertenecen al grupo llamado los “Vibriones”, que en general son patógenos de alta peligrosidad que afectan a los seres humanos y a otros animales de sangre caliente.
Se ha comprobado que son capaces de perforar el plástico y realizar alguna clase de reacción química o digestión de esas basuras. Pero obviamente ese poder alentador de biodegradar el plástico no excluye su peligrosidad patógena.
Otros efectos del cambio climático en Estados Unidos es la invasión de una variedad de insectos llamados “mosquitos tigre”, que atacan con gran ferocidad en todas las horas del día.
Y además de causar picaduras muy dolorosas, son portadores de enfermedades graves y epidémicas, virus de ébola, fiebre del Nilo y nuevas formas de malaria. Incluso se ha dado alerta sanitaria por la multiplicación de los casos de “dengue” y mal de chagas, enfermedad invalidante y a menudo mortal que antes no se registraba en Estados Unidos.
Pero la mayor parte de la información disponible viene del mundo desarrollado. Y eso, porque en el resto del mundo los gobiernos se han mostrado indiferentes y mezquinos para la investigación científica.
De hecho en países como Chile, por presión del gobierno, se llega a establecer una complicidad de la clase política con los grandes intereses económicos, para ocultar los efectos negativos y el costo ambiental de los proyectos, digamos, “regalones”.
En Chile ha sido escandaloso el ocultamiento de los cultivos transgénicos y del uso de insecticidas, herbicidas y fertilizantes químicos, pese a que tienen efectos desastrosos, por ejemplo, para la apicultura. Los exportadores de miel han perdido ya gran parte de sus mercados en Europa, debido a que se ha detectado contaminación de transgénicos y las sustancias químicas asociadas.
La crisis económica mundial no tiene solución con los parámetros y doctrinas actuales. Estados Unidos logra mantener una cierta atmósfera de recuperación mediante su inyección mensual de 85 mil millones de dólares para activación económica.
La inmensa emisión de dólares sin respaldo real ha sido una tabla de salvación, en la medida en que las economías del resto del mundo han seguido comprando y comprando centenares de miles de millones de esos dólares, que el sistema hace indispensable para la mayoría de las operaciones comerciales internacionales.
Como hemos mostrado antes, cada vez que Chile quiere comprar productos en el extranjero, tiene primero que comprar los dólares con que pagará esos productos. Y cuando Chile quiere vender nuestro cobre, nuestros árboles molidos, nuestras frutas y vinos o nuestros salmones, tenemos que aceptar que nos paguen en dólares. Es decir, terminamos también por comprar esos dólares hueros, pagándolos con nuestra producción.
Y aún con todo eso, la bancarrota de la enorme ciudad industrial de Detroit, corazón de la industria automotriz, ya no pudo evitarse y hay 8 millones de trabajadores que están perdiendo sus empleos si tener siquiera una indemnización de cesantía.
Ya la misma Reserva Federal de Estados Unidos ha tenido que reconocer que esa formulita de imprimir dinero sin respaldo, está llegando a hacerse insostenible.
Cada vez son más los países importantes que han dejado de comprar dólares para su intercambio comercial. China ya realiza su comercio con más de la mitad de los países de Europa, África y Asia, con sistema de equivalencia monetaria en yuanes chinos u otras monedas nacionales. En el momento en que se interrumpa masivamente la compra de dólares, los mismos analistas financieros norteamericanos saben que se viene encima el colapso de toda la economía y riqueza de Estados Unidos.
La última cumbre del Grupo de los 20, realizada la semana antepasada en Moscú, lanzó como proclama una estrategia apuntada al crecimiento económico. Explícitamente, señalaron que no importa mucho la disciplina y el orden financiero, pues lo esencial es crear puestos de trabajo y alcanzar mayor crecimiento económico.
Es decir, los economistas del stablishment dominante, neoliberal y de mercado, reiteraron su alianza con la clase política.
Pero, ¿acaso son ciegos ante las cifras que surgen en cada encrucijada, como verdaderos semáforos de advertencia? Gran Bretaña, Alemania y Francia ya se metieron de frentón en el recurso de Estados Unidos, de emitir grandes cantidades de dinero con la esperanza de que ese dinero reactive el mercado. Que, teniendo billetitos en las manos, la gente se lance a comprar con todo entusiasmo como en los buenos tiempos.
Pero nada de eso está ocurriendo. La gente no está dispuesta a reiniciar la juerga de gastos de diez años atrás. En Japón, donde el gobierno, con emisiones sin respaldo, aumentó un 50% más del dinero que ya estaba circulando, el efecto sólo se ha quedado en los medios financieros y especulativos, sin que el consumo de la gente haya tenido más que un debilísimo incremento.
En China sí ha habido un aumento poderoso de dinero en circulación, pero se trata de dinero fuertemente respaldado por los millones y millones de dólares y euros que están en sus fondos de reserva internacional
Con ese enorme flujo de dinero fresco dirigido hacia la gente, por cierto su mercado interno se ha agigantado. Ya en China hay alrededor de un 30% de la gente con un poder de compra similar al de Estados Unidos.
En China, con alrededor de 1300 millones de habitantes, el 30% suma 390 millones de personas. Es decir, ya en estos momentos China es un mercado mucho mayor que el de Estados Unidos que sólo tiene 308 millones.
Pero, ¿qué significa esto?
Básicamente, que la China está tragándose alrededor de un tercio de todos los recursos del planeta. Desde energía, alimentos y bienes comunes, hasta exquisitos artículos de lujo.
Y por supuesto, entre sus gastos de gran lujo se cuenta el de mantener una clase privilegiada de científicos de primerísimo orden, y de proporcionar a su gente una educación incomparablemente buena.
En fin, todo eso es poder. Pero hay indicios de que China ya tiene muy claro que el crecimiento económico tiene un límite. Que, tal como ocurre con los seres vivos, el crecimiento es necesario sólo hasta que se alcanza el tamaño adecuado, funcional y normal. Seguir creciendo es deformarse. Convertirse en un monstruo que finalmente es peligroso en su agonía y muerte.
Eso es lo que está pasando en la economía neoliberal. Y es por ello que el crecimiento económico indefinido sólo puede desembocar en ruina.
Sin duda alguna, el diseño, la estructura económica actual se creó sobre la base del crecimiento constante. Si no hay crecimiento, hay recesión.
Por eso es que la tarea verdaderamente imperiosa, urgente, es lograr el diseño de una economía de estabilidad o incluso de decrecimiento. Una economía basada en el desarrollo, en las posibilidades de realización personal y vocacional de la gente, y no en el mero y estúpido consumo.
Los signos que nuestro pobre planeta nos está mostrando, son signos angustiosos. Es como si nos dijera, “…hijos, me estoy muriendo, y cuando yo muera Uds. Morirán también”.
Los recursos naturales están ya agotados en sus ¾ partes y son cada vez más caros de extraer y elaborar.
La capacidad de producir alimento y de proporcionar agua dulce y limpia a la gente están en grave peligro de interrumpirse. De hecho, se estima que hay alrededor de 2 mil millones de personas que ya el próximo año no tendrán lo indispensable para una vida mínimamente sustentable.
Crecimiento es aumento del consumo. Aumento de la destrucción y las emisiones polucionantes. Y aquellos que quieren que se siga creciendo y avanzando hacia la ruina planetaria, son los que ya creen haberse comprado sus rinconcitos fortificados en deliciosos parajes que están siendo protegidos y a donde no se permite la entrada de nadie.
¡Son estúpidos!... Llegado el momento ya no habrá rinconcitos ni arca de Noe´.
Refiriéndose a la economía de consumo imperante y la estrategia de crecimiento indefinido, el economista francés Serge Latouche dijo: “Para creer que se puede crecer permanentemente en el interior de un espacio limitado, como es nuestro planeta…
…¡hay que ser o bien un imbécil, o bien un economista! .
Foto: Conversación entre un pescador y un empresario (ilustraciones)
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